Prácticamente, ha multiplicado por cinco la cantidad de lugares y, por tanto, la cantidad de datos que se pueden memorizar. Es decir, no ha inventado la técnica, pero ha encontrado el modo de hacerla útil, ya que en su concepto original está un tanto limitada. Quizás por esto sea costumbre señalar a Conrad Celtes como el origen del método del abecedario.
Ahora bien, en honor a la verdad, debo decir que no sé exactamente hasta que punto la propuesta del poeta alemán tuvo verdadero éxito pues, por aquellos mismos tiempos, surge también otra forma de poner el práctica el método del abecedario que igualmente supera la limitación de las 23 letras.
Desarrollo del método del abecedario en la obra de Conrad CELTES.
La idea consistía, primero, en preparar una ruta de animales siguiendo el orden alfabético: A, águila; B, buey; C, camello; etc. A continuación, cada animal se dividía en cinco partes, de modo que cada animal suponía cinco lugares: el primer dato se asociaría con el pico del águila, el segundo con la vista del águila, el tercero con las alas, el cuarto con las garras, el quinto con la cola; el sexto dato con el morro del buey, el séptimo con los cuernos, etc. Puesto que cada letra/animal permite retener cinco datos, se multiplica por cinco la cantidad total de datos que se pueden memorizar (igual que con el modelo de Conrad Celtes).
Esta propuesta aparece en el opúsculo De omnibus ingeniis augendae memorie de Alberto da Carrara en 1481 (segunda impresión en 1491), y se repite después en obras muy conocidas como las de Johannes Romberch (Congestorium artificiosae memoriae, 1520) y Cosma Rosselli (Thesaurus artificiosae memoriae, 1579), que llega al extremo de dividir cada animal hasta en quince partes.
Detalle en la obra de Cosma ROSSELLI (pág 67).
También se hace eco de esta técnica Francisco Sánchez de las Brozas, el brocense, cuando tras describir el modelo tradicional, añade: «A continuación podrás dividir estos mismos animales en otros lugares más, como en partes anteriores y partes posteriores, así se logrará la abundancia de lugares»7.
Y una pequeña curiosidad para finalizar. Cuando Johannes Romberch reproduce la idea de Conrad Celtes —en la obra arriba citada—, no solo combina consonantes con vocales, también combinará las vocales con todas las posibles consonantes, aumentando todavía más el número de lugares. Así, comprobamos como su particular ruta no empieza con la simple A, sino con AB (abbas), AC (accolitus), AD (advocatus), AF (affricanus), etc.
Pioneros de la mnemotecnia española
Siguiendo la teoría de los humores, dice Juan Velázquez de Azevedo que «las naciones que son más aptas y capaces para la memoria» son las más septentrionales, porque…
es la mucha frialdad de la región que reconcentra el calor natural adentro, por cuya causa tienen mucha humedad y calor, que les hace ser memoriosos y tienen buena imaginativa […] Y conforme a esto, el clima de nuestra España no es muy a propósito para la memoria…
Probablemente yerre en la causa, pero acierta Azevedo en que nunca ha sido ésta tierra de gran tradición memoriosa, teniendo el ars memoriae una presencia poco destacada.
Esto no significa que de vez en cuando no haya surgido algún personaje singular que, yendo más allá de la simple curiosidad —y un poco a contracorriente—, dejase constancia de «asunto tan peregrino», como define Lope de Vega la materia en el libro de Azevedo.
Veamos pues algunos nombres de entre quienes, por una razón u otra, marcan un punto en la historia de la mnemotecnia española.
¿Quién escribe el primer manual de mnemotecnia en España?
Anteriormente ya se había escrito sobre el arte de la memoria, pero siempre se desarrollaba esta materia dentro de obras dedicadas a algún otro asunto, bien dedicándole un capítulo —como en la retórica de Nebrija—, bien incluyéndola en anexo —como en el caso de Pedro Ciruelo—.
El primer autor español que escribe una obra dedicada en exclusiva al arte de la memoria es Juan de Aguilera, médico y profesor de astronomía en la Universidad de Salamanca que publica en esta misma ciudad, en 1536, el título Ars memorativa.
De esta obra se creía que tan solo habían sobrevivido hasta nuestros días dos ejemplares, uno en la British Library de Londres y otro en la Biblioteca Pública de Évora8, pero recientemente he sabido de otro conservado en la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
Reproducción de la portada del Ars memorativa de Juan de Aguilera, «tam vtilis quam iocunda» (tan útil como divertida).
Con todo, es posible que no le corresponda a Juan de Aguilera este reconocimiento.
Se conoce un manuscrito de 1475 aparecido en Toulouse también con el título Ars memorativa y de autor Jacobus Publicius, un personaje del que sabemos muy poco. A Publicius tradicionalmente se le ha considerado italiano, pues tenía la costumbre de firmar con el sobrenombre «Florentini» (de Florencia). Sin embargo, en este manual de Toulouse aparece una nota donde se señala que el autor es español.
Y no resultaría descabellado pensar que así fuera, pues Publicius parece conocer bien la cultura española. Por ejemplo, cuando años después amplía su tratado con un nuevo capítulo de tipo médico, incorporado a la obra Oratoriae artis epitome de 1485, incluye el consejo de que debemos empezar las comidas con lo cocido y terminar con lo asado, praeter hispanorum consuetudine («al contrario de lo que acostumbran los españoles»).
Así pues, aun cuando carecemos de datos fiables que confirmen su nacionalidad, cada vez es más co-mún considerarlo español, sobre todo desde que la historiadora Mary Carruthers en su libro The book of memory le presentase como «Spanish physician» («médico español»).
¿Quién escribe el primer manual de mnemotecnia en castellano?
Para encontrar un manual de mnemotecnia escrito en español o castellano, en lugar del docto latín, habrá que esperar bastante, concretamente hasta 1626, cuando Juan Velázquez de Azevedo publica en Madrid El Fénix de Minerva (probablemente a imitación del título Plutosophia de Filippo Gesualdo —citado varias veces a lo largo del libro—, que en 1592 mostraba su obra de mnemotecnia también en lengua romance, en este caso, en italiano). Hay una edición moderna del libro, con estudio introductorio de Fernando R. de la Flor (Valencia: Editorial Tératos, 2002).
Sabemos, no obstante, que existió al menos una obra anterior, el Arte de la memoria de Juan de Horozco.
Este título se recoge en la Biblioteca Hispanica Nova de 1696 preparada por Nicolás Antonio; también aparece citado en una carta de Fray Juan de Colmenares, que reproduce el propio Juan en su libro De la verdadera y falsa profecía, de 1588. Sin embargo, lo ocurrido con este manuscrito es un total misterio, ni siquiera sabemos a ciencia cierta si llegó a publicarse. Hoy se inscribe en la desafortunada lista de obras perdidas.
Portada de El Fénix de Minerva.
Por cierto, El Fénix de Minerva también es la primera obra en español de estas características que se traduce y publica en otro país: he descubierto que existió una edición en italiano a cargo de Benedetto Plebani, La fenice di Minerva (Torino, 1867).
¿Cuál es la referencia más antigua, en castellano, a unas técnicas de memorización?
En un trabajo titulado Un arte memorativa castellana, Víctor García de la Concha da noticias de un manuscrito localizado en la Biblioteca Universitaria de Salamanca de título y autor desconocido, pues faltan las páginas iniciales, entre otras. Hoy se conoce con el título Dichos y hechos de los filósofos antiguos, de Alexandro Magno, en un Arte de memoria, pues, en efecto, incluye un apartado llamado Arte memorativa (del que faltan también las hojas de la primera parte). Por el estilo de letra y tipo de papel, se ha fechado a principios del siglo XV.
El desconocido autor dice: «En aquesta segunda parte quiero dar doctrina de las diez reglas generales aplicadas a la memoria, por tal que con ellas pueda aver manera artifiçial en usar memoria de su membrar». Estas reglas, sin embargo, siguen la línea del Ars de Ramón Llull, que tradicionalmente se ha visto como un arte de memoria pero que poco parecido guarda con nuestro actual concepto de mnemotecnia.
La primera descripción en romance de una
técnica como el método loci la encontramos en una obra de carácter enciclopédico, la Silva de varia lección de Pedro Mexía, que ve la luz en Sevilla en 1540. El capítulo VIII de la tercera parte está dedicado a la memoria, y allí leemos:
Que la memoria se puede ayudar e aumentar con arte, es cosa muy cierta y dello escriben muchos auctores (…) porque desto también digamos algo, principalmente se han de ayudar de muchos lugares señalados e muy conoscidos, como si en una casa muy grande o camino o calle señalásemos con la imaginación e tuviésemos en la memoria muchos lugares e puertas. Después, por cada uno destos lugares ya conoscidos, se han de poner con el pensamiento las imágines de las cosas que se quieren acordar, poniéndolas por la orden que tienen señalados los lugares según que después se quieren acordar de las cosas. Y hanlas de pintar con la imaginación, cuando las ponen por los lugares, en la manera que cada uno mejor se piense hallar, para que después, llevando el pensamiento por los lugares, por la orden que están puestos, luego se le representan las imágines que allí pusieron y se acuerden de las cosas por que las pusieron. Y, ciertamente, por este arte y manera se puede decir y
acordar grande número de cosas sin errar; y dello tengo yo alguna experiencia.9
¿Quién es el primer autor en introducir en España el sistema de las palabras numéricas?
La idea del código fonético y las palabras numéricas surge hacia mediados del siglo XVII, pero no será hasta el siglo XIX cuando esta propuesta definitivamente alcance el éxito y se haga popular. Es entonces cuando llega a España de la mano de Pedro Mata, médico, político y escritor célebre en su tiempo.
Huyendo de los problemas que le acarrean sus actividades políticas, en 1837 Pedro Mata se refugia en Francia, donde toma contacto con la nueva mnemotecnia de moda por aquel entonces. A su regreso a España empieza a difundir estas novedades a través una serie de cursos: el primero se celebra en Barcelona en 1841, cuyo éxito le anima a repetir la experiencia al año siguiente en el Ateneo de Madrid.
Alentado por sus alumnos, que le piden la publicación de una obra, inicia la redacción del libro Manual de mnemotecnia, que saldrá de imprenta en 1845 (una segunda edición, con algunos cambios, aparece en 1862 con el título Nuevo arte de auxiliar la memoria). Aquí, por primera vez, bajo el epígrafe de «palabras numéricas» encontramos el primer código fonético adaptado a la lengua española.
Placa en la calle dedicada a Pedro MATA en Madrid.
Ahora bien, tampoco está claro que fuera Pedro Mata el primero en escribir sobre este sistema. Retrocedamos hasta principios del siglo XIX.
Las tropas de Napoleón invaden territorio español y se inicia la Guerra de Independencia. Un joven y valeroso Felipe Senillosa abandona sus estudios de ingeniería en Madrid y se dirige voluntario a defender la plaza de Zaragoza, que finalmente capitula en 1809; Senillosa es hecho prisionero y trasladado a Francia, donde permanece cautivo durante cuatro años. Pero no pensemos en un Senillosa anulado a causa de su reclusión: su talento no pasa desapercibido y esos años transcurren realizando diversas actividades para el ejercito francés.
Antonio Zinny, en sus Apuntes biográficos del Sr. D. Felipe Senillosa (Buenos Aires, 1867) afirma:
Tuvo sin embargo la desgracia de caer prisionero de los franceses, el mismo año [1809], y fué llevado á Nancy, Francia, donde escribió un Tratado de Mnemónica ó Arte de fijar la memoria, que se conserva inédito en poder de la familia.
Esos años en Francia coinciden con la época en que Feinaigle finalizaba su periplo por tierras francesas con sus cursos de memorización, en los que divulgaba el nuevo sistema de palabras numéricas. Si Senillosa realmente escribe un tratado de mnemónica posiblemente fuera influenciado por la mnemotecnia de Feinaigle y, en consecuencia, incluiría también en su manual el sistema de las palabras numéricas (unos 35 años antes que Pedro Mata).
El problema es que de dicho manual no hay más referencias que las arriba citadas. No he podido corroborar su existencia, mucho menos examinar el contenido; si Senillosa se adelantó a Pedro Mata con el sistema de las palabras numéricas es algo que constituye todo un misterio.
Un último apunte: los avatares de la vida harán que en 1815 Senillosa llegue a Argentina, donde permanecerá hasta su muerte desempeñando diversos y notables trabajos; en la ciudad de Buenos Aires, paralela a la avenida de La Plata, encontramos hoy la calle Senillosa, llamada así en memoria de nuestro protagonista.
Placa en una esquina de la calle dedicada a Felipe SENILLOSA en Buenos Aires.
Los 300 de Pedro Mata
En la introducción de su Manual de mnemotecnia de 1845, el polifacético doctor Pedro Mata escribe:
Uno de los profesores contemporáneos que más han contribuido a la propagación de este método de enseñanza, ha tenido la paciencia de leer y analizar con la pluma en la mano más de ciento y cincuenta de las trescientas obras que se han publicado acerca de este asunto en el decurso de los tiempos, y ha visto que la mayor parte no son sino una imitación, por no decir una mera copia, las unas de las otras.
Un aspecto que llama la atención en este pasaje es comprobar que la mnemotecnia se toma como «un método de enseñanza», idea arraigada profundamente entre las figuras del siglo XIX que no ven en las técnicas de memorización otra cosa más que un procedimiento de ayuda al estudio.
Manual de mnemotecnia, de Pedro MATA.
Sobre este particular podríamos debatir largo y tendido, pero no es la razón por la que recupero estas líneas, sino por la cuestión de las «trescientas obras», que acabarán haciéndose famosas.
Ya en su Compendio de mnemotecnia de 1875, Manuel Joaquín Pascual hace una breve referencia a ellas cuando escribe: «más de 300 obras van publicadas acerca de este arte, casi todas extranjeras».
Pero la cosa se pone interesante cuando, en un momento dado, alguien se equivoca y atribuye el análisis de esas trescientas obras al propio Pedro Mata. Así, tenemos a Ramiro Ros Ráfales que en su libro Mnemotecnografía de 1911 afirma: «el Dr. Mata, conocedor de unas trescientas obras de este género, la mayoría según declara en su Manual, meras copias».
Y la cosa llega a su culmen cuando en la enciclopedia Espasa, que se apoya casi exclusivamente en el trabajo de Ros Ráfales para redactar los artículos referentes a mnemotecnia (Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, vol. 35, págs. 1148-1159), leemos:
El ilustre doctor Mata, médico y político español, propagandista entusiasta de los precedimientos topográficos y aritmográfico o herigoniano en España, afirmaba haber revisado unos 300 tratados de Mnemotecnia, la mayoría meros plagios.
Este mismo texto, repetido exactamente palabra por palabra, aparece también en el Manual de mnemotecnia de H. D. Villaplana (circa 1930), en la Mnemotecnia de José María Sierra de Luna (1940), en La magia de la memoria de Salvio Aliu (1952)… Vaya, que aquí se están copiando unos a otros y todos citan a Pedro Mata sin que ninguno haya leído a Pedro Mata (a excepción quizás de Ros Ráfales, quien pudiera ser el origen del equívoco).
Pero, más allá del plagio, ¿quién es el profesor que ha examinado las susodichas obras de mnemotecnia? En su cita Pedro Mata no da ningún nombre, pero parece evidente que está pensando en el francés Aimé Paris.
Aimé Paris
Aimé Paris es el padre de la escuela francesa del XIX; además de publicar diversos libros, durante los años veinte recorrió toda Francia y parte del extranjero divulgando su mnemotecnia en innumerables cursos y conferencias.
Tuvo bastante éxito y entusiastas seguidores difundieron sus ideas, entre ellos Pedro Mata, que debió descubrir esta disciplina durante alguno de sus exilios en el país vecino.
De hecho, el Manual de mnemotecnia no es sino una adaptación al español de la mnemotecnia francesa de Aimé Paris, aunque nuestro autor prefiere mantener las distancias: «siendo el método francés y polaco bastante diferente del mio, puesto que yo he españolizado los procederes».
Portada de la Exposition et pratique des procédés mnémotechniques de Aimé PARIS.
Sin embargo, Mata copia estos
«procederes» del autor francés; una rápida comparación de las obras de uno y otro basta para comprobarlo.
En el libro Exposition et pratique des procédés mnémotechniques de 1825, Aimé Paris incluye un capítulo con 268 referencias bibliográficas (quinzième leçon, pág. 523). Posiblemente, aquí esté el origen de los «300 tratados» de Pedro Mata.
Ahora bien, que Aimé Paris cite todas esas obras no significa que las haya leído, ni siquiera hojeado. De hecho, el propio autor afirma: «Nous avons trouvé la plus grande partie des matériaux dans le traité du baron d’Arétin», es decir, que gran parte de la bibliografía está tomada de la obra del barón de Aretin.
¿Y quién es este Aretin?
Johann Christoph Freiherr von Aretin, barón de Aretin
Autor alemán, no es hoy un personaje muy conocido. A pesar de sus diversos intereses y ocupaciones, se suele señalar su trabajo como bibliotecario y descubridor del Carmina Burana, un valioso manuscrito de cantos medievales de los siglos XII y XIII que inspirará al compositor Carl Orff, en 1937, la famosa pieza musical de igual título.
Pero, justamente en este papel, logrará que algunos contemporáneos le vean como la encarnación del mismísimo diablo.
Los hechos transcurren durante la secularización alemana de principios del XIX. Al frente de un equipo de unas cuarenta personas, en marzo de 1803 Aretin inicia el encargo de incautar —o saquear— las obras guardadas en los monasterios de Baviera, seleccionando para la biblioteca de Munich aquellos textos de mayor valor.
En busca de la memoria perfecta: Episodios en la historia de las técnicas de memorización (Spanish Edition) Page 4