El Diccionario del Mago

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El Diccionario del Mago Page 6

by Allan Zola Kronzek


  Estas mujeres sabias de los pueblos fueron las primeras en ser acusadas durante el terror de la caza de brujas que se extendió por el oeste de Europa durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, las acusaciones de brujería no tardaron en afectar a mujeres y hombres de todos los oficios y condiciones. Consideradas herejes (enemigos de la Iglesia cristiana) y adoradoras del diablo, las acusadas eran culpadas de cualquier cosa, desde una mala cosecha a la muerte repentina de un niño, pasando por la propagación de una enfermedad entre el ganado. Se decía que las brujas estaban asociadas con demonios y que participaban de manera regular en espantosos asesinatos rituales, y en actos de vampirismo y canibalismo. Según la tradición popular, celebraban frecuentes aquelarres (salvajes reuniones en prados o bosques apartados) en las que adoraban al Diablo con fiestas y bailes. Solían trasladarse a estas reuniones volando sobre una escoba, sobre el lomo de un demonio o sobre uno de los espíritus en forma de animal que las ayudaban.

  Estas fantasías enriquecieron la literatura acerca de las brujas y, al final de la caza de brujas, a principios del siglo XVIII, la bruja típica estaba bastante bien definida. Curtida y arrugada, solía tener una nariz ganchuda y una barbilla afilada, el pelo enmarañado, y los labios prominentes y torcidos. Era pobre, se comportaba de un modo excéntrico y le encantaban los gatos. Como a la bruja del cuento Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm, le gustaba vivir en una pequeña casa de campo, en algún lugar apartado. En muchos casos esta imagen era un reflejo de la realidad, porque los cazadores de brujas buscaban objetivos fáciles y tendían a acusar a ancianas que vivían solas y apartadas de la comunidad. Aunque los cargos por brujería no se limitaban a las mujeres viejas y feas (muchas presuntas brujas eran jóvenes, atractivas y ricas), la imagen estereotipada de la bruja ha cambiado poquísimo desde el siglo XVIII.

  El espíritu que ayuda a las brujas

  Puede que las brujas sean poco sociables, pero según la creencia popular, no les falta compañía. Se dice que cada bruja posee por lo menos un demonio en forma de pequeño animal que la aconseja y que realiza fechorías en su nombre, incluido el asesinato. Gatos, perros, sapos, conejos, mirlos y cuervos son los más comunes, pero alguna que otra bruja fue acusada de tener un erizo, una comadreja, un hurón, un topo, un ratón, una rata, una abeja o un saltamontes como mascota demoníaca.

  Las brujas, que supuestamente reciben a estos espíritus directamente del Diablo, cuidan mucho a sus bichos, los bautizan y les ponen nombre (Pyewackit, Gibbe, Rutterkin, Greedigut o Elemauzer, por ejemplo) y les dan de comer las mayores exquisiteces. Un buen trabajo se recompensaba tradicionalmente con una cuantas gotas de la sangre del ama.

  Los espíritus aliados se convirtieron en una parte clásica de la tradición acerca de las brujas durante los juicios por brujería del siglo XVI en Inglaterra y Escocia, y pasaron luego a las colonias americanas. Era una creencia muy extendida que estos animales trabajaban para las brujas como espías y que llevaban a cabo buena parte de su trabajo sucio, incluso el de lanzar conjuros y maldiciones. Así que, si alguien veía un perro o un gato desconocidos, sobre todo si parecía mirar de un modo extraño, temía que fuera un servidor de una bruja que había llegado para hacer daño.

  Cuando llegaba el día del juicio de una bruja, su supuesto animal diabólico casi siempre había desaparecido. Eso era una suerte para la desafortunada mascota, porque ejecutaban de inmediato a los pocos demonios disfrazados que atrapaban.

  Se creía que las brujas trataban a sus demonios aliados con gran ternura.

  (Fuente de la imagen 18)

  Albus Dumbledore es, en muchos aspectos, la quintaesencia del brujo. El director de Hogwarts es sin duda un maestro en dar sabios consejos y manejar situaciones complicadas. Sus poderes mágicos no tienen parangón y la túnica púrpura, la barba plateada y el sombrero puntiagudo completan el mejor retrato de brujo que cabría esperar.

  Esta imagen del brujo es producto tanto de la historia como de la ficción. Desde Merlín hasta el propio Dumbledore, los productos de la creación literaria incluyen brujos que pueden convertirse en gato o en lechuza, preparan fastuosos banquetes con un golpe de varita, se esfuman en el aire o lanzan conjuros para que los castillos parezcan repollos. Sus antepasados históricos fueron miles de hombres y mujeres reales de la época medieval y del Renacimiento europeo, de quienes se creía que poseían tanto una sabiduría especial como capacidades mágicas. Ellas eran conocidas como mujeres sabias, o brujas blancas; ellos como hombres sabios, o brujos.

  (Fuente de la imagen 19)

  Muchos pueblos de la Europa medieval tenían al menos un brujo profesional, que ofrecía a sus clientes un amplio surtido de servicios mágicos: encontrar objetos perdidos, tesoros ocultos o personas desaparecidas; detectar a los criminales; curar enfermedades; predecir el futuro; lanzar conjuros; fabricar amuletos y hacer encantamientos para evitar cualquier daño, tanto natural como sobrenatural, y preparar pociones. La creencia en la magia estaba muy extendida, y el brujo solía ser tan respetado como temido por la comunidad a la que servía. En el siglo XVII, que un mago identificara a un ladrón (por lo común preguntando a la víctima acerca de los sospechosos potenciales y practicando alguna forma de adivinación) se tomaba muy en serio y a veces, era suficiente para un arresto legal.

  Un aldeano podía buscar la asistencia mágica de un brujo para casi cualquier propósito: ganar a las cartas o a los dados, proteger su casa de las ratas, hacer dormir a los niños toda la noche o evitar que lo arrestaran por impago de sus deudas. Como hombre sabio de la localidad, también podía pedírsele consejo a un brujo acerca de los asuntos del corazón o para decidir entre dos posibles cursos de acción. Para responder a la consulta, el brujo (o la bruja) podía leer el futuro en una bola de cristal, crear un amuleto protector, preparar una poción o decir a su cliente que recogiera alguna hierba mientras murmuraba un encantamiento. Como compensación, cobraba una pequeña cantidad de dinero o recibía un donativo.

  Muchos de los clientes eran pobres, así que también lo eran la mayoría de los brujos y las mujeres sabias. Pero los miembros de la clase alta no dudaban en consultarlos cuando la ocasión lo requería, y un brujo que adquiriese una buena reputación entre los aristócratas podía ganarse muy bien la vida. Muchas mujeres ricas querían pociones de amor para conseguir el marido deseado o recuperar el cariño de un cónyuge díscolo. Se decía que a veces los políticos recurrían a un brujo en busca de ayuda, ya fuese para ganar el favor del rey, llevar a cabo un complot rebelde o asegurarse el éxito en una misión diplomática delicada.

  Como los servicios que ofrecían tenían mucha demanda, los brujos de pueblo estaban relativamente a salvo de la persecución legal que se aplicó a todas las formas de prácticas mágicas en una u otra época. En Inglaterra, entre 1542 y 1604, se aprobaron tres leyes contra la brujería en las que se declaraba felonía decir la fortuna, realizar encantamientos curativos o pociones de amor, o adivinar dónde estaba un tesoro o un objeto extraviado. Sin embargo, el número de gente perseguida por tales crímenes era bastante pequeño en comparación con el número de personas juzgadas por practicar formas malignas de magia, como tener tratos con el diablo o conjurar espíritus malignos. En su mayor parte, los magos de los pueblos contaban con la protección de sus vecinos. No obstante, eran vulnerables a los caprichos de los clientes descontentos, que podían delatarlos a las autoridades o acusarlos de brujería.

  Durante el siglo XVI, la palabra «brujo» adquirió un nuevo significado. El apelativo no solo se aplicaba a los hombres sabios del pueblo, sino también a los magos que practicaban la alquimia y convocaban a los demonios, a los astrólogos y a los que realizaban trucos de magia para entretener. Finalmente acabó usándose para referirse a quienes practicaban cualquier clase de magia, y se convirtió en la palabra favorita de los narradores de cuentos, que otorgaban a sus personajes poderes mágicos mucho más espectaculares de lo que ningún brujo real hubiese podido imaginar.

  Atuendo del brujo

  ¿Cómo viste un brujo elegante? Pues bien, si se trata de un brujo de cuento, lo más probable es qu
e lleve una elegante túnica y un sombrero largo y puntiagudo adornado con lunas y estrellas. Es la imagen que todos reconocemos inmediatamente y que han utilizado numerosos ilustradores, directores de cine y artistas para transmitir de forma instantánea el concepto de «brujo». Aunque no es posible identificar el momento concreto en que se puso de moda esta imagen, se sabe que los elementos básicos de la túnica y el sombrero son muy antiguos.

  Este sombrero de 73 cm del Museo de Prehistoria e Historia Antigua de Berlín, Alemania, es una de (as cuatro piezas similares de la Edad de Bronce, desenterradas en Europa durante los dos últimos siglos. Originalmente, pudo haber sido lucido junto con una capa dorada a juego, formando un conjunto impresionante.

  (Fuente de la imagen 20)

  Las túnicas de los brujos tienen su origen en las túnicas sacerdotales. En la Antigüedad, la magia y la religión estaban íntimamente relacionadas y es probable que los hechiceros y los sacerdotes vistieran de forma similar para llevar a cabo las ceremonias sagradas destinadas a invocar a los dioses. Con el paso de los siglos, el atuendo de los sacerdotes fue evolucionando y, del mismo modo, también evolucionó el de los brujos. Los romanos que se consideraban elegantes, por ejemplo, llevaban una túnica en forma de T con las mangas largas y anchas, semejante a las de los brujos. Esta vestidura, conocida con el nombre de «dalmática» y sobrepuesta a la toga, se convirtió en parte del atuendo de los diáconos y pudo influir en la forma de vestir de los brujos de la época. Cuando la Iglesia empezó a fundar las primeras escuelas y universidades, los profesores medievales continuaron con la tradición de las túnicas y lucieron largas togas negras, símbolo de su erudición y sus credenciales académicas. Los magos eruditos como Comelius Agrippa también siguieron la moda (para una ilustración del atuendo académico de un brujo del siglo XVI, véase Magia). Recogiendo las tradiciones sacerdotales y académicas, las túnicas de los brujos transmiten un halo de conocimiento, sabiduría y acceso a lo sobrenatural.

  Por lo que respecta al sombrero, lo más probable es que la clave sobre sus orígenes recaiga en las habituales lunas y estrellas que lo decoran, puesto que lo relacionan con la astronomía y la astrología de la Antigüedad. Algunos académicos han sugerido que el sombrero nació a partir de un mapa astral enrollado en forma de cono que simbolizaba el conocimiento astral de quien lo llevaba. O quizá, como las agujas y los campanarios de las iglesias, pretendía simbolizar un vínculo con los poderes celestes o atraerlos a la Tierra.

  Hasta hace poco, estas teorías eran meras especulaciones, puesto que no había pruebas evidentes que demostraran que a lo largo de la Historia los brujos o los astrólogos hubieran llevado este tipo de sombrero. Sin embargo, todo cambió cuando los estudiosos identificaron lo que pensaban que, en efecto, era un sombrero de brujo de 3000 años de antigüedad. Anteriormente, esta prenda, fabricada a partir de una única lámina de oro puro, se había tomado por un vaso o una pieza decorativa de un templo. La clave para identificar aquel desconcertante objeto fue constatar que los casi dos mil símbolos grabados en ella (consistentes en discos, círculos concéntricos, lunas crecientes, formas ovales y una estrella con ocho puntas) no eran simples elementos decorativos, sino que conformaban un sofisticado calendario lunar/solar. La persona que llevó aquel sombrero debió de ser alguien que conocía las figuras celestes recurrentes, podía anticipar las estaciones y sabía cuándo había que sembrar o recolectar. Era un poderoso conocimiento y, seguramente, a la persona que lo poseía se la consideraría una especie de sacerdote-rey-brujo con poderes sobrenaturales. Los arqueólogos creen que el sombrero pudo ser utilizado en ceremonias para transmitir la elevada posición del brujo y, con su forma cónica apuntando al cielo, indicar su vínculo con los dioses.

  A simple vista, un caldero puede parecer solo una enorme olla. Pero en buenas (o malas) manos, puede ser un artefacto mágico con un poder extraordinario. Con un caldero, toda bruja o brujo avezado puede preparar pociones, predecir el futuro, suministrar una cantidad interminable de alimentos a un número ilimitado de invitados, otorgar juventud y fuerza, o conceder conocimientos y sabiduría.

  Los primeros calderos de que se tiene noticia eran de formas y tamaños diversos, y estaban hechos de bronce, cobre, peltre (como el de Harry), piedra y más tarde de hierro forjado. En tiempos medievales, el caldero era el eje de casi todas las actividades domésticas. Se usaba para cocinar, preparar medicinas, lavar y teñir ropa, fabricar jabón y velas, y transportar tanto agua como fuego. Una familia numerosa podía tener solo un caldero, que usaba para todos estos fines.

  En algunas culturas, los calderos formaban parte de los rituales religiosos. Los antiguos celtas mantenían contentos a sus dioses haciéndoles ofrendas de finas joyas de oro y plata, que colocaban dentro de un caldero que a continuación se sumergía en agua. El célebre Caldero de Gundestop, que fue encontrado en una turbera en Dinamarca en 1891, está hecho casi por completo de plata pura y tiene representaciones de dioses, plantas y animales fantásticos. Data del siglo I a. C. y probablemente se usó en sacrificios humanos.

  De todos modos, el uso más conocido de los calderos es el de utensilio de las brujas. Esta asociación data de tiempos remotos. En la mitología griega, la bruja Medea prometió a su esposo que alargaría la vida de su anciano y débil padre. Mezcló en un caldero hierbas mágicas con trozos de «animales que se aforran a la vida» (sobre todo, tortugas). Después hizo un corte en la garganta del viejo y vertió el preparado en la herida. El conjuro de Medea devolvió a su suegro el vigor de la juventud.

  La relación entre brujas y calderos se remonta a la Antigüedad griega y romana. Aquí vemos a una vieja bruja instruyendo a su aprendiz en el ate de preparar pociones.

  (Fuente de la imagen 21)

  El caldero más famoso es, probablemente, el que perteneció al trío de brujas que arrastraron a Macbeth, el conocido personaje de Shakespeare, a su perdición. Cuando Macbeth se les presentó, exigiendo que le revelaran el futuro, las tres brujas prepararon en un caldero un brebaje de lo más repulsivo, que contenía una escama de dragón, un diente de lobo, una pata de lagarto, un ojo de reptil acuático y un dedo de rana. Con este potaje único y el famoso encantamiento, «duplicaos, duplicaos penas y pesares; hierve, fuego; borbotea, caldero», las brujas hacen aparecer tres espíritus que le ofrecen profecías exactas, si bien astutamente engañosas.

  El caldero ocupa también un lugar destacado en las mitologías irlandesa, galesa y celta, en la que es considerado un objeto mágico que tiene poderes sobre la vida misma. La boca del caldero se considera una entrada hacia el mundo subterráneo, del que emerge toda vida y al que los muertos regresan. El caldero de Pwyll, señor gales del mundo subterráneo, tenía fama de garantizar la inmortalidad. Algunas leyendas sugieren que, en cierta ocasión, el rey Arturo y sus caballeros trataron de robar dicho caldero. Otras sostienen que el héroe irlandés Bran tenía un caldero que podía hacer resucitar a los muertos, y que lo regaló al rey de Irlanda. El corrupto rey irlandés utilizó este recipiente mágico como fuente inagotable de soldados. Esos soldados eran mudos, para que no pudieran revelar a nadie los secretos de la vida en el más allá. En las crónicas de las batallas se describe cómo se metían en el caldero las diversas partes del cuerpo de los soldados seccionadas en el campo de batalla, y cómo de él inmediatamente salían cuerpos enteros y listos para luchar un día más. El rey irlandés resultó vencido solo cuando el medio hermano de Bran saltó al caldero, sacrificando su vida para destruirlo, ya que no había sido fabricado para albergar a seres vivos.

  Un ejército reclutado de este modo podía no ser derrotado jamás, pues era posible crear nuevos soldados a partir de los restos de los caídos. Si defenderse de las fuerzas del mal que están vivas y coleando ya puede resultar una tarea bastante difícil para un brujo decente, ¿cuánto mayor no será el peligro, si incluso en estos momentos pueden estar despertando y volviendo lentamente a la vida en los confines de algún oscuro caldero enemigos hace tiempo abatidos?

  Fluffy, el perro enorme de tres cabezas que custodia la piedra filosofal en Hogwarts, procede de una e
stirpe mitológica de unos tres mil años de antigüedad. Su antepasado más venerable es Cerbero, el salvaje sabueso de la mitología griega y romana, que guardaba la entrada del mundo subterráneo. En el siglo VII a. C., el poeta Hesíodo describía a Cerbero como un can de cincuenta cabezas y voz de metálica. Sin embargo, solo dos siglos después, las cincuenta cabezas parecían demasiadas incluso para el despiadado perro guardián. Los artistas describían a Cerbero, una imagen que se ha convertido en clásica, con tan solo tres cabezas, cola de dragón y espina dorsal erizada de serpientes.

  Los antiguos griegos creían que, cuando alguien moría, su espíritu pasaba al mundo subterráneo. Gobernado por Hades y su esposa, Perséfone, el mundo subterráneo era el destino de todas las almas, buenas o malas, pero la calidad de su existencia allí dependía de cómo se hubieran comportado en la Tierra. Como perro guardián del mundo subterráneo, el trabajo de Cerbero era asegurarse de que nadie escapara del reino de Hades una vez traspasado su umbral. Nacido de dos monstruos terribles (su padre era un gigante de aliento de fuego cubierto de dragones y serpientes, y su madre, medio mujer, medio serpiente, se comía a los hombres crudos). Cerbero no tenía problemas para atemorizar a la gente. Pero por si con su aspecto no bastaba, los dientes afilados de sus tres cabezas de perro y las púas de su cola resultaban bastante efectivos.

  Muy pocos personajes mitológicos consiguieron eludirle y continuar su camino devuelta hacia el mundo de los vivos. La ninfa Psique lo consiguió dándole de comer un pastel de miel con una droga, y el héroe troyano Eneas siguió su ejemplo. El músico Orfeo, que se aventuró en el mundo subterráneo en busca de su fallecida esposa, Eurídice, tocó su lira con tanta armonía que Cerbero cerró los ojos sumido en el éxtasis y lo dejó pasar. (Fluffy reacciona ante la música del mismo modo.) Hércules, para realizar el último de sus doce trabajos, luchó contra Cerbero con las manos desnudas y consiguió arrastrar a la bestia hacia la tierra durante un corto tiempo.

 

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