Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition)

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Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition) Page 8

by John Barlow


  –¿Es eso cierto, señor Ray? –observa con asco el cigarrillo en la mano de John–. Ésta es una investigación por asesinato. ¿Y usted está rondando por aquí? Me están entrando ganas de arrestarlo.

  John da otra calada al cigarrillo. Las amenazas de Baron le importan muy poco. A su mente llega una y otra vez, cada vez con mayor claridad, la imagen de Dona, medio inconsciente, a la que abofetean y zarandean en el pasillo vacío de un hotel. Y le da náuseas el mero hecho de pensar en lo que debió de ocurrir después. Dinero, sexo, drogas… Conoce de cerca la muerte, su horrible sencillez, el hedor metálico de la sangre fresca. Luego la nada. Un cuerpo enfriándose. Y nada más. Pensar en ello lo asusta hasta la medula.

  –¿Puedo irme, señor? –pregunta, sorprendiendo a ambos policías por el desdén con que lo dice–. Tengo que encontrar a Freddy. Va a llegar tarde al trabajo.

  –Freddy es sospechoso de asesinato –dice Baron–. ¿Cree que es algo de lo que pueda hacer broma, jodido sabelotodo?

  John niega con la cabeza.

  –No ha sido Freddy. Él no la mató.

  –¿Y entonces cómo es que ha desaparecido?

  –No ha sido Freddy.

  –Pronto lo sabremos. Tenemos un montón de dinero y una muchacha muerta, señor Ray. Ya veremos –dice, dándose la vuelta para marcharse–. Si averigua dónde está, diríjase a nosotros.

  Baron desaparece doblando la esquina del hotel.

  –Por cierto –dice Steele, iniciando una sonrisa reflejada en su rostro deslucido–. ¿Ha pensado en lo del dinero que encontramos en el Mondeo? Yo ya lo he hecho.

  John sigue apoyado en el Saab y fuma; permanece tranquilo.

  Suena el móvil de Steele.

  –Sí, estoy fuera. ¿Viene caminando?

  En el momento en que vuelve a meter el teléfono en el bolsillo de la chaqueta, un hombre alto dobla la esquina de la avenida York y se acerca a ellos. Se trata de Bilyk, el tipo que se aseguró de estar en otro lugar mientras su compañero golpeaba tranquilamente a Donna y luego la echaba a empujones. El que permaneció tecleando en su portátil en la sala del hotel durante buena parte de la noche, hasta que a ella la encontraron hecha un ovillo en el maletero del Mondeo, muerta.

  Parece seguro de sí mismo. Camina con energía a grandes zancadas, con el cabello peinado hacia atrás aunque suelto al viento. Un hombre importante, pagado de sí mismo.

  Steele hace una llamada y un momento después dos policías de uniforme se encuentran frente al hotel. Se acercan a Bilyk e intercambian con él unas palabras. El ucraniano presta mucha atención a lo que le dicen, afirmando con la cabeza, serio. Luego se lo llevan a un coche patrulla y le muestran el asiento de atrás.

  John consigue ver el rostro de Bilyk a través de la ventanilla. El tipo que estuvo sentado tranquilamente a vista de todos frente a la cámara de seguridad durante buena parte de la noche mientras alguien violaba y mataba a Donna Macken y luego se deshacía de su cuerpo. Y ahora, por lo que se ve, va a contarle a la policía qué ocurrió exactamente…

  Yo crecí entre tipos como tú, señor Bilyk –dice John en voz baja mientras el coche patrulla pasa por delante de él y se dirige a la avenida York.

  Se lleva la mano al bolsillo y saca un folleto: Tractores Galey. Kiev.

  Ya veremos quién coño eres, señor Bilyk.

  Capítulo 12

  Conduce hacia el centro y pasa por delante de la estación de autobuses, tratando de no prestar atención a la comisaría de Millgarth junto a ella. Siempre ha admirado a la policía. Ahora ya no está tan seguro…

  ¿Por qué se llevaría Freddy el coche sin preguntarle? ¿Y especialmente ese coche?

  Gira en dirección a la calle Regent.

  Piensa.

  ¿Y si obligaron a Freddy a traer el Mondeo para deshacerse de la chica? Eso es razonable. Pero, ¿y la noche anterior? ¿Por qué se habría de llevar el coche el jueves por la noche?

  Disminuye la velocidad hasta casi detenerse cuando señala el giro hacia la avenida Hope. Detrás, una furgoneta frena en seco, la pintura de color amarillo plátano ocupando todo el espejo retrovisor. Se oye un toque de claxon lleno de ira. Levanta la mano para disculparse cuando la furgoneta, con un chirrido, cambia de marcha y le adelanta a toda velocidad por la derecha.

  Piensa. Freddy fue el último en salir de la habitación. Parece asustado, triste. ¿Y los dos ucranianos? Se están riendo. Al volver, Freddy tiene el Mondeo. Y Donna está a punto de que se la lleven fuera. A la muerte.

  Gira. Lo ve: un coche camuflado cerca del concesionario, con un poli joven apoyado contra la puerta del pasajero, esperándolo a él.

  Prosigue la marcha, mirando al frente. Luego gira a la izquierda y pasa por delante del Black Horse. Cien metros, doscientos, va demasiado rápido. Cuando pisa fuerte el freno, ya tiene el iPhone en la mano.

  –En español, Connie. En español. Habla en español, ¿vale? Diles que era tu madre la que llamaba.

  –De acuerdo.

  No hay rastro de pánico en su voz.

  –La policía sigue ahí, ¿no?

  –Eh, sí.

  –Si te preguntan, diles que Freddy te llamó. Diles la verdad. Que se disculpó por haberse llevado el Mondeo.

  –De acuerdo.

  Consulta el reloj.

  –Es casi la una. Diles que has de cerrar a la hora del almuerzo si no estoy de vuelta. Vete a casa. Ya te llamaré. Y gracias, Connie.

  –¡Adiós, mama! –dice ella y cuelga.

  Dios mío, menudo regalo del cielo.

  Se sienta, trata de aclarar las ideas en su mente. Se le ha escurrido al suelo el Yorkshire Post, las páginas abiertas en abanico. Se agacha y recoge las que puede.

  Algo le llama la atención, una columna suelta en una página del interior:

  BILLETES FALSOS DE CAMINO A LEEDS

  La ciudad está preparada parar la llegada de dinero falso. Desde hace unas semanas el norte de Inglaterra se ha visto sorprendido por un aluvión de billetes falsificados de veinte libras, y a Leeds le puede tocar pronto.

  Varias muestras de estos billetes fueron expuestas ayer en una rueda de prensa de la policía de West Yorkshire. La comisaria Shirley Kirk anunció a los periodistas que las copias eran de buena calidad, y que la población debería estar alerta. Leeds es en estos momentos el área metropolitana más grande de la región que todavía no se ha visto afectada por los falsificadores.

  Se ha preparado un folleto que explica cómo identificar los billetes ilegales, y la comisaria Kirk fue muy clara al señalar los riesgos que corren los ciudadanos: “Que pueda llegar a nuestro poder, de forma inocente, un billete falso, no impide que sea delito tratar de utilizarlo”.

  Los falsificadores emplean frecuentemente una amplia red de “cambiadores” de billetes. Cada uno de ellos se encarga de introducir rápidamente una pequeña cantidad de dinero falso. Las operaciones están perfectamente coordinadas, por lo que es posible poner en circulación un buen lote de billetes en cuestión de horas. Están expuestos a la avalancha los pubs y discotecas en horas de máxima afluencia, las tiendas de barrio, e incluso los mercadillos. El dinero falso también se utiliza mucho en el mundo de la prostitución, la venta de droga y otros delitos graves.

  No se arriesgue a utilizar moneda falsa. No sólo es un delito, sino que contribuye a que los billetes falsificados sigan en circulación. La única opción que les queda a los ciudadanos es ponerse en contacto con la policía.

  Antes de que se dé cuenta de lo que hace, el Saab se abre camino entre el tráfico matutino de los sábados, adelantando autobuses, saltándose semáforos, mientras otros conductores le ceden el paso a la vez que se preguntan si se trata de una persecución policial.

  No soy yo. Yo no he hecho esto.

  Necesita llegar a casa. Haciendo un gesto de incredulidad con la cabeza, consigue encender un cigarrillo mientras conduce, los ojos escocidos por el humo que ha cubierto el interior del coche antes de que pueda abrir una ventana.

  Esto no tiene nada que ver conmigo.

  Entra en el aparcamiento del viejo instituto. Está sudando
y tiene la parte de delante de la camisa y los muslos cubiertos de ceniza. Ve el VW Golf blanco de Den en uno de los lugares de estacionamiento para particulares y la tensión se le desvanece del cuerpo. Aunque éste no sea el mejor momento, Dios, cómo se alegra de que ella esté aquí.

  *

  Abre la puerta del piso. Allí está, de pie junto a la ventana, mirando fuera. Con sólo verla sabe que las cosas no van a salir bien.

  –No esperaba verte –dice él.

  –He venido a recoger algunas cosas.

  Hay una caja de cartón en el suelo, junto a la puerta. En ella ha metido su MacBook, un iPod envuelto en un conglomerado de cables de USB y auriculares, media docena de libros de bolsillo, una secadora de pelo, un surtido de espráis y peines…

  –¡Vaya!

  –Todo en regla. Informé al inspector Baron de mi intención de visitar la residencia del sospechoso.

  –¡Oír eso es cojonudo!

  Ella no sonríe.

  –¿Querrías comprobar lo que hay en la caja? Asegúrate de que no me llevo nada del dinero que había en la panera.

  –¿Qué se supone que quiere decir eso?

  –Le dijiste a Baron que había cincuenta mil libras en el piso. ¿Creías que no me había enterado?

  Él se dirige a la cocina y pone la tetera al fuego.

  –Es cierto. Compro coches caros con dinero en metálico. Ya me has visto llevarlo encima antes.

  Ella se acerca, apoyándose en el mostrador de la cocina. Tienen que ser malas noticias: cuando se encara con él es para anunciar malas noticias.

  –Así que aquí hay cincuenta mil, y había cincuenta mil en tu Mondeo, además de una chica muerta. No puedo quedarme aquí, John. No mientras esto continúe.

  –Si crees que tenía algo que ver con esa chica…

  –Se trata de una investigación criminal. Tengo que tener cuidado. Y además, si vas a seguir husmeando en los hoteles…

  –¿Te lo dijo Baron?

  –Sólo me llamó para prevenirme. El gerente del hotel amenaza con presentar una queja sobre ti –dice antes de resoplar por un lado de la boca–. Por el amor de Dios, eres uno de los sospechosos. Y si preguntas mi opinión, como policía, te diría que tus acciones son un tanto extrañas.

  –Lo único que quiero es encontrar a Freddy antes de que lo hagáis vosotros.

  –¿Y qué puedes hacer por él?

  –Puedo asegurarme de que no hace nada estúpido. Prestarle ayuda, escucharlo, lo que sea. Creo que le han tendido una trampa. ¿Quieres café?

  –No. ¿Quién le tendió una trampa?

  –No lo sé. Pero ya sabes cómo es Freddy. Siempre actúa sin pensar. ¿Y si se vio envuelto en algo sin saber dónde se metía? Tendrías que haber visto el vídeo en el que aparece saliendo de esa habitación del hotel. Parecía horrorizado o, más bien, destruido. Nunca lo había visto así antes.

  –Sí, bueno, nunca habías visto a un asesino…

  Ella se detiene sin terminar la frase, porque eso es exactamente algo que él ha visto. Pudo mirar a los ojos del hombre que mató a su hermano a sangre fría.

  –Así que –dice ella, más tranquila–, ¿vas a encontrar a quien tendió una trampa a Freddy?

  –Nada se pierde con intentarlo. Y juego con ventaja. Por muy maravilloso que sea tu feje, mi nombre me permite acceder a lugares a los que Baron no se atrevería ni a asomarse.

  –Mira, debes de ser un caso perdido, pero si yo estuviese en el lugar de Freddy, estaría contento de tenerte a mi lado.

  –¿Me ayudarás entonces? Se trata de Freddy. Está metido en líos.

  –¿Crees que puedo hacerlo? Me suspenderán si lo averiguan.

  Él se encoge de hombros

  –Que no lo averigüen. Toma.

  Le entrega un folleto de Tractores Galey, con una tarjeta de visita grapada en la parte superior.

  Ella lo toma, lo dobla dos veces y se lo mete en el bolsillo de los vaqueros.

  –Si Freddy te dice que fue él quien lo hizo, fuesen cuales fuesen el motivo y las circunstancias, tienes que detenerlo tú. ¿De acuerdo?

  –Trato hecho.

  –Seguiré en contacto contigo –dice ella, a mitad de camino de la puerta–. Ah, y mejor que no te sientas tentado de entregarle esas cincuenta mil libras y decirle que tome un vuelo para Río.

  –Ni se me había ocurrido.

  *

  En el dormitorio, el edredón blanco sigue amontonado en medio de la cama, y al lado de a la ventana, sobre el suelo, hay dos vasos de cristal, y junto a ellos el premio de la revista Auto Trader. ¿Volverá? Quién lo sabe. En cualquier caso, sabe que no se la merece.

  Se lleva los vasos y el premio a la cocina.

  Muchacha muerta, dinero en el coche… ¿Dónde demonios está Freddy?

  –No tengo ni idea –se dice a sí mismo, tomando su chaqueta–. Pero no voy a quedarme aquí solo mientras otro da con él.

  Vuelve al Saab y se queda mirando el parabrisas, sin hacer caso del periódico esparcido por el asiento del pasajero. Olvídate de los billetes falsos y de Baron. Olvídate de todo. ¿Dónde está Freddy? ¿A dónde habrá ido?

  Enciende la radio. Están comentando el próximo partido del Leeds United en casa de los Doncaster Rovers, un equipo que está en plena forma y que no ha perdido un partido en casa desde…

  Intenta no prestar atención entusiasmo juvenil del periodista y ponerse en el lugar de Freddy. Pero la voz es de lo más irritante e insistente:

  … en Doncaster, el Saint Ledger Stakes, el último de los clásicos de carreras del año se celebra esta tarde…

  Tras lo que parece un único movimiento de todo su cuerpo, arranca el coche, lo pone en marcha, y se va.

  –Doncaster.

  *

  –¡Joder! –dice Baron cuando el Saab entra en la avenida Whingate y gira a la derecha–. Lo hemos conseguido.

  Alguien lleva media mañana vigilando el piso de John Ray, pero sólo avisó a Baron y a Steele cuando Ray llegó a casa, hace unos diez minutos.

  –Así me gusta –dice Steele, incorporándose al tráfico–. Llévanos hasta él.

  Capítulo 13

  Se llama realmente Owen Metcalfe. Pero todo el mundo lo conoce como Freddy. Cuerpo grande y musculoso, fornido, con una sonrisa un poco boba.

  Habla en voz alta mientras conduce. En algún momento tendrá que contarle a Baron todo esto. A Baron o al fiscal.

  La primera vez que lo vi fue en el funeral de Joe. Entró sin que lo vieran y se quedó en la parte de atrás. Luego se acercó hasta mi padre. Se abrazaron, y mi padre comenzó a llorar allí mismo, fuera de la iglesia. Resulta que el padre de Freddy solía trabajar para nosotros, hace tiempo. Un trabajo de lo más feo, por lo que se ve. Seis meses después de que Freddy naciese, sus padres se separaron y su padre desapareció. Nadie lo ha vuelto a ver.

  Volví a ver a Freddy de nuevo unos cuantos meses después. Trabajaba como corredor de apuestas en el hipódromo de Doncaster, llevándole las apuestas a Frank Sykes, un viejo amigo de mi padre. Frank me vio y se acercó a charlar. Freddy se encargó de las apuestas. No había mucha gente, pero hacía todo lo posible para animar a los apostadores. Se trata de hacer que se rían mientras te llevas su dinero.

  Freddy es así. Consigue hacerte, por muy conocidos que sean los chistes que cuenta. Tiene un gran corazón. Es como si su misión fuese hacerte recordar que vivir merece realmente la pena.

  Su madre murió cuando tenía quince años. Desde entonces tuvo que vivir haciendo chanchullos. Desconozco cómo fue a parar hasta Frank Sykes, pero como corredor de apuestas era una puñetera nulidad. Cuando alguien hacía una apuesta le llevaba tanto tiempo anotarla, acompañada como iba de una carcajada de agradecimiento, que los apostadores se apartaban para observar las vallas, ansiosos por hacer sus apuestas. Cuando Sykes veía lo que ocurría, se abría paso a empujones hasta la tribuna, recogía rápidamente las apuestas, y se ponía a gritar en el oído de Freddy. No hacía falta leer los labios para entender lo que le decía.

  –John Ray –dije, presentándome–. ¿Qué tal una cerveza?

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nbsp; No sé por qué lo hice. Me estaba recuperando anímicamente. El concesionario todavía estaba en obras y no buscaba a nadie, y mucho menos a un corredor de apuestas fracasado.

  Nos tomamos la cerveza. Había algo en él que me gustó de inmediato. Algo valiente e indómito, un espíritu que te llevaba en volandas. Buenas vibraciones, podríamos llamarlo. Dos minutos después de que Sykes lo hubiese mandado a la mierda, ya se había olvidado de todo.

  Se bebió cuatro pintas en menos de una hora, y le convencí de que estaba desperdiciando su talento en las carreras, y que era un vendedor de coches nato, no un corredor de apuestas.

  Y no me equivocaba.

  Vende más coches en una semana que yo en un mes. Y lo cierto es que no sabe nada de coches, es algo que no le interesa. Es su encanto lo que funciona, la relación con los clientes. No se trata de labia, pues en él no hay astucia, ni cálculo. En primer lugar te enseña el kilometraje del vehículo, y luego el precio de mercado, con total indiferencia. No te camela. No creo que sepa realmente lo que son las estrategias de venta. Simplemente hace que la gente se sienta a gusto y se pone a hablar de cualquier cosa que se le ocurra.

  Por eso no creo que hayas asesinado a la chica, Freddy. Si lo hubieses hecho, no creo que la hubieses dejado tirada en el maletero de un coche y luego hubieses huido. No fue eso lo que vi aquel día en las carreras. Pondría la mano en el fuego por él. Sin dudarlo.

  Ojo. No es perfecto. Se considera todo un personaje, un pícaro. No se acaba trabajando para Frank Sykes quedándote en el colegio a hacer exámenes. Le gusta pensar que tiene malicia, que es alguien siniestro. De vez en cuando no le hace ascos a una buena pelea. Pero lo que realmente le gustan es el riesgo, los chanchullos, el mundo de la picaresca de los delincuentes. Piensa que esa es vida para un hombre de verdad. Sólo tiene veintidós años, pero seguro que dentro de unos cuantos años dispondrá de un viejo escondrijo en algún lugar en el que poder almacenar teles de plasma y montones de devedés robados.

  Mi padre lo aprecia. Y también Den. Y Connie… Mierda, todo el mundo aprecia a Freddy.

  Toma el desvío a Doncaster. El tráfico avanza lentamente. La gran carrera empieza en menos de una hora y todavía hay gente que se dirige hacia allí.

 

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