Otra enseñanza del sueño lúcido a la que ya hemos aludido, otra faceta de la magia, es el descubrimiento de la flexibilidad de la realidad. No sólo no se concibe la vida como un proceso rígido, sino que uno mismo adquiere flexibilidad.
Así es. Intento no autodefinirme excesivamente, no encerrarme en una visión estrecha de mí mismo. En el sueño puedo percibirme como un hombre de sesenta años, pero también como un muchacho joven o un anciano, incluso como una mujer, ¿por qué no? En el sueño se expresan diversas facetas de mi ser. En la realidad, trato de dejar que estas facetas se expresen e intento responder a las exigencias de la situación sin aferrarme a una idea preconcebida de lo que soy o debería ser. Cuando viajo, mucha gente se interesa por mi nacionalidad. Si en un avión alguien me dice: «¿Es usted italiano?», contesto: «Sí». Si me toman por griego, francés, ruso, israelí, etcétera, siempre respondo afirmativamente. Mi interlocutor, encantado de haber acertado, me trata entonces como a un italiano, un ruso, un griego, un chileno, y esto no cambia nada…¿Recuerdas lo que nos sucedió hace poco en la Mejorana?, pues eso constituye un buen ejemplo de esta actitud. Cuando llegamos, el público no me esperaba a mí sino que había ido a escuchar al doctor Westphaler.
Bueno, al doctor Woestlandt…
Sí, el doctor Wiesen-Wiesen…
En fin…
Te pedí que me presentaras como si fuera el doctor Westphallus, pero no te atreviste…Yo habría disertado durante horas bajo la identidad del doctor Wuf-Wuf. Habría hablado de salud y transmitido mi mensaje. ¡Me importa poco quién lo transmita o quién sea yo! Siempre actúo en función de lo que se desea ver en mí. Si alguien espera al director de cine, hago de director de cine; si espera al guionista de historietas, hago de guionista…Acepto cualquier etiqueta, sabiendo en mi fuero interno que no me reduzco a ser lo que se percibe de mí, el que los demás creen que soy.
¿Ha explorado otros aspectos del sueño lúcido?
Posteriormente quise explorar dimensiones más metafísicas aún: comencé a buscar a mi maestro interior. Voy a leer otro sueño que me parece muy revelador: «Estoy en compañía de dos mexicanos, típicos y regordetes, a los que siento como amigos, aunque no los conozco. Atravesamos un patio con el suelo y las paredes de piedra, que podría ser de una escuela, un templo o un ministerio. Muy amplio. Caminamos pegados a una pared. De pronto, empieza un fuerte retumbar telúrico. El ruido asusta mucho a los mexicanos. Uno de ellos exclama: “¡Se avecina un terremoto!”. Observan las piedras, esperando angustiados las primeras sacudidas. Yo, que empiezo a darme cuenta de que estoy soñando, les digo: “No tengáis miedo, no puede pasarnos nada, es un sueño”. A pesar de ello, todo parece tan real que empiezo a dudar. Pero, después de detener el ruido ensordecedor a fuerza de voluntad, tengo la certeza de que, efectivamente, estoy soñando. Entonces decido aprovechar esa lucidez. “Esta vez desearé contemplar la Divinidad”, me digo. Aunque me inunda un hondo temor, me decido a hacerlo. “Ayudadme a encararme con Dios”, digo a mis amigos.
»Ellos se sitúan cada uno debajo de una de mis axilas, a modo de muletas humanas, para ayudarme a avanzar hacia una escalera de piedra negra de veintidós peldaños que se levanta en el centro del patio, como un pedestal. “Ya me siento capaz de afrontar solo a la Divinidad”, les digo entonces a mis amigos. Y como sé que los dos son parte del sueño, los hago desaparecer de un empujón y empiezo a subir la escalera. Otra vez soy presa del terror: quizá vea surgir ante mí una imagen horrible…Los peldaños están mojados y tengo que hacer enormes esfuerzos para no resbalar. De pronto, aparece frente a mí una fotografía animada en la que un actor gigantesco hace muecas de payaso. Me cuesta creerlo: “¿Una foto, un actor, la Divinidad…? ¡No es posible!”. El actor desaparece y en su lugar aparezco yo. Tengo sesenta años y aspecto de viejo profesor de universidad. Llevo americana de cachemir y unas gafas en la punta de la nariz. Pienso que esta imagen inmensa de mí mismo es una pantalla necesaria, la proyección de ideales antiguos, que me permitirá vivir sin angustia mi primer encuentro con la Divinidad. La foto se anima y empieza a hablarme con simpatía. Me comunica un mensaje, una lección. Retengo poco, apenas cinco o seis palabras: “El tesoro de la humanidad…”. Me alegra mucho esta pequeña experiencia, que me permite dar un primer paso en la búsqueda del Dios interior, del guía, del maestro íntimo, del yo impersonal, poco importa el nombre que se le dé; y, además, sin sentir miedo. Reúno todas mis fuerzas, me apoyo en el aire y empiezo a flotar: con una embestida de carnero, atravieso la pantalla y me lanzo al firmamento, inmensidad cuajada de estrellas. Otra vez deseo contemplar mi Dios interior. Frente a mí aparecen dos pirámides imbricadas, tan grandes como la de Keops, similares a una estrella de David en relieve. Me digo que no debo conformarme con mirarlas –una es negra y la otra blanca– sino que debo fundirme con ellas. Penetro en su centro y estallo como un universo en llamas».
Éste es el sueño tal como lo anoté. Basándome en esta vívida experiencia, escribí el guión de El Incal.
Entonces, la práctica del sueño lúcido consiste en montar un acto dentro del contenido onírico. ¿Se puede ir más allá del sueño lúcido?
Sí. Es posible pasar a lo que yo llamo «el sueño terapéutico», dentro del cual la lucidez es utilizada para curar una herida o consolar de una carencia que se experimenta en el estado de vigilia. Citaré cuatro ejemplos sacados de mi cuaderno:
Me encuentro en compañía de Teresa, mi abuela paterna, a la que, por desavenencias familiares, no tuve ocasión de conocer. Es una mujercita algo gruesa y con la frente ancha. En el sueño, me doy cuenta de que, en realidad, no nos conocemos, que nunca nos hemos hablado, que no hemos paseado juntos ni una sola vez. Le digo: «¿Cómo es posible que tú, mi abuela, nunca me hayas tenido en brazos?». Comprendo que esto es una falta de delicadeza y rectifico: «Mejor dicho, ¿cómo es posible, abuela, que yo, tu nieto, nunca te haya dado un beso?». Le propongo dárselo ahora y ella acepta. Nos abrazamos y nos besamos. Despierto con un nítido recuerdo del sueño, contento de haber encontrado este arquetipo familiar.
Estoy en mi dormitorio, tal como es en realidad, de pie frente a mi padre. Le digo: «En toda mi vida, no me has besado como hace un padre. Hiciste que te temiera y nada más. Pero ahora que soy mayor voy a darte un abrazo». Y, sin temor, lo abrazo, lo beso y lo mezo. Y al mecerlo siento la fortaleza sorprendente de su espalda. Y exclamo, contento: «¡Tienes noventa años y aún eres tan fuerte!». Sigo meciéndolo, con audacia y ternura, y le digo: «Como tú nunca te comunicaste conmigo por el tacto, yo también le he negado todo contacto corporal a mi hijo Axel». Y aparece Axel, con la edad que tiene hoy, 26 años. Lo abrazo y le pido que me meza, como acabo de mecer yo a mi padre. Me despierto. Durante el día, charlo con Axel y le explico el sueño alegremente. Le pido que me abrace y que me meza. Al comienzo, él está tímido, lo hace de mala gana, pero poco a poco se conmueve y acabamos por establecer un contacto que nos ofrece una sensación de bienestar y de paz para ambos. De esta forma, en sueños, realicé algo que había faltado en mi relación con mi padre y, en la realidad, le permití a mi hijo subsanar esa falta en su relación conmigo.
Tengo problemas económicos y sueño que van a contratarme como actor en una compañía teatral. Me dirijo al empresario para hablar de mi sueldo. Le explico que tiene que pagarme muy bien porque, conociéndome como me conozco, no me contentaré con interpretar, sino que procuraré que el espectáculo en su conjunto marche a la perfección. Supervisaré las luces, la música, el vestuario, el trabajo de mis compañeros, etcétera. En suma, me ocuparé de todo. El empresario me comprende y me fija un buen sueldo, el que merezco. Me despierto tranquilo y habiendo recuperado la confianza en mí mismo. Sé que las dificultades económicas se resolverán.
Hace tres días que sufro de fuertes dolores de estómago, probablemente a causa de una infección intestinal. Duermo mal y no quiero tomar antibióticos. Me acuesto y sueño: estoy en mi cama, sufriendo los mismos dolores que tengo cuando estoy despierto. Llega Pachita, la curandera. Se acuesta encima de mí y chupa e
l lado derecho de mi cuello diciendo: «Voy a curarte, hermanito». Haciendo un esfuerzo supremo, desliza su mano izquierda entre nuestros cuerpos y la apoya en mi vientre. Después, se eleva en el aire sin separarse de mí. Levitamos un rato horizontalmente, y luego bajamos a la cama. Ella se desvanece lentamente. Me despierto curado, sin sentir dolor alguno. Me parece que, por decirlo de algún modo, he asumido a la curandera y por fin puedo acceder a un médico interior, una especie de Divinidad. Recuerdo que en México, antes de morir, Pachita hizo aparecer un anillo en la palma de su mano, lo puso en mi anular izquierdo y me dijo: «Vendré a visitarte en sueños».
Como podrás imaginar, este tipo de sueños resulta tremendamente positivo. Son sueños reparadores en todo el sentido de la palabra y en los que el inconsciente canaliza su fuerza para curar.
Si es posible utilizar ese conocimiento adquirido en la práctica del sueño lúcido para llegar al sueño terapéutico, ¿se podría llegar aún más lejos, alcanzar a través del sueño una dimensión de sabiduría?
Es lo que yo llamo «el sueño humilde». Un día dejé de proponerme actos, a fin de asistir al sueño en calidad de simple observador. En esos casos dejo que el sueño se desarrolle, que siga su curso, pero sin ser absorbido por él, permaneciendo lúcido. Soy espectador de mi sueño y me abstengo de toda intervención. Es más, creo que últimamente he alcanzado un nivel aún más sutil, que llamo «sueño sabio». El protagonista del sueño al que asisto en calidad de espectador es un sabio. Pronuncia frases que yo anoto al despertar: frases que, por lo demás, no tienen nada de original y podrían ser extraídas de cualquier texto sagrado. Pero surgen desde lo más hondo del inconsciente, tal como observo lúcidamente durante el sueño.
¿Puede contar alguno de esos sueños sabios?
Sí, pero con reticencias…
¿Por qué? ¿Se trata quizá de pudor?
¡No, no se trata de eso! Temo, sencillamente, que no se me crea. (Jodorowsky saca de su biblioteca un cuaderno enorme que parece un libro de oro.) En este otro cuaderno anoto mis sueños más positivos. Puedo abrirlo y leer un ejemplo de sueño sabio; pero ¿aceptarán nuestros lectores que un hombre pueda tener sueños semejantes? Quizá debería antes dar mi palabra de honor…
¿Por qué no? Sería casi surrealista: «Declaro por mi honor haber soñado sabiamente…».
¡De acuerdo, entonces certifico por mi honor haber tenido estos sueños! Cada cual es libre de creerme o no.
¿Tan inauditos son esos sueños?
No; en realidad son muy simples. Lo que tienen de inaudito es precisamente ese elemento que los hace sueños sabios. Todo está en el clima interior del sueño. (Jodorowsky lee de su gran cuaderno.) «Me encuentro en una clase de artes marciales. El maestro me dice: “Déjate caer en mis brazos relajado”. Entonces me viene el pensamiento: “Vaya, voy a conseguir una relajación total”, y me dejo caer sin reservas. El maestro me sostiene y me tiende en el suelo. Entonces intenta hacerme una llave. Es tal mi abandono que no lo consigue. Entonces dice a su ayudante: “Imposible luchar con él. Está como muerto, y contra un muerto no se puede hacer nada”». Éste es un ejemplo de sueño sabio en el que conseguí la relajación total.
Otro ejemplo: «Salgo a la calle con un traje muy estrecho que me da un aspecto enclenque. Entonces pienso: “Es bueno que la gente me vea débil, porque me sé y me siento muy fuerte por dentro”». O este otro sueño: «Asisto a la clase de un profesor de filosofía que declara: “El secreto es ser con el pensamiento”. A lo que yo respondo: “Si no has aceptado que tienes que morir, no has conseguido nada. Sólo la aceptación del sepulcro nos libra del pensamiento de la muerte”».
Otros dos más: «Unos gitanos me llevan a su almacén, en el que guardan toda clase de muebles. Quieren consultarme y me enseñan, en una caja de cartón, una copa grande, parecida a la del as del tarot de Marsella. Piensan utilizarla en sus experimentos de alquimia para descubrir el disolvente universal, la sustancia capaz de disolver todas las demás materias. Yo les pregunto sonriendo: “¿Saben cuál es el disolvente universal?”. Al ver que no conocen la respuesta, les digo: “Es la sangre de Cristo. Una gota de la sangre de Cristo en el corazón disuelve todos los demás sentimientos. Después de eso sólo queda el amor”». Y por último: «Un niño triste me dice: “Soy muy poca cosa. No valgo nada. Dios no me ve, está ocupado en cosas más importantes”. Yo le contesto: “Imagina la superficie de una esfera compuesta por infinidad de puntos. Ahora imagina el centro de esa esfera: es un solo punto que se comunica con todos los demás”».
Esperaba unos sueños más delirantes, una proliferación de símbolos mágicos, como en sus películas o en sus historietas. Los sueños que relata son de una sobriedad inusual en usted…
Bueno, mis historietas y mis películas corresponden más al sueño lúcido. Como puedes apreciar, la mayoría de estos sueños son muy cortos. Lo especial en ellos está en su impacto y en cómo me veo en ellos: en el sueño, soy sabio, sereno y feliz, sensación que subsiste durante un tiempo al despertar.
Ahora me gustaría que diera ejemplos de «sueño humilde»…
Éste es otro tipo de sueño, en el que admiro el valor ajeno. Por ejemplo: «Estoy en casa de amigos. En la casa hay una mujer de pueblo pero de porte distinguido. No tiene más de 58 años. La considero muy educada, simpática y humana. Al cabo de un momento me pregunta: “¿Sabes quién soy?”. Contesto negativamente. Me dice entonces: “Soy Cristina. Yo te cuidaba cuando eras pequeño”. Entonces descubro que estoy en presencia de mi primera niñera. Digo a mis amigos: “¿Os dais cuenta? ¡Es la primera mujer a la que he amado en mi vida!”. Saber que aún vive y comprobar el grado de refinamiento que ha conseguido me produce gran alegría. Cristina y yo nos besamos y luego ella se va. Mis amigos me dicen entonces, en tono de admiración: “¡Tiene 80 años y, a pesar de ello, qué joven se la ve!”. Despierto lleno de alegría».
Otro más: «Una revuelta estudiantil me sorprende en plena calle. Los jóvenes queman coches y hay policías por todas partes. Suenan ráfagas de metralleta y yo me lanzo al suelo pero sin sentir miedo. Me detiene un policía y me lleva a la comisaría. Allí me interrogan. Conservo la sangre fría. Tengo los bolsillos llenos de panfletos antimilitaristas y de recortes de prensa con sucesos en los que policías y militares hacen un papel ridículo. Explico que soy profesor de tarot y me sueltan. Voy por la calle, tengo el traje hecho jirones y hasta he perdido los zapatos. Me calzo una funda de gafas a modo de chancleta. Entro en un café a preguntar por mi calle. Entre los clientes hay una mujer de pueblo gordita y con cara bondadosa que me mira con lástima, como si fuera un vagabundo. Y murmura: “Hay que ver cómo está ese pobre hombre, tenemos que hacer algo”. Me toma por mendigo. Me parece tan buena y me conmueve tanto su compasión que decido no sacarla de su error y aceptar el papel que me atribuye, a fin de no decepcionarla y permitirle ejercitar tan buenos sentimientos. Abro mi maletín negro y busco un pequeño juego de tarot para regalárselo. Entre los tarots hay frascos de píldoras. Son vitaminas, pero la mujer está convencida de que transporto droga, lo que hace aumentar su compasión. Sin saber nada de tarot, echa una carta, el Mago. “Malo”, dice. “No debería llevar esta carta. Mire, este hombre tiene una píldora entre los dedos…” Ella cree que el círculo amarillo que el mago tiene entre los dedos es alguna droga. Le doy las gracias por sus buenas intenciones, le prometo no volver a drogarme y salgo del café. En ningún momento he sentido la tentación de darme importancia. Al contrario, me he humillado gozoso».
¿Distingue aún más formas de sueños?
¡Por supuesto! Es posible lograr el «sueño generoso», en el que compartes con el resto de la humanidad lo que has aprendido. Por ejemplo: «Me encuentro en un espacio inmenso, sobrevolando una marcha por la paz a la que asisten miles de manifestantes. Al percibir que estoy soñando, comienzo a girar en el aire para llamar la atención. La gente, admirada, observa cómo levito. Entonces les pido que se den las manos y formen una cadena, a fin de volar conmigo. Al tocarlos, los hago elevarse y trato de hacerlos vol
ar por la fuerza de mi pensamiento, pero ellos no se mueven. Tengo que tomarlos con ternura y no soltarlos. Entonces, ellos vuelan hacia mí y empezamos a evolucionar por el aire formando figuras, todos en cadena, hasta que despierto».
Aprender no solamente a dar sino también a recibir, aceptar el favor que pueda hacernos el otro es también una forma de generosidad, como comprendí en el siguiente sueño: «Estoy en París. Los periódicos tienen un problema con el gobierno, que no les suministra la materia prima para imprimir. France-Soir tiene que salir con la primera plana escrita a mano e impresa por un procedimiento primitivo, a base de azúcar. Al lado del quiosco de revistas, sentada a una mesa de madera, está Bernadette, la difunta madre de Brontis, mi hijo mayor. Me siento frente a ella y la veo bella y feliz como pocas veces en la vida. Ahora siento confianza, sé que puedo contar con ella. Dándome cuenta de que estoy soñando, me digo: “Bernadette murió, pero en el sueño vive. No me da miedo hablar con una muerta. Confío en ella. Es un arquetipo que puede servirme porque ella conoce bien los asuntos políticos que yo ignoro por completo, y siempre estará disponible cuando quiera consultarle sobre esto”. Bernadette comienza a explicarme por qué la situación es tan tensa y por qué el presidente se equivoca al confiar en el ministro que acaba de nombrar. Después me habla del futuro: “Vivimos con la idea de que el futuro no nos pertenece –me dice–, que no es para nosotros…Y sin embargo, estamos ligados a él. En el futuro seremos muy activos”. Pienso que se refiere al futuro en general, a los millones de años que aún ha de conocer el universo».
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