El Diccionario del Mago

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El Diccionario del Mago Page 26

by Allan Zola Kronzek


  Nos sorprendió tanto como a Harry enterarnos de que las sirenas y tritones de piel gris y ojos amarillos del fondo del lago de Hogwarts son parientes de la bella sirena rubia cuyo retrato decora el baño de los prefectos. Como muestran estas distintas visiones, la conocida «belleza» no es sino uno de los miembros de la familia de los habitantes del agua, una población formada no solo por sirenas y tritones, sino por docenas de parientes de todo el mundo, entre ellos: la sirena de Cornualles; los merrow de Irlanda; los hombres azules de Escocia; el neck, el havfrue y el havmand de Escandinavia; el meerfrau, el nix, el nixe y la lorelei de Alemania, y la rusalka rusa. Como sucede con los humanos, hay habitantes acuáticos de todas las formas y tamaños; algunos son amables, otros malignos, algunos son bellos y otros espantosos. De hecho, por lo visto su único rasgo común es que tienen forma humana de cintura para arriba y cola de pez de cintura para abajo.

  Los primeros habitantes de las aguas fueron dioses y diosas de las antiguas civilizaciones. Ea (Oammes en griego) era un dios marino que los babilonios empezaron a venerar sobre el año 5000 a. C. Se le atribuye el haber enseñado a los babilonios todas las artes y las ciencias, y haberlos civilizado en una época de la historia en la que no existían leyes y las personas se comportaban a menudo como animales. La primera hembra de la especie era una diosa conocida como Atagartis por los sirios y como Derceto por los filisteos. Como gobernaba los mares, los sacerdotes de su templo tenían un negocio muy lucrativo: ¡vendían licencias de pesca a los feligreses!

  La conocida imagen de la sirena bella y de larga melena tiene su origen en la Edad Media. Se la describe generalmente sentada sobre una roca, cantando una dulce melodía irresistible, mientras se peina y se contempla en un espejo. Diversas teorías han intentado explicar la obsesión de las sirenas por el acicalamiento. Algunos creen que es porque un artista desconocido, al copiar una imagen desgastada por los años, cometió algunos errores, y todos los artistas posteriores los repitieron. Según esta teoría, el «peine» podría haber sido en realidad un plectro (una púa usada para tañer un instrumento de cuerda), mientras que el «espejo» habría sido el instrumento, posiblemente una lira. Otra explicación es que el espejo y el peine simbolizan la vanidad y la belleza femeninas, rasgos que se creía que llevaban a los hombres a la perdición.

  (Fuente de la imagen 91)

  A pesar de su agradable apariencia, la sirena era a menudo presentada como una hechicera que arrastraba a los marineros hacia la muerte con su belleza y su música, y que retenía prisioneras bajo las olas las almas de sus víctimas. Las sirenas más malignas llegaban incluso a comerse a sus presas humanas. Ver una sirena se consideraba un terrible augurio. Su presencia anunciaba tormenta, naufragio y ahogamiento. Y además de causar desastres naturales, una sirena que se sintiera ofendida, herida o fuera rechazada, podía volver loco al responsable, ahogarlo o arrasar a su familia, su casa y su pueblo entero.

  Por suerte, no todas las sirenas se comportaban de manera tan perversa. Se creía que algunas poseían vastos conocimientos sobre medicina y que era posible convencerlas de que los usaran para curar a los humanos. Sus habilidades sobrenaturales les permitían predecir tormentas, ver el futuro, conceder deseos y sacar a la superficie tesoros hundidos. A causa de estos poderes, las sirenas de las fábulas eran capturadas por los humanos, y obligadas a conceder deseos y a compartir sus conocimientos. Atrapar a una sirena no era tan difícil como puede parecer. Solo había que robar una de sus pertenencias: el peine o el espejo, o tal vez el cinturón o el gorro que algunas veces llevaban. Una vez capturada, una sirena no podía escapar a menos que recobrase el objeto que le habían robado.

  Se creía que el Ojo de Horus protegía a quien lo llevara contra el mal o contra cualquier daño y era uno de los amuletos más populares del antiguo Egipto.

  (Fuente de la imagen 92)

  Las sirenas también eran codiciadas por hombres que deseaban casarse con estas bellas y encantadoras mujeres. Convenientemente, se decía que las sirenas deseaban maridos humanos no solo por amor, sino para conseguir un alma, algo de lo que carecían todos los habitantes de las aguas. Si las sirenas podían obtener o no la eterna salvación mediante esos «matrimonios mixtos» fue una cuestión que la Iglesia medieval debatió. De todas formas, según la leyenda, los hijos de tales matrimonios podían ser identificados porque tenían las manos y los pies palmeados, pero por lo demás, eran indistinguibles de los niños humanos.

  También hay historias de matrimonios entre tritones y mujeres humanas, pero son menos frecuentes, seguramente porque, a diferencia de sus compañeras femeninas, los tritones son famosos por su fealdad. Algunas culturas describen grandes diferencias entre los tritones y las sirenas, y aseguran que estos odian a los humanos, no desean tener alma, son maridos brutales e incluso que llegan a comerse a sus propios hijos.

  A pesar de que durante siglos se creyó en su existencia, nunca ha sido vista ninguna criatura de las aguas. Desde la época medieval y hasta hace poco, muchos caballeros respetables han afirmado haber avistado sirenas, entre ellos marineros a las órdenes de Cristóbal Colón y Henry Hudson, pero nunca se han aportado pruebas físicas. Algunos estafadores con iniciativa han exhibido supuestas sirenas, pero todas han resultado ser un fraude. P. T. Barnum, por ejemplo, construyó la «sirena Feejee» cosiendo la parte superior de un mono a la parte inferior de un gran pez. En cuanto a los avistamientos de sirenas relatados por ciudadanos respetables, los entendidos los atribuyen a la confusión con focas, morsas, manatíes o dugondgs (los parientes asiáticos del manatí americano). Todos estos animales flotan erguidos con frecuencia y amamantan a sus cachorros como las madres humanas. Desde luego, si has visto alguna de estas criaturas, sabes que no es fácil confundirlas con la bella mujer mítica que canta y se peina. Pero quienes más a menudo veían «sirenas» eran los marineros que se pasaban en alta mar meses o años. Así que tal vez no sea tan difícil comprender porqué sus ojos los recompensaban con la imagen de una bella mujer en lugar de con la de otro dugong regordete.

  Familiares de las sirenas

  Muchos seres sobrenaturales del folklore y la mitología están estrechamente asociados con el agua. Las más conocidas de estas criaturas son las náyades, las sirenas de la mitología griega y las selkies. Aunque se las confunda a menudo con las sirenas, cada una posee rasgos distintivos remarcables.

  Las náyades pertenecen a la mitología griega y constituyen una de las tres clases principales de ninfas acuáticas. (Las otras dos son las nereidas, que vivían en el mar Mediterráneo, y las oceánides, que habitaban los océanos). Las náyades viven en el agua fresca de ríos, lagos, fuentes y manantiales. Antiguamente, se creía que en cada gran manantial residía una náyade, que daba al agua poderes curativos o proféticos particulares. La gente podía beber del manantial, pero bañarse en él estaba prohibido. Los que no respetaban esta prohibición eran castigados con enfermedades o se volvían locos. Aunque las náyades vivían solo en el agua, tenían aspecto humano y no poseían ni cola ni aletas como las sirenas.

  Las sirenas de la mitología griega, como las náyades, tenían su hogar en los ríos. Sin embargo, cuando ofendieron a la diosa Afrodita, esta las transformó en criaturas malévolas con cuerpo de pájaro y cabeza de mujer. Entonces se marcharon a vivir a una isla deshabitada cerca de la costa meridional de Italia. A pesar de sus diferencias anatómicas, estas sirenas se confunden a menudo con las otras, porque poseen similares dotes musicales. Los marineros que pasaban junto a la isla de las sirenas y oían su bello canto eran atraídos inevitablemente hacia los escollos y lanzados contra las rocas. Según la leyenda, el héroe Ulises fue capaz de escapar de este destino ordenando a sus hombres que se taparan los oídos con cera y lo ataran al mástil de su barco mientras este navegaba frente a la isla de las sirenas.

  Las selkies son criaturas parecidas a las focas, y se dice que viven cerca de las islas de Orkney y Shetland. Las hembras son capaces de despojarse de la piel de foca y alcanzar la orilla en la forma de una bella mujer. Si un hombre encuentra la piel, puede obligar a la mujer-selkie a casarse. Si ella
consigue recuperar su piel, volverá al mar, dejando atrás a su esposo y a sus hijos. Como las sirenas, las selkies se vengan de cualquier insulto o daño desatando tormentas o hundiendo barcos.

  Hay personas a las que les cuesta mucho recordar lo que sueñan, pero para Harry eso nunca ha sido un problema. Tanto si está profundamente dormido en Privet Drive como si está dando cabezadas durante la clase de la profesora Trelawney, Harry siempre tiene sueños que le dan mucho que pensar durante las horas de vigilia. Son sueños vividos y terroríficos; algunos parecen predecir peligros futuros, otros son visiones no deseadas de acontecimientos que están sucediendo en el mismo momento en que sueña. Por lo tanto, no es fácil olvidarse de esas pesadillas.

  Desde la Biblia hasta los poemas épicos de la India, en los escritos antiguos se percibe que la gente siempre se ha sentido fascinada por los sueños. En la Antigüedad se creía que los sueños contenían información valiosa, muchas veces bajo la forma de predicciones sobre el futuro del que sueña, de su familia, de su aldea o, especialmente si el que sueña es un rey, sobre el destino de la nación entera. A veces se entiende muy bien el mensaje de un sueño, como le pasa a Harry con muchos de sus sueños más intensos y escalofriantes. Pero a menudo, el significado de los sueños está oculto o velado, y es necesario que los interprete un experto.

  La interpretación de los sueños, también llamada oniromancia (del griego oneiros, que significa «sueño», y mancia, que significa «profecía»), es uno de los sistemas más antiguos de adivinación. En épocas remotas se consideraba un trabajo de profesionales, que solían ser sacerdotes o sacerdotisas, o cualquier otra persona a la que se conociera como intérprete de sueños. Su misión era escuchar los sueños de la gente y explicar su significado, a veces ofreciendo después algún consejo sobre lo que el consultante debía hacer. Sistemas de interpretación de los sueños aparecen ya en los escritos más antiguos de la historia: los mitos que tienen como protagonista al rey Gilgamesh, el héroe asirio, que se registraron sobre tablillas de barro alrededor del siglo VII a. C. En el antiguo Egipto se conocía a los intérpretes de sueños como «los hombres cultos de la biblioteca mágica» y residían en templos donde se adoraba al dios de los sueños, Serapis.

  Se designaban lugares especiales no solo para la interpretación de los sueños, sino también para el mismo acto de soñar. Mucha gente esperaba que las soluciones a sus problemas, que se les escapaban durante las horas de vigilia, les serían reveladas durante un sueño enviado por los dioses, siempre que se siguieran los procesos correctos.

  Se sabe que, en sus esfuerzos por recibir sueños útiles, los antiguos egipcios dormían a la sombra de la Gran Esfinge o en alguno de los templos de Serapis. En el caso de que la persona necesitada de un sueño no pudiera hacer el viaje por sí misma, era aceptable contratar a un durmiente sustituto para que durmiera en el templo y ¡soñara en nombre del que le había contratado! Del mismo modo, un ciudadano de la antigua Grecia que necesitara encontrar un remedio para su salud podía viajar a uno de los muchos templos dedicados a Asclepio, el dios de la medicina, con la esperanza de recibir un sueño en que se le diagnosticara su enfermedad y se le sugiriera una cura. En el Japón medieval, un peregrino podía quedarse más de cien días en un lugar sagrado dedicado a los sueños, siguiendo una dieta rigurosa y un horario rígido de rezos, con la esperanza de recibir un sueño revelador.

  La investigación del significado de los sueños se simplificó cuando se extendió el acceso a los libros que trataban este tema. La primera guía exhaustiva sobre los sueños fue la Oneirocritica, o La interpretación de los sueños, escrita en el siglo II d. C. por el interprete de sueños griego Artemidorous de Daldis. Esta obra contenía el significado de cientos de sueños diferentes y símbolos oníricos, y fue el libro más importante sobre la materia durante más de mil años. Algunas de las interpretaciones parecen bastante lógicas incluso hoy día, como por ejemplo: «Todos los utensilios que cortan y parten cosas por la mitad significan desacuerdos, facciones, y heridas…». Otras, como el aviso de que da mala suerte soñar con hormigas aladas o con codornices, probablemente reflejan las supersticiones de la época.

  La interpretación de los sueños ha estado de moda en diversas épocas durante los siglos, pero siempre ha tenido sus detractores, como el filósofo Aristóteles, que aseguraba que si un sueño se cumple es solo por pura casualidad. Mientras que muchos ciudadanos de la antigua Roma se afanaban en comprar amuletos y pociones mágicas, y contar sus sueños a adivinos con turbante, el orador Cicerón se quejaba de que la adivinación por los sueños no era más que mera superstición y de que el pueblo había sido «engañado… con estupideces interminables». De todos modos, a lo largo de la historia mucha gente ha dicho tener sueños que se han hecho realidad, como los de Harry, o que parecen revelar información que el durmiente no podría haber conocido a través de los canales normales. En realidad, una de las características de los magos y chamanes legendarios es que se supone que son capaces de ver lo que está ocurriendo en cualquier lugar, incluso en los sueños, poniéndose en estado de trance o usando una bola de cristal.

  Pero dejando al margen la cuestión de si los sueños pueden verdaderamente revelar el futuro o permitirnos viajar místicamente a lugares lejanos para escuchar a escondidas a nuestros amigos y enemigos, sí que pueden sernos valiosos de otras maneras. Mucha gente famosa ha considerado sus sueños una fuente de ideas creativas y de soluciones brillantes para problemas. La escritora Mary Shelley aseguraba que los inmortales personajes del doctor Frankenstein y su monstruo se le habían aparecido en un sueño; el novelista Bram Stoker dijo lo mismo sobre su creación más célebre, el vampiro conde Drácula. Y el químico del siglo XIX, Dimitri Mendeleyev, después de esforzarse infructuosamente para elaborar un sistema de categorías para los elementos químicos, «vio en un sueño una tabla donde todos los elementos encajaban en su sitio» y, al despertarse, produjo la tabla periódica de los elementos que hoy utilizan todos los estudiantes de química.

  Pensadores modernos como Carl Jung y Sigmund Freud afirman que el verdadero significado de los sueños consiste no en lo que revelan sobre el mundo externo, sino en lo que nos dicen sobre nosotros mismos. Freud pensaba que los sueños expresan nuestros deseos más profundos, y Jung sostenía que todos los personajes fascinantes, temibles o amables de los sueños son en realidad aspectos de nuestra propia mente. En todo caso, no hace falta ser un gran analista de sueños para percatarse de que el mundo onírico, igual que el mundo de la hechicería, es un lugar único donde todo es posible. Podemos experimentar escenas de esplendor asombroso o de horror espantoso, y todo lo imaginable entre esos dos extremos. En los sueños podemos volar, flotar por el aire, realizar proezas de fuerza sobrehumana, o experimentar transformaciones tan alucinantes como las que causan las más poderosas pociones del profesor Snape. Y puede que por eso, cuando leemos sobre magia o cuando la vemos sobre un escenario, a veces nos resulta curiosamente familiar. Con razón. Todo eso ya lo hemos visto en nuestros sueños.

  Aunque los alumnos de Hogwarts buscan ansiosamente talismanes para protegerse de la misteriosa epidemia de petrificación, estos poderosos objetos se usan generalmente más para hacer magia que para prevenirse de ella. A diferencia de los amuletos, que están diseñados específicamente para proteger a quien los lleva, los talismanes se valoran por su poder para causar trasformaciones sobrenaturales: hacer invisible a su portador, inhumanamente fuerte, inmune a la enfermedad o capaz de recordar cada palabra que pronuncia un maestro. Un talismán puede ser cualquier objeto: una estatua, un libro, un anillo, una prenda de vestir, un trozo de metal o una hoja de pergamino. Incluso la cola podrida de tritón que compra el aterrorizado Neville Longbottom puede ser un talismán si tiene poderes mágicos. Algunos objetos, como las piedras preciosas, se han considerado tradicionalmente de naturaleza mágica. Pero a lo largo de la historia, muchos talismanes han sido dotados de poder mediante rituales destinados a atrapar en ellos las fuerzas de la naturaleza o el poder de los dioses. Muchos llevaban inscritas palabras mágicas, el nombre o la imagen de deidades, o
breves encantamientos.

  Los talismanes tenían mucha más demanda en la Antigüedad. Los arqueólogos han descubierto talismanes de papiro del antiguo Egipto, así como centenares de talismanes de piedra y de metal por toda la zona del Mediterráneo. Eran muy populares para curar enfermedades, pero también para atraer el amor, mejorar la memoria y garantizar el éxito en la política, los deportes o el juego.

  Talismán medieval del que se decía otorgaba buena suerte a quien lo llevara, así como la capacidad de tomar decisiones sabias en el juego.

  (Fuente de la imagen 93)

  En la época medieval, había un talismán para prácticamente cualquier propósito imaginable. Se decía que una pata de liebre atada al brazo izquierdo permitía a una persona aventurarse en un territorio peligroso sin riesgo a sufrir daño. Llevar muérdago evitaba un veredicto de culpabilidad en un juicio. Una brizna de heliotropo atada a un diente de lobo envuelto en hojas de laurel evitaba que la gente murmurara acerca de uno. Tan firme era la fe en el poder de los talismanes en la Inglaterra del siglo XIV que en las reglas de los duelos se incluyó la obligatoriedad de que ambos participantes jurasen que no llevaban un anillo mágico, una piedra o cualquier otro talismán que pudiera darles ventaja.

 

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