Sangre en la nieve

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Sangre en la nieve Page 25

by Maria Parra


  — Sí, no me importa —afirmó ella y realmente así lo sentía, no la importaba quedarse atrapada o que la sucediera lo que fuera con tal de estar junto a Jacob.

  — Buen chico —le felicitó el capataz y entre varios ayudaron a la jovencita a llegar al agujero.

  Con algo de dificultad, era estrecho incluso para ella, y llevando por delante la bolsa, no había espacio para poder llevarla colgada, comenzó a rectar por el angosto paso.

  La bolsa que iba empujando con las manos como podía le dificultaba el movimiento y las rocas se le clavaban en la piel pues la camisa no la protegía gran cosa.

  Desde el otro lado algunos hombres lo animaban a seguir esperando agarrarlo lo antes posible para sacarlo de allí. Lo que no le había dicho el señor Grimm por no asustarla más era que como todo estaba muy inestable el muro se podía mover estando ella en el túnel con lo cual podía quedar aplastada por las rocas.

  Ya comenzaba a acercarse al final de aquella estrecha oquedad cuando comenzó a caer polvillo a su alrededor y una piedra le cayó en la cara.

  Ella gritó e intento llevarse las manos a la zona herida pero aquella estrechez no la permitía hacer semejantes movimientos.

  La piedra había sido pequeña pero estaba afilada y la hirió en un ojo.

  Notaba un dolor abrasante en él, no podía abrirlo y sentía como algo caliente rodaba por su mejilla.

  Los hombres del otro lado, alarmados, temiendo que todo se fuera abajo otra vez y el chico quedara hecho puré, metieron los brazos en el agujero estirándose al máximo. Alcanzaron la bolsa que sacaron presurosos para luego poder ir por ella. Volvieron a estirarse hasta lograr tomarla una mano para luego tirar de Blancanieves con fuerza.

  Sintió como si fueran a arrancarla el brazo pero los mineros sabían que no era momento de andarse con delicadezas y consiguieron sacarla de allí justo a tiempo.

  Unos instantes después parte de las rocas se desprendieron volviendo a quedar atrapados e incomunicados.

  — No te apures chico, harán otro agujero pronto —le dijo uno de los mineros sorprendentemente animoso ayudándola a ponerse en pie.

  — ¿Jacob? —preguntó en un susurró casi sin aliento, tapándose el ojo herido que le resquemaba horrores. Entre los dedos se escurría la sangre.

  — Allá —le indicó uno de los hombres— pero deja antes que te miremos esa heria —le pidió.

  Pero Blancanieves les ignoró y se abrió camino entre ellos, medio mareada.

  Jacob la contemplo incrédulo al verla aparecer.

  ¿Pero?

  La muchacha sonrió abiertamente y se lanzó a sus brazos desfallecida y llena de felicidad, sin importarle si les miraban los demás o no.

  ¿Qué haces tú aquí? se pregunto desconcertado apretándola contra él, dichoso de volver a verla aunque preocupado de que estuviera en aquel lugar y ahora encerrada con ellos.

  Jacob se percató de que estaba herida y alarmado le apartó la mano para poder evaluar el daño.

  — Me cayó una piedra cuando pasaba —le explicó entre quejidos— el señor Grimm me dio una bolsa con medicinas y comida, ahora la tienen los hombres —le dijo señalando a los demás mineros.

  A continuación, el chico dejándola allí un momento, corrió a por los medicamentos que seguían en el morral.

  — Ya les oímos pica del otro lado —le comento uno de los mineros comenzando a sacar las viandas— enseguida volverán a hacer otro agujero y podremos sali —dijo elevando la voz para que Karl le oyera, dedicándole un pícaro guiño.

  El chico aguantaba con estoicismo pero ya se le veía muy débil.

  — Ya empezaba a tene gazuza —finalizó el minero bromeando, mostrando una admirable calma. Lo cierto era que ya había pasado por aquella experiencia varias veces y siempre había tenido la suerte de salir ileso.

  Después, el mudo joven regresó junto a Blancanieves mientras los otros mineros comenzaban a picar y apartar rocas por su lado para acelerar y ayudar a los de fuera.

  Jacob le puso a la muchacha un trapo en el ojo para detener el sangrado y se volvió hacia Karl, darle algo que le aliviara el dolor resultaba más urgente.

  Le hizo tragar una especie de pasta, le dio un poco de agua para refrescarle y secó el sudor que empapaba su frente. El chico pareció quedarse como dormido.

  — ¿Cómo está? —inquirió María Sophia en un susurro mientras Jacob le volvía a mirar el ojo con más atención.

  El chico la explicó por signos que si podían salir de allí pronto se recuperaría sin mayores problemas pero si aun tardaban varias horas…

  El muchacho intento eliminar algunos pequeños fragmentos de roca que habían quedado en la herida de la jovencita y limpiarla todo lo posible con un poco de agua. Eso alivio ligeramente el dolor y ya apenas sangraba.

  Hecho esto, le volvió a tapar la herida indicándola que mantuviera la mano sujetando el paño.

  La acaricio la mejilla apenado, por su culpa se había hecho daño. Y a lo mejor se quedaba hasta ciega de ese ojo.

  Recordando la miniatura que seguía guardada en uno de sus bolsillos, la extrajo y se la ofreció a Blancanieves.

  Lo encontré le dijo con la mirada esperando que al menos ese pequeño objeto la aportara algo de alegría.

  Ella lo observo fijamente de un modo extraño, casi como si no lo hubiera visto en su vida.

  — Lo has encontrado —balbuceó.

  Jacob sonrió animándola a tomarlo, si tanto le importaba la imagen de aquel niño ¿Quién era él para negársela?

  La chica dudó unos instantes antes de coger el retrato, casi como si temiera quemarse al tocarlo. Y luego lo lanzó lejos de ellos estrellándolo contra una pared. Ni siquiera miró donde aterrizaba.

  Jacob la contempló estupefacto.

  ¿Por qué has hecho eso?

  La ensoñación se había esfumado por completo, ya nada le importaba aquel príncipe perfecto que tan solo existió en sus fantasías. El príncipe nunca iría a rescatarla pues ya no necesitaba ser rescatada por nadie. Y tampoco quería ser ninguna perfecta reina, tan solo quería a aquel sencillo, trabajador, desgarbado e imperfecto muchacho.

  — Te quiero —musitó muy bajito, sabiendo que no debían oírles los demás mineros.

  Enrojeciendo hasta la raíz del pelo, una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el rostro de Jacob.

  Llenos de emoción y conteniendo como podían las ganas de besarse la pareja se abrazó.

  Al cabo de un rato con el trabajo conjunto de los mineros de ambos lados lograron crear un nuevo paso, esta vez lo suficientemente ancho para pasar un hombre adulto.

  Debían sacar a los hombres de allí pero lo primero era liberar a Karl de la roca que le aprisionaba y para ello necesitaban que varios de los compañeros del exterior entraran a ayudar.

  Gracias a la fuerza conjunta y a las herramientas de los nuevos hombres consiguieron liberar al chico.

  Conseguido esto, solo restaba ir saliendo, y deprisa no fuera a volver a ocurrir un derrumbe.

  Sacaron a Karl y a Blancanieves los primeros y tras ellos fueron todos los demás.

  Los mineros del otro lado les recibieron con alegría. Los chiquillos pudieron al fin reunirse con Jacob, Blancanieves y Karl, dichosos de que los tres estuvieran a salvo. Así todos emprendieron la subida con premura.

  En el exterior de la mina ya aguardaba un galeno preparado para atender a los heridos, el capataz lo había hecho llamar antes de bajar al túnel.

  Karl tenía varias costillas rotas y debería reposar unas semanas pero se pondría bien y eso era lo importante.

  La herida de Blancanieves tampoco era de excesiva gravedad, no perdería el ojo pero le quedaría una cicatriz y al ser un órgano tan delicado, la cornea se había visto afectada y perdería parte de la visión de ese ojo.

  Sin embargo, a la joven no le importo en absoluto ni una cosa ni la otra.

  Jacob estaba a salvo y estaban juntos, eso era más que suficiente.

  37

  Tras el accidente en la mina Blancanieves se quedó en la cabaña para cuidar a Karl durante su co
nvalecencia. Alguien debía quedarse con él y el sueldo de la joven era el menor de todos los miembros de aquella singular familia. Además así también su ojo se curaría mejor.

  De modo que la pareja volvía a verse poco.

  La muchacha aprovecho las siguientes semanas para meditar a fondo y tras mucho pensar tomó una determinación.

  Gracias a Jacob había logrado superar aquellas manías y obsesiones que además de hacerla imposible vivir una vida normal le hacían a los demás muy difícil estar junto a ella, aislándola del resto de personas. Tan solo la infinita paciencia del infatigable joven había obrado el milagro.

  Atrás quedaba el miedo a la suciedad, a las corrientes de aire, a los espacios abiertos, a las criaturas del bosque, a la gente y a su propia imperfección, a defraudar a su difunta madre y a la oscuridad de aquella mina que casi logra engullirles.

  Pero aun le faltaba enfrentarse al último reto para poder sentirse realmente libre de temores.

  Debía volver a casa, con su familia, debía saber por qué su padre quiso deshacerse de ella, pues era así como lo veía.

  Cuando cayó la noche aguardó la llegada de Jacob a la puerta de la cabaña y pensando que le daría un gran disgusto le comunico su decisión intentando causarle el menor dolor posible.

  Sin embargo, para su sorpresa el chico recibió la nueva con alegría. Nunca le pareció bien que se ocultara de su familia, dejándoles creer que seguía perdida sabe Dios donde o más probablemente que había fallecido.

  Imaginaba que aquellos padres estarían sufriendo por su perdida y le disgustaba saber que otros sufrían cuando existía remedio pero ante todo debía respetar sus deseos y por ello había en su momento aceptado su decisión, al igual que ahora aceptaba su cambio de parecer.

  Después, Blancanieves volvió a sorprenderse cuando el chico le comunico que la acompañaría.

  Así podre pedir tu mano a tu padre como es debido pensó sonriente.

  La joven se alegró de saber que una vez más él estaría a su lado al enfrentarse a su familia.

  Se abrazaron y besaron con el cariño de un amor incondicional.

  A la mañana siguiente, informaron a los demás de sus planes.

  Cuando Karl estuvo del todo recuperado fueron preparando el pequeño viaje, esperaban estar fuera como mucho unos días.

  Nuevamente necesitarían una carreta para llegar a la ciudad donde se erguía desafiante el castillo de los von Erthal y nuevamente Jacob acudió a su mentor para pedirle ayuda en este respecto.

  Si bien, esta vez decidió ser completamente sincero y contarle la verdad. Apreciaba demasiado al hombre que tanto le había enseñado, como para seguir mintiéndole.

  El señor Grimm, atónito, se sentó tras su escritorio, aun terminando de leer la larga nota en la que su ayudante le explicaba todo lo sucedido.

  — ¿Entonces Philipp es una doncella? —le preguntó sin salir de su asombro.

  Jacob sonrió y asintió con la cabeza.

  — Pues sí que me engañasteis bien, pequeño truhan —comentó medio sonriendo con picardía.

  Reaccionando, el hombre dejó el papel, se volvió a levantar y se acerco al chico poniendo sus manos sobre sus hombros en actitud paternal.

  — Me alegro por ti, Jacob, se ve que os queréis muchísimo —le felicitó— y por supuesto que puedes llevarte uno de los carros y tomarte los días que necesites. Solo espero que los von Erthal sean capaces de apreciar tus notables virtudes y vean el buen partido que se lleva su hija —rió bromista, aunque sabía bien que la gente de la nobleza no se tomaba precisamente bien las uniones desiguales.

  Le daban mucho más valor a la fortuna que al amor.

  Y llegó el momento de emprender el viaje y de despedirse de su nueva familia, temporalmente.

  Todos les desearon suerte mientras el pequeño Wilhelm entre lagrimones pedía a la pareja que se quedaran o si se empeñaban en ir que al menos le dejaran acompañarles.

  Jacob, incapaz de ver sufrir al niño estaba dispuesto a acceder a llevarle con ellos pero la joven temiendo que la visita pudiera tornarse desagradable prefería que se quedara con los demás y evitarle pasar un mal rato.

  Recorrieron los caminos de aquellos lares durante toda la jornada hasta llegar al castillo al atardecer, faltando ya poco para la caída del sol.

  El muchacho se quedó sumamente impresionado ante el majestuoso edificio que hasta entonces no había podido observar tan de cerca. Ahora internándose en la propiedad rodeada por un muro de piedra rojiza de escasa altura se sintió estupefacto ante el altísimo edificio en cuya estructura rectangular destacaban cuatro torres cilíndricas cuyos tejados terminados en punta, de pizarra azul contrastando con la teja marrón del resto del conjunto, parecían atravesar las nubes del cada vez más umbrío cielo.

  Los últimos rayos de luz, de un resplandeciente tono rojizo, casi mágico, bañaban la piedra pulida y calada que conformaba el castillo.

  Mientras se aproximaban cada vez más al hogar de los nobles padres de María Sophia intentó contar las ventanas, pintadas en un marrón carmesí, que armonizaba con las inclinadas cubiertas, mas al llegar el momento de detener la carreta aun no había logrado contarlas todas, de tantas que eran.

  Jacob sacudió la cabeza volviendo a centrarse en el propósito de su visita.

  Descendieron del carro y se plantaron ante la puerta principal.

  Blancanieves se sentía muy nerviosa. Jacob, consciente de su inquietud la tomó de la mano y le sonrió como siempre.

  Todo irá bien.

  La muchacha conteniendo la respiración tocó con fuerza a la puerta.

  Unos instantes después una sirvienta la abrió.

  — ¿Cómo os atrevéis a llamar a esta entrada? —les reprochó la mujer a los que a sus ojos no eran más que dos chiquillos pordioseros.

  Con aquellas ropas y aquel pelo corto para nada había reconocido a su joven señora.

  — Queráis lo que queráis debéis ir por la entrada de servicio —les señaló con rudeza dispuesta a cerrarles la puerta en las narices.

  Pero Jacob con rapidez puso la mano en la pesada hoja para impedirla cerrar.

  La mujer se disponía a gruñirles muy airada ante su insolencia cuando la joven, comprendiendo que no la había reconocido, le dijo:

  — Soy yo, Blancanieves.

  La sirvienta se quedó petrificada, se puso pálida como la cera para luego enrojecer iracunda.

  — Muchachitos más os vale largaros con viento fresco o llamare a los señores y estos al ejercito y ellos os darán un buen escarmiento —les amenazó— Atreveros a venir a contar mentiras a esta honesta casa y pronunciar el nombre de la pobre señorita que el Todopoderoso la tenga en su gloria —dijo santiguándose y elevando un momento la mirada.

  — Soy yo de verdad —replicó María Sophia— no estoy muerta, te lo puedo asegurar y ahora déjanos entrar que quiero ver a padre y a la Condesa.

  La sirvienta viendo al chico tan resuelto volvió a echarle un vistazo con mayor atención observando de principio que su voz era rara para ser un muchacho.

  La miró de arriba a abajo, entornando los ojos.

  Blancanieves ya no vestía aquellos elegantes y lujosos vestidos sino ropas de chico. Ni lucia una lustrosa melena negra, sino un pelo alborotado y muy corto. Su piel ya no era tan fina ni tan pálida y además tenía la pequeña cicatriz en el ojo y ese parpado mas caído.

  Aun con todos esos cambios, y aunque hasta el momento había estado convencida, como el resto de la servidumbre, de que su extraña señorita estaba muerta, pensó que ciertamente se veía algo raro en aquel pillastre. No sabía si era verdad lo que este decía y era en realidad la hija de los señores regresando del otro mundo o algún impostor pero considerando que era mejor no correr el riesgo de cerrarle la puerta en las narices a quien podía resultar ser la hija del condestable, les dejó pasar.

  Iba a indicarles que la siguieran cuando María Sophia se le adelanto, sorprendiéndola una vez más.

  — ¿Mi padre se halla en casa o está en uno de sus viajes diplomáticos? —le preguntó enfiland
o ya por uno de los pasillos, manteniendo aferrada la mano de Jacob al que guiaba.

  El chico, entre tanto, intentaba disimular la sensación sobrecogedora que le provocaba aquel lugar, se sentía diminuto en un espacio tan inmenso y lleno de lujos que ni en sus más descabellados sueños habría imaginado.

  La mujer se quedó confusa un instante.

  — El señor está en casa —respondió reaccionando.

  — ¿Dónde está? ¿Y la Condesa? ¿Está en el saloncito de costura? —interrogó ahora la chica avanzando.

  Curiosamente ya no tenía tanto miedo como antes. Más bien estaba deseando acabar con aquello, enfrentarse a su familia lo antes posible. Cuanto antes sucediera y pasara, mejor.

  — Sí —afirmo la mujerona yendo tras ellos mientras que se cruzaban con algún otro sirviente que miraba atónitos a los chicos— El señor esta con ella —le informó.

  — Bien, entonces puedes retirarte —le indico la joven sin frenar su decidido caminar, casi arrastrando a Jacob que se quedaba con la boca abierta al ver los cuadros, los tapices o las viejas armaduras— conozco perfectamente el camino.

  Mas por supuesto, la sirvienta que no sabía que pensar ni que hacer les siguió en silencio con expresión preocupada, rogando para sus adentros no meterse en un lio por haberles dejado entrar.

  Blancanieves irrumpió en el salón sin llamar a la puerta. La vida sencilla que había llevado en los últimos tiempos la había hecho olvidar parte de sus antiguos y escrupulosos modales y más en un momento de nerviosismo como aquel.

  El matrimonio se quedó anonadado al ver aparecer a los dos polvorientos muchachitos pero a los pocos instantes el condestable se levantó tembloroso acercándose con pasos inseguros a la pareja.

  María Sophia parecía haberse quedado muda al ver a su padre y solo era capaz de mirarle, parecía más viejo y cansado.

 

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