Pero, volviendo al asunto del traje… ¿realmente no hay aquí nada de original? Analicemos las principales características que definen la mnemotecnia de Aimé Paris —y, por extensión, las de la escuela francesa del XIX—.
El primer rasgo distintivo es su absoluta renuncia a las imágenes, lo que supone una ruptura total con la mnemotecnia clásica basada en el tradicional esquema de lugares e imágenes del método loci. La mnemotecnia francesa es una mnemotecnia verbal que gira alrededor de las fórmulas o frases memorativas.
Esto, desde luego, no es nuevo. Richard Grey había alcanzado el éxito en Inglaterra precisamente con esta idea y, hasta la aparición de Feinaigle, durante mucho tiempo fue el referente en cuanto a mnemotecnia en las islas británicas —también en algunas partes fuera de ellas—. Baste con decir que su libro Memoria technica conoció incontables ediciones (si incluimos aquellas con los añadidos de Solomon Lowe y otros) y estuvo periódicamente reimprimiéndose desde 1730 hasta 1880.
Otro elemento clave lo encontramos en el sistema de las palabras numéricas, que se utiliza hasta la saciedad para memorizar todo tipo de cifras pero, especialmente, bajo el epígrafe de Cronología, las fechas de infinidad de sucesos históricos (algunos manuales de la época parecen enciclopedias donde se recogen largos listados de hechos relevantes acompañados por la fórmula apropiada para memorizar el año en que acaecieron).
Aquí nuevamente encontramos un precedente en el trabajo de Richard Grey, cuyos ejemplos muchas veces vemos adaptados por autores posteriores. Un caso concreto, que siempre me ha resultado divertido, es el siguiente: Grey muestra la utilidad de las palabras numéricas enseñando cómo memorizar, por ejemplo, fechas de diversos acontecimientos bíblicos, el año de la llegada al trono de los monarcas británicos, etc.; Aimé París y demás autores franceses repiten el guión pero sustituyendo la monarquía británica por los reyes franceses, Pedro Mata sigue los mismos pasos cambiando los reyes franceses por los españoles, los italianos a su vez utilizan reyes italianos, los alemanes a los alemanes, y los norteamericanos… bueno, como allí nunca han tenido monarquía, en el ejemplo sustituyen a los reyes por la lista de presidentes electos.
Pero, volvamos la atención hacia el modelo de código fonético.
El código fonético no es más que una tabla donde se define la relación números/letras, es decir, un cuadro donde observamos como el 1 equivale a la letra T, el 2 a la N, el 3 a la M, etc. De esta forma sabemos que para representar el número 12 deberemos buscar una palabra con las consonantes T (del 1) y N (del 2), por ejemplo, tuna (y al revés, al encontrar la palabra tuna comprobaremos como la t equivale a 1 y la n a 2, por tanto, tuna = 12).
Pues bien, Richard Grey utilizaba un código muy particular donde, no solo las consonantes, también las vocales poseían un valor, incluso los diptongos y ciertas combinaciones especiales de letras (por ejemplo, th equivalía a 1 000 por thousand, que en inglés significa mil).
A pesar de la popularidad que alcanzó en su momento, este código no resulta práctico, pues hace bastante complicada la tarea de encontrar palabras adecuadas para representar las cifras que necesitemos memorizar en un momento dado. No debe extrañarnos que su uso empezase a decaer cuando Feinaigle se presenta con un modelo de código fonético clásico al que ha incorporado una pequeña novedad, en apariencia trivial, pero que facilita mucho el uso del sistema de palabras numéricas.
Originalmente, el 1 era la B, pues B es la primera consonante del abecedario; el 2 era la C, la segunda consonante del abecedario; etc. Pero esto tiene el problema de que, a partir de la D, a muchos ya les cuesta encontrar el puesto que ocupa cada letra. Feinaigle reorganiza entonces el código fonético para que resulte más fácil acordarse de qué letras corresponden a cada número. Así, el 1 pasa a ser la letra t, pues ambos signos tienen un trazo similar; el 2 será n, por aquello de que n se dibuja con dos patitas (las dos rayas verticales); siguiendo con este criterio, al 3 le corresponderá la m, que además se parece a un 3 tumbado boca abajo; etc.
Aimé Paris adoptará el modelo de código fonético de Feinaigle por lo que aquí, en principio, tampoco hay novedad. Sin embargo, y éste es un punto importante, avanzará un paso más al incorporar una característica que marca toda la mnemotecnia a partir de ese momento y que, de hecho, sigue presente en el modelo de muchos autores actuales.
Consiste el invento en construir o interpretar el valor de las palabras numéricas conforme a su pronunciación y no conforme a su escritura, que es como se había hecho hasta entonces. Es decir, a partir de Aimé Paris, en las palabras numéricas hay que prestar atención al sonido. Así, su código fonético es una tabla donde al número 1 le corresponden las articulaciones «dento-linguales» (como la T), al 2 las «nasales» (como la N), al 3 las «labiales» (como la M), etc.
Retrato de Aimé PARIS (muchos años después de dejar la mnemotecnia; fotografía de Étienne Carjat).
Esto propicia que, a diferencia del código de otros autores, el modelo de Aimé Paris sea fácil de exportar a cualquier idioma pues, no importan las letras, solo hay que observar la pronunciación. No cabe duda de que esto debió ser un factor relevante en el hecho de que la mnemotecnia del francés rápidamente se extendiera por toda Europa mientras la de Richard Grey, por ejemplo, a pesar del éxito local, apenas se usara fuera de las islas británicas.
Consecuencias en nuestro idioma: como la H no tiene sonido, no tendrá ningún valor; tampoco la Y, pues suena como I y ya que a las vocales no les corresponde número, pues a la Y tampoco. Y otro detalle muy singular: la C no se pronuncia igual en la palabra «casa» como en «cielo», por eso en el código fonético de muchos autores la letra C aparece dos veces, una para cuando se pronuncia como en «casa» (C fuerte) y otra para cuando se pronuncia como en «cielo» (C suave). Otro tanto puede decirse de la G, pues no es lo mismo la G en «garganta» que la G en «gemido», por ejemplo.
En cómputo global, la mnemotecnia de Aimé Paris no es más que su visión particular de cuanto ha ido encontrando en la mnemotecnia de otros autores, por lo que las acusaciones del poeta portugués no parecen andar muy desencaminadas. El detalle de primar en las palabras numéricas la fonética en lugar de la escritura posiblemente en aquel momento no debió parecer más que eso, un nimio detalle dentro de una idea tomada de prestado.
Sin embargo, visto desde la perspectiva que dan casi doscientos años, y considerando la gran repercusión que tuvo el trabajo del francés, aquel nimio detalle no se ve tan nimio. Así pues, parece justo concluir que Aimé Paris, además de propagador, también fue inventor en el mundo de la mnemotecnia.
Juegos mnemotécnicos
Los sentimientos de las flores
Tras la estela del éxito de Fauvel-Gouraud, el también norteamericano Pliny Miles sintetiza en un sencillo manual práctico los principales asuntos de la mnemotecnia del anterior, titulando su obra American phreno-mnemotechny (New York, 1846); después quitará lo de phreno para dejar el título en American mnemotechny (New York, 1848) y cuando algún tiempo después se establece en Inglaterra, acaba editando la obra con el simple título de Mnemotechny (London, 1850).
Su trabajo no tiene nada de especial, pero si traigo este nombre a colación es porque también fue autor de uno de los libros vinculados a la mnemotecnia más originales de la época, The sentiments of flowers in rhyme (New York, 1848).
Por aquel entonces parece ser que estaba muy de moda aquello de atribuir a las flores determinadas cualidades: la betónica representaba la sorpresa, el clerodendro la fortuna, etc. Se podía hablar regalando flores.
El problema es que la cantidad de flores y significados era tan grande que resultaba complicado acordarse de tan extenso vocabulario. A Pliny Miles se le ocurre entonces aprovechar la mnemotecnia para tratar de facilitar el recuerdo del significado de todas y cada una de las flores.
La idea es la siguiente: preparar una especie de refranes, frases cortas no difíciles de memorizar, cuyas primeras palabras recordasen, por similitud, el nombre de la flor, y que finalizasen con la cualidad correspondiente.
T
omo un par de frases, a modo de ejemplo, donde vemos relacionar la betónica con sorpresa y el clerodendro con fortuna:
Betony ≈ A bettor > Surprise
A bettor sometimes loses his bets, much to his surprise.
Betónica ≈ Un jugador, apostador > Sorpresa
Un jugador a veces pierde sus apuestas, para su sorpresa.
Clerodendron ≈ Clear the road > Fortune
Clear the road and make room for fortune.
Clerodendro ≈ Limpiar el camino > Fortuna
Limpia el camino y deja paso a la fortuna.
A través de estos refranes, frases memorativas o fórmulas (como se denominaban entonces) se establece un vínculo entre la flor y su significado, de modo que al pensar en una flor, mediante el recuerdo de la frase, deducimos su cualidad —y viceversa—.
El libro finaliza con una antología de poemas (sobre las flores y sus significados, obviamente).
Memorizando π
François-Napoléon-Marie Moigno, habitualmente citado como l’Abbé Moigno, fue una destacada figura francesa cuya vocación y servicio religioso no le impidieron desarrollar también una importante labor científica (en la luna hay un cráter denominado Moigno precisamente en su honor).
Casi todas las biografías, por escuetas que sean, nos hablan de su erudición y de la asombrosa cantidad de datos que guardaba en la memoria. En efecto, parece ser que Moigno no desaprovechaba ocasión de hacer demostración pública de cuanto se podía conseguir con ayuda de la mnemotecnia, y también se hizo conocido por sus proezas memorísticas.
L’Abbé MOIGNO.
Su fama traspasó fronteras y así, por ejemplo, el Padre Miguel García Estébanez nos resume brevemente en su Manual de mnemotecnia de 1907 la historia del jesuita francés:
El otro ejemplo es del autor de Los esplendores de la Fe [Moigno]. Á la edad de 35 años sabía éste filosofía, ciencias naturales y exactas, teología y lenguas. De lo que no sabía una palabra era de historia, cronología y geografía, cosa que no poco le apesadumbraba. Estando así, tropezó con un caballero portugués, José de Castilho, entusiasta propagador del método mnemónico de Aimé Paris, cuyo secreto iba divulgando de pueblo en pueblo dando sesiones públicas. Hízose su discípulo y le oyó unas cuantas lecciones de mnemotecnia, con cuyo auxilio pasó bien pronto de la más crasa ignorancia en materia de fechas y números, á la más portentosa erudición, como que al año de su iniciación en los secretos mnemotécnicos, sabía y repetía con la mayor facilidad y frescura alturas de montes, pesos específicos de los cuerpos, población de reinos y ciudades, orden y sucesión cronológica de reyes y dinastías tanto nacionales como extranjeros. Puede todo ello verse en el Manual de Mnémotechnie que publicó en 1879.
En el prólogo de la obra citada —Manuel de Mnémotechnie—, Moigno nos cuenta la anécdota de como a menudo encendía los ánimos de su amigo el matemático Arago cuando este, tras buscar infructuosamente algún dato, se lo oía recitar después a Moigno que lo conocía de memoria. Y añade:
Un jour, comme pour prendre sa revanche, il se vanta de savoir par cœur les seize premiers chiffres du rapport de la circonférence au diamètre, et il se mit à les énumérer. Que vous êtes mal tombé, Maître, m’écriai-je! Je sais le rapport de la circonférence au 60e, je vous dirai, 4, 4, 5, 9, 2, 3, 0, 7, 8, 1. Il m’arrêta presque courroucé.
Cierto día, a modo de revancha, [Arago] se jactó de saber de memoria los primeros dieciséis dígitos de la relación entre la circunferencia y su diámetro [el número π], y comenzó a enumerarlos. «¡Pues no es para tanto, maestro!», exclamé yo. «Yo sé la razón de la circunferencia a partir del dígito 60, le diré: 4, 4, 5, 9, 2, 3, 0, 7, 8, 1». Me interrumpió casi enfadado.
¿Cómo logra Moigno la «hazaña» de memorizar tantos dígitos de π? La técnica es relativamente sencilla.
El abate francés en realidad no conoce los dígitos de π, lo que ha hecho es preparar una serie de frases cuyas palabras, transformadas en número según el código fonético, se corresponden con los dígitos de π. Es decir, lo que ha memorizado es un conjunto de frases —mucho más fácil de recordar que una larga ristra de dígitos inconexos— que después mentalmente convierte en las cifras oportunas:
Además, ha tenido la precaución de componer frases que le dan, cada una, diez dígitos (salvo la primera, que son nueve). De este modo sabe que la primera frase corresponde a los dígitos del 1 al 9, la segunda del 10 al 19, la tercera del 20 al 29, etc. Así, para encontrar los dígitos a partir del 60 tan solo ha de convertir las palabras de la séptima oración:
Esta técnica no es más que una versión un poco más elaborada de un recurso muy común en mnemotecnia. Por ejemplo, ¿serías capaz de recordar esta frase?:
Fue a casa y logró memorizar pi viendo cifra más cifra escribir.
Pues haciendo algo tan sencillo como esto ya tienes memorizados los doce primeros dígitos de π (cuenta las letras de cada palabra).
La idea subyacente es muy simple. Una frase con sentido es mucho más fácil de recordar que una abstracta lista de números dispuestos al azar; el truco, por tanto, consiste en codificar estos números —difícil de memorizar— en una sencilla oración —fácil de memorizar—.
El recurso no es perfecto, hay que confiar a la memoria las palabras exactas en el orden exacto, de lo contrario obtendremos cifras equivocadas. Por ejemplo, en el caso anterior es fácil confundir «cifra más cifra» con «cifra tras cifra», y lo que era 535 se transforma en 545, que no es lo mismo. Pero, a pesar de todo, la ayuda es notable y facilita mucho la memorización, por lo que el truco es muy utilizado… ¡incluso en verso! He aquí unos poemas muy conocidos para recordar el número π en diversos idiomas:
Soy y seré a todos definible,
Mi nombre tengo que daros,
Cociente diametral siempre inmedible
Soy de los redondos aros.
Alemán:
Wie, o dies π
Macht ernstlich so vielen viele Müh’,
Lernt immerhin, Jünglinge, leichte Verselein,
Wie so zum Beispiel dies dürfte zu merken sein!
Francés:
Que j’aime à faire apprendre un nombre utile aux sages
Immortel Archimède, artiste ingénieur.
Qui de ton jugement peut priser la valeur?
Pour moi, ton problème eut de pareils avantages.
Inglés:
Sir, I bear a rhyme excelling
In mystic force and magic spelling;
Celestial sprites elucidate
All my own striving can’t relate.
Por cierto, si los 128 dígitos que tenía memorizados Moigno te parecen muchos, atento al dato: actualmente ya hay quien ha alcanzado a memorizar más de 70 000 (información actualizada en la web
El código morse
Cuando en el siglo XIX se extendió el uso del telégrafo de Samuel Morse, quien quisiera trabajar con el nuevo invento debía ineludiblemente dominar el alfabeto morse, con las letras codificadas a base de puntos y rayas: la A era un punto y raya ( · — ), la B una raya y tres puntos ( — · · · ), la C raya-punto-raya-punto ( — · — · ), etc.
Como este alfabeto no era fácil de aprender se idearon diversas mnemotecnias que ayudasen a recordar qué serie de puntos y rayas correspondía a cada letra, para así poder recordarlas con la mayor facilidad posible.
Una de las estrategias más conocidas fue esta: para cada letra se busca una palabra, cuya inicial sea precisamente dicha letra, y que tenga tantas vocales como puntos o rayas; la letra O equivaldrá a una raya, el resto de vocales a un punto.
Por ejemplo, la A se representa mediante «Asno», cuyas vocales A y O corresponden a punto y raya (A = Asno = · —); la B se reconoce como «Bonaparte», una raya de la O y tres puntos de las otras tres vocales (B = Bonaparte = — · · ·); etc.
La idea es que siempre será más fácil acordarse de una «Coca-cola» (y a partir de ahí deducir la secuencia de puntos y rayas) que memorizar la secuencia — · — · para la C.
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bsp; Esta es una de las tablas más conocidas en español:
Tabla mnemotécnica del código morse
A
· —
Asno
B
— · · ·
Bonaparte
C
— · — ·
Cocacola
D
— · ·
Docena
E
·
Él
F
· · — ·
Facilona
G
— — ·
Góndola
H
· · · ·
Himalaya
I
· ·
Iris
J
· — — —
Jabonoso
K
— · —
Koinor
L
· — · ·
Limonada
M
— —
Moto
N
— ·
Noche
O
— — —
Oporto
P
· — — ·
Pisotones
En busca de la memoria perfecta: Episodios en la historia de las técnicas de memorización (Spanish Edition) Page 7