Sangre en la nieve

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Sangre en la nieve Page 12

by Maria Parra


  Jacob ignoro al chico, poco le importaba lo grande que fuera el castillo de los von Erthal lo único que le interesaba era hacer lo mejor para la joven y ella no parecía ni comprender que tenía la oportunidad de regresar a su hogar, junto con sus seres amados y eso le resultaba preocupante.

  María Sophia una vez más no reacciono ante el mensaje.

  Jacob suspiró e indico a los chiquillos que se olvidaran por un rato del tema y que cenaran. Ya verían que pasaba.

  Los muchachos engulleron los alimentos con ansia murmurando entre ellos y fantaseando con lo que harían con la recompensa. Seguros de que acabarían convenciendo a Jacob de aceptar las monedas. Y soñando con los manjares que se debían de disfrutar en aquel castillo de cuento y en cómo se viviría en un sitio así.

  Jacob tomó su ración y la de ella.

  Se sentó de nuevo frente a la joven, lo más cerca que por la experiencia de aquellos días, sabía que podía aproximarse sin ponerla nerviosa. Luego le ofreció el pan y algo de queso con una amable sonrisa.

  Ella pareció despertar de su trance y tomó los alimentos con cuidado de no tocarle pero ya parecía más acostumbrada a la sencilla comida.

  Mientras mordisqueaba su escasa cena le dirigía alguna fugaz mirada que él intentaba traducir mientras se preguntaba que iba a hacer. Quería llevarla con su familia pero solo si era ese su deseo.

  ¿Qué es lo que deseas?

  17

  — Ya hemos cenao ¿ahora seguimos hablando de cómo avisa al ejercito de que ta aquí la chica? —inquirió Karl, impaciente.

  Jacob sin levantarse del suelo negó con la cabeza y pidió a los chiquillos que se fueran a dormir. Mañana tratarían el asunto, ya era muy tarde y no tenía ánimos para pelearse más con ellos, ya había tenido bastante por ese día.

  Varios de los mozalbetes rezongaron por lo bajo enfurruñados pero puesto que de todos modos hasta que no saliera de nuevo el sol no podrían ir al cuartel, ninguno de ellos tenía ganas de caminar tanto en plena oscuridad, ni aun animados por la posible y suculenta recompensa, el cuartel estaba aun más lejos que el pueblo de los mineros, aceptaron la orden del chico y arrastrando los pies se fueron a descansar.

  Aquella noche la mayoría soñarían con castillos repletos de oro y largas mesas llenas de manjares.

  Jacob le pidió a Wilhelm que se quedara un rato con él.

  Más tranquilos, haría un nuevo intento por averiguar si Blancanieves quería volver con su familia o no.

  Escribió una nota y se la dio a leer al chiquillo algo somnoliento.

  Mientras este intentaba realizar la traducción de aquellos trazos Jacob movió su mano delante de los ojos de la chica intentando atraer su atención.

  Lo consiguió y ella le miró con aquellos ojos tan azules como un cielo sin nubes. El chico, completamente ruborizado, sintió su corazón palpitar desbocado.

  — Jacob te dice que si quieres puedes volver con tus padres —leyó el niño— ¿No quieres volver con tus papas? —preguntó por su cuenta.

  Wilhelm tampoco entendía por qué no estaba contenta, era demasiado pequeño para importarle el dinero pero sí sabía que a él no le gustaría nada perderse en el bosque, lejos de Jacob y que estaría muy contento de poder volver junto a él y sus casi hermanos.

  El chiquillo, sintiéndose repentinamente triste y un poco asustado al pensar en cómo se sentiría completamente solo, buscó el refugio de los fuertes brazos de su padre adoptivo.

  Jacob, intentando ocultar al niño su azoramiento, le abrazó sentándolo sobre sus piernas y ella se quedó mirándoles.

  — ¿No quies volver con tu mama y tu papa? —volvió a interrogar Wilhelm.

  Aquella sencilla pregunta si pareció llegar a la hermética mente de María Sophia.

  — Mi madre murió —respondió ella, casi en un susurro, rompiendo al fin su mutismo.

  Esta la Condesa, pero ella no es mi madre y nunca lo será, pensó Blancanieves.

  Los dos chicos se quedaron algo sorprendidos, pero contentos de haber logrado hacerla hablar.

  — Lo siento —dijo el niño, apenado.

  Yo también lo siento mucho le comunico Jacob con los ojos, ya que no podía expresarlo con la boca.

  La joven una vez más silenciosa le miró unos instantes con intensidad y Jacob volvió a notar la cara arder.

  — Pero aun tiens a tu papa ¿verdad? —siguió el chiquillo— yo tampoco tengo mama pero Jacob es mi papa y le quiero mucho —aseguro él con la sonrisa más dulce del mundo dibujada en su rostro de tiznado querubín.

  El pequeño no recordaba a su madre, a la cual creía muerta. Jacob no podía saber si esta seguía viva pero cuando abandono a la criatura siendo un bebe, estaba vivita y coleando pero las mujeres de su profesión no solían estar dispuestas a cargar con los accidentes que llegaban al mundo tras nueve meses y preferían abandonarlos en las iglesias o conventos, para al poco, acabar las criaturas, en hospicios o mendigando por las calles.

  Mi padre.

  Esas dos palabras resonaron en la mente de Blancanieves.

  Su padre la forzó a abandonar la seguridad de los muros del castillo, su padre la dejó en manos de aquel horrible individuo.

  ¿Dónde estaba su padre cuando despertó en aquel espantoso carruaje invadido por el mortífero aire? ¿Dónde estaba cuando le perseguía por el bosque el terrible hombre?

  No, le dijo su cerebro. No puedes confiar en él. Solo puedes confiar en tu príncipe y en cuanto tu madre te enseñó.

  Blancanieves extrajo el pequeño retrato de dentro de su camisa y mirando la imagen con adoración les dijo:

  — Él vendrá a buscarme. Me quedare aquí hasta que llegue y entonces me llevara a su castillo donde seré su reina —recitó sonriendo.

  Wilhelm miró a Jacob con visible desconcierto y este medio comprendiendo le animo a irse a dormir.

  Luego se levantó y la observó con tristeza, nuevamente en trance.

  No sé qué te pasa pero espero que te cures deseo el chico dejando escapar un suspiro en parte de pena por el extraño padecimiento de Blancanieves y en parte de alivio, pues en el fondo le alegraba que escogiera quedarse aunque también se sintiera algo culpable por albergar tal sentimiento, imaginando el dolor que estarían padeciendo los von Erthal.

  Finalmente, marchó al cuarto contiguo sabiendo lo que debía decir a los demás a la mañana siguiente, solo esperaba que no acabaran metiéndose en algún lio.

  Con el nuevo amanecer los chicos asaltaron a Jacob, esperando que ya estuviera dispuesto a avisar a la tropa de que la muchacha desaparecida estaba en su casa.

  Cuando este les comunico que ella prefería quedarse y que no creía que hubiera manera de convencerla de irse, los mozalbetes se quedaron estupefactos.

  — No pue ser que prefiera quedase en el suelo de nuestra cocina a ise a su castillo —alegó Achim, incrédulo— No pue tar tan rematadamente loca.

  — ¿Y qué más da si ella quie ise o no? —intervino Ludwig, impertérrito— Lo que importa es que sus padres la quien de vuelta ¿no?

  El mudo joven les explicó con signos cuan seguro estaba de que la chica se revelaría si la intentaban sacar de la cabaña.

  — Pos que se revele lo que quiera, ¿Qué más da? Los soldaos son fuertes, se la puen lleva quiera ella o no —expuso Achim y la mayoría estuvieron de acuerdo con él.

  El muchacho, furioso garabateo una nota y se la entregó.

  — Pos sí, me da igual si la hacen daño —reconoció Achim sin vergüenza leyendo el papel—, si la tien que arrear no lo harán fuerte, no se arriesgaran a hacela daño, seguro que a los ricachones de sus papas no les gustaría —soltó tan fresco.

  Os prohíbo ir a buscar a los militares les dijo con efusivos signos.

  Ella se quedara aquí cuanto quiera.

  Los chicos comenzaron a protestar airadamente pero al poco Karl levantó la voz por encima de los demás, acercándose a Blancanieves.

  — Tá bien, entonces la llevaremos a ella hasta el cuartel —afirmó triunfante.

  Los demás entusiasmados se unieron a la propuesta
y menos el pequeño Wilhelm y Jacob, se abalanzaron sobre la muchacha.

  Jacob se disponía a lanzarse sobre ellos para impedirlo cuando se detuvo algo asustado por los alaridos que María Sophia comenzó a proferir al ver como los chiquillos la aferraban con aquellas manos ennegrecidas.

  Vio como luchaban por levantarla pero aun siendo cinco contra una y ella estar lesionada no estaban consiguiendo incorporarla. La jovencita se retorcía como una fiera salvaje, lanzando chillidos y golpes siempre que conseguía desprenderse de alguna de las repugnantes manos.

  Jacob apartó a Wilhelm y decidió no intervenir. Sabía que ella estaba pasando un mal rato pero sus hermanos aprenderían la lección.

  La histeria aportaba a Blancanieves una fuerza muy superior a la de una doncella normal y lograba propinar unos golpes fulminantes.

  A los pocos minutos de comenzar el forcejeo Achim quedó tirado en el suelo derribado por una patada en el pecho que le dejó sin respiración. Sin su ayuda los otros cuatro se vieron en mayores dificultades para retenerla. Al poco Karl había recibido un tremendo bofetón, Ludwig se ganó un doloroso mordisco en la pierna, Christian varias patadas y puñetazos y Hans viéndose solo decidió apartarse antes de recibir algún golpe grave.

  Viéndose libre de los repugnantes chiquillos Blancanieves se acurruco en su rincón acunándose mientras farfullaba entrando en un profundo trance. Su mente ya estaba muy lejos de aquella cocina y no podía contemplar a los jóvenes que gemían y procuraban alejarse de ella lo más posible.

  Espero que hayáis escarmentado y os olvidéis de obligarla a salir de aquí o hacer que otros se la lleven a la fuerza.

  Jacob sonrió complacido y tomando a Wilhelm de la mano invitó a los demás a que se fueran al trabajo.

  Los cinco escaldados mozalbetes se arrastraron hasta la mina, sin decir palabra.

  Aquel día, su jornada les resulto más dura de lo habitual pues todo esfuerzo era doble, resentidos como estaban por la paliza propinada por la histérica muchacha.

  18

  Al terminar la jornada laboral, Jacob se despidió de sus casi hermanos, él aun estaría trabajando en la oficina con el señor Grimm hasta la caída del sol. Con este trabajo extra además de conseguir un sobresueldo que poco a poco iba engordando los ahorros de la pintoresca familia, también obtenía una formación de la cual esperaba sacar partido en el futuro.

  El señor Grimm era un hombre hecho a sí mismo, con mucho tiempo, esfuerzo y tesón logró llegar a capataz de aquella prospera explotación minera y él intentaba seguir su ejemplo. Y como se le daban bien los números tal vez consiguiera llegar a contable o incluso a administrador, a pesar de su discapacidad lingüística.

  No sabía si algún día alcanzaría tan difícil objetivo pero al menos pretendía hacer cuanto pudiera por lograrlo.

  Cuando Jacob se dirigía a la caseta donde el capataz ya estaba ocupado en las cuentas y pedidos, el señor Andersen le llamó con un silbido.

  El joven se giró y le saludo con la mano pensando que el hombre solo buscaba despedirse antes de irse a su casa pero este le hizo un misterioso gesto con la cabeza indicándole que se acercara.

  Jacob se aproximo curioso y encogiéndose de hombros le interrogo con la mirada.

  — Chico tenemos que habla —murmuro este por lo bajo, con expresión seria y le indicó que le siguiera a un rincón más tranquilo. Todos los mineros estaban saliendo de la mina y aquel lugar era un completo revuelo.

  Jacob le acompaño cada vez más intrigado.

  — Lo que nos conto aye el capataz al sali de la mina —comenzó el señor Andersen cuando ya estuvieron más apartados de la marea de trabajadores que marchaban a sus hogares— lo de esa chica desaparecia… —le recordó, con mirada significativa. A pesar de no haber nadie por allí, el hombre apenas alzaba la voz.

  El muchacho al fin comprendió. Se había olvidado por completo de que el minero era el único, a parte de ellos, conocedor de su singular huésped.

  — Esa chica es la mima que me pedite que curara, la del brazo roto ¿verda? —inquirió el señor Andersen, preocupado.

  Jacob asintió tranquilo, confiaba en el minero y este acababa de reafirmar aquella confianza al no ir a contarle al encargado cuanto sabía de la muchacha.

  — ¿Sabíais quien era? —volvió a preguntar.

  El chico negó con la cabeza ahora indicándole con las manos que se enteraron al mismo tiempo que los demás.

  — ¿Qué vais a hace? ¿Habéis llamao a los militares pa que la lleven con su familia? —interrogo el hombre, ceñudo.

  Jacob le explicó cómo pudo que la joven no quería irse y que si intentaban obligarla a salir de la cabaña se ponía como loca.

  — Esa muchacha no parecía tar en sus cabales —manifestó el señor Andersen agitando la cabeza— Se que tará bien con vosotros, que la cuidareis lo que podáis, sobre too tú, que siempre tas cuidando de los demás —le dijo con visible aprecio y admiración— pero tened cuidao que como el ejercito se entere que ta viviendo con vosotros se pueden pensa que la tenéis secuestraa o algo así y acaba dando con vuestros huesos en una celda y ya sabes que va después —prosiguió— los militares no son buena gente y los ricachones con tal de consegui lo que quien hacen de too, si averiguan que ta en vuestra casa no se molestaran en preguntaos y os castigaran diretamente —finalizó, apoyando amistosamente su fuerte mano en el hombro del chico.

  Este le agradeció su preocupación.

  — Por mí no tengáis cuidao que no diré na a naide —aseguro el señor Andersen con sentimiento.

  Gracias, es usted un buen amigo se dijo Jacob.

  Más aliviado, el hombre se despidió y marchó a la aldea mientras el chico se volvió con el señor Grimm a seguir con su trabajo.

  Prefirió no pensar en la advertencia del curtido minero, que sabía, bien podía llegar a cumplirse. Esperaba que sus compañeros tuvieran la boca bien cerrada el suficiente tiempo como para que el ejercito dejara de rondar por aquellos lares.

  Lo sentía mucho por sus padres, le parecía que por poco que la quisieran la estarían echando muchísimo de menos, pero no podía obligar a Blancanieves, ni a irse ni a querer a su familia por noble que esta fuera.

  Mientras, los seis chiquillos regresaron solos a la cabaña, más molidos que nunca y realmente encolerizados con la trastornada jovencita.

  Al llegar a la casucha la encontraron en la penumbra de su rincón. No les miró y ellos solo, todos menos Wilhelm, le dedicaron miradas de desprecio para luego tomar asiento en torno a la mesa y repartirse la cena.

  El pequeño de la familia cogió una ración de más, como le pidió Jacob que hiciera, y se la ofreció a la chica.

  Ella despertó de su trance justo el tiempo de tomar los alimentos.

  Le dedico una tímida sonrisa de agradecimiento y volvió a sus ensoñaciones.

  — Es increíble que tengamos al alcance de la mano un montón de moneas y que no poamos conseguilas por culpa de esa loca —rezongó Christian, indignado mientras masticaba.

  — Ya viste que no poemos con ella —señaló Karl, sintiéndose molido y tan fastidiado como su compañero.

  — Me he pasao el día oyendo a los demás mineros parloteando de la suerte que sería encontra a la chica y que sus papas pagarían una barbarida a quien se la llevara —volvió a decir Christian, lleno de fastidio.

  — Yo también he oío a varios mineros y comentaban que si ellos se toparan con la chica no se la darían al ejército, que si se la dabas a ellos seguro que se quedaban la recompensa pa ellos y uno no vería na de na —comentó Ludwig.

  — Pue ser, pero teniendo en cuenta que no conseguimos sacala de casa poco importa eso, porque de cualquie manera nos vamos a queda sin moneas —gruñó Christian, con el rostro ensombrecido.

  — ¿Y si… —comenzó Hans pero al momento se detuvo volviendo la mirada hacia Wilhelm— tas dormio enano ¿por qué no te vas pal jergón? —le animo mientras los demás le observaban con miradas interrogativas sin comprender qué más le daba si el crio se quedaba sobando allí, no sería la primera vez que acababa dormi
do sobre la mesa de la cocina.

  — Quiero espera a que venga Jacob —explicó el niño entre bostezos, frotándose los pesados párpados.

  — Anda, anda, vete a dormi —le indicó Hans insistente— Jacob vendrá mu tarde y si te ve despierto se enfadara contio —le advirtió.

  Esta amenaza fue suficiente para convencer al chiquillo así pues despidiéndose del resto se fue al cuarto contiguo a descansar.

  — ¿Por qué has querio que se fuera? —interrogó Achim en un susurro, tras la marcha de Wilhelm.

  — Por que ese crio lo larga too y podría chivase a Jacob —explicó Hans, en tono conspirador.

  — ¿Chivase de qué? —preguntaron los demás todos intrigados inclinándose instintivamente hacia su compañero casi juntando sus cabezas, como si intuyeran que lo que fuera a venir a continuación requiriera que se apiñaran alrededor de la mesa.

  — De lo que os voy a propone —respondió este, bajando un poco más el tono de voz— ¿Y si atamos a la chica mientras dueme y nos la llevamos? —sugirió ocurrente Hans.

  Los demás se le quedaron mirando pensativos.

  — Ella no se enterara de lo que hacemos y así no podrá peganos —explicó el chico.

  — ¿Y cómo la sacamos de casa? —interrogo Karl, dubitativo.

  — Poemos carga con ella —respondió Hans— somos cinco, poemos de sobra con una escuálida chica.

  — Pa sacala pa fuera sí —aceptó Karl— pero pa cargala too el camino, eso ya es otro cantar, además no sabemos donde ta el castillo de sus padres, sabe Dios lo lejos que tará —rezongó, sin mucho ánimo.

  — Podríamos pedi prestaa alguna carreta —propuso Ludwig— Thomas tie una y a lo mejo él también sabe donde ta ese castillo —señaló mientras tragaba el último bocado de pan.

  — ¿Y nos va a ayudaa por su alma caritativa? —protestó Christian malhumorado— Nos peirá que compartamos la recompensa con él —aseguro codicioso.

 

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