Hollywood Station

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Hollywood Station Page 38

by Joseph Wambaugh


  Tras una larga pausa en la cinta, la voz de Ilya dijo con furia: «¡No es posible!». Y después, evidentemente, comprendió que eso no encajaba con su retrato de mujer maltratada, y puntualizó: «Pero, claro, tenía tanto miedo que quizá me equivoco sobre qué puede hacer Cosmo. Era mucho inteligente. Y tenía dos caras».

  – En lo que a mí concierne -dijo Viktor a sus superiores después de apagar el reproductor-, hasta aquí hemos topado. Creo que Cosmo Betrossian cogió el dinero del cajero escondido en el subterráneo de la casa de Farley Ramsdale la noche en que la grúa se llevó el coche al desguace. Creo que Cosmo Betrossian ha repartido el dinero del cajero con otra persona, seguramente otra mujer. El orgullo ruso de Ilya Roskova no le permite reconocer que es posible. Creo que, después, Cosmo contó a Dmitri Zotkin una historia inventada sobre Olive y la desaparición del dinero, pero Dmitri era inteligente y no se lo creyó. Y entonces empezó el tiroteo.

  – Hasta ahora, sus hipótesis han resultado ciertas -dijo el capitán de área-. Entonces, ¿qué cree que ha sido de esa mujer, Olive?

  – Creo que al final, Cosmo Betrossian la asustaba tanto que huyó de Farley Ramsdale. Probablemente ahora estará viviendo con otro adicto a la anfetamina. O quizá en las calles, sin más. Un día la encontraremos muerta de sobredosis. Sinceramente, ya no nos sirve de nada en esta investigación.

  – ¿Cree que encontraremos el dinero del cajero? -preguntó el capitán de la comisaría.

  – Suponemos que Cosmo Betrossian amaba a otra mujer rusa -dijo Viktor-. Es fácil que esté gastando el dinero del cajero en Rodeo Drive ahora mismo mientras hablamos.

  – De acuerdo, corten -dijo el capitán de área-. En la conferencia de prensa procure evitar cualquier alusión al dinero perdido. Las demás piezas encajan perfectamente.

  – Sí, señor -dijo Viktor Chernenko-. Es el único cabo que queda por atar.

  Capítulo 21

  Cuando empezó el cuadrante de junio en la comisaría Hollywood, las cosas habían vuelto a la normalidad. Los polis surfistas no perdían ocasión de ir a la playa de Malibú. B.M. Driscoll estaba seguro de que tenía sinusitis por culpa de lo que a él le parecía una temporada de alergias muy severa. Benny Brewster había convencido al Oráculo de que pusiera a B.M. Driscoll con uno de los recién llegados que no le conociera de nada, y el Oráculo cedió. Fausto Gamboa y Budgie Polk eran un equipo eficiente, sobre todo desde que Budgie convenció a Fausto de que tenía que tratarla como a uno cualquiera de sus compañeros. Wesley Drubb vio convertirse en realidad su deseo de que lo asignaran a una unidad anticlanes, donde tenía más posibilidades de hacer trabajo policial más duro. Y, en un momento de apuro producido por las vacaciones estivales, Hollywood Nate aceptó ser oficial de entrenamiento una temporada con un novato en periodo de prueba llamado Marty Shaw, que le ponía muy nervioso porque le llamaba constantemente «señor».

  Pero lo mejor de todo el turno medio fue que Mag Takara se reincorporó al servicio. El Oráculo opinaba que debía quedarse en servicios administrativos hasta que se recuperase un poco más de la vista, y a ella le pareció bien. Mag llevaba gafas ahora, y pronto tendría que pedir la baja otra vez para someterse a otra operación de cirugía plástica, pero tenía muchas ganas de volver a ponerse el uniforme, y se lo permitieron. Supo que iban a concederle la medalla al valor por su actuación en la joyería, la noche del incidente de la granada. Dijo que sus padres se sentirían muy orgullosos.

  Mag dio las gracias a Flotsam por las preciosas rosas que le había llevado al hospital y le dijo que era «un amigo fetén». Flotsam se sonrojó.

  Cuando Budgie Polk vio a Mag se abrazaron y Budgie le miró el pómulo, donde se apreciaba un leve hundimiento oscuro porque el tejido no se había recuperado completamente, todavía.

  – Sigues siendo el putón puteador de puteros más despampanante de Sunset Boulevard.

  A las dos semanas de haber comenzado el nuevo cuadrante, una noche el equipo de homicidios de Andi McCrea y Brant Hinkle seguía trabajando a altas horas, tras la detención de un actor de edad avanzada que se presentó en el despacho de su agente, le sacudió a traición en la cabeza con una estatuilla falsa de los Óscar que el actor utilizaba como pisa papeles, y después lo amenazó con volver armado de pis tola.

  Cuando Hollywood Nate se enteró del caso dijo que ningún jurado compuesto por miembros del Sindicato de Actores de Cine condenaría jamás al actor, muy al contrario, podía llegar a condenar al agente a restituir al actor la réplica de la estatuilla.

  Estaban a punto de terminar la jornada cuando el Oráculo entró en la sala con cara de preocupación.

  – Andi -dijo-, ¿puede venir un momento al despacho del capitán, por favor?

  – ¿Qué ocurre? -dijo ella siguiendo al Oráculo hacia el despacho del capitán, donde la esperaba un comandante del ejército de los Estados Unidos con la gorra entre las manos.

  – ¡Nooo! -gritó Andi, y Brant Hinkle, al oír el grito, corrió a buscarla.

  – ¡No está muerto! -dijo el Oráculo rápidamente-. ¡Está vivo! -Le rodeó los hombros con el brazo, entraron los dos en el despacho y el Oráculo cerró la puerta.

  – Oficial de investigación McCrea -dijo el comandante-, nos han informado de que su hijo Max ha sido herido. Lo lamento sinceramente.

  – Herido -repitió ella como si la palabra le fuera ajena.

  – No fue una bomba caminera, fue una emboscada, disparos de armas automáticas y mortero.

  – ¡Ay, Dios mío! -dijo ella, y empezó a llorar.

  – Ha sido la pierna. Me temo que ha perdido la pierna derecha -dijo-. Pero por debajo de la rodilla -añadió rápidamente-, que es mucho mejor.

  – Mucho mejor -murmuró Andi, que apenas oía ni entendía.

  – Lo han mandado en avión al hospital regional de Landstuhl, en Alemania, y de allí lo trasladarán al Hospital Militar de Walter Reed, en Washington.

  El comandante le expresó el agradecimiento del ejército y el suyo personal y le ofreció toda la ayuda que necesitase y él pudiese prestarle, y añadió muchas cosas más. Pero ella no entendió una palabra.

  Cuando el comandante terminó, Andi le dio las gracias y salió al pasillo, donde Brant Hinkle la estrechó entre sus brazos.

  – La acompaño a casa -dijo al Oráculo.

  En esos días, no había propietaria más emocionada en esa parte de Hollywood que Mabel. Tenía muchísimo que hacer, las horas del día no le bastaban.

  En primer lugar, se puso una mosquitera nueva en la puerta, una muy bonita de aluminio que, según el instalador, duraría toda la vida. El hombre miró entonces a Mabel como diciendo «al menos, todo lo que le queda de vida a usted», o eso le pareció a ella.

  Después fue la pintura del exterior, que todavía no habían terminado. Mabel tenía que dejar las ventanas abiertas todo el tiempo, con el calor que hacía ya, a pesar del olor tan desagradable que venía de fuera, pero era un motivo más de emoción, en realidad. Muy pronto empezarían a pintar también el interior y empapelarían la cocina y el cuarto de baño. Pensaba comprar un par de acondicionadores de aire antes de empezar a pintar por dentro. ¡Qué vida tan emocionante!

  – ¿Crees que estás en condiciones de ir a la reunión de Drogodependientes Anónimos esta tarde, querida? -preguntó a Olive.

  – Claro que sí -dijo Olive, pálida y tensa todavía por el esfuerzo de soportar el mono.

  – Yo empecé a ir a Alcohólicos Anónimos a los sesenta y dos años -dijo Mabel-. Cuando murió mi marido, me tiré al alcohol como una desesperada. No he recaído desde entonces. Allí conocerás a gente estupenda que siempre estará a una llamada telefónica de ti. Estoy segura de que las reuniones de drogodependientes son como las de alcohólicos, la única diferencia es la adicción que tratan. Y estoy segura de que perseverarás. Eres una chica fuerte, Olive, pero no has tenido ocasión de demostrarlo.

  – Todo irá bien, Mabel -dijo Olive mientras intentaba comer un poco de huevo revuelto.

  El médico de Mabel había dicho que una dieta nutritiva era esencial para Olive, y Mabel no había dejado de c
ocinar desde su llegada. Además, comprendió que el intento de Olive de dejar la metanfetamina ella sola le exigía un esfuerzo tremendo, por eso la llevó en autobús al médico que la trataba a ella desde hacía treinta años.

  El médico la examinó y le recetó medicamentos para suavizar el síndrome de abstinencia, pero insistió en que una alimentación sana era la mejor medicina, además de no volver a tocar ninguna droga.

  Mabel miraba encantada a Olive, que se llevó a la boca una generosa ración de huevo revuelto con un mordisco de tostada, todo bien regado con zumo de naranja. La semana anterior habría sido incapaz de tragárselo.

  – Querida -le dijo-, ¿crees que ya podemos hablar de tu futuro?

  – Claro, Mabel -dijo Olive, y se dio cuenta de que era la primera vez en su vida que alguien nombraba su «futuro». Nunca creyó que hubiera un futuro para ella, ni mucho pasado tampoco. Siempre había vivido en el presente.

  – En cuanto estés bien asentada en la rehabilitación, voy a hacer una escritura de usufructo. ¿Sabes lo que es?

  – No.

  – Voy a poner esta casa a tu nombre con la condición de poder seguir aquí lo que me quede de vida.

  – Me parece que no entiendo lo que dices -dijo Olive mirando a Mabel sin expresión en la cara.

  – Es lo menos que puedo hacer por ti, después de lo que tú has hecho por mí -dijo Mabel-. Iba a dejar la casa al Ejército de Salvación para que no se la quedara el estado. Eso es lo que va a pasar con la de Farley, ¿sabes? No tenía herederos ni había hecho testamento, de modo que el estado de California se quedará con ella. Pero a mí me parece que Schwarzenegger, el gobernador, ya es suficientemente rico y no necesita mi casa para nada.

  – ¿A mi nombre? -dijo Olive, que no acababa de entender-. ¿Me vas a dar tu casa?

  – Lo único que pido a cambio es que me cuides lo mejor que sepas mientras puedas. Podemos contratar a una amable chica filipina para las tareas más desagradables, cuando llegue el momento. Me gustaría morir en casa, y creo que mi médico me ayudará a hacer realidad ese deseo. Es un hombre bueno y honrado.

  – Yo no quiero que te mueras, Mabel -dijo Olive, echándose a llorar de repente.

  – Vamos, vamos, querida -dijo Mabel dándole palmaditas en la mano-. Tanto mi padre como mi madre vivieron casi hasta los cien años. Creo que a mí me quedan todavía unos cuantos por delante.

  Olive se levantó a coger un pañuelo de papel de la caja que había junto a la silla de Mabel y volvió a sentarse limpiándose las lágrimas.

  – No uso para nada esa habitación de la costura, que me parece una tontería, así que la convertiremos en tu dormitorio. La decoraremos y la dejaremos muy bonita para ti. Tiene un buen armario. Iremos a comprar y lo llenaremos.

  – ¿Mi dormitorio? -repitió Olive sin dejar de mirar a Mabel con la silenciosa adoración de los perros.

  – Por supuesto, querida. Aunque tendremos que compartir el cuarto de baño, claro. ¿No te importa no tener cuarto de baño propio?

  Olive iba a decir que en su vida había tenido cuarto de baño propio, ni dormitorio siquiera, pero estaba tan desbordada que no pudo hablar. Se limitó a negar con un gesto de la cabeza.

  – Creo que nos vamos a comprar un coche furgoneta inmediatamente. Tú sabes conducir, ¿verdad?

  – ¡Ah, sí! -dijo Olive-. Conduzco muy bien.

  – Creo que lo primero que vamos a hacer en cuanto tengamos el coche será ir a Universal Studios y dar una vuelta por allí. ¿Has ido alguna vez?

  – No -dijo Olive.

  – Yo tampoco -dijo Mabel-. Pero tendremos que comprar una silla de ruedas plegable, no creo que resista todo el paseo. No te importará empujarme en la silla, ¿verdad?

  – Por ti hago lo que sea, Mabel -dijo Olive.

  – ¿Tienes carnet de conducir?

  – No -dijo Olive-. Me lo retiraron cuando me detuvieron por conducir drogada. Pero conozco a un tipo muy majo que se llama Phil que fabrica carnets, aunque son muy caros, doscientos dólares.

  – De acuerdo, querida -dijo Mabel-. Tenemos dinero de sobra, así que te compraremos uno, de momento. Pero más adelante te sacarás un carnet de verdad. Querida -añadió al cabo de un momento de reflexión-, sé que Olive Oyl no es tu verdadero nombre.

  – No, es el nombre que me puso Farley.

  – Sí, muy propio de él -dijo Mabel-. ¿Cómo te llamas de verdad?

  – Adeline Scully, pero nadie lo sabe. Cada vez que me detienen digo el alias.

  – ¡Adeline! -exclamó Mabel-. «Sweet Adeline». Yo cantaba mucho esa canción, de pequeña. Ése es el nombre que pondremos en el carnet de conducir, y ésa eres tú a partir de ahora mismo. Adeline. ¡Qué nombre tan bonito!

  En ese preciso momento, Tillie, la gatita de rayas que estaba tumbada en una mesilla auxiliar -una gatita que no había oído una sola palabra negativa desde que Mabel la rescatara-, terminó de comerse una lata de atún y la tiró al suelo con rabia.

  – ¡Ay, Dios! -exclamó Mabel-. Tillie se ha enfadado, tendremos que abrirle otra lata de atún. Al fin y al cabo, de no ser por ella, no estaríamos disfrutando de esta nueva vida maravillosa juntas, ¿verdad?

  – No -dijo Adeline sonriendo a Tillie.

  – Y tú no digas ni miau, Tillie -dijo Mabel a la gata.

  – Estoy muy contenta, Mabel -dijo Adeline.

  – Adeline -dijo Mabel contemplando su sonrisa-, tienes el pelo fuerte y bonito, seguro que un estilista te lo deja precioso. Vamos las dos a arreglarnos el pelo y a hacernos la manicura. Y me preguntaba si no te gustaría también ponerte unos dientes.

  – ¡Ah, sí! -dijo Adeline-. Me encantaría tener dientes.

  – Eso va a ser lo primero de todo -dijo Mabel-. ¡Vamos a comprarte unos dientes bien bonitos!

  Al final del cuadrante, las cosas habían mejorado en lo que a asignación de coches se refería. El Oráculo estaba satisfecho con la recuperación de Mag Takara, y su vista mejoraba también. Estaba pensando en volver a asignarla a una patrulla.

  Andi McCrea había ido a Washington una semana, donde podía visitar a su hijo todos los días en el Centro Médico Walter Reed. Cuando volvió a Hollywood dijo que había descubierto una clase de valentía que no se podía explicar con palabras, y que no volvería a subestimar a la generación de su hijo nunca más.

  No hay nadie en el mundo tan cotilla como la policía, y son pocos los agentes capaces de guardar un secreto, así que no tardó en saberse en toda la comisaría que Andi McCrea y Brant Hinkle iban a casarse. Charlie Gilford el Compasivo se apresuró a pronunciar su típico cometario.

  – Una ceremonia más de esposas dobles -dijo a Viktor Chernenko-. Ahora mismo todo es «mi cielito lindo» y «rosina de mi corazón». Dentro de seis meses, se estarán machacando el uno al otro. Así son las cosas en Hollywood.

  Viktor estaba muy contento porque se había enterado de que lo nombrarían investigador del trimestre de la comisaría Hollywood y no prestó atención al prosaico comentario de Charlie, pero le gustó mucho el sonido de las palabras cariñosas. Y esa noche, antes de ir a casa, llamó a su mujer y le dijo:

  – Estoy contentísimo, mi cielito lindo. ¿Te complacería que llevara unos big macs y helado de fresa, rosina de mi corazón?

  Capítulo 22

  Terminaba el cuadrante y el Oráculo pensaba que había distribuido bien el turno medio. Cuando Fausto y Budgie le presentaron un informe para que lo firmara, dijo:

  – Fausto, es hora de hacernos código siete en ese otro mexicano nuevo, ¿cómo se llama?

  – Hidalgo's -dijo Fausto.

  – Invito yo.

  – ¿Te ha tocado la lotería?

  – El verano ha llegado a Hollywood y hay que celebrarlo -dijo el Oráculo-. El verano me hace expansivo.

  – Entiendo -dijo Fausto mirándole el grueso vientre.

  – Mira quién habla -terció Budgie, dirigiéndose a Fausto-. Lo tengo a dieta de seis burritos -dijo después al Oráculo-. Esta semana ya se ha tomado cinco, así que sólo le queda uno para esta noche.

  – Danos cinco minutos -dijo Fausto-. Tengo que s
acar un expediente para el informe.

  El Oráculo estaba solo otra vez cuando notó dolor en la parte superior del estómago. El maldito ardor otra vez. Sudaba sin motivo y necesitaba aire. Salió al vestíbulo, pasó por debajo de las fotografías expuestas de los agentes asesinados, cuyos nombres figuraban a la entrada, en el Paseo de la Fama de la comisaría Hollywood.

  Miró la luna llena, la luna de Hollywood, como la llamaba siempre él, aspiró el aire nocturno por la nariz y lo expulsó por la boca. Pero no se sintió mejor. De pronto lo acometió un dolor lacerante en el hombro y la espalda.

  Una mujer se acercaba a la comisaría a denunciar el robo de la bicicleta de su hijo; en ese momento, pasó una moto con mucho estrépito y, al mismo tiempo, vio al Oráculo caer al suelo agarrándose el pecho.

  – ¡Han disparado a un policía! -gritó la mujer.

  Fausto casi la tira al suelo al abrir de golpe la puerta de cristal, seguido por Budgie y Mag Takara, que trabajaba en el primer mostrador.

  Fausto dio la vuelta al Oráculo y lo puso boca arriba.

  – No le han disparado -dijo.

  Se arrodilló a su lado y empezó a apretarle el pecho. Budgie le levantó la barbilla, le tapó la nariz para hacerle el boca a boca; entre tanto, Mag llamaba a una ambulancia. Varios agentes salieron de comisaría y se quedaron mirando.

  – ¡Vamos, Merv! -dijo Fausto contando en voz baja-. ¡Vuelve con nosotros!

  La ambulancia llegó enseguida pero ya no importaba. Budgie y Mag lloraban cuando los técnicos sanitarios cargaron al Oráculo en la ambulancia. Fausto dio media vuelta, apartó de en medio a dos agentes y se perdió solo en las sombras del aparcamiento.

 

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