Mariposa Felicidad
Martillo Triunfo sobre la adversidad, trabajo duro
Mesa Una agradable reunión
Moneda El pago de una deuda
Montaña Viaje o impedimento
Murciélago Decepción
Nido Refugio
Nubes Dudas
Oca Una invitación
Ojo de cerradura Noticias desagradables
Ojo Hay que ser precavido
Oveja Buena suerte
Pájaro Buena suerte
Pala Buena fortuna gracias a la laboriosidad
Paloma Buena suerte
Paraguas Enfados
Péndulo Indecisión
Perro Amigos fieles
Pez Noticias del extranjero
Pipa Nuevas ideas
Pistola Peligro, catástrofe, dificultad
Plátano Un viaje de negocios
Pluma Se requiere más esfuerzo
Puñal Peligro procedente de enemigos
Rama Nueva amistad
Rana Alza en los negocios
Rata Peligro, se pierde algo
Ratón Inseguridad financiera
Reloj Recuperación de una enfermedad
Remo Problema pasajero
Serpiente Falsedad, tentación
Seta Retrasos
Sierra Problemas con un desconocido
Signo de interrogación Inseguridad, cambio
Silla Un huésped inesperado
Sirena Tentación
Sobre Noticias
Soga Se avecina peligro
Sol Felicidad continua
Sombrero Una nueva situación laboral
Tambor Habladurías
Taza Éxito importante
Telaraña Intriga, complicaciones
Tetera Un hogar agradable
Tijeras Palabras agrias, malentendidos familiares
Tortuga Una crítica
Triángulo Acontecimiento inesperado
Uva Buenos ratos con los amigos
Vaso de vino Nuevos conocidos
Ventana Un amigo nos presta ayuda
Violín Soledad
Zapato Un cambio de carrera
Quizá la copa de los Mundiales de quidditch no esté llena de oro, pero tiene un gran valor para los equipos de Irlanda y de Bulgaria que se la disputan en un acontecimiento deportivo de primera magnitud en el mundo de los brujos. Cuando los irlandeses se alzan con la victoria, no tienen ninguna queja sobre la actuación de sus animadores, los exuberantes leprechauns. Sin embargo, en la mayoría de los casos los encuentros entre humanos y leprechauns no son tan armoniosos.
Aunque estas hadas del folklore irlandés se pasan la mayor parte del tiempo fabricando zapatos, no es ningún secreto que los leprechauns también se dedican a vigilar sus inmemoriales almacenes de oro y otros tesoros enterrados. Cuenta la leyenda que los humanos pueden compartir esta riqueza, pero solo si son lo bastante listos como para capturar a un leprechaun y forzarle a entregar sos ricos bienes a cambio de la libertad. No es fácil, ya que estos diminutos hombres (todos los leprechauns son machos) son extremadamente listos y suelen encontrar la manera de desbaratar los planos de los humanos. Un cuento típico empieza con un viajero que sigue el débil sonido de un martillo, proveniente de un espeso bosque o una pradera. Cuando el leprechaun ve que le han descubierto, suele mostrarse amable hasta que su visitante le pide que le diga dónde esconde el oro. Entonces puede agarrar un berrinche tremendo, niega tener oro y señala un imaginario enjambre de abejas o un árbol a punto de desplomarse, o hace lo que sea para distraer a su captor. En el mismo instante en que el humano le quita los ojos de encima, el leprechaun se esfuma. Si le falla este truco, le quedan aún muchos otros recursos. Por ejemplo, puede volverse sorprendentemente generoso y, en un abrir y cerrar de ojos, comprar su libertad con una bolsa repleta de monedas de oro. Pero como descubren los seguidores de los Mundiales de quidditch cuando los leprechauns los rocían con oro, es mejor no endeudarse demasiado pronto, pues su regalo se convierte enseguida en cenizas o desaparece por completo.
(Fuente de la imagen 56)
Las imágenes modernas de los leprechauns, especialmente las que se ven cuando se acerca el día de San Patricio, suelen mostrar un hombrecillo vestido de verde. Sin embargo, según cuenca la tradición, era posible verlos vestidos con chaqueta roja de brillantes botones plateados, calzas azules o marrones, zapatos grandes con hebillas gruesas de plata y sombrero tricornio de copa alta. Su estatura varía entre los quince centímetros y algo más de medio metro, y pueden tener cara traviesa y digna a la vez. Muchos tienen barba y fuman en pipa. Cuando están trabajando, suelen usar un delantal de cuero de zapatero y un pequeño martillo con el que fabrican o arreglan pequeños zapatos de talla de hada. Aparentemente, los leprechauns no tratan a sus compañeras hadas mucho mejor que a los humanos, ya que solo les hacen un zapato, nunca el par completo. En realidad, muchos estudiosos piensan que la palabra leprechaun deriva del gaélico leith bhrogan, que significa «el que hace un zapato». Pero quizá la incapacidad de los leprechauns de hacer un par completo de zapatos se deba solo a puro descuido, pues a menudo están un poco achispados de tanto beber cerveza casera.
El granjero y el leprechaun
Este cuento típico sobre el ingenio del leprechaun se ha contado en Irlanda durante generaciones.
Un granjero se encontraba trabajando en sus tierras cuando descubrió por casualidad a un hombrecillo que se escondía bajo una hoja. Convencido de que debía de tratarse de un leprechaun, el granjero recogió enseguida al hombrecillo en su mano y le preguntó donde tenía guardado el oro. El leprechaun parecía estar deseando liberarse, así que le reveló enseguida que su tesoro se hallaba escondido debajo de un arbusto cercano. El granjero, sin soltar a su diminuto cautivo se encaminó hacia el lugar indicado. Pero resultó que el arbusto estaba rodeado de otros cientos de arbustos idénticos. Como no tenía a mano ninguna herramienta para cavar, se quitó uno de los calcetines rojos y lo ató a una rama para marcar el arbusto que el leprechaun le había señalado. Entonces, mientras volvía a su casa en busca de una pala, el leprechaun le dijo que ya no necesitaba de sus servicios para nada y le pidió que le liberara. El granjero accedió, pero no sin antes hacerle prometer que no se le ocurriría quitar el calcetín ni llevarse el oro. Buena idea, pero no tanto como pensaba. Cuando el granjero regresó al campo a los pocos minutos, ¡todos los arbustos estaban marcados con calcetines rojos idénticos!
A los once años, Harry Potter se lleva la sorpresa más grande de su vida. A diferencia de tía Petunia y tío Vernon, del horrible primo Dudley y de todo el mundo que él conoce, Harry puede hacer magia. Puede deshacer un horrendo corte de pelo de la noche a la mañana, hacer desaparecer el cristal de una vitrina en el zoo, y encoger un suéter espantoso sin ayuda de la secadora. Y como le anuncia Hagrid muy contento, con un poco de entrenamiento en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería podrá hacer muchísimas más cosas.
En el mundo de los brujos, la magia es una manera de conseguir lo que resulta imposible según las leyes de la naturaleza que rigen a todos los demás. Los brujos pueden usar polvo mágico flu para trasladarse de un lugar a otro, mientras que la gente no mágica nos vemos obligados a caminar o tomar el autobús. Albus Dumbledore puede apuntar con su varita y pronunciar unas pocas palabras mágicas para llenar el vestíbulo de Hogwarts de sacos de dormir, mientras que una persona normal y corriente tiene que ir a una tienda, comprar los sacos de dormir, cargarlos en una furgoneta, llevarlos al colegio y meterlos dentro. Sirius Black puede usar sus poderes mágicos para transformarse en perro, mientras que un no mago no tiene más opción que buscarse un disfraz.
Aunque lo pasemos muy bien leyendo sobre las hazañas de estos brujos de ficción, en la actualidad la mayoría de la gente no cree en la magia. Disfrutamos con las actuaciones de magos en teatros, que nos ofrecen la experiencia de la magia, pero en realidad no esperamos que hagan cosas imposibles. Ni muchos de nosotros cree en un concepto de la magia que en tiempos pasados fue muy común, según el cual el mundo está controlado por seres sobrenaturales, cuyos pode
res pueden ser aprovechados y utilizados por los humanos para conseguir sus objetivos.
Sin embargo, a lo largo de gran parte de la historia occidental, la gente ha creído en la magia y ha recurrido a fuerzas invisibles y sobrenaturales con la intención de ejercer poder sobre los demás o controlar el mundo natural. Se ha practicado la magia para conseguir conocimientos, amor y riquezas, o para curar enfermedades, protegerse contra los peligros, causar daños o engañar a los enemigos, asegurarse el éxito o la productividad, y para conocer el futuro. Las prácticas mágicas consistían en muchas de las habilidades que se estudian en Hogwarts, como conjuros, pociones, encantamientos y adivinación, así como en complejos rituales y ceremonias destinadas a convocar dioses, demonios y demás. Practicar la magia ha servido a la gente para aliviar su ansiedad y tener la sensación de estar haciendo algo para controlar el curso de su vida.
Los orígenes de la magia
La palabra «magia» deriva del sustantivo magi, que era el nombre de los sumos sacerdotes del antiguo imperio persa (el actual Irán). En el siglo VI a. C., los magi eran conocidos por su profunda sabiduría y sus dones para la profecía. Eran seguidores del líder religioso Zoroastro, interpretaban los sueños, practicaban la astrología, y aconsejaban a los gobernantes sobre importantes asuntos de estado. Cuando el mundo griego y romano conoció a los magi, los consideró figuras tremendamente misteriosas que poseían secretos profundos y poderes sobrenaturales. No estaba claro en qué consistían esos secretos (al fin y al cabo, eran secretos), pero durante mucho tiempo, cualquier cosa que se considerara sobrenatural se achacaba a la intervención de los magi, y por eso empezó a decirse que era «magia». En realidad, a menudo se decía que el propio Zoroastro había sido el inventor de la magia.
Por supuesto, ningún individuo por si solo ni ninguna cultura en concreto inventó la magia. A lo largo de los siglos se han desarrollado prácticas mágicas en muchas civilizaciones, incluidas las de los antiguos persas, babilonios, egipcios, hebreos, griegos y romanos. La tradición mágica occidental tal como la conocemos hoy día le debe mucho a la convergencia e intercambio de ideas entre miembros de culturas diferentes. Tales contactos se produjeron con frecuencia creciente a partir del siglo III a. C., cuando el general griego Alejandro Magno conquistó Siria, Babilonia, Egipto y Persia, y estableció en la ciudad de Alejandría, en Egipto, el crisol intelectual del mundo antiguo.
Magia y religión
En todas las sociedades primitivas se mezclaba la magia y la religión. Se creía que una gran variedad de dioses y espíritus menores, tanto buenos como malos, controlaban casi todos los aspectos de la vida, provocaban que saliera el sol o que lloviera, portaban prosperidad y pobreza, enfermedad y buena salud. La magia se usaba para atraer o controlar a dichos espíritus. Igual que las prácticas religiosas, las prácticas mágicas incluían rituales y ceremonias para invocar a los dioses, y se creía que los magos, igual que los sacerdotes, tenían un acceso especial a los dioses. Pero más que adorar a las deidades, lo que hacían los magos era pedirles, o incluso exigirles, favores.
A veces, los magos se limitaban a llamar a los dioses para que les ayudaran a lanzar conjuros, preparar pociones o pronunciar maldiciones. Pero muchas veces intentaban también que las deidades aparecieran «en persona». Tras ejecutar una ceremonia especial para llamar o invocar a un espíritu, el mago podía exigirle que alejara la enfermedad, o que acabara con el enemigo, o que asegurara una victoria política. Con las deidades menores lo típico era amenazarlas diciéndoles que otros espíritus más poderosos las castigarían si no se cumplían las exigencias del mago. Entonces el mago despedía a la deidad, enviándola de vuelta al mundo de los espíritus. Cientos de documentos de la Antigüedad confirman que en los primeros tiempos de Grecia y Roma era común intentar evocar a los espíritus, aunque a menudo era una actividad de lo más frustrante.
Casi todas las formas de magia antigua necesitaban del conocimiento de los nombres secretos de los dioses. Se creía que muchas deidades tenían dos grupos de nombres, los públicos y los nombres secretos que solo conocían los estudiosos de la magia. En un cierto sentido, esos nombres secretos constituyeron las primeras palabras mágicas. Ya fueran pronunciadas de viva voz o escritas, se creía que poseían un poder inmenso, pues saber el nombre verdadero de un dios permitía al mago convocar todos los poderes que dicho dios representaba. Eos sacerdotes egipcios daban a sus deidades nombres largos, complicados y a menudo impronunciables, para que los legos no pudieran recordarlos fácilmente. Se decía que Moisés separó las aguas del mar Rojo pronunciando el nombre secreto de Dios, de 72 sílabas, que solo él conocía. Y según el escritor griego Plutarco, el nombre de la deidad guardiana de Roma se mantenía en secreto desde la fundación de la ciudad, y estaba prohibido preguntar nada acerca de ese dios, aunque solo fuera para saber si era macho o hembra, para evitar que los enemigos de Roma descubrieran su nombre y lo usaran para su propio beneficio.
A medida que las antiguas civilizaciones fueron entrando en contacto unas con otras, los magos de una «probaban» los nombres de los dioses de otro país. Algunos de los más antiguos rollos de pergamino que se conservan con información sobre prácticas mágicas, escritos durante los siglos III y IV, contienen listas enteras de nombres de dioses de muchas religiones, que podían luego inscribirse sobre amuletos o talismanes, o bien se incorporaban a conjuros y encantamientos. Uno de los encantamientos más famosos entre los magos griegos y egipcios del siglo III, del que se decía que era tan potente que «el Sol y la Tierra se encogen de miedo al oírlo; los ríos, mares, pantanos y fuentes se hielan al oírlo; [y] las rocas estallan al oírlo», estaba compuesto por los nombres de cien dioses diferentes unidos en una misma palabra.
Magia suprema y magia inferior
En la magia antigua suelen diferenciarse dos categorías: la magia suprema y la magia inferior, que pueden distinguirse sobre todo por los objetivos que persiguen quienes las practican.
La magia suprema, que tiene mucho en común con la religión, surgió del deseo de adquirir la sabiduría que no se podía lograr mediante la experiencia corriente. Cuando los magos supremos (entre los cuales se encontraban el filósofo y matemático griego Pitágoras) invocaban a los dioses o espíritus, lo hacían con los fines más elevados. Por ejemplo, esperaban acceder a visiones proféticas, convertirse en sanadores, adquirir nuevas percepciones y conocimiento personal, o incluso convertirse ellos mismos en seres divinos.
Otros muchos sistemas de magia suprema proclamaban también que cada ser humano era una versión en miniatura del universo, y contenía en su interior todos los elementos del mundo externo. A través del desarrollo de los poderes internos de la imaginación y la intuición, se creía que el mago conseguía provocar cambios reales (y aparentemente sobrenaturales) en el mundo, con solo concentrar sus sentimientos, voluntad y deseos. Adquirir los poderes prometidos mediante la magia suprema era, sin embargo, una tarea que requería de toda una vida.
Pero la mayoría de la gente recurría a la magia con objetivos más inmediatos y prácticos en mente. Lo que querían era que la magia les trajera buena suerte, riquezas, fama, éxito político, salud y belleza; o dañar a los enemigos, atraer el amor, conseguir victorias deportivas, conocer el futuro y resolver los problemas del día a día. La búsqueda de estos objetivos suele conocerse generalmente como magia inferior, una categoría en la que se incluye decir la buenaventura, elaborar pociones, lanzar conjuros y encantos, y usar amuletos. A partir del siglo IV a. C., cientos, si no miles, de hombres y mujeres han desarrollado una carrera profesional como hechiceros y adivinos, ofreciendo sus servicios de magia a cambio de dinero. Aunque muchos tienen fama de ser puro fraude, las crónicas históricas demuestran que la gente de todas las clases sociales consultaba con regularidad a estos magos profesionales, algunos en secreto y otros de forma descubierta.
La reputación de la magia
En general, en el mundo antiguo la magia era más temida que admirada. Incluso quienes no sabían nada al respecto creían que la magia de otra persona podía influirles e incluso perjudicarles.
Si un orador se perdía en medio de un discurso, o si alguien de repente caía enfermo, no era extraño achacarlo a la maldición de algún enemigo. La reputación siniestra de la magia se acrecentó desde que la imaginación popular empezó a asociarla con la brujería. La literatura griega y romana está llena de descripciones, muy imaginativas y a menudo horripilantes, de brujas, y de sus viles prácticas. Erictho, una bruja creada en el siglo II por el escritor romano Luciano, usa partes humanas para preparar sus pociones, entierra vivos a sus enemigos y resucita cadáveres putrefactos. Aunque está claro que se trata de un personaje de ficción (y de lo más memorable), Erictho y otras brujas como ella tuvieron un impacto tremendo en la idea que se hacía la gente sobre lo que eran la brujería y la magia.
Aunque la magia gozaba de la aceptación popular entre quienes deseaban poder consultar a los adivinos y comprar encantos y amuletos protectores, los que se hallaban en posiciones de autoridad recelaban de los astrólogos que les predecían la muerte y de los hechiceros que podían ser contratados por el enemigo para perjudicarles mediante maldiciones. En el año 81 a. C., el dictador romano Cornelio Sila ordenó la pena de muerte a los «adivinos, encantadores y a todos que hagan uso de la hechicería con fines malignos, a quienes conjuren la presencia de demonios, a quienes disturben a los elementos, [y] a quienes usen imágenes de cera con fines destructivos». En los siglos siguientes se promulgaron una serie de leyes similar a aquella, y hacia el siglo IV d. C. se ilegalizaron todas las variantes de magia y adivinación en el Imperio Romano. Al mismo tiempo, la Iglesia cristiana, cuya influencia iba en aumento a gran velocidad, hizo gran esfuerzo para suprimir las prácticas mágicas, que eran percibidas como una competencia para la fe cristiana. Se declaró que todas las formas de magia estaban asociadas con los demonios (y por tanto también con el Diablo) y fueron prohibidas por las leyes eclesiásticas.
El Diccionario del Mago Page 16