El Diccionario del Mago

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El Diccionario del Mago Page 13

by Allan Zola Kronzek


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  Según la tradición, los que no puedan resistir la tentación de visitar antiguas ruinas tienen una manera segura de protegerse contra un gorra roja. Hay que leer la Biblia en voz alta, y el duende soltará un alarido y se desvanecerá, dejando tras de sí uno de sus horribles dientes como recuerdo.

  De todas las criaturas mágicas, pocas se han imaginado de tan diversas y opuestas formas como el grifo, padre del noble hipogrifo. Este monstruo híbrido que combina cabeza, alas y garras de águila con cuerpo de león ha sido considerado algunas veces regio y valiente, otras depravado y codicioso, y hasta santo o satánico, dependiendo de las fuentes.

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  Los grifos (del griego gypos, que significa «ganchudo», y del persa giriften, que significa «agarrar») ya aparecen en dibujos y gravados de hace 5000 años. Las imágenes más antiguas se hallaron en santuarios y tumbas egipcias y persas, lo que sugiere que, originalmente, los grifos pudieron ser algún tipo de guardianes del espíritu. Aristeas, el viajero y poeta griego que vivió alrededor del año 675 a. C., fue el primero en describir el hábitat y el comportamiento de esta criatura. Basándose en historias que le habían relatado los nómadas de Eurasia, Aristeas escribió que los grifos eran criaturas salvajes que acumulaban oro y habitaban en los desiertos y montañas de Mongolia. Sus nidos, fabricados con oro puro, se emplazaban en las cimas de las montañas, posición que les permitía tener una excelente visión de todo lo que quedaba por debajo. Se decía que los grifos, feroces defensores de sus tesoros y sus crías, descendían y capturaban con sus enormes garras de águila (o, en algunos casos, de león) a cualquier humano que osara adentrarse en su territorio. En relatos posteriores, también se contaba que tenían especial debilidad por la carne de caballo.

  Como en el caso del basilisco o el unicornio, el grifo legendario podría tener sus raíces en un animal real. Un posible candidato sería el quebrantahuesos, un buitre enorme que habita en las montañas de Europa y Asia, y se lleva a sus presas vivas entre las garras. Otra teoría sugiere que las leyendas sobre los grifos nacieron como explicación para los restos fósiles de misteriosas criaturas de pico ganchudo que abundaban en las zonas con gran presencia de oro del desierto del Gobi, lugar donde empezaron a difundirse las historias sobre el amor de los grifos por el noble metal. Ahora sabemos que la criatura era un protoceratops, un dinosaurio que medía un metro ochenta de largo, con un pico parecido al de los loros y una cresta alrededor del cuello que podría llegar a confundirse con unas alas.

  Fuera cual fuera el origen de la leyenda, tras el relato de Aristeas, los grifos comenzaron a tomar vida en la imaginación de los artistas griegos y romanos, que representaban a las criaturas atacando a ciervos y caballos o atadas a los carros de los dioses, transportando a Apolo, Zeus y Némesis (la diosa de la venganza) a través de los cielos. En la Edad Media, los grifos se utilizaron para simbolizar tanto el bien como el mal. El poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) convirtió a los grifos en un símbolo de Cristo, por su conocimiento y dominio del cielo y de la tierra. Sin embargo, otros escritores describían al grifo como una representación del demonio.

  La combinación de la fuerza regia y la nobleza del león con la rapidez y la aguda visión del águila también hizo del grifo un icono perfecto para la heráldica. Adornaba escudos de caballeros, blasones reales y escudos de armas. También hay grifos en la casa de Gryffindor (así llamada en honor de Godric Gryffindor, cuyo nombre significa «grifo de oro»): en la aldaba de la puerta del despacho de Albus Dumbledore y cerca del baño de las chicas donde hizo su famosa aparición el trol de la montaña. Sin duda, estos grifos reflejan los aspectos más nobles de esta criatura mágica.

  Cuando Harry se percata de que hay un enorme perro negro que le va siguiendo, sospecha que en realidad esa criatura puede ser un grim, un espíritu disfrazado de perro amenazador, que desde hace mucho se considera en las islas británicas un presagio de muerte. Sin embargo, por fortuna el bicho resulta ser el padrino de Harry, Sirius Black, que puede transformarse en perro cuando le conviene.

  A no ser que en Hogwarts haya un cementerio del que no teníamos noticia, la sospecha de Harry de que un grim le andaba siguiendo probablemente era infundada, ya que la mayoría de las informaciones al respecto afirman que los grims nunca se alejan de los camposantos donde habitan. Tanto en el folklore británico como en el escandinavo, «grim» puede ser un término general para referirse a un espíritu casero, pero su acepción más común es la de «grim de iglesia», un guardián de las ánimas de los difuntos que, en Inglaterra, adopta la forma de un perro negro, grande y greñudo, de mirada feroz. En Escandinavia, el grim de iglesia puede aparecer también como un caballo, un cordero o un cerdo.

  Según la tradición inglesa, el grim de iglesia carga con la inmensa responsabilidad de proteger el cementerio del Diablo y las brujas. A comienzos de la era cristiana mucha gente pensaba que, cuando se consagraba un nuevo cementerio, la primera persona que recibiera sepultura allí tendría que proteger el lugar contra la influencia satánica. Pero también se creía que si un perro negro y bueno era enterrado en el lado norte del cementerio, el animal podía asumir el puesto de guardián en lugar del alma humana, que quedaría así liberada y podría viajar hacia el más allá.

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  Los grims suelen ser invisibles, pero durante una tormenta se los puede ver paseándose por el cementerio. También pueden aparecerse a medianoche en la víspera de una muerte, o de pie en la torre del cementerio durante un entierro. Se dice que el clérigo que oficia en el funeral es capaz de decir, por la apariencia del grim, si el alma del difunto irá al cielo o al infierno.

  La primera vez que Harry se tropieza con un grindylow, que aprieta su horrible rostro verde contra el cristal del acuario que hay en el despacho del profesor Lupin, ni se imagina que esa experiencia resultará tener cierta aplicación práctica. Y es que esos demonios acuáticos del folklore inglés habitan en el lago de Hogwarts, y Harry tendrá que hacerles frente como parte de la segunda prueba en su búsqueda del Cáliz de Fuego.

  Por muy genuinos que puedan ser los grindylows en el mundo de los brujos, en Yorkshire (única región de Inglaterra donde los grindylows forman parte del folklore local) ni un solo niño mayor de diez años admitiría creer en la existencia de semejantes asquerosas criaturas. Ello es debido a que los grindylows se encuadran en una categoría especial de seres sobrenaturales conocidos como «cocos de bebés», que nunca han sido tomados muy en serio por los adultos, pero que se inventaron para asustar a los niños pequeños y evitar así que hicieran cosas peligrosas o prohibidas. «¡No te acerques tanto al agua, o te arrastrará el grindylow y te comerá de merienda!».

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  Dado que el grindylow es parte de la tradición oral, más que de la escrita, sus rasgos físicos son difíciles de determinar. Sin embargo, si el grindylow se parece en algo a los espíritus acuáticos Jenny Dientes verdes y Peg Powler, que son su equivalente en otras zonas de Inglaterra, entonces lo más seguro es que tenga cara de arpía, con larga melena verde, piel verde, colmillos verdes y puntiagudos, y la boca siempre medio abierta. Probablemente porque Harry ya no es un crío se da cuenta de que, a pesar de esos rasgos tan desagradables, lo único que hace falta para librarse de esas asquerosas criaturas es propinarles un puntapié en la cabeza.

  Los duendes que corretean a su aire por la clase de Gilderoy Lockhart, los leprechauns que se duchan con oro en pleno campo de quidditch, y los elfos domésticos que trabajan en las cocinas de Hogwarts, pertenecen a la gran familia de las hadas. Las hadas, a las que también se las conoce como la gente menuda, el pueblo pequeño, la buena gente, o los buenos vecinos, forman parte de una enorme comunidad internacional de seres inmortales y sobrenaturales que solo se dejan ver de vez en cuando. Aunque su apariencia más conocida es la que se describe en el folklore británico, estas criaturas mágicas son personajes destacados de los cuentos populares de todo el mundo, desde Suecia a Irán o China Muchos de nosotros conocemos a las hadas a partir d
e los cuentos infantiles modernos, donde suelen aparecer como personillas simpáticas de corazón generoso. Pero en el pasado, entre las hadas se contaba una inmensa variedad de seres grandes y pequeños, antipáticos y amables, temibles y divertidos, hermosos y horripilantes, desde los gorras rojas asesinos de las tierras fronterizas escocesas, hasta la encantadora hada madrina de Cenicienta.

  El ratoncito Pérez

  Hoy día no hay hada mejor conocida ni más querida que el hada de los dientes. En Estados Unidos y en algunas zonas de Gran Bretaña, Canadá y España, se dice que visita a los niños por la noche para dejarles un poco de dinero o algún regalito, a cambio del «diente de leche» que se pone debajo de la almohada.

  Aunque las historias sobre el hada de los dientes empezaron a contarse a comienzos del siglo XX (y nadie sabe a ciencia cierta dónde surgieron), la asociación entre dientes y regalos data de mucho tiempo atrás. Hace más de mil años, los niños vikingos recibían un «pago del diente» (algún regalo) cuando les salía el primer diente. Un antecesor reciente del hada de los dientes sería el ratoncito Pérez, una criatura adorada por los niños europeos del siglo XIX, que dejaban el diente de leche en el agujero de un ratón, o debajo de las estanterías de la cocina o en cualquier otro rincón donde un ratón pudiera encontrarlo. Y el ratoncito Pérez no solo les regalaba a cambio algún dulce o unas monedas, sino que, según reza la leyenda, los dientes nuevos de estos afortunados niños serían tan afilados como los de su diminuto benefactor.

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  La palabra «hada» proviene del latín fata, o parca, referido a las míticas Parcas, tres mujeres que hilaban las hebras de la vida y controlaban el destino de cada persona desde el nacimiento hasta la muerte. Igual que las parcas, se cree que las hadas participan activamente en la vida de los mortales, ayudándoles cuando les apetece, pero también enviándoles grandes dosis de dolor y desgracias. Por ejemplo, durante la Edad Media se echaba la culpa a las hadas de muchas dolencias físicas, desde simples sarpullidos hasta tuberculosis. Moratones, calambres y dolores reumáticos se atribuían a invisibles hadas furiosas, que pellizcaban a los humanos. Y los que sufrían ataques al corazón, parálisis o misteriosas enfermedades, habían recibido el «golpe del elfo», es decir, los había alcanzado una flecha invisible de elfo. Asimismo, se advertía a las madres de que nunca dejaran a los recién nacidos sin vigilancia, pues un hada podía raptar al niño y dejar en su lugar un bebé duende enfermizo.

  A mediados del siglo XVI, el miedo a las hadas fue sustituido por el miedo a las brujas, y las hadas, aunque pudieran seguir haciendo bromas pesadas (como el hinkypunk, o el Puck de Shakespeare), empezaron a ser consideradas más bien criaturas imaginarias generalmente benevolentes y amantes de la diversión, y bien dispuestas hacia los humanos. Los cuentos de hadas, muchos y muy variados, nos hablan de reinos del bosque habitados por diminutas criaturas vestidas con hermosas telas azuladas, verdes y doradas. Aunque suelen parecerse a los humanos más guapos, las hadas son capaces de tomar el aspecto de animales o volverse invisibles a su antojo. Amantes de la música, danzan alrededor de las setas y hongos venenosos bajo la luz de la luna, tocando diminutas flautas y arpas. Muchas canciones populares de Escocia son, según se cree, cantos de hadas que unos gaiteros mortales aprendieron cuando llegaron al país de las hadas atraídos por unas bellísimas melodías. Los humanos que sucumben a la tentación de adentrarse en el reino de las hadas suelen perder la noción del tiempo, de modo que al regresar creen que solo han estado allí un instante cuando en realidad han pasado años. De todos modos, los mortales que salen en busca del país de las hadas, rara vez dan con él. Según dice la leyenda, el territorio de las hadas solo se descubre por casualidad.

  No todas las hadas llevan una vida de ocio y placer. Hay muchos cuentos tradicionales que hablan de hadas domésticas (como los brownies, los duendecillos y algunos elfos) que prefieren vivir entre los mortales y ayudar en las tareas de la casa a cambio de un cuenco de nata o un pedazo de tarta cada noche. Es esencial conocer las normas de cortesía de las hadas, ya que se ofenden con mucha facilidad. Si no mantienes la chimenea limpia o intentas pagarles por sus servicios, quizá te demuestren su enfado volcando cubos de basura, rompiendo platos o haciendo que la vaca deje de dar leche. Sin embargo, es mejor no hacer caso de estos estallidos de mal humor, pues, en tiempos pasados igual que hoy día, es difícil encontrar servicio.

  Las hadas de Cottingley

  En julio de 1918, dos jovencitas del pueblo de Cottingley (Inglaterra) consiguieron la que parecía ser la primera fotografía de hadas auténticas. La foto, tomada por Elsie Wright (entonces de dieciséis años), muestra a su prima, Frances Griffiths, sentada en el bosque rodeada de unas cuantas personillas diminutas y con alas. El padre de Elsie, que fue quien reveló la foto, no creía en las hadas y así se lo dijo a las chicas, dándoles a entender que él suponía que ellas habían hecho un montaje. Pero las chicas insistieron en que habían visto hadas en el bosque muchas veces. Un mes después tomaron otra fotografía, esta vez con Elsie posando junto a un gnomo.

  El padre de Elsie seguía sin creérselo, pero su madre comentó el asunto con algunos amigos que tenían interés en lo sobrenatural. Desde ese momento, la historia corrió como la pólvora y llegó a oídos de uno de los escritores más célebres de la época, Sir Arthur Conan Doyle, creador del gran detective Sherlock Holmes. Fascinado con la posibilidad de que aquellas hadas fueran de verdad, Doyle y otras personas interesadas en el tema consultaron con una serie de expertos para averiguar si las fotos estaban trucadas. Aunque algunos comentaron que los peinados de esas hadas parecían demasiado «modernos», nadie puedo dar con una evidencia que demostrara de manera tajante que aquello era un fraude. En diciembre de 1919, Doyle publicó un artículo en Strand Magazine, titulado «Hadas fotografiadas. Un acontecimiento que hará historia», que fue recibido con tremendo entusiasmo por parte de los más crédulos y con una crítica brutal por parte de los escépticos. En 1920, cuando las chicas hicieron otras tres fotografías con hadas, la polémica se avivó aún más.

  El debate sobre la autenticidad de las hadas de Cottingley duró unas cuantas décadas. Finalmente, a comienzos de los años ochenta, tanto Elsie como Frances admitieron que aquellas fotos eran un fraude. Ellas mismas habían fabricado hadas con papel, y las habían enganchado en las ramas de los árboles y en el suelo con alfileres de sombrero. Francés comentó la gran sorpresa que se había llevado al ver que todo el mundo se creía el cuento. Al fin y al cabo, dijo, en algunas de las fotos incluso se podían ver los alfileres, y nadie se había dado cuenta.

  Frances Griffiths y sus hadas, fotografiadas por su prima Elsie Wright en 1918. Hasta alrededor de 1980 las dos primas no reconocieron que las fotos eran un fraude.

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  Círculos de hadas

  Desde hace mucho tiempo se dice que las hadas dejan huellas de sus fiestas nocturnas. Según el folklore británico, cuando las hadas bailan bajo las estrellas, por la mañana el sitio aparece marcado con un círculo de hierba verde brillante o hierba apelmazada, que se conoce con el nombre de «circulo de hadas». Si alguien se pone en el centro de uno de estos anillos cuando hay luna llena y pide un deseo, se le cumplirá con toda seguridad.

  Pero ¡ni se te ocurra entrar en un círculo de hadas mientras están de fiesta! El que ose hacerlo se verá obligado a bailar hasta el agotamiento. La única manera de escapar es que le rescate un amigo que, con un pie fuera del círculo, tire del cautivo. Por toda Europa y América del Norte existen misteriosos círculos de hierba de color algo diferente, que suelen aparecer normalmente después de fuertes lluvias. Su tamaño varía desde unos pocos centímetros hasta más de sesenta metros de diámetro. Sin embargo, los científicos insisten en que son causa dos por un tipo de hongo llamado basidomicetes, y que no tienen nada que ver con las hadas.

  Frances Griffiths y sus hadas, fotografiadas por su prima Elsie Wright en 1918. Hasta alrededor de 1980 las dos primas no reconocieron que las fotos eran un fraude.

  (Fuente de la imagen 47)

  Tal
vez, de todos los apelativos usados para referirse a un mago, el de hechicero sea el que mejor idea da de su poder y maestría. Un hechicero no se limita a preparar pociones: controla los poderes de la naturaleza. Él conjura tormentas, mueve montañas, arroja rayos y convierte baratijas en valiosas joyas. O, por lo menos, algunos hechiceros lo hacen. Según otra versión, un hechicero es alguien que practica las artes oscuras, un brujo maligno (como Quién-tú-sabes) con un ansia inagotable de poder, y el deseo de hacer daño a la humanidad. Así pues, ¿es una cosa o la otra?

  En realidad, es ambas. Históricamente, la palabra «hechicero» se aplicaba a los agentes tanto del bien como del mal, y la idea de qué es y qué hace un hechicero ha cambiado con el paso de los siglos. Una de las más antiguas y conocidas imágenes de un hechicero está pintada en las paredes de una cueva del sur de Francia: lleva allí diez mil años. El conocido como el Hechicero de las cuevas de Les Trois Frères es un hombre disfrazado de animal con astas, que baila una danza ritual. Los antropólogos creen que la figura representa la forma más antigua de mago tribal, el chamán, que era el encargado de proteger a la comunidad, garantizar una buena caza y controlar el clima. Este tipo de hechicero era vital para la salud de la sociedad y solía gozar de la más alta estima.

 

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