by Octavio Paz
mientras el mundo zarpa hacia lo obscuro.
Latir de claridades últimas:
quince minutos sitiados
que ve Claudio Monet desde una barca.
En el agua se abisma el cielo,
en sí misma se anega el agua,
el chopo es un disparo cárdeno:
este mundo no es sólido.
Entre ser y no ser la yerba titubea,
los elementos se aligeran,
los contornos se esfuman,
visos, reflejos, reverberaciones,
centellear de formas y presencias,
niebla de imágenes, eclipses,
esto que veo somos: espejeos.
Árbol adentro
Creció en mi frente un árbol.
Creció hacia dentro.
Sus raíces son venas,
nervios sus ramas,
sus confusos follajes pensamientos.
Tus miradas lo encienden
y sus frutos de sombra
son naranjas de sangre,
son granadas de lumbre. Amanece
en la noche del cuerpo.
Allá adentro, en mi frente,
el árbol habla. Acércate, ¿lo oyes?
Antes del comienzo
Ruidos confusos, claridad incierta.
Otro día comienza.
Es un cuarto en penumbra
y dos cuerpos tendidos.
En mi frente me pierdo
por un llano sin nadie.
Ya las horas afilan sus navajas.
Pero a mi lado tú respiras;
entrañable y remota
fluyes y no te mueves.
Inaccesible si te pienso,
con los ojos te palpo,
te miro con las manos.
Los sueños nos separan
y la sangre nos junta:
somos un río de latidos.
Bajo tus párpados madura
la semilla del sol. El mundo
no es real todavía,
el tiempo duda: sólo es cierto
el calor de tu piel.
En tu respiración escucho
la marea del ser,
la sílaba olvidada del Comienzo.
Pilares
And whilst our souls negotiate there
We like sepulchral statues lay . . .
John Donne
La plaza es diminuta.
Cuatro muros leprosos,
una fuente sin agua,
dos bancas de cemento
y fresnos malheridos.
El estruendo, remoto,
de ríos ciudadanos.
Indecisa y enorme,
rueda la noche y borra
graves arquitecturas.
Ya encendieron las lámparas.
En los golfos de sombra,
en esquinas y quicios,
brotan columnas vivas
e inmóviles: parejas.
Enlazadas y quietas,
entretejen murmullos:
pilares de latidos.
En el otro hemisferio
la noche es femenina,
abundante y acuática.
Hay islas que llamean
en las aguas del cielo.
Las hojas del banano
vuelven verde la sombra.
En mitad del espacio
ya somos, enlazados,
un árbol que respira.
Nuestros cuerpos se cubren
de una yedra de sílabas.
Follajes de rumores,
insomnio de los grillos
en la yerba dormida,
las estrellas se bañan
en un charco de ranas,
el verano acumula
allá arriba sus cántaros,
con manos invisibles
el aire abre una puerta.
Tu frente es la terraza
que prefiere la luna.
El instante es inmenso,
el mundo ya es pequeño.
Yo me pierdo en tus ojos
y al perderme te miro
en mis ojos perdida.
Se quemaron los nombres,
nuestros cuerpos se han ido.
Estamos en el centro
imantado de ¿dónde?
Inmóviles parejas
en un parque de México
o en un jardín asiático:
bajo estrellas distintas
diarias eucaristías.
Por la escala del tacto
bajamos ascendemos
al arriba de abajo,
reino de las raíces,
república de alas.
Los cuerpos anudados
son el libro del alma:
con los ojos cerrados,
con mi tacto y mi lengua,
deletreo en tu cuerpo
la escritura del mundo.
Un saber ya sin nombres:
el sabor de esta tierra.
Breve luz suficiente
que ilumina y nos ciega
como el súbito brote
de la espiga y el semen.
Entre el fin y el comienzo
un instante sin tiempo
frágil arco de sangre,
puente sobre el vacío.
Al trabarse los cuerpos
un relámpago esculpen.
Como quien oye llover
Óyeme como quien oye llover,
ni atenta ni distraída,
pasos leves, llovizna,
agua que es aire, aire que es tiempo,
el día no acaba de irse,
la noche no llega todavía,
figuraciones de la niebla
al doblar la esquina,
figuraciones del tiempo
en el recodo de esta pausa,
óyeme como quien oye llover,
sin oírme, oyendo lo que digo
con los ojos abiertos hacia adentro,
dormida con los cinco sentidos despiertos,
llueve, pasos leves, rumor de sílabas,
aire y agua, palabras que no pesan:
lo que fuimos y somos,
los días y los años, este instante,
tiempo sin peso, pesadumbre enorme,
óyeme como quien oye llover,
relumbra el asfalto húmedo,
el vaho se levanta y camina,
la noche se abre y me mira,
eres tú y tu talle de vaho,
tú y tu cara de noche,
tú y tu pelo, lento relámpago,
cruzas la calle y entras en mi frente,
pasos de agua sobre mis párpados,
óyeme como quien oye llover,
el asfalto relumbra, tú cruzas la calle,
es la niebla errante en la noche,
es la noche dormida en tu cama,
es el oleaje de tu respiración,
tus dedos de agua mojan mi frente,
tus dedos de llama queman mis ojos,
tus dedos de aire abren los párpados del tiempo,
manar de apariciones y resurrecciones,
óyeme como quien oye llover,
pasan los años, regresan los instantes,
¿oyes tus pasos en el cuarto vecino?
no aquí ni allá: los oyes
en otro tiempo que es ahora mismo,
oye los pasos del tiempo
inventor de lugares sin peso ni sitio,
oye la lluvia correr por la terraza,
la noche ya es más noche en la arboleda,
en los follajes ha anidado el rayo,
vago jardín a la deriva
—entra, tu somb
ra cubre esta página.
Carta de creencia
Cantata
1.
Entre la noche y el día
hay un territorio indeciso.
No es luz ni sombra: es tiempo.
Hora, pausa precaria,
página que se obscurece,
página en la que escribo,
despacio, estas palabras. La tarde
es una brasa que se consume.
El día gira y se deshoja.
Lima los confines de las cosas
un río obscuro. Terco y suave
las arrastra, no sé adónde.
La realidad se aleja. Yo escribo:
hablo conmigo—hablo contigo.
Quisiera hablarte
como hablan ahora,
casi borrados por las sombras,
el arbolito y el aire;
como el agua corriente,
soliloquio sonámbulo;
como el charco callado,
reflector de instantáneos simulacros;
como el fuego:
lenguas de llama, baile de chispas,
cuentos de humo. Hablarte
con palabras visibles y palpables,
con peso, sabor y olor
como las cosas. Mientras lo digo
las cosas, imperceptiblemente,
se desprenden de sí mismas
y se fugan hacia otras formas,
hacia otros nombres. Me quedan
estas palabras: con ellas te hablo.
Las palabras son puentes.
También son trampas, jaulas, pozos.
Yo te hablo: tú no me oyes.
No hablo contigo: hablo con una palabra.
Esa palabra eres tú, esa palabra
te lleva de ti misma a ti misma.
La hicimos tú, yo, el destino.
La mujer que eres
es la mujer a la que hablo:
estas palabras son tu espejo,
eres tú misma y el eco de tu nombre.
Yo también, al hablarte,
me vuelvo un murmullo,
aire y palabras, un soplo,
un fantasma que nace de estas letras.
Las palabras son puentes:
la sombra de las colinas de Meknès
sobre un campo de girasoles estáticos
es un golfo violeta.
Son las tres de la tarde,
tienes nueve años y te has adormecido
entre los brazos frescos de la rubia mimosa.
Enamorado de la geometría
un gavilán dibuja un círculo.
Tiembla en el horizonte
la mole cobriza de los cerros.
Entre peñascos vertiginosos
los cubos blancos de un poblado.
Una columna de humo sube del llano
y poco a poco se disipa, aire en el aire,
como el canto del muecín
que perfora el silencio, asciende y florece
en otro silencio. Sol inmóvil,
inmenso espacio de alas abiertas;
sobre llanuras de reflejos
la sed levanta alminares transparentes.
Tú no estás dormida ni despierta:
tú flotas en un tiempo sin horas.
Un soplo apenas suscita
remotos países de menta y manantiales.
Déjate llevar por estas palabras
hacia ti misma.
2.
Las palabras son inciertas
y dicen cosas inciertas.
Pero digan esto o aquello, nos dicen.
Amor es una palabra equívoca,
como todas. No es palabra,
dijo el Fundador: es visión,
comienzo y corona
de la escala de la contemplación
—y el florentino: es un accidente
—y el otro: no es la virtud
pero nace de aquello que es la perfección
—y los otros: una fiebre, una dolencia,
un combate, un frenesí, un estupor,
una quimera. El deseo lo inventa,
lo avivan los ayunos y las laceraciones,
los celos lo espolean,
la costumbre lo mata. Un don,
una condena. Furia, beatitud.
Es un nudo: vida y muerte. Una llaga
que es rosa de resurrección.
Es una palabra: al decirla, nos dice.
El amor comienza en el cuerpo
¿dónde termina? Si es fantasma,
encarna en un cuerpo; si es cuerpo,
al tocarlo se disipa. Fatal espejo:
la imagen deseada se desvanece,
tú te ahogas en tus propios reflejos.
Festín de espectros.
Aparición: el instante tiene cuerpo y ojos,
me mira. Al fin la vida tiene cara y nombre.
Amar: hacer de un alma un cuerpo,
hacer de un cuerpo un alma,
hacer un tú de una presencia. Amar:
abrir la puerta prohibida, pasaje
que nos lleva al otro lado del tiempo.
Instante: reverso de la muerte,
nuestra frágil eternidad.
Amar es perderse en el tiempo,
ser espejo entre espejos. Es idolatría:
endiosar una criatura
«y a lo que es temporal llamar eterno».
Todas las formas de carne
son hijas del tiempo, simulacros.
El tiempo es el mal, el instante
es la caída; amar es despeñarse:
caer interminablemente, nuestra pareja
es nuestro abismo. El abrazo:
jeroglífico de la destrucción.
Lascivia: máscara de la muerte.
Amar: una variación, apenas un momento
en la historia de la célula primigenia
y sus divisiones incontables. Eje
de la rotación de las generaciones.
Invención, transfiguración:
la muchacha convertida en fuente,
la cabellera en constelación,
en isla la mujer dormida. La sangre:
música en el ramaje de las venas; el tacto:
luz en la noche de los cuerpos.
Transgresión
de la fatalidad natural, bisagra
que enlaza destino y libertad, pregunta
grabada en la frente del deseo:
¿accidente o predestinación?
Memoria, cicatriz:
—¿de dónde fuimos arrancados?, cicatriz,
memoria: sed de presencia, querencia
de la mitad perdida. El Uno
es el prisionero de sí mismo, es,
solamente es, no tiene memoria,
no tiene cicatriz: amar es dos,
siempre dos, abrazo y pelea,
dos es querer ser uno mismo
y ser el otro, la otra; dos no reposa,
no está completo nunca, gira
en torno a su sombra, busca
lo que perdimos al nacer;
la cicatriz se abre: fuente de visiones;
dos: arco sobre el vacío,
puente de vértigos; dos:
Espejo de las mutaciones.
3.
Amor, isla sin horas,
isla rodeada de tiempo, claridad
sitiada de noche. Caer
es regresar, caer es subir.
Amar es tener ojos en las yemas,
palpar el nudo en que se anudan
quietud y movimiento. El arte de amar
¿es arte de morir? Amar
es morir y revivir y remorir:
&nb
sp; es la vivacidad. Te quiero
porque yo soy mortal
y tú lo eres. El placer hiere,
la herida florece.
En el jardín de las caricias
corté la flor de sangre
para adornar tu pelo.
La flor se volvió palabra.
La palabra arde en mi memoria.
Amor: reconciliación con el Gran todo
y con los otros, los diminutos todos
innumerables. Volver al día del comienzo.
Al día de hoy.
La tarde se ha ido a pique.
Lámparas y reflectores
perforan la noche. Yo escribo:
hablo contigo: hablo conmigo.
Con palabras de agua, llama, aire y tierra
inventamos el jardín de las miradas.
Miranda y Ferdinand se miran,
interminablemente, en los ojos
—hasta petrificarse. Una manera de morir
como las otras. En la altura
las constelaciones escriben siempre
la misma palabra; nosotros,
aquí abajo, escribimos
nuestros nombres mortales.La pareja
es pareja porque no tiene Edén.
Somos los expulsados del Jardín,
estamos condenados a inventarlo
y cultivar sus flores delirantes,
joyas vivas que cortamos
para adornar un cuello. Estamos condenados
a dejar el Jardín: delante de nosotros
está el mundo.
CODA
Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol. Yo hablo
porque tú meces los follajes.
Poems
[1989–1996]
Stanzas for an Imaginary Garden
These eight lines describe a rustic village garden. A small walled enclosure with two entrances (the avenues Revolución and Patriotismo). Besides the palm trees, which are already there, bougainvillea, heliotrope, an ash, and a pine should be planted. There should also be a small fountain.
This poem could be placed at one of the entrances to the garden, either as one eight-line stanza on the lintel or pediment, or divided into two quatrains on each of the door jambs:
Four adobe walls. Bougainvillea:
eyes bathe in its peaceful flames.
Wind rushes: an exaltation
of leaves and kneeling grass.
Heliotrope runs by with purple steps,
wrapped in its own aroma.
A prophet: the ash tree. A daydreamer: the pine.