Dancing with the Devil and Other Stories from Beyond / Bailando con el diablo y otros cuentos del más allá

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Dancing with the Devil and Other Stories from Beyond / Bailando con el diablo y otros cuentos del más allá Page 13

by René Saldaña, Jr.


  —Quieres decir que . . . que . . . tu mano . . . éste . . . ¿está allí?

  Empujó la hielera con el pie unas pulgadas en mi dirección. —Ábrela —me desafió.

  No me atreví.

  —Ándale. Ábrela y ve.

  Tenía curiosidad, sí, pero me daba cosa pensar en la mano amputada.

  Acercó la hielera unas pulgadas más. Estaba entre los dos. Lo único que tenía que hacer era estirar la mano, levantar la tapa y deshacerme de cualquier duda. Me podría quedar dormido sin saber si la mano estaba allí o no. Si lo estaba, el sueño sería inquieto, pero sería el sueño del saber. Si no estaba, entonces me habría hecho tonto, pero aún podría descansar. De otra forma; es decir, sin verla, seguro me pasaría semanas sin dormir.

  —Ándale—dijo Ronnie—. Ya sé que quieres ver.

  Híjole, sí quería ver, pero también no quería. Mi respiración ahora era pesada. Sentía que se aceleraba, que los ácidos me quemaban el estómago. Me hubiera gustado haber comido más que medio plato de Cheerios durante la cena y calmar esos ácidos. Me incliné, observaba la hielera. Ni siquiera tendría que abrirla completamente. Con levantar la tapa un poco podría ver lo que había adentro. Y luego la cerraría rápido si su mano estaba allí. Si no, si eran snacks, me reiría un poco por hacer caído en la trampa pero sacaría un snack para satisfacer mi hambre. Me incliné un poco más. Estiré los brazos, extendí los dedos de la mano y me acerqué un poco más a la tapa. La iba a abrir. Estaba seguro de ello. Y justo cuando iba a destapar la hielera, una enfermera vino a la puerta SOLO PERSONAL y pronunció el nombre del muchacho: Ronald Neely. Éste se levantó como si nada, luego se agachó, tomó la hielera con la mano buena y se volteó hacia la enfermera.

  —Está en mis “genes” —dijo Ronnie sobre el hombro—. El accidente, digo. A mi familia le sucedió lo mismo hace mucho tiempo allá en el mero sur de Texas.

  Me desconcertó. Está en sus “genes” me pregunté. ¿Qué quiere decir con eso?

  —Lo que te estoy diciendo es que es hereditario. Mi bisabuelo era representante de la ley hace mucho tiempo, un Texas Ranger, y se supone que . . . —Pero desapareció detrás de la puerta, por el pasillo. Lo único que quedó de Ronnie fue su espalda que se alejaba. Y un camino de sangre en el piso.

  Lo extraño fue que lo que pensé que era una chamarra de mezclilla oscura resultó ser de mezclilla lavada en ácido. Era casi blanca en la espalda, excepto donde escondía su mano/muñón. Esa parte de la chamarra y el trasero del pantalón estaban empapados de sangre. Dejó un pequeño charco en el asiento de la silla donde había estado sentado. No podía creer que estuviera tan tranquilo. Yo me habría desmayado al ver mi sangre, o por lo menos habría gritado como una niñita.

  Y ahora deseaba haberme asomado en la hielera cuando tuve la oportunidad porque estaba casi seguro de que su mano estaba allí adentro, porque me habría gustado ver una mano amputada de una persona. Sólo había escuchado esos cuentos de mi tío Xavier de Rio Grande City en el sur de Texas. Pero eso sólo eran historias para explicar por qué los Texas Rangers no eran tan populares entre los méxico-americanos de allá. Se decía que un supuesto bandido fue linchado erróneamente por los Rangers, y como recuerdo, uno de ellos le amputó la mano. Supuestamente la mano cobraba vida aunque su dueño estuviera seis pies bajo tierra, porque quería vengarse de los que, básicamente, asesinaron a su dueño. En ese momento era cuando Tío Xavier se quedaba bien callado y luego gritaba “¡Bu!”

  Allá en Lubbock, en el oeste de Texas, estos sólo eran cuentitos, así los llamaba Tío Xavier: La Llorona, el Chupacabras, los cucuys, el Big Bird. La mano pachona. ¡Bu! Y yo había perdido la oportunidad de ver una mano amputada para describírsela a Tío Xavier. Ni modo, para la próxima.

  Miré mi reloj y mentalmente me pateé por dejar pasar una oportunidad tan chida. Mi reloj indicaba que ya eran las cuatro. La última hora había pasado con rapidez. Por lo menos había tenido una distracción con Ronnie y la mano amputada. De hecho, me quedé dormido pensando en cómo decírselo a Tío Xavier la próxima vez que hablara con él por teléfono. Cómo le describiría todo lo espeluznante y misterioso como él lo hacía cuando nos contaba cuentos alrededor de la fogata cuando acampábamos en su rancho. Lo último que recuerdo fue que tal vez el bisabuelo de Ronnie participó en el linchamiento del bandido. Aunque no lo fuera, así lo contaría. Claro, a Tío Xavier le gustaría. Y me quedé dormido . . . soñé unas cosas tan vívidas y tenebrosas. La mano de Ronnie había vuelto a la vida. Primero había ahorcado al doctor por tardarse tanto en atender a los pacientes. Después había atacado a las enfermeras, y a cualquier otra persona del SOLO PERSONAL. Finalmente había llegado con la recepcionista. Por alguna razón la mano pensó que ella era quien había cometido la falta ortográfica. Muerte por estrangulación. Recuerdo pensar en mi sueño que el tener que escribir una palabra mal deletreada cien veces era mejor castigo que esto. Jamás me quejaría de eso. En mi sueño estaba soñando en la sala de espera, excepto que me había quedado súper dormido en el sillón reclinable de mi papá, los Cowboys de Dallas estaban perdiendo contra los Steelers de Pittsburg en la tele. Una verdadera pesadilla, ¿no?

  Pero al mismo tiempo que estaba dormido también estaba despierto, como sucede en los sueños. Ahora podía ver la mano de Ronnie, medía como seis pies de alto, salía por detrás del escritorio, caminaba como pato hacia mí. Pero mi yo despierto no podía despertar a mi yo dormido, y mi yo despierto estaba entrando en pánico porque mi yo dormido estaba sin palabras y mi yo despierto se estaba riendo del chiste. Pero era una risa fuerte, nerviosa, otra estrategia para despertar, otra táctica para despertar a mi yo dormido. Y la mano amputada de Ronnie, ahora de tamaño normal, gateaba por el piso, iba dejando un camino de mostaza. Y eso tenía perfecto sentido en mi sueño. Enseguida, la mano de Ronnie saltó sobre el regazo de mi yo dormido y trepó mi pecho hasta llegar a mi cuello. Allí me agarró con fuerza, y yo no podía respirar. Pero eso fue suficiente para despertar a mi yo dormido y a mi verdadero yo que se había quedado dormido en la incómoda silla de la sala de emergencia.

  Batallé para respirar y abrir los ojos, y me encontré con Mamá frente a mí, tratando de calmarme. Tenía una mano sobre mi hombro, y con la otra me acariciaba la mejilla.

  Cuando me sacudí la pesadilla y la falta de aire que la acompañaba, pregunté cómo estaba Lucy. —Está bien —dijo Mamá—. Mírala. —Y sí, mi hermanita andaba caminando, llena de vida y de energía, corría hacia las puertas giratorias y las veía abrirse y cerrarse una y otra vez. Miré mi reloj y eran las seis de la mañana.

  Al salir, volteé hacia atrás, pero la puerta SOLO PERSONAL estaba cerrada. No tenía idea cómo estaba Ronnie. Jamás sabría si le habían salvado la mano y si se la habían cosido.

  En el auto, recliné el asiento del pasajero un poco para tratar de dormir en el viaje a casa. Sería un largo día en la escuela. Sí, Mamá insistiría en que no faltara. Ni siquiera una mala noche de sueño en una sala de emergencia la haría pensar de otra forma. Me estaba quedando dormido, pensando en lo que vi y cómo se lo describiría a Tío Xavier. Le encantaría mi cuentito. Estaría orgulloso de que estaba siguiendo sus pasos como cuenta cuentos.

  Y en la siguiente luz roja, sentí algo en mi cuello. Me toqué suavemente y cuando me vi las yemas de los dedos, vi que estaban manchadas de mostaza.

  De pronto, se me quitó el sueño; me asomé por el espejo retrovisor, por si acaso.

 

 

 


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