Sangre en la nieve

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Sangre en la nieve Page 22

by Maria Parra


  Cierto era, que desde que había acabado en aquella casucha su pelo no había recibido las atenciones de antes y que si se paraba a observarlo descubría que estaba algo revuelto y había perdido parte del brillo de antaño. Pero cada vez pensaba menos en su apariencia, aquella obsesión poco a poco de estaba diluyendo sin embargo, el hecho de pedirla que se desprendiera de sus cabellos ahora la provocaba una notable aprensión.

  El muchacho le indico con signos que era algo necesario.

  No te preocupes volverá a crecer.

  — Solo es pelo —intervino Karl— y no sé cómo no te estorba toa esa maraña —apuntó el chico.

  — Pero seré muy fea con el pelo como el vuestro —señaló la jovencita retrayéndose.

  Jacob se arrodilló junto a ella y le acaricio el rostro mientras sonreía.

  Tú serás siempre preciosa.

  Aquella mirada pareció darla la resolución necesaria para aceptar desprenderse de su melena y aun con algo de inseguridad afirmó con la cabeza.

  Así pues, el muchacho la animó a sentarse en una de las sillas de la cocina y se puso a la tarea mientras los demás observaban silenciosos, sin estar muy convencidos de que a pesar de dejar su pelo corto la gente se fuera a tragar que era un varón.

  Compungida y mordisqueándose nerviosa el labio inferior María Sophia miraba en silencio como el pelo iba cayendo al suelo a su alrededor según Jacob realizaba el rasurado. La muchacha hasta derramó alguna fugaz lágrima al ver como perdía parte de su belleza. Sin embargo, estaba aceptando semejante sacrificio por aquel chico desarrapado pero que la hacía sentirse bien.

  Al cabo de un rato, Jacob detuvo su trabajo de trasquilado y se alejo unos pasos observando a la joven.

  Sonrió muy satisfecho.

  Qué guapa, estas.

  — ¿Has terminado? —quiso saber Blancanieves, ansiosa.

  Jacob afirmó con la cabeza.

  Ella se llevó las manos al cuero cabelludo.

  — Que corto parece —comentó compungida.

  — Ahora lo ties tan corto como nosotros —dijo Wilhelm revolviéndose su propio pelo, divertido.

  Ella suspiró resignada, ya nada se podía hacer.

  — ¿Y ahora ya parezco un chico? —preguntó al grupo intentando no mirar al suelo donde yacía su belleza perdida.

  — A mi me sigues pareciendo una chica —reconoció Ludwig.

  — Bueno… menos pinta de chica que antes si que tien —observó Achim torciendo el gesto.

  — Pa mi que no va a cola —le dijo Karl a Jacob— el seño Grimm se va a da cuenta —le previno.

  Jacob negó con la cabeza y corrió a la otra estancia.

  Regresó con una gorra y se la puso a Blancanieves calándosela bien, de modo que la visera le tapara parte de la cara.

  Miró a los demás en busca de su opinión.

  — Así disimula un poco má —reconoció Hans.

  — ¿Entonces ya soy como un chico? —volvió a preguntar ella.

  — Al menos hasta que abras la boca —comentó Ludwig notando el detalle de su voz.

  Blancanieves tenía una voz delicada, primorosa para una doncella pero no se parecía mucho precisamente al tono de un muchacho.

  — Poemos deci que es muda —propuso Wilhelm con inocencia— bueno, mudo —se corrigió.

  — ¿Otro mudo? —intervino Achim con extrañeza— ¿Demasiaos mudos en una mina, no? —soltó con sorna.

  Ciertamente, iba a ser algo excesivamente llamativo cómo para que nadie se lo creyera, aun así Jacob agradeció la propuesta al voluntarioso niño.

  Después escribió una nota y se la entregó a uno de sus compañeros.

  Ella les miraba a todos temerosa, a ver si después de renunciar a su melena al final no podía ir con Jacob por no conseguir parecer un muchacho.

  — Jacob dice que te enseñemos a habla como un chico —le informó Karl.

  Y así todos pasaron a darla consejos. Que debía intentar hablar con un timbre más profundo y dejar de hablar como una señorita, la gente normal se comía las letras y no pronunciaba tan clarito.

  La jovencita iba siguiendo sus consejos e intentaba imitar sus voces.

  Para cuando se medio convencieron de que su voz podía pasar siempre que procurara hablar lo mínimo posible, se percataron de que andaba como una chica y en general se movía como una princesita, que al fin y al cabo era lo que siempre había sido.

  Así, los muchachos se pusieron a la tarea de con rapidez hacerla olvidar todo cuanto le instruyó su madre.

  — Tiens que dar pasos más largos —le repetía Karl haciéndola caminar en el exterior.

  Se habían tenido que trasladar fuera pues en la casa no había espacio para practicar aquellas apresuradas lecciones de cómo ser un chico.

  — Y no vayas tan tiesa —le dijo Achim— tiens que encorvarte más.

  — Y mejo mete las manos en los bolsillos que no te vean esas manicas de señoritinga —apuntó Ludwig.

  Blancanieves, fue siguiendo cada instrucción aunque aquello le pareciera muy incomodo.

  Al rato de darse paseos de un lado a otro ante los muchachos que estudiaban su técnica, estos parecieron quedar medio satisfecho.

  — Pue pasa —suspiró Achim, resignado.

  — Con mucha suerte pue que nadie lo note —dijo Karl.

  Jacob la abrazó sonriente.

  ¿Ves? Darás perfectamente el pego.

  La jovencita se sintió algo más segura al verle tan contento.

  — Aun así ahí algo que no me convence —rumió Ludwig, analizándola.

  La ropa era amplia y disimulaba sus formas femeninas, de todos modos María Sophia no era una joven exuberante. El pelo le restaba feminidad y la gorra le tapaba parte de la cara disimulando sus rasgos de chica. Su voz sería pasable al igual que sus andares. Y sin embargo, había algo que fallaba y el chico no lograba dar con ello.

  — Ya se —saltó Ludwig, de pronto— estas demasiao limpia —dictaminó.

  Sin más cogió un par de puñados de tierra y se la tiró, tan fresco, por encima ensuciando su ropa, sus manos y su cara. Mientras, ella muy sorprendida ponía una expresión de profundo asco.

  — Ahora mucho mejo —dictaminó, retrocediendo unos pasos, una vez concluido su trabajo como ensuciador para observar mejor su obra.

  — Pues es verdad, así mejo —comentaron los demás.

  Blancanieves se miró las manos ennegrecidas con pena, sintiendo ganas de echarse a llorar.

  La asquerosa suciedad, ahora la tenía por todas partes.

  Iba superando su aversión a la mugre pero aquello parecía ser demasiado para la chica.

  — Debo estar horrible —murmuro notando como las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

  Jacob se apresuro a tomarla de las manos y mirarla a los ojos. La dio un beso en una de sus polvorientas mejillas. Le hubiera gustado besarla en los labios pero le daba algo de vergüenza hacerlo delante de sus compañeros.

  Estas perfecta, le dijo con la mirada, eres tan bonita sucia como limpia.

  Y una brillante sonrisa se dibujó en su cara.

  La joven pareció tranquilizarse. No entendía el poder que ejercía aquel muchacho sobre ella pero lo cierto es que estaba logrando que hiciera cosas que antes le hubieran parecido imposibles.

  — Eso sí como se ponga a lloriquear en la mina tol mundo se dará cuenta que es una chica —saltó Achim rompiendo el romántico instante entre la pareja.

  — Eh, ya es tarde nos deberíamos ir pal trabajo —les informó Karl observando la posición del sol.

  Con la cosa de enseñar a Blancanieves como ser un sencillo y desgarbado joven ni se habían dado cuenta de cuan rápido pasaba el tiempo.

  Entonces Jacob corrió al interior de la cabaña para recoger su abrigo y ayudó a la muchacha a ponérselo. Con él sería aun más fácil disimular su feminidad.

  Luego la tomó de la mano para infundirla valor.

  ¿Preparada?

  Ella le miró insegura pero entendiendo.

  — No —reconoció en un susurro— pero vámonos —indicó
. Mejor no se lo pensaba más o echaría a correr y se acurrucaría en su rincón de la cocina.

  De modo, que el grupo emprendió el camino con paso acelerado.

  Blancanieves, caminaba más despacio y la pareja acabó quedándose en la cola de la marcha.

  No estaba acostumbrada a hacer ejercicio y menos a ese ritmo pero sobre todo la costaba luchar contra aquella angustiosa sensación que la asaltaba al verse rodeada de tanto bosque y tanto aire.

  Jacob la animaba con gestos y a ratos la tomaba de la cintura para infundirla seguridad.

  Cada paso era un reto para la jovencita pero a pesar de la aprensión y el esfuerzo lo estaba haciendo. Aquella mañana estaba llevando a cabo un montón de cosas que nunca creyó poder asumir.

  33

  Tras una larga caminata llegaron a la explotación minera.

  Los chicos rodearon a la pareja antes de acercarse a la entrada donde cada cual tendría que ir a su zona de trabajo.

  — Recuerda habla lo meno posible.

  — Y cuando lo hagas, habla como ronca.

  — Y comete las letras.

  — Y encórvate.

  — Y procura baja la cabeza pa que los mineros no vean bien tu cara.

  Y así atropelladamente los muchachos la recordaban las múltiples acciones que debía llevar a cabo si no quería ser descubierta.

  — ¿Y cómo se va a llama? —saltó de pronto Wilhelm.

  Todos se le quedaron mirando sorprendidos.

  — ¿Qué pasa, que he dicho? —preguntó el crio preocupado al ver las caras del grupo.

  — El nombre, es verdad —musitó Ludwig.

  Ninguno se había dado cuenta de ese detalle, ni siquiera Jacob. Tenían que buscarle un nombre a la muchacha, no podían llamarla Blancanieves en la mina, no era precisamente un nombre muy masculino.

  De modo que, los chicos comenzaron a proponer nombres, aunque con los nervios tampoco se les ocurrían muchos.

  — Philipp —murmuró ella y los demás se callaron— es el nombre de mi padre.

  Jacob sonrió apoyándola.

  De modo, que Blancanieves de ahora en adelante pasaría a ser Philipp.

  — ¿Y qué vas a decile sobre ella al capata? —quiso saber Ludwig— bueno, sobre él —se corrigió recordando que a partir de ese momento todos debían de tratarla como a un varón.

  Jacob le hizo unos gestos despreocupado, sabía que decirle, no tendría problemas con el señor Grimm.

  Como todo parecía resuelto y ya llegaban algo tarde los chicos le desearon buena suerte a Blancanieves y se fueron corriendo.

  Jacob la tomó por los hombros animoso y juntos se internaron en la explanada donde los mineros ya estaban atareados yendo de aquí para allá, unos preparándose para introducirse en los profundos túneles y otros ocupando sus puestos en las labores que se llevaban a cabo en la superficie.

  Quisiera haberla podido llevar de la mano pero puesto que ahora era un chico, iba a llamar mucho la atención a la tropa de hombretones que laboraban allí si veían a dos muchachos cogiditos de la mano.

  El corazón de María Sophia latía desaforado y lanzaba preocupadas miradas a aquellos individuos tan grandes, tan sucios y de aspecto tan atemorizante, al menos para ella, una doncella que siempre vivió rodeada de belleza y pulcritud.

  El mudo joven la condujo hasta la caseta del capataz. Llegaron sin tener ningún contratiempo, los hombres pasaron a su lado saludando al chico y algunos lanzando alguna mirada a su acompañante pensando que sería algún nuevo muchacho que iba a empezar a trabajar en la mina. Pero nadie pareció ver en Blancanieves a una chica disfrazada de chico.

  Ya en el interior del pequeño despacho el señor Grimm recibió a su ayudante complacido de verle aquella mañana con tan buen aspecto pero algo sorprendido al encontrar a su lado al desconocido jovencito.

  Blancanieves se quedó inmóvil entre aquel desorden, asombrada ante semejante desbarajuste mientras Jacob le escribía una nota al capataz donde le explicaba quien se suponía que era aquel chico.

  Jacob le contaba en el papel que hacia un tiempo que tenían acogido a Philipp en su casa. Que era uno de tantos chicos sin familia que deambulaban de un lado a otro buscándose un medio de sobrevivir. Había llegado a la zona en busca de trabajo pero debilitado por las penurias del viaje se había enfermado y cuando le encontraron en tal estado lo acogieron y lo estuvieron cuidando.

  Y como ahora ya estaba algo mejor creía que podría empezar a trabajar en la mina pero como aun estaba algo débil y a pesar de no saber leer era listo, que había pensado en que podía ayudarle a él que ya tenía mucha labor con todos aquellos papeleos.

  El señor Grimm, tras leer la nota enarcó una ceja y le echó una atenta ojeada al muchacho desconocido.

  Mientras, Philipp agachó la cabeza con desasosiego y aguanto como pudo el escrutinio conteniendo la respiración.

  El mozalbete se veía flaco y pálido, a pesar de la tierra que Ludwig le había restregado a la chica. El encargado pensó que ciertamente tenía aspecto enfermizo y que no parecía muy adecuado para el trabajo en el interior de la mina. Con la pérdida de Christian que aunque laboraba a disgusto era un minero que cumplía bien con su tarea, necesitaba a un adecuado sustituto pero ese chico no aguantaría el duro ritmo de picar en los túneles inferiores.

  Mas si Jacob necesitaba aquel favor estaba dispuesto a darle una oportunidad al nuevo muchacho.

  — Muy bien, puede quedarse aquí y ayudarte en lo que te parezca —aceptó el capataz— dejo a tu cargo y responsabilidad a… Philipp ¿verdad?

  Blancanieves asintió con la cabeza, saliendo de su ensimismamiento y recordando lo de procurar no hablar.

  Jacob le dio un apretón de manos a su mentor profundamente agradecido, más de lo que el hombre se podía imaginar. Todo estaba saliendo a pies puntillas. Ahora podría pasar todo el día junto a su amada y además conseguir que se le fueran quitando sus miedos. También cuando pasara un poco de tiempo y el señor Grimm ya se acostumbrara a ver al falso muchacho por allí, le convencería de que le diera unas lecciones de leer y escribir, con la escusa de que le pudiera ayudar más y de paso instruirle un poco.

  — Tú sabrás mejor que yo en que te puede aligerar el trabajo así que te ocuparas de él —le indicó el hombre a Jacob— pero vigila todo lo que haga hasta que estés seguro de que lo hace bien, recuerda que las cuentas deben cuadrar perfectamente y que tú serás el responsable si él hace algo mal —le advirtió.

  Jacob aceptó la responsabilidad con gusto, era precisamente lo que quería, ser él quien se encargara de enseñar y dar ocupación a Blancanieves, así el señor Grimm no la prestaría atención y él podría darla labores sencillas.

  — Voy a los túneles, tengo cosas que hacer —le comunicó a continuación al chico— en tu mesa tienes tus tareas.

  Y así el hombre salió de la caseta dejándolos solos. Todas las mañanas el capataz hacia una revisión entre algunos de los grupos de trabajo, lo cual le llevaba unas cuantas horas, tiempo en que la pareja estaría sola y Blancanieves tendría la oportunidad de ir adaptándose al cambio.

  Ahora que estaban solos Jacob la abrazó y sus labios se fundieron con los de ella en un tierno beso, sintiéndose lleno de orgullo por cómo había superado aquella prueba.

  María Sophia aceptó sus cariñosos gestos reconfortada por aquella placentera sensación que la recorría cuando él la besaba.

  A ver qué tarea te busco pensó luego el muchacho separándose un poco de ella y dirigiéndose a su escritorio.

  — Este lugar da asco —dijo Blancanieves, ya no podía aguantarse más. El hecho de que el despacho fuera de unas dimensiones tan reducidas, tras la caminata por el paraje boscoso, con sus árboles, su cielo y su aire, le agradaba y le hacía sentirse más segura pero todo aquel desorden y suciedad le parecían insoportables.

  El chico observó a su alrededor para luego mirarla con gesto algo avergonzado.

  Es verdad que está algo desordenado admitió para sus adentros.

  Entonces la chica se quitó el abrigo y se puso a la difícil tarea de ordenar
todo aquel desbarajuste.

  Jacob sonrió al ver que al final ella misma había buscado que hacer y estaba seguro de que dejaría el despacho irreconocible, claro que luego tendrían que aprenderse de nuevo donde estaban las cosas.

  Risueño, se sentó a su mesa y se sumergió en el libro de cuentas. Cada uno tenía su tarea.

  Cuando el señor Grimm regresó a la caseta horas más tarde se quedó asombrado al ver el aspecto que presentaba el lugar. Aun le quedaba mucho por ordenar a María Sophia, aquel desorden requeriría un par de días de intensa labor pero parte del suelo ya estaba despejado. Para llegar hasta su mesa el hombre ya no tendría que ir dando saltos esquivando los montones de libros y papeles.

  La jovencita se paró al notar su presencia, poniéndose alerta. Jacob también levantó la mirada aguardando a ver como reaccionaba su mentor.

  — Puedes continuar —farfulló este, acompañando sus palabras con un gesto de la mano, algo incomodo al notar los ojos de los dos muchachos clavados en él.

  Se fue hasta su escritorio y se puso a su tarea pegando las narices a sus libros y papeles.

  Jacob miró a Blancanieves que buscaba sus ojos. La sonrió animándola con un disimulado gesto a que siguiera con lo que hacía como si el capataz no estuviera allí.

  Ella respirando profundamente le hizo caso y procuro centrarse en el polvo y el desorden.

  Cuando terminaba la jornada laboral de la mayor parte de los mineros Jacob se llevó a fuera a María Sophia para juntos despedir a los demás chiquillos.

  Al salir del despacho, que ya estaba mucho más presentable, se vieron rodeados por sus compañeros que les aguardaban ansiosos desde hacía unos minutos.

  — ¿Qué ha pasao? —interrogó en un susurro Achim.

  — ¿El capataz no se ha dao cuenta? —quiso saber Hans.

  Todos estaban ávidos por descubrir si aquel disparatado engaño estaba funcionando.

  Jacob les explicó entre signos que todo iba a la perfección, el señor Grimm no había notado nada raro y dejaba que estuviera trabajando con él.

  — Estoy limpiando esa pocilga —declaró ella.

 

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