Sangre en la nieve

Home > Other > Sangre en la nieve > Page 14
Sangre en la nieve Page 14

by Maria Parra


  — Te… te lo poemos explica —tartamudeo Christian, soltando a la muchacha. Los demás hicieron otro tanto asustados por la relampagueante mirada de su mudo compañero.

  Blancanieves quedó tirada en el suelo aun retorciéndose enajenada.

  Jacob no necesitaba explicaciones, estaba bien claro que habían intentado llevar a la chica al cuartel militar o tal vez al castillo de sus padres para obtener una recompensa por ella. Pero le daba igual a donde pretendieran llevársela, la cuestión era que no les importaba obligarla a irse con tal de conseguir unas míseras monedas.

  Christian no tuvo oportunidad de explicarse pues Jacob le agarró de la camisa y le propino un fuerte puñetazo en el ojo que quitó al muchacho las ganas de decir nada.

  Los demás se apartaron asustados deshaciéndose en disculpas.

  Jacob les arrastró de malos modos hasta el cuarto contiguo y allí les indicó con gestos presurosos que no se les volviera a ocurrir intentar hacerla daño.

  Estaba tan encolerizado que prefería no verles más delante hasta que se calmara un poco o podría hacer algo de lo que acabara arrepintiéndose.

  Sus compañeros, casi hermanos, le acababan de defraudar enormemente.

  Tras dejarles en la otra estancia, corrió a la cocina donde María Sophia seguía debatiéndose contra sus ataduras, enloquecida.

  Jacob se arrodillo junto a ella y la quitó la tela de la boca mientras angustiado veía sus lágrimas correr como un rio caudaloso por su ahora desencajado semblante.

  — Suéltame, suéltame —le rogó ella enervada.

  Él se apresuro cuanto pudo, Blancanieves no se quedaba quieta dificultándole el trabajo.

  Al cabo de unos instantes consiguió liberarla.

  La chica, instintivamente se arrastró hasta su rincón junto a la pared encogiéndose todo lo que pudo sin dejar de temblar y sollozar.

  Jacob con el corazón encogido y muy pálido intento averiguar si la habían hecho daño al atarla, si su brazo estaba bien pero ella enterró la cara entre las rodillas sin detener sus llantos.

  Sintiéndose impotente, sin saber cómo poder reconfortarla hizo lo único que podía hacer en aquel momento, quedarse a su lado.

  Así pasó el resto de la noche sentado cerca de Blancanieves deseando que pronto se recuperara.

  La jovencita, poco a poco se fue tranquilizando. No comprendía bien cuanto acababa de suceder, para ella era como una especie de confusa y horrible pesadilla que no quería que se volviera a repetir.

  Cuando sus ojos, al fin se secaron levantó la cabeza y con la mente algo más despejada observó a su alrededor, descubriendo a Jacob tirado en el suelo muy cerca de ella, profundamente dormido.

  El cansancio de la larga jornada laboral unido a la excitación de enfrentarse a sus compañeros le había dejado tan rendido que sin quererlo acabó en los atrayentes brazos de Morfeo.

  Blancanieves se quedó mirándole fijamente.

  Era extraño, aquel chico sucio, vulgar y terriblemente imperfecto le parecía ahora un poquito más tolerable. No era su maravilloso príncipe, por supuesto, pero aun así, su mente a un nivel instintivo era capaz de apreciar lo que acababa de hacer por ella.

  La había salvado.

  — Gracias —musitó.

  Los cinco jóvenes conspiradores no fueron capaces de pegar ojo, unos sintiéndose culpables y la mayoría por la rabia de ver como las monedas y un futuro mejor se les acababa de escapar de las manos.

  Al asomar el sol por el horizonte, se apresuraron a salir de la casucha. Lo mejor sería esquivar todo lo posible a Jacob hasta que el enfado se le pasara o podrían acabar recibiendo más golpes.

  20

  Cuando Wilhelm despertó a Jacob, este se sobresalto y buscó con mirada nerviosa a Blancanieves. Esta dormía muy cerca de él.

  Parece tranquila respiró aliviado.

  Se levantó y luego cubrió a la joven con el abrigo que había quedado olvidado tras el intento de rapto.

  Sé que debes estar enferma pero a pesar de ello, me pareces muy valiente pensó contemplándola con intensidad.

  Después, le preguntó al niño con signos donde estaban los demás. Aun sentía hervir la sangre cuando pensaba en lo que habían intentado hacer.

  — No taban cuando me desperté —respondió este, no se había enterado de lo sucedido durante la madrugada.

  Jacob suspiró dejando caer los hombros y tras un apresurado desayuno el chiquillo y él marcharon a la mina.

  El muchacho le dejó su ración a Blancanieves.

  No puedo volver a faltar horas al trabajo, se lo prometí al señor Grimm pero me asusta dejarte sola con ellos pensó afligido deseando acariciar su oscuro pelo.

  Mas no lo hizo temeroso de despertarla y alterarla.

  Los cinco chicos intentaron esquivar a Jacob en la mina, no parecía tarea difícil en un lugar tan grande y entre tantos trabajadores pero Jacob se ocupo de buscarles antes de finalizar la jornada.

  Christian comenzó a sudar al verle venir.

  Intentaron escabullirse pero el joven fue más rápido y no tuvieron ocasión de zafarse.

  Este les hizo gestos con expresión muy seria advirtiéndoles que no se atrevieran a volver a intentar algo contra Blancanieves y que se olvidaran de una vez de intentar conseguir cuatro monedas a cambio de torturar a una pobre chica enferma.

  Ellos callaron aguantando la muda reprimenda pero poco calaba en sus corazones el mensaje de Jacob.

  Todos prometieron dejarla tranquila pero no todos lo dijeron de corazón.

  — Maldita chalaa —farfulló Hans, irritado mientras recorrían el sendero que les acercaba a casa— Ahora podríamos ser casi ricos y deja de partinos el lomo en la mina —lamento en voz queda.

  — Mejo deja de calentate la cabeza —le sugirió Ludwig, susurrando para que Wilhelm que correteaba alegremente unos pasos por delante no les oyera— Lo intentamos y no funciono. Qué le vamos a hace. Tendremos que segui en la mina hasta ahorra pa inos a otro lao.

  — ¿Y cuando crees que será eso? —inquirió Hans irónico— Mira los años que llevamos en la mina y apenas tenemos cuatro ahorros. No volveremos a tene otra oportunida como esta, las locas ricas no caen de los árboles —gimoteo descorazonado.

  — Pues entonces volvamos ha intentalo —intervino Christian con gesto serio y rozándose con la punta de los dedos el morado de su ojo.

  — ¿Pero qué dices? —saltaron los demás alarmados.

  — ¿Tú quies que acabemos como tú? ¿Con un ojo o los dos moraos? —increpó Achim.

  — Ya has visto el cabreo de Jacob —señaló Karl— Tú más que ninguno deberías quere deja en paz a la chica. Yo no le había visto tan enfadao en la via, pa mí que si volvemos a intenta llevánosla o siquiera molestala nos echa de la casa —dijo convencido.

  — Somos su familia, no nos echaría, le conozco bien y es demasiao bueno —replicó Christian, tozudo— nos chillaría y hasta nos podría zurra un poco pero echanos nunca —afirmó.

  — Da lo mismo, olvidémoslo ya —gruñó Achim, molesto— esa chalaa solo nos da problemas.

  — Por eso precisamente mejo nos libramos de ella —insistió Christian, él no estaba dispuesto a dejar el tema.

  Estaba harto de la mina, de partirse la espalda, de ser asquerosamente pobre y además estaba enfadado con Blancanieves por irrumpir en sus vidas con sus ataques de locura, y con Jacob por defender tanto a una desquiciada desconocida y por predicar la honestidad desde la mesa del cómodo despacho del capataz.

  Cierto era que el muchacho llegaba a la cabaña más tarde que ninguno de ellos pero estaba claro que era el ojito derecho del señor Grimm y que este le hacía trabajar cada vez más en la oficina y menos en las húmedas profundidades de la mina.

  — Nos aguardaremos un tiempo y luego lo volvemos a intenta —continuo Christian.

  — Y volverá a soltase, a ponese a chillar y nos la volveremos a gana —vaticinó Karl.

  — Intentaremos sacala de la casa de otra manera —replicó Christian, malhumorado.

  — ¿Cómo? —quiso saber Ludwig.

/>   — No sé, ya lo pensaremos —gruñó Christian— pero no pienso desisti y si no me ayudáis lo hare por mi cuenta y no compartiré la recompensa con vosotros —amenazó a sus compañeros.

  Los demás comenzaron a quejarse y replicar todos a un tiempo enfadándose los unos con los otros como niños pequeños peleando por un juguete.

  Al final, llegaron a la casucha y se pusieron a cenar.

  Tras murmurar, rezongar y lanzar miraditas a Blancanieves que permanecía en su rincón admirando la preciada miniatura colgaba de su cuello, decidieron dejar de discutir el tema, esperar a que Jacob se olvidara de lo que habían hecho y luego ya ver cómo podían conseguir llevar a la joven al castillo de sus padres.

  El paradero de María Sophia seguía siendo un secreto y seguro que cuanto más tardaran en recuperar los von Erthal a su hija más agradecidos estarían a sus salvadores y más generosos se mostrarían con ellos.

  Aquella noche al llegar Jacob a la casa, cargado con el candil, un misterioso paquete y el resto de helechos para preparar el jergón de su singular invitada, a pesar de la inquietud que le recorría, deseando comprobar que estaba bien no quiso regresar a la vivienda con las manos vacías; la pobre chica ya llevaba bastante teniendo que dormir sobre el duro suelo; se encontró a la muchacha aun despierta. Cosa que le produjo una gran sorpresa.

  Preocupado, temiendo que algo malo hubiera sucedido, soltó su carga en mitad de la cocina, se acerco veloz e intento preguntarla con gestos.

  Blancanieves le observo sin entenderle y no pronuncio ni una palabra pero Jacob se dio cuenta de que mantenía los ojos fijos en él. Hasta el momento nunca le había mirado por tanto rato y su expresión era serena, como si no le disgustara su presencia.

  El chico sonrió tímidamente y notó subir el calor a sus mejillas.

  Cenó junto a ella en el silencio de la penumbrosa cocina y luego se puso a la labor de prepararla su jergón. Mientras María Sophia le contemplaba con cierta curiosidad, Jacob reunió todos los aromáticos helechos a su lado, apretándolos y colocándolos de modo que conformaran un irregular pero mullido rectángulo del tamaño de su futura dueña. Después, desenvolvió el paquete que había traído consigo dejando al descubierto una amplia pieza de tela de un tono tostado. El tejido, de trama gruesa era rustico pero resistente, perfecto para el propósito.

  El joven sin tiempo para ir al pueblo a comprar el tejido necesario para el jergón y no queriendo enviar a alguno de sus compañeros, no fueran a abrir la boca de más, se vio forzado a pedir a uno de los mineros que le hiciera el favor de adquirirla por él, por supuesto abonándole el pago correspondiente.

  Tras estirar y sacudir un poco la tela la colocó bien lisa sobre el montículo de helechos metiendo los bordes por debajo de las plantas formando así un sencillo colchón.

  Ya está listo se dijo contemplando su trabajo satisfecho.

  A continuación, invitó con gestos a la chica a echarse en él.

  Esta comprendiendo que aquello era una especie de lecho, hizo lo que le pedía y se tumbó descubriendo que aunque por supuesto no era como la cama de la lujosa alcoba que se hallaba ahora vacía en el castillo de los von Erthal, era bastante agradable. Sin duda mucho mejor que el suelo, más blando, el tejido parecía bastante limpio y la agradó el olor a frescor.

  Al cabo de unos instantes Blancanieves, sin abrir la boca, se arrebujo dispuesta a descansar.

  Jacob tomó su reacción como una aprobación y aunque no hubiera recibido ni un sencillo “gracias” por su trabajo una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

  Recogió su abrigo del suelo, donde la muchacha lo había dejado abandonado y se lo echó por encima.

  Así estarás más calentita.

  Le dedico una nueva sonrisa y por último restregándose un ojo muerto de sueño se echó en el suelo, al lado del jergón esperando que María Sophia le permitiera dormir allí. No tenía ganas de encontrarse con los demás.

  Sus miradas se cruzaron y un instante después ella cerró los ojos. Jacob, entendiendo su tranquila actitud como una aceptación siguió su ejemplo.

  Al poco ambos dormían profundamente.

  Con monotonia fueron transcurriendo los días. Los muchachos procurando cruzarse lo menos posible con Jacob fingiendo haberse olvidado de sus planes. Jacob, por su parte, trabajaba de sol a sol, esquivando a su vez a sus casi hermanos y disfrutando en secreto de los breves momentos en que por las noches encontraba a Blancanieves despierta y podía estar a su lado y dormir cerca de ella. Y la chica seguía pasando el tiempo sumida en sus ensoñaciones aguardando la llegada de su perfecto príncipe hasta que una mañana algo cambio.

  Al despertar e incorporarse dirigió la mirada hacia el lugar donde siempre la dejaban el desayuno pero esta vez soltó un gritito de repugnancia al ver su ración.

  Sobre la rebanada de pan había una oscura y gigantesca araña que parecía querer adueñarse de su alimento.

  Dio una patada a la rebanada intentando alejar lo más posible de ella la repugnante criatura. Ya no podía llevarse a la boca el contaminado pan.

  Sintiendo arcadas miró a su alrededor observando toda aquella mugre, para ella evidente caldo de cultivo de insectos y otros seres reptantes de pequeño tamaño.

  Allí nadie limpiaba. No existía servicio como en el castillo de los von Erthal, los chicos ni se planteaban ponerse a fregar la casa al llegar reventados de la mina y Jacob llegando aún más tarde que los demás tenía menos ganas que nadie de hacer semejantes tareas. Así pues cada día se acumulaba más y más, el polvo y la suciedad.

  Incapaz de soportarlo un instante más, Blancanieves se puso en pie y buscó el cubo de agua y algún paño.

  Sin siquiera haber metido algo en su organismo y con un brazo en cabestrillo se puso a limpiar aquella casucha como una loca.

  Durante todo el día, frotó con obsesiva energía cada rincón, hasta caer rendida. Aun así con el agua del cubo y el paño negros, contemplando el lugar tras su paso, le pareció aún muy sucio.

  — Mañana seguiré limpiando —se dijo decidida. Lograría hacer de aquella casa un refugio aceptable— no quiero que mi príncipe crea que le he esperado en un estercolero —susurró preocupada.

  Al llegar los chiquillos a la cabaña, entre la deficiente iluminación y el poco interés de los recién llegados ni se dieron cuenta de la profunda limpieza que María Sophia había llevado a cabo.

  La lanzaron una fugaz mirada para asegurarse de que seguía en la vivienda y luego se pusieron a cenar.

  Ella les ignoró de igual manera, como siempre hacia, excepto a Wilhelm.

  Sin embargo cuando llegó Jacob, horas más tarde, se puso en pie y le dijo resuelta:

  — Necesito más agua.

  Y le señaló el cubo lleno del sucio líquido.

  Jacob se quedó sorprendido. Le estaba hablando, otra vez.

  Este miró el cubo sin comprender bien, tampoco él se había dado cuenta del cambio en el interior de la cabaña, claro que acababa de entrar por la puerta.

  — Este sitio estaba asqueroso. He limpiado pero necesito más agua —explicó María Sophia con insistencia.

  Entonces Jacob dando algo más de gas a la lámpara observó la cocina. Abrió los ojos pasmado al descubrir la sala increíblemente limpia, casi relucía aquel viejísimo suelo y los escasos muebles de la estancia.

  ¿Y tú quieres limpiar más? Se pregunto incrédulo pero si esta todo brillante.

  Jacob quiso agradecerle el esfuerzo y asegurarla que no necesitaba seguir limpiando pero como ella no le entendía y no era hora para despertar al pequeño Wilhelm para hacerle ejercer de traductor de sus notas, se limitó a sonreír afirmando con la cabeza.

  Blancanieves se volvió a sentar, estaba muy fatigada después de pasarse buena parte del día de rodillas restregando el suelo.

  — Cuando despierte mañana quiero ver agua limpia —demandó.

  Jacob volvió a afirmar y su sonrisa se ensanchó, complacido por verla más despierta y habladora.

  Se sentó a su lado disfrutando secretamente de su cercanía, cenó, ofreciéndole parte de su
ración, la cual ella aceptó silenciosa y luego los dos se tumbaron a dormir.

  Nada mas despertar, Jacob cortó una rebanada de pan y salió afuera con ella entre los dientes cargando con el cubo de agua sucia. Tiró el líquido sobre la hierba y se fue al rio para traer agua limpia a la joven.

  Cuando Blancanieves despertó encontró, como pidió, agua cristalina en el cubo y el trapo libre de mugre. Jacob lo había frotado en el rio, hasta dejarlo lo más limpio posible.

  Una vez más la chica se pasó buena parte de la jornada restregando, frotando y eliminando hasta la última partícula de polvo.

  A media tarde, rendida, jamás había trabajado tanto en su vida, se dejó caer en su rincón observando su obra.

  Seguía sin parecerle bien limpio pero ahora podía considerar que estaba casi aceptable. Al menos tolerable. Podría soportar ese nivel de suciedad.

  Más tranquila, pasó las horas restantes admirando el retrato del príncipe niño mientras murmuraba por lo bajo y de cuando en cuando pensaba en las lecciones de su difunta madre. Aunque, curiosamente, en aquellos últimos días no pensaba tanto como antes en ella.

  21

  Los seis muchachos entraron en tropel al anochecer, sacudiéndose la lluvia del pelo y la ropa, estaba cayendo un buen aguacero y llegaban empapados y con los pies embarrados.

  — ¡Cerrad la puerta! —vociferó alarmada Blancanieves nada más verles aparecer observando como el frío aire y el agua se introducían en su refugio.

  Miró alternativamente el suelo y a los recién llegados, y a los pocos instantes uno de sus ataques comenzó. No podía tolerar el barro ensuciando el suelo y aquellos chiquillos mojándolo todo.

  Comenzó a increparles a grito pelado exigiéndoles que dejaran de manchar. Entre insultos los empujaba hacia el otro cuarto mientras ellos perplejos la chillaban a su vez, fastidiados por sus locuras.

 

‹ Prev