Sangre en la nieve

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Sangre en la nieve Page 6

by Maria Parra


  — ¿Qué es eso? —inquirió Christian con voz chillona por el incipiente miedo.

  Del rincón oscuro seguían saliendo gemidos, ya no eran gritos pero aun así esos ruidos les estaban intranquilizando bastante.

  — Pos parece que no taba muerto —señaló Wilhelm sin temor, era el más pequeño, apenas siete años y el más inocente.

  Mientras los ocupantes de la casa hacían preguntas y miraban a Jacob esperando que hiciera algo, María Sophia desde la oscuridad, veía una lucecilla a lo lejos que proyectaba sobre los niños inquietantes sombras.

  No reconoció aquellas formas y voces como las de otros seres humanos, en su terror y confusión su mente seguía sin saber reaccionar a su nueva situación. Para ella todo eran sonidos y sombras amenazantes.

  Se volvía a sentir en peligro. Tal vez en esa penumbra estuviera oculto el malvado hombre que la había arrastrado fuera de su hogar, o fueran seres demoniacos como los del libro sagrado.

  Fuera lo que fuera, tenía mucho miedo.

  Lloraba de nuevo, notando como el corazón le martilleaba en los oídos y en el pecho como un enérgico herrero sobre un yunque. Solo quería que todo acabara, no soportaba aquel terror y el dolor que con la luz había regresado.

  Su mente la ayudó y desfallecida, se la llevó de nuevo al abismo oscuro de la inconsciencia donde Blancanieves podía alejarse de todo.

  El muchacho hizo un gesto a sus compañeros indicándoles que se callaran.

  Silencio pensó ya no salen esos extraños sonidos de la oscuridad.

  Los chiquillos le hicieron caso, dándose cuenta también ellos del repentino silencio.

  — Ahora sí que debe tar muerto —musitó Hans, dejando escapar un suspiro de alivio.

  Jacob indicó al resto del grupo que retrocedieran un poco, dejándole más espacio y él se aproximo con pasos lentos hasta la lámpara caída. La recogió y aumento un poco el gas. Solían tenerla a un nivel bajo para que consumiera poco, ellos estaban acostumbrados perfectamente a la oscuridad debido a su trabajo en las minas, pero en estas circunstancias considero preferible gastar algo de aceite extra si a cambio la luz les advertía a tiempo del ataque de la criatura que se les había colado en casa.

  Sintiéndose más seguro dentro del círculo luminoso que proyectaba el candil volvió a acercarse al bulto.

  Seguían sin oírse ruidos y al aproximar un poco más el farol, alzó las cejas mirando atento aquella cosa intentando determinar que era y si seguía con vida o no.

  Parece… pensó de pronto boquiabierto.

  Dio otro paso más y se puso en cuclillas.

  No puedo creerlo se dijo asombrado.

  — ¿Qué? ¿Qué es? —interrogaron al unisonó varios de los chiquillos, expectantes.

  — ¿Nos lo poemos come? —preguntó por su parte Christian mucho más práctico y notando sus tripas rugir. Sus cenas eran casi tan frugales como sus desayunos y su trabajo, aunque no tan duro como el de los adultos, no consistía precisamente en haraganear todo el día. Así que algunos de ellos siempre estaban famélicos.

  Jacob, ignorando los comentarios de sus compañeros, extendió una mano algo temblorosa y tocó, apenas un roce, el rostro sucio de la desvanecida muchacha.

  Que suave, se dijo esbozando inconscientemente una tímida sonrisa.

  Volvió a observar la figura de Blancanieves, reconociendo al fin las formas humanas de lo que antes había creído algún tipo de bestia salvaje.

  Descubrió desconcertado el mal estado de la chica, llena de heridas y suciedad.

  Tocó los restos de una de sus mangas.

  Esta toda rota pero este tejido es bueno se dijo pensativo no son prendas de aldeana. ¿Quién podía ser? ¿Qué la habría pasado? ¿Y cómo habría llegado hasta allí?

  — Dinos de una maldita vez que es eso —reclamó Karl nervioso y harto de esperar— Bueno, ya me entiendes —se corrigió.

  El interpelado se giró hacia ellos y les hizo unos sencillos gestos.

  — ¿Que qué? —saltaron varios de los muchachos estupefactos, pensando que tal vez le habían entendido mal.

  — ¿Es una chica? —interrogó Christian— Que decepción, adiós cena —soltó sin más. Dejó caer los hombros y se volvió a la mesa donde rumiar el resto de su aburrida cena. A él no le interesaban para nada las chicas, aun era demasiado joven para eso.

  Jacob volvió su atención hacia la muchacha, mientras algunos de sus compañeros se acercaban más interesados, otros se volvían a la mesa y algún que otro se quedaba en el sitio sin saber cómo debía proceder.

  El silencioso joven tomó el hombro de María Sophia y la agitó con suavidad intentando despertarla pero no se movió. El pelo la tapaba buena parte de la cara pero le parecía desmayada, claro que él tampoco sabía gran cosa de chicas. Muy pocas había visto en su vida que como la de los demás niños giraba en torno a la mina, en la que claro está, no trabajaban mujeres.

  — ¿Hay una chica muerta en nuestra cocina? —interrogó ahora Ludwig.

  Espero que no pensó Jacob, de pronto aquella idea le entristeció.

  Blancanieves estaba hecha un ovillo y el chico optó por, con cuidado, echarla en el suelo, estirando sus miembros para poder examinarla mejor.

  Dejó la lámpara al lado de la joven y apartó con delicadeza los cabellos brunos de la desfallecida chiquilla. Tenía los ojos cerrados.

  Esta muy fría pensó preocupado al rozar su piel.

  — Esa tá muerta —señaló con indiferencia Achim, convencido mirando a la intrusa por encima del hombro de Jacob.

  — ¿Y qué hacemos? ¿La enterramos fuera? —le preguntó Ludwig a su compañero.

  — No la vamos a enterra aquí dentro —replicó Achim poniendo los ojos en blanco, sin que ninguno de ellos mostrara señales de pena por la situación de la chica.

  Jacob se levantó y llegando hasta el dúo les dio un ligero empujón como gesto de reprimenda por su insensible actitud. Después les hizo unos signos.

  — Vale… ya te lo traigo —aceptó remolón Achim en una media disculpa.

  A los pocos instantes el chiquillo regresó a la cocina con un trozo de espejo. Era el único que tenían para verse pero tampoco es que les hiciera falta mucho más, en las minas poco importaba si estaban más o menos guapos y el reflejo del agua también servía al uso. La mayor parte de las veces el fragmento de espejo, permanecía muerto de risa colgado en la pared del otro cuarto de la casa, el que usaban para dormir.

  Jacob tomó el pedazo de espejo que le tendía su camarada. Se arrodillo junto a Blancanieves y colocó este muy cerca de sus rojos labios.

  Sin darse cuenta contuvo la respiración unos instantes mientras mantenía el espejo en esa posición. Luego lo retiró, lo miró atento, estaba empañado, lo cual significaba que respiraba.

  Esta viva se dijo aliviado. Después se giró dirigiéndoles una sonrisa y les comunico su descubrimiento.

  — Vale, no tendremos que cavar un hoyo pero ¿qué vamos a hace nosotros con una chica? —replicó Karl lanzando una mirada contrariada a la sucia e inmóvil figura del suelo.

  Buena pregunta reconoció Jacob para sus adentros y se puso a pensar cómo proceder. Nunca se había encontrado en semejante situación y no tenía ni idea de que le pasaba a la joven desconocida.

  Intentare despertarla, una vez más.

  Así pues, la volvió a zarandear con suavidad, pero nada. Probó dándola unos toques en las mejillas pero tampoco.

  — Si la quies desperta te sugiero que la arrees más fuerte —le indicó Hans desde la mesa.

  Serás bruto pensó Jacob fulminándole con la mirada. Y a continuación, le hizo unos gestos pidiéndole que le dejara en paz.

  — Como quieas —aceptó Hans encogiéndose de hombros con un gesto indolente.

  Al cabo de un rato, Jacob se dio cuenta de que fuera lo que fuera lo que la pasara no parecía haber modo de reanimarla.

  Habrá que esperar, a lo mejor solo necesita dormir meditó, espero que mañana despierte.

  Hizo unos signos a los demás chiquillos.

  — Ni habla —replic�
� Christian iracundo— yo no voy a dale mi manta a esa chica —aseguró.

  — Es nuestra —se quejaron Achim y Ludwig preocupados pues compartían la susodicha manta con Christian. Sin ella los tres pasarían frío aquella noche.

  Jacob resopló soltando uno de sus ruiditos.

  — Ponte como te de la gana pero nosotros no le dejamos la manta —reiteró Christian, tajante— No la hemos invitao así que se busque su propia manta —sentencio, tozudo.

  Después los mozalbetes dejaron la cocina. Se fueron al otro cuartucho y tomando su manta se echaron a dormir en el jergón que como la prenda de abrigo, compartían. Eran tantos y tenían tan poco que casi todo lo tenían que compartir. Por ello, también cada cosa les era muy valiosa y más si les podía preservar del frío que se colaba por las viejas ventanas que Jacob arreglaba una y otra vez, sin conseguir impedir que al poco se colara el severo viento de las montañas.

  El silencioso joven miró a los demás en busca de algo más de generosidad pero obtuvo idénticas respuestas y en un visto y no visto todos se esfumaron de la cocina. Además ya era tarde y tendrían que madrugar, como todos los días.

  — Yo se la dejaría —le dijo Wilhelm, en un susurro acercándose al muchacho y mirando de reojo a la durmiente y sucia Blancanieves— pero Karl no me dejaría —aseguro algo apenado.

  Jacob le dirigió una cálida sonrisa de agradecimiento y acaricio la carita del niño, era, de todos ellos, el que tenía mejor corazón aunque no sabía cuánto le duraría. Aquella agotadora y dura vida no dejaba mucha cabida a los tiernos sentimientos.

  Después le animo a irse a dormir.

  Ya solo en la cocina volvió a mirar a la muchacha estudiando su rostro.

  Una vez limpia debe ser bonita.

  Se levantó y se desprendió de su abrigo.

  Lo tenía desde hacía unos cuatro años, fue un regalo, un muy generoso regalo del capataz por ser diligente en su trabajo en la mina y sirviéndole además como ayudante en su despacho.

  Lo cuidaba como oro en paño. En su momento le quedaba grande por todos lados, pero aun así lo había lucido henchido de orgullo durante muchos meses y con el tiempo al ir creciendo lo fue rellenando. Ahora le quedaba perfecto, era un chico alto y para tener solo catorce años parecía mucho mayor.

  Lo hecho con cuidado sobre la inmóvil durmiente, cubriendo todo lo posible su cuerpo para que no se enfriara.

  Acaricio el rostro de Blancanieves, notando como un suave calor ascendía hasta sus mejillas y se incorporo dispuesto a irse a dormir con los demás. Pensó en quedarse a velarla y a pesar de no saber quién era, lo que la pasaba o siquiera si despertaría le gustaba aquella idea, quedarse a su lado. Pero debía descansar, no podía permitirse quedarse en vela, estar cansado en su trabajo podía ser fatal.

  Espero que mañana despierte y poder saber quién es.

  Fue su último pensamiento antes de dormirse.

  9

  A la mañana siguiente, Jacob como era habitual, despertó el primero y corrió a la cocina intentando no hacer ruido, los demás aun podían dormir unos minutos más.

  María Sophia seguía inconsciente sin embargo, ahora a la luz del sol que se colaba por los cristales emborronados por falta de una buena limpieza se quedó sorprendido ante la visión que se le presentaba.

  A pesar de su enfermiza palidez, producto de los sinsabores de las dos últimas jornadas, los arañazos y la suciedad, a Jacob le pareció una doncella de rostro muy dulce.

  Se acerco a ella notando cómo se le secaba la boca y se le humedecían las manos. Probó a volver a agitarla pero una vez más no despertó.

  — ¿Sigue viva o ya se ha muerto? —interrogó Karl entre bostezos acercándose a ellos, curioso.

  Jacob se sobresaltó. Luego, negó con la cabeza indicando en un gesto que su corazón seguía latiendo. Ahora podía ver mejor como su pecho se agitaba con suavidad arriba y abajo.

  — Aja… —añadió Karl volviendo a bostezar, dejando de prestar atención.

  No tardaron en aparecer por la cocina los demás chiquillos, hicieron preguntas semejantes con más o menos interés pero al poco todos se centraron en desayunar e irse a la mina.

  Jacob fue el último en tomar su rebanada de pan. Ya todos habían marchado cuando cogió un poco de pan y lo dejó en el suelo al lado de Blancanieves.

  Por si despiertas antes de que volvamos.

  Volvió a acariciar su rostro, notando como su pulso se aceleraba un poco, para luego irse corriendo, si no se apuraba llegaría tarde y al capataz le disgustaba sobremanera la impuntualidad. Dejó su abrigo sobre la jovencita.

  Correr me vendrá bien para no pasar frío pensó sintiendo el azote de la brisa mañanera.

  Un débil rayo de sol se coló por una de las ventanas de la descuidada cocina acariciando el rostro de Blancanieves, consiguiendo despertarla.

  Notó calor en los parpados y los abrió, gimiendo, sin apenas fuerzas. Llevaba dos días sin probar bocado y sin beber una gota de agua.

  Confusa intento moverse pero estaba tan débil que no logró levantarse mientras comenzaba a ubicarse. Estaba en la casucha encontrada en el bosque.

  Su corazón latió más pausadamente al recordar que se hallaba en un lugar cerrado.

  Giró la cabeza y miró en derredor, era lo que menos dolor le causaba mover. Ahora, lejos ya las sombras nocturnas descubrió la suciedad imperante en aquel lugar. El mismo musgo que cubría buena parte del exterior de la cabaña invadía también las estancias interiores. Una gruesa capa gris de polvo alfombraba la tarima del suelo y envolvía los escasos muebles de la estancia. Y para colmo, al levantar la vista hacia el techo observó enormes y tupidas telarañas adheridas a las esquinas donde imagino, recorriéndola un escalofrío, asquerosas arañas pulularían con sus múltiples y largas patas por sus sedosos dominios en busca de incautas presas que devorar. Sin embargo, a pesar de la espantosa suciedad, al menos la casucha parecía vacía, si descontábamos las arañas y otras pequeñas criaturas que de cuando en cuando correteaban pegadas a las paredes. Por malo que fuera ese lugar, era mejor que estar fuera con el amenazante viento y el bosque donde las bestias reinantes sin duda eran mucho más grandes y peligrosas que unos cuantos insectos.

  En su inspección descubrió un pedazo de pan a su lado, directamente en el suelo, sin un plato que lo protegiera de la costra de mugre.

  La chica torció el gesto con repugnancia pero su estómago reclamó de inmediato aquel alimento. Por humilde que fuera, le podía nutrir.

  Entre quejidos y obedeciendo con disgusto a su cuerpo logró girarse parcialmente para coger con la mano la rebanada de pan.

  Su cara de asco lo decía todo cuando sintiendo arcadas recogió el pedazo, temerosa de que el pan estuviera tan cubierto de porquería que la hiciera enfermar. Cerró los ojos con fuerza intentando superar su aversión, mientras se le escapaban algunas fugaces lágrimas sintiendo la debilidad crecer. O comía algo o se moriría.

  Dio un mordisco al alimento.

  Estaba duro y reseco, el pan horneado en las cocinas del castillo era mil veces más esponjoso y blanco, no como ese, oscuro y de un color desagradable.

  Masticó con dificultad y tragó notando como le raspaba su reseca garganta.

  A pesar de todo, el segundo mordisco lo dio con mayor avidez, aun pensaba que aquello era asqueroso y que estaría infectado de suciedad pero su estómago estaba encantado de al fin poder procesar sustancias nutritivas.

  Antes de darse cuenta terminó el pan.

  Entonces se sintió con algo más de fuerza y bastante más hambre. Aquella pequeña ingesta agudizó su apetito en lugar de saciarlo. Ahora tenía ganas de tragar todo lo que no había podido comer desde que la habían separado de su confortable hogar.

  Consiguió levantarse sin prestar atención al abrigo que la protegió del frío aquella noche. Solo pensaba en comer y en el dolor de su brazo y del resto de su maltrecho cuerpo.

  Sintió un ligero mareo y se quedó quieta unos instantes que aprovecho para analizar más atenta el lugar.

  — Qué asco —farfulló, mirando fijamente la
capa de polvo que reposaba por todos lados.

  Luego, dirigió su mirada hacia las ventanas.

  De pronto lanzó un ronco grito, alterada y corrió hacia una de ellas.

  Estaba medio subida. El viento se colaba peligrosamente a través de ella.

  Arrastrándose como pudo, llegando a su objetivo antes de lo que cualquiera hubiera esperado al ver su lamentable estado, se apresuro a cerrar la ventana.

  Suspiró aliviada.

  Ahora se sentía algo mejor. Al menos estaba en un lugar cerrado, aunque fuera tan sucio.

  — Pronto me vendrá a buscar mi príncipe —se intentó consolar buscando con la mano el pequeño retrato oculto bajo el corpiño, sintiéndose más reconfortada.

  Volvió pues a pensar en alimentarse y rebusco entre los escasos muebles intentando tocar lo menos posible hasta que dio con una hogaza de pan, medio queso y algunas cebollas. Parecía ser lo único comestible en aquel lugar.

  Blancanieves, centrada en sus más urgentes necesidades e intentado no pensar en su situación, en donde estaba o que la iba a pasar, no podía enfrentarse a aquellas difíciles preguntas, tampoco se paró a pensar en cómo era posible que en una casa que consideraba deshabitada hubiera alimentos frescos.

  Solo pensaba en el feo aspecto de ese pan y en el olor desagradable del queso y las cebollas. Tenía un hambre atroz pero aun así se auto impuso no tocar las cebollas. Era un alimento totalmente prohibido para una dama, el olor al tocarlas o ingerirlas se pegaba desagradablemente. Su madre jamás habría aprobado que se comiera ni tan siquiera un trocito.

  Así pues, se puso a morder el pan como pudo. Avergonzada de tener que comportarse de un modo tan espantoso e inapropiado al comer sin platos, ni cubiertos, a simples mordiscos como si fuera una salvaje en lugar de la futura princesa del reino.

  Pero cada bocado la hacía tragar el siguiente con mayor ansiedad, la pugna entre su mente y su estómago le estaba dando la victoria al último que con tal de nutrirse le daba igual con que se alimentaba, o si era haciendo uso de buenos modales o no.

 

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