Nostradamus pronto reveló su gran talento y valentía como médico, especialmente en su forma de tratar la peste bubónica, que estaba asolando Europa. No obstante, paralelamente a la medicina, también, desarrolló sus habilidades para la astrología y el ahondamiento en misterios de adivinación. En 1555, publicó el primer volumen de Centurias, el libro que le aseguraría su reputación de visionario más famoso de todos los tiempos. Esta serie de libros contó finalmente con tres volúmenes y cada uno de ellos contenía cien profecías compuestas por rimas de cuatro versos conocidas como «cuartetas» (el término «centurias» se refiere al número de versos de cada libro, y no al espacio de tiempo de cien años). En su prefacio, Nostradamus explicó su método profético como una combinación de astrología, cristalomancia (véase bola de cristal) y, sobre todo, inspiración divina. Al atardecer, solía sentarse solo en su estudio y, desde su trípode (al igual que las pitias), miraba fijamente la llama de una vela o fijaba la vista en un cuenco de agua trémula, que tocaba con su varita mágica. Pronto se le revelaba una visión y escribía lo que había visto. Después tomaba sus notas como referencia para componer los cuartetos y, en el proceso, maquillaba los significados bajo capas de oscuridad para que solo los investigadores más eruditos pudieran darles sentido. Nostradamus creía que estaba describiendo el futuro del mundo hasta él año 3797 y pensaba que muchas de sus revelaciones eran demasiado estremecedoras para ser divulgadas al gran público. Quizá también temía la intervención de las autoridades religiosas, que estaban persiguiendo la brujería con todos sus recursos (véase caza de brujas).
Los libros crearon sensación de inmediato. Las cuartetas eran muy intrigantes, pero increíblemente difíciles de comprender, puesto que estaban escritas en una combinación de francés, griego, latín, italiano y hebreo, y contenían numerosos juegos de palabras, anagramas, términos inventados y referencias mitológicas. Con todo, aquellos versos llamaban la atención por su violenta imaginería y las calamitosas predicciones de guerras, inundaciones, incendios, hambrunas, terremotos, enfermedades, traiciones y caídas de imperios. Tal como han constatado muchos de los estudiosos de Nostradamus, es casi imposible leer las profecías y entender exactamente qué predicen. Los versos transmiten al lector la sensación de decir mucho más de lo que en realidad dicen, pero no aclaran nada. Algunas profecías parecen haber cobrado algún sentido solo después de que ocurriera algo.
El ejemplo más conocido sobre una profecía que se cumplió durante la vida de Nostradamus está relacionado con la muerte de Enrique II, rey de Francia. La fecha de su muerte fue el 1 de julio de 1559 y el escenario fue un torneo celebrado por la corte real con motivo de la boda de la hija de Enrique II con Felipe II de España. El monarca, un deportista reconocido, ya se había enfrentado dos veces con el capitán de su guardia escocesa, el conde de Montgomery, pero ninguno de los dos había conseguido tirar del caballo al otro, por lo que el rey insistió en una tercera ronda. En esa ocasión, la lanza del conde se rompió y una astilla de madera penetró por la visera del rey, hiriéndole de muerte en el cerebro. El rey murió once días más tarde. Casi de inmediato, corrió la voz por el reino de que Nostradamus había predicho aquel suceso cinco años antes. En la cuarteta número 35 del primer libro de Centurias, había escrito:
El león joven vencerá al viejo
En el campo de batalla, en un solo duelo
En su jaula de oro le vaciará los ojos;
Dos heridas en una, y después morirá de muerte cruel.
Para muchos, la profecía antes oscura, cobró claridad. El «león joven» era el conde que, en efecto, era algo más joven que el rey; el «campo de batalla» era el torneo; la «jaula de oro» se refería al casco y a la visera del rey (aunque no era de oro); la herida mortal se había producido por encima de su ojo izquierdo, y la «muerte cruel» era indiscutible. La reputación de Nostradamus, ya consolidada, se afianzó.
Página de títulos de la edición londinense de 1672 de las profecías de Nostradamus.
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En los siglos siguientes, los estudiosos siguieron investigando todas y cada una de las sílabas escritas por el visionario y decidieron que, ciertamente, Nostradamus había vaticinado muchos de los momentos clave de la historia. Entre ellos se cuenta la Revolución Francesa; el gran incendio de Londres; la llegada de Napoleón, Hitler y Mussolini; la batalla de Waterloo; las guerras mundiales, la invención de las armas nucleares y la llegada del hombre a la Luna. Los escépticos alegan que, debido a la redacción velada de las profecías (que combinan un lenguaje simbólico y ambiguo con referencias específicas ocasionales), estas se pueden ajustar a una gran variedad de significados y acontecimientos y, por tanto, pueden dar lugar a muchas interpretaciones diferentes. De hecho, distintos estudiosos han utilizado la ventaja de la percepción retrospectiva para dar a los mismos versos varios significados. También es cierto que, si se hacen bastantes predicciones sobre inundaciones, hambrunas, guerras y otras catástrofes, es muy posible que algunas acaben siendo ciertas. Sin embargo, al tomarlas como conjunto, las profecías de Centurias desprenden un halo de misterio y profundidad que incluso hoy nos fascina.
Cassandra
Cassandra fue la primera gran profetisa de la mitología griega, pero un tinte irónico presidía su historia. La mujer veía el futuro con claridad cristalina (resultados de guerras, asesinatos de reyes e incluso el terrible destino que la aguardaba), pero su don no servía para nada. Por más claro que hablara, nadie la creía.
Cassandra era la preciosa hija de Príamo y Hécuba, reyes de la antigua ciudad de Troya. Recibió su don de Apolo, dios de la profecía, que más tarde lo convertiría en algo del todo inútil. Resulta que Apolo, que a menudo se enamoraba de mujeres mortales, quedó prendado por la belleza de Cassandra y decidió cortejarla. Algunos pretendientes regalan flores y dulces, pero Apolo ofreció a Cassandra el don de la profecía. No se sabe muy bien qué ocurrió, pero Cassandra aceptó el regalo. Sin embargo, tal como dicen algunos, ¿prometió ella que entregaría a Apolo su afecto a cambio del don? O ¿quizás Apolo interpretó erróneamente la situación y esperaba recibir algo que ella nunca le había prometido? En cualquier caso, al dios no le gustó nada que Cassandra no respondiera a sus proposiciones y, pudiéndole haber arrebatado el don, procedió de un modo mucho más cruel: ordenó que nadie creyera nada de lo que ella dijera. (Harry sabe muy bien cómo se siente uno en esa situación).
Era un destino trágico y terrible. Durante el resto de sus días, Cassandra pudo ver como se acercaban las calamidades, pero todos ignoraban sus advertencias y se reían de ellas; nadie la escuchaba. Llegaron a creer incluso que estaba loca y la encerraron. La más conocida de sus mal aprovechadas profecías es la que predice la caída de Troya y la destrucción de su pueblo. Vio que el gran caballo de madera que esperaba al otro lado de las puertas de la ciudad no era un regalo de los griegos, sino un truco (el caballo estaba repleto de soldados enemigos que no tardaron en saquear y arrasar la ciudad). Desde su cautiverio a manos del victorioso rey Agamenón, que la devolvió a la corte de Argos, Cassandra profetizó el asesinato del rey, y el suyo propio.
La triste historia de Cassandra fue relatada por diversos poetas y dramaturgos griegos, y aparece en la Eneida de Virgilio y en Troilo y Cresida de Shakespeare. Hoy en día, el nombre de Cassandra significa «catastrofista».
El Ministerio de la Magia considera que ciertas criaturas magicas son adecuadas para formar parte de la educación de Hogwarts. Tanto el amable unicornio como el niffler mimoso o el frágil bowtruckle se cuentan entre las especies aceptables. Sin embargo, muchas de las bestias incluidas en los planes lectivos de Hagrid se consideran demasiado peligrosas para que los jóvenes brujos y brujas experimenten con ellos. Este es el caso de la fascinante, aunque feroz, Quimera, un monstruo que Hagrid espera poder alimentar algún día.
Como sus hermanos, la Esfinge y el Cancerbero, el perro de tres cabezas (Fluffy, para los amigos), la Quimera era un antiguo monstruo de la mitología griega. La primera fuente sobre esta especie, el poeta Homero, nos cuenta que la
Quimera («cabra» en griego) era una terrible criatura de tres partes que echaba fuego por la boca: «En la parte anterior era un león, en la final una serpiente y en la central una cabra, que exhalaba la terrible fuerza del fuego». Un siglo más tarde, Hesíodo coincidió al escribir que la Quimera era «una criatura terrible» y le atribuyó más ferocidad proveyéndola de tres cabezas (león, cabra y serpiente) en lugar de una sola. La bestia arrasaba los parajes por donde pasaba, devorando a hombres y animales.
Según la leyenda, la Quimera era hija de los monstruos Tifón (padre) y Equidna (madre). De pequeña, fue la mascota del rey de Caria, una antigua tierra cercana a la actual Turquía. Sin embargo, no había manera de controlar ni domesticar a la bestia, por lo que pronto, en un arranque de ira, invadió Licia, el país vecino. Entre fuego y humo, chamuscando todo lo que encontraba a su paso y devorando a mujeres, niños y ganado, la Quimera se mostraba inexorable.
Según la historia, por aquella época, se presentó en la corte de Iobates, rey de Licia, un apuesto joven llamado Belerofonte, que había sido enviado por su suegro, el rey Preto. Recibieron al joven con una ceremonia real; no obstante, cuando Iobates leyó la carta sellada que Belerofonte le había entregado, vio que, en lugar de honorar al joven, las instrucciones pedían que le matara. Como no quería ejecutarlo personalmente, adjudicó al joven Belerofonte la tarea aparentemente imposible de acabar con la Quimera, ya que estaba seguro de que el joven moriría en el intento.
Belerofonte aceptó el reto y, a lomos del caballo alado Pegaso, voló hasta la guarida del monstruo. Pero matar a la Quimera no iba a ser una tarea fácil. Las tormentas de fuego impedían el avance de caballo y caballero, y las flechas resultaban inútiles contra aquella bestia tan ágil y fuerte. Pero entonces Belerofonte tuvo una ingeniosa idea. Enganchó un pedazo de plomo a la punta de una lanza muy larga y, obligando a Pegaso a acercarse lo máximo posible al monstruo, dejó caer el plomo en la boca llameante de la Quimera. El plomo se fundió inmediatamente y se deslizó por la garganta de la fiera, ahogándola.
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La historia de la Quimera —la terrible desolación que provocó y su derrota final a manos de Belerofonte y Pegaso— fue contada y embellecida por diversos escritores griegos y romanos. Durante la Edad Media, el monstruo se convirtió en símbolo del diablo. Los cazadores de brujas Kramer y Sprenger (véase caza de brujas), por ejemplo, comparaban las tres partes de la Quimera (león, cabra y serpiente) con una mujer malvada que era «bonita a la vista, venenosa al tacto y mortífera al lado». Hoy en día, la palabra «quimera» se usa en un sentido más genérico para referirse a cualquier tipo de criatura híbrida o compuesta como el hipogrifo (águila, león, caballo) o el centauro (hombre, caballo). También significa «idea imposible», «sueño imposible» o algo que se puede imaginar pero nunca se podrá conseguir. El deseo de Hagrid de llevar una quimera a su clase es en sí una quimera.
Conocer a los padres
Cuando se examina el árbol genealógico de los monstruos, no siempre resulta fácil determinar de qué rama de la familia provienen sus rasgos. Sin embargo, en el caso de la Quimera, la procedencia de su temperamento violento y su capacidad para escupir fuego es obvia. Su padre, Tifón, era uno de los gigantes más espectaculares y feroces de la mitología griega. Hijo de Gea y el Tártaro, Tifón era más alto que las montañas y sus cien cabezas casi rozaban las estrellas. De sus ojos manaban ríos de fuego, se alzaban serpientes cual vides en sus hombros y recorría el mundo con sus piernas de serpientes enroscadas. Con el peor de sus desafíos, atacó a los dioses del monte Olimpo y los cubrió con una cortina de fuego y piedras. Hasta el gran Zeus resultó herido por el ataque del temible gigante. No obstante, el jefe de los dioses pronto se vengaría. Mientras Tifón atravesaba el mar de Sicilia, Zeus hizo descargar sobre él rayos y truenos, y luego le lanzó encima el monte Etna, donde quedó apresado para siempre. Cuenta la leyenda que el monte Etna se convirtió en volcán por la presencia de Tifón y que por eso aún hoy se producen erupciones de fuego y lava.
Equidna, la madre de la Quimera, era famosa por su magnífica belleza —por lo menos, de cintura hacia arriba—. «La mitad es una ninfa de hermoso rostro y ojos brillantes —escribió el poeta Hesíodo— pero la otra parte es una monstruosa serpiente, terrible, enorme, violenta y voraz». Aparentemente, eso era lo que Tifón buscaba en su pareja, puesto que juntos criaron una formidable familia de monstruos de la que formaban parte el Cancerbero, la Esfinge, la Hidra (una serpiente de nueve cabezas a la que crecían dos cabezas nuevas por cada una que se le arrancara) y el guardián de rebaños, el feroz sabueso Ortos, que tenía dos cabezas y una serpiente por cola. Se rumoreaba que Equidna, como Tifón, era inmortal y moraba en una cueva subterránea, donde nunca envejecía y, alejada de la luz del día, apenas veía a dioses o mortales, ni siquiera la luz del sol.
Si la palma izquierda de Harry es un indicio, entonces puede ser que le quede poco tiempo en este mundo. Al menos eso es lo que parece cuando la profesora Trelawney empieza su lección de quiromancia diciendo que Harry tiene la línea de la vida más corta que jamás ha visto. ¡Menudo tacto!
La quiromancia (del griego khéir, «mano», y manteia, «adivinación») es un complejo método de predicción del futuro y análisis del carácter basado en las líneas de la palma y en la forma, tamaño y textura de las manos. Este sistema de adivinación probablemente procede inicialmente de la India y tiene por lo menos cinco mil años de antigüedad. Se practicaba en la antigua China, Tibet, Persia, Mesopotamia y Egipto. Según la leyenda, el filósofo griego Aristóteles, que definía la mano como el «órgano principal» del cuerpo, enseñó quiromancia a su pupilo más famoso: Alejandro Magno. Se decía que Julio César se consideraba tan experto en el arte de descifrar las palmas que juzgaba a los hombres por el aspecto de sus manos.
La lectura de las línease de la mano podía ser muy complicada. Este detallado mapa de la palma de la mano, fechado en 1640, muestra la relación entre los signos del zodíaco y las líneas de la mano.
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Aunque los antiguos apreciaban el valor de la quiromancia, hasta el Renacimiento no se desarrollaron tratados sistemáticos acerca de este arte. El primer manual completo al respecto, El arte de la quiromancia, se publicó en Alemania en 1475, poco después de la invención de la imprenta. En este libro y en otros muchos que lo siguieron, los lectores encontraban dibujos detallados de la mano con el nombre y el significado concreto de cada línea, monte y valle de la palma. El análisis de estos detalles proporcionaba claves no solo acerca del destino y el carácter de una persona, sino también acerca de su propensión a padecer del corazón, del hígado o de otras enfermedades. En el siglo XVII, los cursos de quiromancia formaban parte del programa de estudios de varias universidades importantes.
La práctica de la quiromancia llegó a su punto culminante a finales del siglo XIX gracias al conde Louis Hamon, su más famoso practicante. Con el nombre artístico de Cheiro, Hamon realizaba en Londres miles de lecturas anuales, utilizando un sistema que su madre irlandesa le había enseñado. Su acierto le valió una gran reputación, y acudían a él clientes tan importantes como los reyes Eduardo VII y Eduardo VIII de Inglaterra, el rey Leopoldo de Bélgica, el zar Nicolás II de Rusia, Grover Cleveland, Thomas Edison, Mark Twain y Oscar Wilde. La afición a la quiromancia que el éxito de Hamon provocó no se ha perdido del todo, y los profesionales de la quiromancia todavía prosperan en buena parte de Europa y Estados Unidos.
Fundamentos de la quiromancia
Muchos quirománticos examinan ambas manos. Según se dice, la izquierda revela las características heredadas, mientras que la derecha indica las elecciones que se tomarán, y los éxitos y los fracasos que nos esperan. Cada línea y cada monte de la palma se estudia por separado, pero una lectura en profundidad tiene en cuenta el significado global de todos los aspectos de la mano.
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Echa una ojeada a tus palmas y verás docenas de líneas, largas y cortas, marcadas y débiles. Muchos complicados sistemas de quiromancia at
ribuyen un significado a cada línea, así como a la distancia entre estas y al modo en que se entrecruzan. Sin embargo, todos ellos reconocen unas cuantas líneas fundamentales:
LA LÍNEA DE LA VIDA: contrariamente a lo que se cree (y a lo que insinúa la profesora Trelawney), esta línea no indica la longevidad, sino que da una idea general acerca de la vitalidad y la calidad de vida del sujeto. Una marcada curva descendente, aunque sea corta, indica fortaleza física; una línea relativamente recta indica poca resistencia.
LA LÍNEA DE LA INTELIGENCIA: refleja las dotes intelectuales de una persona. Revela su potencial creativo, su capacidad de concentración y su habilidad para resolver problemas. Si es larga indica la capacidad de centrarse en los objetivos deseados.
LA LÍNEA DEL CORAZÓN: es la clave para comprender las emociones. Revela el modo en que el sujeto se relaciona con los demás y sus expectativas respecto al amor.
LA LÍNEA DE LA FORTUNA: indica el grado de control que uno tiene sobre su propia vida y las circunstancias. También revela cuán bien se afrontan las responsabilidades y se hace uso de los talentos innatos.
LA LÍNEA DE APOLO: llamada algunas veces la línea del Sol, da idea del grado de satisfacción personal. No todo el mundo la tiene, pero cuando está presente indica la capacidad de disfrutar de la vida y conseguir satisfacción del trabajo. En algunos métodos, una línea de Apolo larga indica buena suerte.
El Diccionario del Mago Page 24