En busca de la memoria perfecta: Episodios en la historia de las técnicas de memorización (Spanish Edition)

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by Luis Sebastián Pascual




  Luis Sebastián Pascual

  En busca de la memoria perfecta

  Episodios en la historia de las técnicas de memorización

  En busca de la memoria perfecta

  Episodios en la historia de las técnicas de memorización

  © Luis Sebastián Pascual, 2019

  Ilustración de la cubierta: ©Nando Castoldi para ©iStock

  Fotografía de la solapa: cortesía del autor

  Primera edición: Febrero 2019

  Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

  ISBN: 978-84-949208-8-2

  Depósito Legal: M-28575-2018

  © Meridiano Editorial, 2019

  Avda. Nazaret 13, Portal A, 9º D Izda.

  28009 Madrid

  Impreso en Estugraf

  Calle Pino nº 5. Pol. Ind. Los Huertecillos

  28350 Ciempozuelos (Madrid)

  Prólogo

  Este es, ante todo, un libro de aventuras.

  No se trata de una novela, ya que todos los hechos relatados son verídicos; tampoco es la historia de una persona, pues son muchos y variados los protagonistas. Solo hay un común denominador en todo esto: las técnicas de memorización.

  Y es que, en una disciplina tan antigua como el ars memoriae, al echar la vista atrás siempre encontramos una leyenda, una anécdota, una extraña ocurrencia… una pequeña aventura, en definitiva; relevante unas veces, intrascendente otras, pero siempre interesante. Este libro es una breve recopilación de dichas aventuras, vividas —o sufridas— por diversos personajes a lo largo de diversas épocas.

  Pero, además de divertidas o curiosas, he tratado de incluir también aventuras que nos enseñen algo nuevo sobre las técnicas de memorización, sus orígenes, su evolución, su porqué. El objetivo es que la obra resulte atractiva no solo para lector novel, también para el entendido en la materia, que de seguro ha de encontrar aquí nuevos aspectos que desconocía (nota para primerizos: si en algún punto me enredo con cuestiones más técnicas, pido disculpas, prometo que apenas será una vez o dos).

  Respecto a las citas, en más de una ocasión cedo la palabra a autores que no escribieron en español o castellano. Siempre que haya traducción conocida tomo las palabras de esa traducción; cuando no, transcribo el texto original acompañado por mi particular interpretación del mismo (no será una traducción perfecta, pero confío en que suficiente para hacerse una idea del significado).

  Y poco más hay que añadir.

  Ahora, mientras pongo el punto final a este trabajo, caigo en la cuenta de que me convertido sin querer en una especie de Ulises quien, tras una larga travesía por aguas de la historia, navegando de libro en libro, llega finalmente a puerto con emocionantes aventuras encontradas en esas islas de papel.

  Espero que el relato de dichas aventuras satisfaga el interés por estas páginas dedicadas al viejo —y a menudo olvidado— arte de la memoria.

  La leyenda de Simónides

  En el mar egeo, formando parte del archipiélago de las Cícladas, se encuentra la isla griega de Paros. Hoy básicamente no es más que un destino turístico pero posee una rica historia y un material por el que fue muy conocida en la antigüedad: el mármol.

  De sus canteras se extraía un mármol blanco muy apreciado especialmente para la escultura. En el siglo XVII, sobre una lámina de este mármol se encontró, grabado a base de martillo y cincel, una especie de registro cronológico donde se recogían hechos relevantes de la antigua Grecia.

  En el fragmento conservado en el Museo Ashmolean de Oxford (otro fragmento encontrado en 1897 se conserva en el Museo Arqueológico de la isla de Paros), vemos un apunte que viene a decir: «Del tiempo en que Simónides de Ceos, hijo de Leoprepes, inventor del sistema de ayuda-memorias, ganó el premio coral en Atenas…».1

  Este descubrimiento sirvió para dar cierta credibilidad a una antigua leyenda, la leyenda de Simónides de Ceos.

  Simónides fue un célebre poeta en la Grecia clásica que vivió aproximadamente entre los años 556 a. C. y 469 a. C. Según la aventura que nos llega a través del orador romano Marco Tulio Cicerón (De Oratore, II, 352-354), inventó la mnemotecnia —el sistema ayuda-memorias— a raíz del siguiente suceso:

  Pues cuentan que, estando Simónides cenando en Cranón, lugar de Tesalia, en casa de Escopas, varón noble y mimado de la fortuna, y tras haber recitado un poema que había compuesto en su honor y en el que, para darle mayor realce y siguiendo la costumbre de los poetas había numerosas referencias a Cástor y Pólux, su anfitrión, con gran ruindad por su parte, le había hecho saber a Simónides que le daría por ese poema la mitad de lo pactado: que el resto, si así se lo parecía, que se lo reclamase a sus queridos Tindáridas, a quienes había ensalzado tanto como a él.

  Y dicen que poco después se le anunció a Simónides que saliese afuera, pues había dos jóvenes en la puerta que insistentemente preguntaban por él; que se había levantado, había salido y que no había visto a nadie, y que mientras tanto, el comedor donde Escopas celebraba el banquete, se había desplomado; que el propio Escopas con sus allegados había muerto sepultado por los escombros; y que cuando los suyos quisieron enterrarlos y no poder en modo alguno reconocerlos, aplastados como estaban, se dice que Simónides había identificado a cada uno de los que había que enterrar por acordarse en qué lugar estaba recostado cada cual. Y que entonces, advertido de esta circunstancia, había descubierto que la posición de algo era lo que en particular iluminaba su recuerdo.

  Marco Tulio CICERÓN.

  Seguro que alguna vez has vivido una situación como esta: estás en la cocina preparando la cena y cuando vas a coger la sal te acuerdas del manazas de Pepe que vertió todo el salero sobre la comida cuando preparaba la paella del pasado fin de semana, o vas a abrir una botella de vino y te viene a la memoria tu amigo Juan cuando se le rompió el tapón de corcho e intentando sacar el trozo atascado terminó por duchar a todos en vino, etc.

  Pues algo así es de lo que se acaba de percatar Simónides: al ver la esquina de la mesa se ha acordado de Fulano, de cómo extendía sus cortos brazos para alcanzar los manjares más alejados; la copa rota le ha recordado a Mengano, que apuraba con ella las últimas gotas de vino; en ese diván ahora medio deshecho se acomodaba Zutano con dificultad, renqueante por un golpe sufrido durante los juegos; etc.

  ¿Y si estos recuerdos, en vez de confiarlos a la buena fortuna, pudiéramos crearlos a voluntad?, es decir —piensa Simónides—, ¿y si pudiésemos aprovechar estos objetos esparcidos por diversos lugares de la sala para que nos evocaran, no a los fallecidos, sino a cuestiones de nuestro interés?

  Pues resulta que esto es factible si con la imaginación reemplazamos a las personas por aquellos datos a memorizar; repasemos con la vista los distintos lugares de la sala y en cada lugar veamos, mentalmente, no a un comensal, sino aquello a memorizar.

  Y, en consecuencia, que quienes quisieran cultivar esta parcela del espíritu, deberían tomar esos lugares y aquello que quisieran retener en la memoria habían de modelarlo con la mente y colocarlo en dichos lugares; que así ocurría que la secuencia de las posiciones recordaría la secuencia de las cosas y, por otra parte, que la figura denotaría las propias cosas y que utilizaríamos esos lugares como la cera, y las figurillas como las letras.

  Acaba de nacer el sistema conocido como método de los lugares (también llamado «método loci»).

  Un ejempl
o sencillo. Echa un vistazo a tu alrededor, ¿qué ves? Supongamos que en primer lugar encuentras una lámpara de pie, al lado un par de sillas, después el televisor, etc. Supongamos también que mañana tienes que felicitar por su cumpleaños a la tía Enriqueta —que no se olvide de ti en el testamento—, revisar la presión de las ruedas del coche, pagar el recibo de la comunidad de vecinos, etc.

  Pues bien, imagina a tu tía Enriqueta acercándose al primer lugar, la lámpara de pie, a ver si con más luz consigue distinguir los hilos y termina ese trabajo de ganchillo que siempre anda tejiendo; con las sillas construye la imagen de un asiento roto que has reemplazado por neumáticos de coche; en el televisor te sorprende una entrevista a tu administrador de fincas denunciando a los vecinos morosos; etc.

  De este modo, como le ocurrió a Simónides, al repasar los lugares éstos te evocarán los elementos asociados a ellos, habiendo logrado así el objetivo de memorizarlos.

  Este tipo de procedimientos, que nos enseñan a ser eficientes en las tareas de memorización, es lo que los antiguos romanos llamaron ars memoriae (literalmente, «arte de la memoria») y que hoy traducimos como «técnicas de memorización» o, abreviadamente, «mnemotecnia» (mnemo-, de Mnemósine, diosa griega de la memoria; -tecnia, de técnica).

  También era común el nombre de memoria artificial (aquella que se alcanza con artes > artificios > artificial) en contraposición a la memoria natural, que sería la memoria espontánea que cada cual posee por naturaleza.

  Existen dos tipos de memoria: una es natural, la otra producto de la técnica. La memoria natural es la que aparece de manera innata en nuestras mentes y nace al mismo tiempo que el pensamiento. La memoria artificial es la memoria que ha sido reforzada por cierto aprendizaje y una serie de reglas teóricas.

  Esta cita es de la Rhetorica ad Herennium (III, 28-40), un manual de retórica de autor desconocido, escrito unos treinta o cuarenta años antes de que Cicerón redactase la conocida aventura de Simónides (es el más antiguo de los tres únicos textos supervivientes de aquella época en donde se describen unas técnicas de memorización; los otros dos corresponden a Cicerón —ya citado— y Quintiliano).

  Pero volvamos con nuestro protagonista. Desde que Cicerón narrase la aventura de Simónides han transcurrido más de veinte siglos, tiempo suficiente para que la leyenda haya ido «evolucionando».

  Quintiliano, que vivió unos cien años después de Cicerón, en sus Institutio oratoria (XI, 2) escribía:

  Pero existe una gran discusión, entre los garantes de esta narración, sobre si ese himno fue compuesto para Glauco de Caristo, o para Leócrates, para Agatarco o Escopas, y si esta casa del banquete estuvo en Fársalo, como el mismo Simónides parece dar a entender en otro lugar, y como han trasmitido Apolodoro, Eratóstenes, Euforión y Eurípilo, o en Cranon, como dice el poeta Apolas, seguidor de Calímaco, a quien siguió Cicerón contribuyendo a la mayor divulgación de este relato.

  De este fragmento se deduce que la historia fue muy conocida en la antigua Roma y corrían por el imperio muchas y diversas versiones. ¿Sorprendería pues que en nuestros días, casi dos mil años después, en cada libro encontremos una narración diferente?

  Lo sorprendente, en realidad, es que todas las narraciones actuales respetan los puntos fundamentales de la aventura aunque, eso sí, cada cual se toma la libertad de contarla a su manera. Veamos, por ejemplo, la versión de Sheila Ostrander y Lynn Schroeder en su libro Supermemoria, de 1992 (pág. 193):

  Salvadores y portadores de antorchas pululan sobre un monolítico montón de escombros; una mansión se ha derrumbado, el hogar del magnate Escopas. Un Who’s Who de invitados a un banquete, los ricos y guapos, yacen atrapados en toneladas de mármol. Solo uno ha escapado, «el de la lengua de miel», Simónides, el famoso poeta. La suya es una extraña historia.

  «Escopas quería que yo compusiera un poema lírico en su honor. Dije que lo haría si me pagaba. Esta noche, cuando he terminado de recitar, el viejo egoísta me ha dicho que sólo me daría la mitad de mi paga. Todo porque he añadido unas líneas alabando a Cástor y Pólux. “Que los dioses gemelos paguen el resto”, ha dicho. Yo estaba zampándome todo lo que podía de su festín, cuando un criado me ha susurrado que dos hombres jóvenes querían verme fuera. He salido, pero la calle estaba vacía. Entonces ha sido cuando ha sucedido… ha crujido y retumbado como un trueno…»

  «¡Simónides, más tragedia!», interrumpe un salvador. Las víctimas están tan mutiladas, que ninguna se puede identificar. ¿Cómo sabrán las familias qué cuerpo enterrar, a quien honrar? «¡No mováis esos cuerpos! —grita Simónides después de pensar un poco—. Puedo ver en mi mente dónde estaba sentada cada persona».

  Bueno, no es por desmerecer a Cicerón pero, sin duda, esta última versión, dando voz incluso al propio Simónides, resulta mucho más atractiva. El único reproche es que el lector desprevenido, sin más datos, quizás llegue a pensar que la historia es real, que incluso el propio Simónides escribió sobre ello, cuando no es así. Y es que a menudo conviene profundizar un poco en los detalles para evitar equivocaciones.

  Por ejemplo, poco después de la sugerente narración arriba expuesta, las autoras presentan a Aristóteles diciendo: «Aquí está Aristóteles, autor de un libro perdido sobre mnemotecnia».

  ¡Qué intriga! Un libro perdido de mnemotecnia escrito por el mismísimo Aristóteles. ¿Qué secretos guardaría ese texto? Realmente interesante si no fuera porque, tal afirmación, es falsa.

  Analicemos los hechos.

  En el siglo tercero, un griego llamado Diógenes Laercio escribió una especie de enciclopedia sobre la vida y obra de filósofos famosos. El libro V empieza justamente con Aristóteles e incluye un listado de sus obras, donde figura un título que no se corresponde con ninguna de las obras hoy conocidas. Esto sugiere la idea de un libro perdido que, por el título, se ha especulado con que pudiera tratarse de un texto de mnemotecnia (Carlos García Gual lo traduce al español como De la memoria, José Sanz Ortiz como Memorial 2).

  De aquí la hipótesis, que las autoras citadas dan como cierta, de un posible libro perdido sobre mnemotecnia.

  Pero si los argumentos expuestos parecen bastante endebles como para sustentar tal hipótesis, más dudas surgen al considerar lo que sigue.

  En nuestros días conocemos un libro de Aristóteles, De memoria et reminiscentia, que no figura en el listado de Laercio. Esto ha llevado a pensar, y así lo expresan diversos estudiosos3, que ese supuesto libro perdido en realidad corresponde al citado De memoria et reminiscentia (donde, por cierto, no se describe ninguna técnica de memorización; tan solo encontramos, muy de pasada, una escueta referencia al método de los lugares).

  Por tanto, aun cuando no se pueda afirmar nada con absoluta certeza, a la luz de los datos conocidos cabe concluir que la afirmación de que Aristóteles es «autor de un libro perdido sobre mnemotecnia» resulta, cuanto menos, muy aventurada.

  Por eso es de agradecer que cuando Quintiliano narra su versión de la aventura de Simónides, nos advierta añadiendo:

  Aunque a mí me parece pura invención toda esta historia sobre los hijos de Tíndaro [Cástor y Pólux], y en ninguna parte hace absolutamente mención alguna de esto el mismo poeta, quien de seguro no la habría de silenciar tratándose de algo que le reportaba gloria tan grande.

  SIMÓNIDES ante los Tíndaras (Cástor y Pólux) en el momento del derrumbe del edificio. Ilustración para «Fables choisies mises en vers par M. de la Fontaine» (Paris, 1668).

  Antes de dar por finalizado este episodio, creo conveniente hacer aquí un pequeño inciso para establecer la diferencia entre técnicas de memorización y ejercicios de memoria.

  Una técnica es un proceso, un conjunto de pasos que debemos aprender, seguir y realizar de determinado modo para conseguir un objetivo concreto, en este caso, memorizar unos datos. Las técnicas de memorización tienen como finalidad enseñarnos a memorizar, mostrarnos la forma de ser eficaces en este cometido; no pretenden incrementar, desarrollar o mejorar la memoria natural de las personas.

  Los ejercicios de me
moria son justo lo contrario. Al igual que los ejercicios físicos tonifican y mantienen en forma nuestros músculos, los ejercicios de memoria están pensados para tonificar y mantener en forma nuestra memoria. Incluso, con la práctica constante, es posible llegar a incrementar, desarrollar o mejorar la memoria natural de las personas.

  Por tanto, para decirlo de forma breve y clara, las técnicas de memorización están enfocadas a la memoria artificial (enseñan a memorizar) mientras que los ejercicios de memoria están orientados a la memoria natural (ejercitan la memoria). Si quieres aprender cómo memorizar cientos de números, por poner un ejemplo, busca ayuda en las técnicas de memorización; si temes que tu memoria esté decayendo, que ya no es lo que era, indaga en los ejercicios de memoria.

  En la práctica, sin embargo, es muy común confundir una cosa con otra y a menudo oímos o leemos sobre técnicas de memorización como medio para desarrollar la memoria, lo cual, hablando con propiedad, no deja de ser un error (en todo caso, habría que puntualizar que desarrollan la memoria artificial, no la natural).

  Se trata hasta cierto punto de un error comprensible pues, por un lado, algunas técnicas de memorización sencillas se usan a menudo como una forma lúdica de hacer trabajar la memoria (se busca convertir en un juego el ejercicio de memorizar). Por otro lado, si con ayuda de las técnicas logras alguna «proeza» memorística —como recitar de memoria cien decimales de π, por decir algo—, el efecto es como si hubieras desarrollado una memoria extraordinaria, aun cuando en realidad no sea así.

  En este sentido hay algunas anécdotas divertidas. Por ejemplo, cuenta Joshua Foer (Los desafíos de la memoria, Barcelona, Seix Barral, 2012, pág. 307) cómo unos días después de participar en un campeonato de memoria salió a cenar con unos amigos cuando de pronto, tras regresar a casa en metro, se acordó de que había acudido al restaurante… en coche. Es decir, había conquistado el campeonato de memoria de Estados Unidos y sin embargo no era capaz de acordarse del automóvil: «No sólo había olvidado dónde lo había dejado aparcado: también había olvidado que lo llevaba». Lo dicho: las técnicas ayudan a memorizar, pero no desarrollan la memoria (al menos, no en el sentido coloquial de la expresión). La historiadora Mary Carruthers, por ejemplo, se ríe de quienes presentan el método de los lugares como un medio para desarrollar la memoria4.

 

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