—¿De que clase de mundo vienes. —le pregunto., o acla a ta negaba. Aun así, estaba empezando a respirar de forma más rápida, y después empezó a gemir y a agitar la cabeza hacia un lado y hacia otro, y pasado un rato le arañó la espalda y le besó los labios, y se los mordió y empezó a gritar en finlandés
Cuando se quedaron dormidos aún faltaba un poco para que amaneciese, pero antes de eso Ras volvió a encender la hoguera y asó un poco más de carne. Preparó el corazón despacio y con mucho cuidado y le ofreció un pedazo. Eeva vaciló durante un segundo y después lo mordió. Se lo comió todo y después se acostó para dormir, pero antes le besó y le murmuró algo que a Ras le pareció era una palabra cariñosa.
La sabiduría de los muertos
Los aguijonazos de las moscas les despertaron cuando el sol se encontraba a unos tres palmos por encima de los acantilados. Eeva le maldijo por lo que había hecho y le dijo que si se quedaba embarazada le mataría.
Ras la miró y sonrió, aunque su sonrisa era más de disgusto que de diversión. Eeva estaba sucia, sus costillas eran como unos dientes muy grandes apenas ocultos detrás de unos labios delgados, tenía la piel llena de morados y marcas debido a lo que Ras le había hecho y al dormir encima de la piedra, y con las heridas dejadas por las mordeduras y arañazos de cien insectos; su rostro estaba pálido y cansado, y tenía unas grandes bolsas azules debajo de los ojos.
Parecía encontrarse mal, y lo estaba. Un instante después sufrió un agudo ataque de diarrea. Siguió teniendo ataques durante todo el día. Acabó quedando tan débil que no pudo caminar y tuvieron que permanecer el resto del día y toda la noche en la cornisa rocosa. Pero aun así no se encontraba tan mal como para no poder maldecir a Ras de vez en cuando. Ras no hacía ningún caso de sus palabras. Estaba muy ocupado limpiándola, trayéndole agua y cuidando de que estuviera cómoda. Cuando le arrancó las ropas las dejó tan destrozadas que ahora no servían para nada más que para limpiarla.
Ras también exploró la zona buscando a los sharrikt y algunas hierbas que Mariyam había utilizado para la disentería. Encontró unas cuantas y preparó una tisana, que Eeva bebió y que a Ras le pareció la responsable de los comienzos de una mejoría. Ras la sostuvo cuando fueron hacia el río y tuvo que llevarla en brazos durante una parte del trayecto. Una vez en el río la ayudó a bañarse y le lavó el cabello, lavándose después él. Eeva le preguntó si ahora tendría que ir desnuda, y añadió que se moriría de frío durante las noches si no conseguía algo con que cubrirse.
—No necesitarás ropa durante el día—dijo él—, y de noche yo me encargaré de mantenerte caliente. No te preocupes por eso. El final del río no puede quedar a más de unos cuantos días de viaje. No quiero tener que pasarme una semana por esta zona mientras cazo para conseguir comida con que engordarte y algunas pieles para que te tapes. Para curar pieles hace falta tiempo y mucho trabajo. Esperaremos uno o dos días más y después seguiremos avanzando. Puedes tomártelo con calma; yo haré la mayor parte del trabajo. Una vez estemos allí y Wizozu nos haya contado cómo llegar hasta el sitio donde vive Igziyabher ya nos preocuparemos de encontrarte ropas.
La noche anterior al día en que deberían reemprender su viaje Ras tomó asiento detrás de Eeva y le peinó la cabellera con el peine de carey que su madre le había dado. Eeva le dijo que no tenía por qué‚ hacer eso, pero Ras insistió. Eeva se inclinaba hacia delante como para alejarse de él tanto como le fuera posible, y estaba temblando. Ras le habló suavemente durante un rato y fue pasando con delicadeza el peine por entre sus largos cabellos. Después dejó caer el peine al suelo y le pasó los brazos alrededor del cuerpo, tocándole los pechos, y aunque ella dijo «¡No!», estaba temblando y no se resistió.
Después Eeva le contó que hasta ahora sólo había conseguido tener tres orgasmos en toda su vida. Uno de ellos había sido cuando estaba borracha por haber bebido demasiado vino (pero después se negó a beber vino nunca más), otro después de haber fumado marihuana (pero la segunda vez que fumó marihuana, seis meses más tarde, no consiguió nada), y la tercera la noche en que creyó que ella y su esposo iban a separarse para siempre.
Hasta ahora, le había dicho. Pero lo que Ras le estaba proporcionando no hacía que le amara. Le odiaba. Y no quería quedarse embarazada. Pero no podía impedirle que siguiera haciendo el amor con ella. ¿Verdad que no?
Ras dijo que podía huir o matarle.
Después de aquello Eeva no le habló más de sus sentimientos y tampoco parecía disgustarse cada vez que Ras le ponía las manos encima. La espalda de Ras acabó cubriéndose de heridas que era preciso tapar con barro durante el día para mantener alejadas a las moscas.
Poco después del mediodía de la tercera jornada las orillas se estrecharon hasta quedar reducidas a una extensión de apenas veinte metros. Allí donde antes habían subido en una suave pendiente alejándose del agua ahora empezaban a levantarse en una línea vertical. Además, las orillas se estaban haciendo más altas, y pronto la superficie del río acabó quedando a unos seis metros por debajo de ellas. El aumento de velocidad no resultaba demasiado alarmante, aunque Ras se preguntaba si no sería mejor ir a la orilla y recorrer alguna distancia por tierra para ver lo que tenían delante. Cuando acabó decidiendo que eso sería lo mejor descubrió que ya era demasiado tarde. Las orillas se habían vuelto tan abruptas que no había sitio alguno donde dejar la canoa.
Entonces doblaron un recodo del río y los muros de seis metros de alto se convirtieron en muros que tenían treinta metros de altura; el barro había desaparecido cediendo su lugar a la roca; el canal se hizo todavía más angosto, la canoa empezó a viajar mucho más deprisa y el agua se volvió agitada y turbulenta.
—Tendría que haber reconocido este sitio, pero ha pasado cierto tiempo y lo vi desde el aire—dijo Eeva—. Desde aquí abajo parece diferente.
El cañón se iba curvando poco a poco y acababa volviéndose recto. Los acantilados se hicieron aún más altos y empezaron a extenderse por encima de sus cabezas. La roca era de color negro, rugosa e irregular. Ahora no había ningún sitio donde Ras y Eeva pudieran protegerse, ni aun abandonando la canoa.
—Más adelante hay una isla—dijo Eeva. Estaba muy cerca de él, como si deseara algún tipo de protección ante aquellas lúgubres rocas, y hablaba más alto que antes, como si necesitara hacerse oír por encima de algún potente ruido. Pero el río, de momento, seguía limitándose a gruñir; todavía no había empezado con los rugidos.
El río se dividió unos ciento cincuenta metros más adelante. El agua empezó a correr por dos angostos canales que nacían de un promontorio rocoso no demasiado alto y que tendría aproximadamente unos dos metros en su punto más ancho. Por esta parte—Ras no podía ver la otra—, la isla tenía la misma forma que una punta de lanza, con el extremo dirigido hacia la corriente. La isla surgía del agua de forma bastante gradual, por lo que desde el lado probablemente tendría la misma forma que el caparazón de una tortuga.
Más allá de la isla, a unos trescientos metros de distancia, estaban los acantilados, y en su base se veía un agujero que tendría unos treinta metros de ancho por unos quince de alto. El agujero contenía el final del río y del mundo que en un tiempo Ras había pensado era el único mundo existente, así como una negrura parecida al final de ese mundo.
En lo alto de la isla había una choza bastante grande con un tejado hecho de ramas y hojas. Rodeándola por todas partes había muchas estatuas de madera, así como algunas estatuas de piedra.
Ras sintió un escalofrío, pero estaba demasiado ocupado usando el remo para llevar la canoa hacia la isla. La canoa acabó llegando al punto exacto donde quería situarla, con su proa deslizándose hacia arriba para acabar chocando con una cornisa de roca a la que traicionaba la blanca espuma de las aguas. El frenazo fue tan brusco que tanto él como Eeva cayeron de bruces, pero no se vieron arrojados fuera de la embarcación. Se incorporaron de un salto y se lanzaron al agua. Llevar la canoa hasta la roca les costó bastante, porque el río intentaba apoderarse de ella, pero finalmente lo consiguieron.
—¿Q
uién puede desear vivir en semejante sitio?—dijo Eeva en cuanto hubo dejado de jadear.
—El viejo mago al que los wantso llaman Wizozu y los sharrikt llaman Vishshush—dijo Ras—. Ya te he hablado de eso. Los wantso dicen que vivía aquí antes de que los thatumu, el pueblo al que los sharrikt llaman los dattum, cruzaran el agujero por el que salieron del mundo inferior.
Eeva sonrió, como si supiera muy bien de qué‚ estaba hablando, y dijo:
—Dudo que esa choza hubiera durado tanto tiempo, o que alguien haya salido nunca por ese agujero. ¿Cómo podrían haber ido en contra de la corriente?
—Gilluk me dijo que en el pasado existía un camino que iba por las cuevas de la montaña, y que ese camino seguía el río y acababa encima de él. Además, en aquellos tiempos el río era más pequeño.
—Quizá —dijo Eeva—. De todas formas, aquí no hay ningún Viejo Mago Sabio.
—Entonces, no tengo ni idea de con quien pudieron hablar Wuwufa y Gilluk cuando vinieron aquí de jóvenes para conseguir poder y sabiduría—dijo Ras.
—Ah, ¿no? ¿Y cómo consiguieron volver remontando el río en contra de esa corriente?—le preguntó ella.
—No lo sé, pero hay una forma de hacerlo. Wizozu les dijo a Wuwufa y a Gilluk cómo podían volver sin peligro, pero también les hizo prometer que no se lo contarían a nadie más.
Eeva agitó la cabeza en un gesto de impaciencia.
—Hablando no vamos a resolver nada—dijo—. Veamos lo que hay dentro de la choza.
—Tú te quedarás aquí hasta que yo te diga que puedes subir —replicó él—. A Wizozu no le gustan las mujeres. Le roban su poder y su sabiduría. Las mata tan pronto como las huele.
Eeva puso los ojos en blanco con una mueca de disgusto, pero acabó tomando asiento en una roca relativamente lisa. Ras subió la pendiente que llevaba a la cabaña. La isla no tenía ninguna clase de plantas, y en ella tampoco había pájaros: el aire estaba vacío, sin ningún pájaro visible. El sol, que se encontraba casi directamente sobre su cabeza, llenaba de luz el cañón, pero Ras tenía la impresión de que la oscuridad rezumaba de las aguas.
Las estatuas, hechas con troncos de árboles, eran dos veces tan altas como él. Algunas tenían cuerpos de rana, de cocodrilo, de leopardo o de bestias desconocidas. La mayor parte de las cabezas eran mitad de hombre y mitad de animal. También había algunas cabezas talladas en madera y sostenidas por postes.
La choza que se encontraba detrás de las estatuas era de forma redonda y tendría unos seis metros de di metro. Al estar más cerca Ras pudo ver que casi toda la pared de aquel lado estaba hecha con pequeños tablones de madera. El umbral era bastante espacioso y estaba cubierto por una tela que Ras no logró identificar desde aquella distancia. Pero pudo ver que al otro lado de la tela había algo enorme y oscuro.
Gilluk había dicho que el viejo mago estaba sentado al otro lado de la cortina y que le habló con una voz parecida al grito de Baastmaast.
Gilluk también le había dicho que su tío vino a este lugar para conseguir más poder y sabiduría y para que así le fuera posible matar al padre de Gilluk, pero que su tío no volvió nunca. Y, cuando Gilluk fue a la isla, descubrió los huesos de su tío esparcidos delante de la choza, huesos que reconoció porque estaban junto a su maza de guerra. Vishshush le había dicho que arrojara los huesos de su tío al agua y que arrojara también todos los demás huesos que encontrara. Vishshush no le había contado por qué‚ mató a su tío, y Gilluk no tenía grandes deseos de preguntárselo.
Si la historia de Gilluk era cierta, había dejado la isla limpia de huesos, pero ahora había un esqueleto en mitad del sendero, a unos seis metros de la choza. El cráneo y los huesos parecían haber pertenecido a un wantso, y junto a ellos no se veía ninguna clase de arma.
Ras pasó ante la primera estatua, hecha de caoba pulida, y que representaba a una rana con una cabeza parecida a la de un gorila. La estatua debía pesar por lo menos una tonelada, y eso hizo que Ras meditara en el poder que debía poseer aquel Wizozu, ya que había sido capaz de traer aquella estatua tan pesada hasta la isla.
Dejó atrás la estatua. Cuanto más se acercaba a la choza y a la cortina tras la que se alzaba la negra masa de Wizozu, más nervioso iba poniéndose. En una ocasión se detuvo y miró hacia Eeva para asegurarse de que le obedecía, pero también para consolarse un poco y sacar algo de valor de que en ese sitio hubiera otro ser humano.
Le dio la espalda y siguió avanzando, pero se detuvo después de haber dado un paso. Ahora tenía aún más frío y el vello de su nuca estaba aún más tieso, si es que aquello era posible. Cuando pasó ante ella, la estatua de la rana con cabeza de gorila había estado mirando hacia el extremo de la isla. Ahora estaba mirando hacia Ras.
El cuerpo no se había movido, pero la cabeza había girado.
Ras se quedó inmóvil durante un minuto y después siguió avanzando hacia la choza. Había esperado encontrarse con fenómenos maravillosos, extraños y aterradores, así que, ¿por qué vacilar?
Pero oyó que Eeva le llamaba y se dio la vuelta. Estaba corriendo hacia él y gritaba algo. Ras le hizo señas, irritado, indicándole que volviera, pero ella siguió corriendo. Cuando estaba a unos seis metros de Ras le dijo:
—¡Ras, la cabeza de la estatua se ha movido! ¡Se ha movido!
—¡Ya lo sé!—gritó él—. ¡Ya lo sé! ¡Vuelve antes de que Wizozu te mate!
La voz que rugió desde la choza era tal y como Ras había imaginado que sería la voz de Igziyabher. Era más potente que el grito de Baasmaast; resonó por todo el cañón, rebotó en una de las paredes rocosas y volvió hacia él. La voz le llenó de terror y le dejó débil y entumecido.
—¡Ras Tyger! ¡Mata a la mujer! ¡Yo, Wizozu, te ordeno que la mates!
Ras salió de su estupor igual que si abandonara las frías aguas del lago. Se volvió hacia la choza y la inmensa y oscura presencia que había dentro de ella.
—¡Wizozu!—gritó—. ¿Por qué‚ debería matar a la mujer que me ha salvado la vida y a la que amo?
La voz no respondió.
—¡Ras!—dijo Eeva—. Todo esto...
La voz se llevó las palabras de Eeva igual como si fueran pedacitos de madera cayendo por una catarata.
—¡Ras Tyger! ¿Quieres ver de nuevo a tus padres adoptivos, a tu Mariyam y tu Yusufu? ¡Yo, Wizozu, puedo traerte sus fantasmas, y podrás verles y hablar nuevamente con ellos!
—¡Ras, es un truco!—gritó Eeva—. ¡Mira hacia lo alto del acantilado! ¿Ves la antena de televisión? ¡La estatua debe tener una cámara en la cabeza, y tiene que haber otras! ¡Y esa voz sale de algún sistema de megafonía! ¡Ras!
Ras no sabía a qué‚ se refería Eeva cuando hablaba de televisión o megafonía. Pero cuando miró hacia el acantilado que le señalaba pudo ver un árbol muy grande que no tenia ramas y de cuya parte superior sobresalían unos brazos delgados, largos y rígidos.
—¡No pierdas el tiempo Ras!—tronó la voz—. ¡Mátala enseguida! ¡No es la mujer adecuada para ti! ¡Hay otra mujer destinada a ser tu auténtica compañera, una hermosa virgen! ¡Ha sido preparada para unirse a ti; es digna de ti! ¡Mata a esta ramera, a este recipiente lleno de impurezas! ¡Mátala enseguida!
—¿Qué quieres decir con eso de que hay otra mujer que debe ser mi auténtica compañera, Gran Wizozu, una mujer que ha sido preparada para unirse a mi?—respondió Ras a gritos—. ¿Y qué quieres decir cuando afirmas que esta mujer, Eeva, es un recipiente lleno de impurezas? No está enferma. Lo sé porque me he acostado con ella. ¡Cuando se ha metido algo de comida en el vientre, ha dormido y se ha bañado, es realmente buena y cariñosa, aunque tener dentro el corazón de un cocodrilo le ayuda mucho!
—¡No digas esas obscenidades, Ras, o también te mataré!—rugió Wizozu, irritado—. ¡Haz lo que te ordeno! ¡Yo sé qué es lo mejor para ti! ¡No discutas conmigo! ¡Lo sé! ¡Mata a esa mujer!
—¿Y si no la mato?—gritó Ras.
—¡Entonces es muy posible que sea yo, Wizozu, quien te mate a ti! ¡Puedes estar seguro de que encontraré alguna forma de castigarte!
¡Por ejemplo, si no la matas no te dejaré ver los fantasmas de tus
padres adoptivos, y no podrás hablar con ellos!
—¿Qué quieres decir con eso de que no me dejarás hablar con sus fantasmas?
Incluso estando bajo los efectos de la impresión producida por su palabras, Ras se dio cuenta de que Wizozu se había referido a Mariyam y Yusufu como sus padres adoptivos. Entonces, ¿es que Mariyam no había sido su auténtica madre? Y, si no lo era, ¿quién era su madre?
—¿Puedes llamar a los muertos y hacerles salir del mundo inferior?
—¡Siempre digo la verdad!—retumbó la voz.
—Muéstramelo. ¡Y si puedes hacer lo que afirmas, después mataré a Eeva!
Por el rabillo del ojo vio a Eeva, con el agua llegándole hasta el pecho, agarrada a las rocas que había en el extremo de la isla. Eeva se llevó un dedo a los labios y siguió vadeando lentamente la corriente. Al parecer pensaba atacar a Wizozu por detrás, sin ningún arma aparte de sus manos desnudas. El coraje de Eeva era admirable, desde luego, pero no parecía tener mucho sentido común.
—¡Oh, Wizozu, deja que vea a Mariyam, a Yusufu y a Wilida, y después te diré si mato o no a Eeva!—dijo Ras—. ¡Debo estar seguro de que puedes hacer lo que me prometes!
Wizozu guardó silencio durante bastante tiempo. Su sombría masa continuaba sin moverse detrás de las cortinas. Eeva ya había desaparecido. Ras deseó que le fuera posible pedirle que volviera a la canoa. Él se ocuparía de Wizozu, de una forma o de otra.
Mientras aguardaba la respuesta de Wizozu, el sol hizo que empezara a sudar. Las blancas rocas de la isla y los negros muros del cañón parecían intensificar el calor del mediodía. Sintió una ligera brisa a su espalda, pero era incapaz de refrescarle. El silencio empezó a ser muy difícil de soportar, y Ras acabó abriendo la boca para decir algo. Tenía que decir algo, pero antes de que pudiera pronunciar ni una sola palabra oyó el rugido de Wizozu.
—¡Muy bien! ¡El que muera ahora y por tu mano o el que muera después no importa! ¡Verás a los muertos que amabas, y entonces sabrás que digo la verdad y que soy tan poderoso que nadie puede oponerse a mí!
Lord Tyger Page 33