Sangre en la nieve
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La muchacha sufría al ver las huellas que sus desnudos y enfangados pies iban dejando, no había modo de que pararan de manchar.
Los chicos entre airadas y al final inútiles protestas se fueron hasta sus jergones donde poder cambiarse de muda y así intentar entrar en calor, tenían la humedad metida hasta el tuétano.
Al verlos fuera de la cocina María Sophia pareció tranquilizarse un poco sin embargo corrió a buscar el cubo de agua y el paño y una vez más se puso a frotar como una posesa.
Cuando Jacob se introdujo en la vivienda, con cuidado, intentando no mojar, por fortuna el señor Grimm al observar la intensa lluvia le prestó un paraguas para que no llegara a su casa hecho una sopa, se encontró a Blancanieves tirada en el suelo restregando frenética entre murmullos ininteligibles.
Intranquilo se acerco a ella y la tomó con delicadeza del brazo sano para obligarla a levantarse mirándola con expresión reprobatoria.
¿Pero qué haces?
Ella, como si hubiera leído sus pensamientos protesto liberándose de su mano, pero sin hacerlo con brusquedad:
—Esos críos lo ensuciaron todo al entrar y tengo que limpiar el barro —murmuró dispuesta a tirarse de nuevo al suelo.
Pero Jacob hizo amagos de volver a cogerla si lo intentaba y presuroso tomó el cubo y saliendo fuera tiró el agua.
Sin agua no puedes limpiar pensó a su vuelta mirándola a los ojos medio sonriendo, como si la hubiera vencido.
Ella le contempló con asombro y pareció resoplar por lo bajo.
Luego le dio la espalda y se fue a su rincón donde se acurruco clavando la mirada en el suelo como si estuviera enfurruñada.
Por su parte, Jacob tan tranquilo, cogió su cena y se sentó cerca de ella. Al cabo de unos instantes le ofreció parte de su pan, como solía hacer en los últimos días, como si fuera una ofrenda de paz.
No eres nuestra sirvienta no tienes que limpiar como una loca, y no importa si el suelo está algo sucio.
Blancanieves tardó unos momentos, más de lo habitual, pero al final, esquivando su mirada, tomó el pedazo de pan.
Los labios de Jacob se curvaron hacia arriba dibujando una traviesa sonrisa.
La concienzuda limpieza de la vieja casita fue una rutina que se fijó en la nueva vida de María Sophia. Con lo cual, pasaba menos horas soñando con su príncipe y más restregando aquí y allá.
Jacob se alegraba de verla más reanimada y activa aunque no le convencía nada esa obsesión que mostraba con la limpieza y con la ayuda de Wilhelm intento convencerla de que mientras ellos estaban en la mina saliera un poco, a pasear por las cercanías o aunque fuera simplemente a la puerta de la casa pero ella lo rechazaba de pleno preocupada por el aire, el sol y las criaturas del exterior. Para ella todo eran peligros.
De este modo, la muchacha se obstinaba cada día en frotar la cabaña al tiempo que Jacob intentaba atraer su atención hacia otras actividades, pero como apenas podía estar con ella no podía controlar cuanto hacía en su ausencia.
Pasado un mes del descubrimiento de la desaparición de la muchacha, el capitán Maximiliam tras rebuscar a conciencia por las montañas del Spessart y por los pueblos y ciudades más cercanos desistió de hallar al sirviente o el cuerpo de la hija de los von Erthal.
Afortunadamente para los muchachos mineros en su exhaustiva batida no descubrieron la bien oculta cabaña donde estos residían y Blancanieves se resguardaba. De haber sido así, los jóvenes se habrían visto en serias dificultades.
Estaba más convencido que nunca de que la chiquilla, ya fuera a causa de un accidente en el cual el hombre hubiera estado implicado o simplemente por falta de alimento o victima de alguna bestia, hacia mucho que estaba muerta. Sus huesos estarían ocultos en algún profundo rincón del bosque.
Considerando que continuar con la búsqueda sería una pérdida de tiempo que no haría más que mantener a la familia aferrada a una ínfima esperanza que realmente ya no existía, por el bien de su amigo se traslado al castillo para describirles la dolorosa realidad.
Era mejor enfrentarles a la verdad ahora, sufrirían aun más que hasta el momento pero esperaba que con el tiempo su pena se aliviara.
Comunicar algo de tan delicada naturaleza no era trance agradable para nadie y menos para un amigo.
El matrimonio recibió al militar con ansiosa esperanza, aunque esta era cada vez menor y cuando el hombre les explicó rotundo que su hija sin duda estaba muerta hacia tiempo, ambos se desplomaron no pudiendo contener las lágrimas.
El capitán, sintiendo la pena causada se retiró discretamente, ofreciéndoles su apoyo y amistad incondicional.
Los von Erthal, cada uno sintiéndose terriblemente culpable, se sumirían durante mucho tiempo en una profunda pena.
La Condesa sufría convencida de que el fallecimiento de su hijastra y el terrible dolor de su esposo eran tan solo culpa suya. Ella tuvo la idea de trasladar a María Sophia a otro lugar donde la trataran de sus extraños males.
Y el condestable se culpaba por no haber cambiado de opinión al ver la reticencia de su hijita. La había obligado a irse, la había entregado a ese hombre que al final se la había arrebatado para siempre.
A partir de entonces, el castillo de los von Erthal se sumiría en una lóbrega tristeza que impregnaría hasta el aire.
La relación entre Jacob y los cinco muchachos que intentaron llevarse a Blancanieves, poco a poco, fue regresando a la normalidad.
Al chico se le fue pasando el enfado ayudado por los breves pero agradables momentos que pasaba junto a Blancanieves. Aunque estos se desarrollaban en silencio, solo el hecho de estar junto a ella ya le hacía sentirse increíblemente bien.
Era un joven noble por naturaleza y en el fondo comprendía lo difícil que les podía resultar a veces a sus compañeros aquella vida dominada por un trabajo agotador a cambio de una paga tan exigua, sin tiempo para disfrutar de una infancia que jamás habían podido experimentar.
Se daba cuenta de lo desesperante que podía resultar a veces el pensar en que podía ser así el resto de sus vidas, trabajar de sol a sol hasta reventar mientras otros disfrutaban de su esfuerzo y vivían con comodidad entre lujos.
Deseaba progresar y estaba decidido a sacarles a todos de aquella miseria pero igualmente creía con firmeza que no servía de nada conseguir más si era a cambio de vender tu alma.
Para cuando el brazo de Blancanieves sanó por completo, unos dos meses después de entablillarlo, los siete chicos ya volvían a comportarse entre ellos como siempre aunque la mayoría seguían ignorando la presencia cada vez más despierta y activa de la muchacha mientras que Jacob pasaba prácticamente todo el tiempo que estaba en la cabaña junto a ella.
Jacob estaba convencido de que sus jóvenes compañeros habían escarmentado y no harían ninguna otra estupidez, pero lo cierto era que no se habían olvidado del tema, sobre todo Christian, cuya cabeza seguía cavilando como sacar a la chica de su hogar y llevarla junto a sus adinerados progenitores.
Y ahora que esta ya no llevaba el cabestrillo les sería más fácil maniatarla, claro que también dispondría de dos brazos con los que defenderse si como en la anterior ocasión se despertaba mientras intentaban aprisionarla.
22
Varias veces al año, siempre en los últimos días del mes, cuando los mineros cobraban su jornal, pasaba por la explotación minera un viejo buhonero conduciendo su aun más viejo carromato atestado de bártulos.
El anciano y excéntrico hombrecillo aparcaba su carro cerca de la salida de la mina y animaba a los hombres, alegres con sus cuatro monedas de cobre tintineando en el bolsillo, a desprenderse de algunas de ellas a cambio de objetos de mayor o menor utilidad.
Era un personaje bien conocido en el reino de Lorh, respetado por la mayoría, con ese tipo de respeto que en el fondo oculta cierto e instintivo temor, pues mucha gente en susurros, comentaba que en realidad era un brujo y que antaño había hecho tratos con el mismo diablo. Y aunque parecía haber abandonado las artes oscuras se decía que aquellos que una vez fueron tocados por el señor de los avernos no podían
verse nunca libres del todo de su influjo y vigilancia.
Hacia buenos negocios en todos los lugares a los que iba y en aquella mina, la más prospera de todo el reino, no era diferente. Buena parte de los mineros tras encontrarse con él, atraídos por su voz cascada pero extrañamente cautivadora, regresaban a sus hogares con los bolsillos más vacios y sus brazos más cargados con algún paquete para sus esposas.
Los siete chiquillos eran de los pocos que lograban resistirse al viejo buhonero, sobre todo Jacob que siempre pasaba de largo, decidido a ahorrar lo más posible para el futuro.
Los demás mozalbetes, de voluntad más débil, solían pasar frente al carro sin poder resistir lanzar alguna furtiva mirada con ojos brillantes a todas aquellas cosas. Sin embargo, como entregaban su paga a Jacob, nada más recibirla y este si les veía pararse y hablar con el anciano embaucador les llamaba la atención rompiendo el hechizo, nunca, aunque en el fondo lo desearan, habían comprado nada al buhonero.
Pero en esta ocasión sería distinto.
Quedaba un día para que los mineros recibieran el jornal pero era el momento perfecto para ir engatusando a los futuros clientes.
Jacob pasó por delante de la carreta, sin mostrar interés por su contenido o su conductor.
— Buenas tardes, muchacho —saludó el anciano esbozando una media sonrisa, dando unos fatigosos pasos hacia él— ¿No deseas comprar alguna cosa? —le preguntó.
El chico le miró un instante y negó con la cabeza dispuesto a seguir su camino.
— Pues deberías —siseo cortándole el paso, sobresaltando al muchacho— estoy convencido de que esta vez tengo justo lo que necesitas —le dijo mirándole por debajo de unas espesas y blancas cejas.
Sus ojos brillaban de un modo extraño.
Jacob se disponía a volver a negar cuando el buhonero le agarró del brazo con una de sus huesudas manos y lo arrastro con sorprendente fuerza mientras notaba como le clavaba las uñas en la carne.
— Esto es lo que buscas —le aseguró entonces el anciano, sonriente sacando de entre la montaña de bártulos ocho platos de madera y mostrándoselos.
El muchacho los contempló.
Eran de madera clara de pino y su barniz les proporcionaba un brillo precioso.
Un noble hubiera encontrado aquellos platos vulgares pero para una persona sencilla aquella vajilla era primorosa.
Seguro que la gustarían pensó Jacob soñador.
Entonces el viejo los volvió a guardar presuroso y se giró hacia él, sonriéndole una vez más de un modo inquietante.
— Entonces trato hecho, mañana estos preciosos platos serán tuyos por tres monedas de cobre.
Jacob iba a protestar, tres monedas era demasiado, no podía gastarse tanto pero sin más el anciano se fue en busca de otro cliente dejándole allí plantado.
El joven agitó la cabeza y siguió su camino diciéndose que aunque fueran tan bonitos y la fueran a gustar tanto no los compraría.
Y así, se lo repitió una y otra vez hasta llegar por la noche a la cabaña y ver su hermoso rostro.
Tres monedas son muy poco si a cambio la hago un poquito feliz se dijo cambiando completamente de opinión.
Como todos los meses, los chiquillos entregaron su paga a Jacob.
Al terminar su jornada los seis mozalbetes se entretuvieron charlando con algunos de sus compañeros de la mina y cuando se disponían a irse a casa, pues como siempre Jacob se quedaría hasta más tarde trabajando con el señor Grimm, se quedaron estupefactos al verle junto a la carreta del buhonera realizando una compra.
— ¿Jacob ta comprando algo al viejo brujo? —interrogó Ludwig, bajando la voz al pronunciar la palabra “brujo” y sin poder creer lo que estaban viendo sus ojos.
— Eso parece —comentó Karl igualmente sorprendido.
— ¿Eso que se lleva son… —empezó Achim.
— Son unos platos —cortó Christian contemplando la escena con frialdad— y imaginaos pa quien son —soltó.
Sus últimas palabras tenían un regusto a celos, pues en el fondo sin darse ellos cuenta, los chicos a excepción del inocente Wilhelm, padecían este insano sentimiento. Blancanieves se había ganado un lugar importante en el corazón de Jacob y estos, sobre todo Christian, no lo entendían.
— Primero se mete en nuestra casa —comenzó Christian disgustado— se come nuestra comia, luego nos molesta con sus locuras y cuando nos enteramos de que es una niña rica a la que buscan sus papas Jacob no nos deja entregala y ahora encima él se gasta nuestros ahorros en comprala cosas que ella le tirara a la cara —protesto entre resoplidos, notando como la rabia crecía en su interior.
— ¿Y que poemos hace? —preguntó Hans encogiéndose de hombros.
— Poemos sacala de nuestras vidas como sea o Jacob acabara tan chiflao como ella —replicó Christian. En ese mismo instante decidió que debían de librarse de la jovencita lo antes posible.
Hans le propino un golpe en el brazo llamando su atención y señalando a Wilhelm que revoloteaba distraído a su alrededor, indicándole que bajara la voz.
— Dentro de mu poco Karl y yo tendremos ya la edad pa trabaja en los túneles más inferiores y nuestro trabajo será aun más difícil…
— Y nos tocara pica en las zonas donde hay más derrumbes —cortó Karl suspirando desalentado.
— Jacob se ha librao de ir a esos túneles porque es el favorito del capata pero nosotros no tendremos esa suerte y si entramos en ellos cada día se reducirán las posibilidades de salí de eta maldita mina —afirmó Christian— y esa chalaa es nuestra solución, con el dinero de sus papas poemos irnos a otro lao —dijo bajando más la voz, no solo para evitar que el pequeño les oyera sino porque tampoco era cuestión de que todos los mineros del lugar se enteraran de su secreto.
— Pero Jacob no nos deja entregala a sus papas y si lo volvemos a intenta nos matara —protestó Achim dando una patada en el suelo.
— Prefiero recibir unos golpes de Jacob que acaba sepultao bajo unas rocas —aseguró Christian, tajante.
Karl suspiró sin decir palabra.
— ¿Y cómo lo podríamo hace? —intervino Ludwig— Lo de atala mientras duerme ya veis que no funciono —se quejó. Él al menos, no tenía ninguna buena sugerencia.
— Yo puedo ayudaros en eso —señaló una vocecilla tras ellos.
Los chicos dieron un respingo y se giraron hacia la voz.
— Tengo justo lo que necesitáis —afirmó el viejo buhonero con una sonrisa maliciosa tensando sus marchitos labios.
Se dirigió con renqueantes pasos hacia su carromato y les invitó con un gesto de su huesuda mano a seguirle.
Los muchachos fueron tras él como hipnotizados.
Una vez más el anciano rebusco entre los trastos hasta encontrar una cajita de madera.
La abrió ante ellos y les mostró su contenido.
— ¿Qué e eso? —preguntó Hans, desconcertado.
— Es una peineta —explicó el viejo.
— ¿Y que e una peineta? —volvió a preguntar el chico, sin haber conseguido aclararse en nada.
Al no haber vivido nunca con mujeres, poco o más bien nada, sabían ellos de adornos femeninos.
— Es algo para las jovencitas —susurró el buhonero lanzándoles una mirada significativa— se pone en el pelo —les dijo.
— ¿Y en que nos iba a servi semejante tontería? —soltó Christian. Lo que menos le apetecía era hacerle un regalo a la loca intrusa.
— Esto solo no pero… —comenzó el buhonero misterioso y rebusco entre los bolsillos de su camisa hasta extraer un frasquito con un líquido morado —con esto… —siguió agitando el frasquito ante sus ojos.
— ¿Y qué e eso? —interrogo Karl, llenó de curiosidad.
— Coge esto y os lo mostrare —les dijo entregándole al chiquillo la cajita con la peineta.
Este la sostuvo aun más intrigado.
Después el viejo buhonero abrió el botecito, tomó la pequeña peineta y con extremo cuidado dejó caer unas gotas sobre las púas extendiéndolas con cuidado con ayuda de una de sus cu
rvadas y afiladas uñas.
— Este líquido es extracto de belladona —les informo sin dejar de sonreír de aquel modo inquietante— una poderosa sustancia y muy especial —siguió guardando el bote en las profundidades de uno de sus bolsillos— Un simple roce y la persona caerá en un profundo sueño —les aseguro mientras acercaba de modo peligroso la peineta a la mejilla del chico.
Karl inquieto apartó la cara con rapidez y el anciano comenzó a reír con una risa ajada y estrepitosa.
— Solo quedara dormia ¿verdad? —interrogó Christian comprendiendo el plan que el viejo brujo les proponía.
— Tranquilos, únicamente viajara al reino de los sueños por un largo rato —aseguro este.
— Pero no tenemos dinero —señaló ahora Christian, no era mal plan el que les ofrecía el hombrecillo pero el pago era un importante obstáculo.
— Tal vez no lo tengáis ahora pero estoy convencido de que sabréis hallarlo —afirmó este volviendo a depositar con cuidado la peineta en la cajita, cerrando la tapa y arrebatándosela con sorprendente brusquedad a Karl de las manos.
Después les volvió la espalda y colocó la caja en su lugar.
— Hasta mañana —les dijo sin más.
Los chicos comprendiendo que no sacarían más del viejo y llamando a Wilhelm que se había ido a hablar con otros de los niños mineros, emprendieron el camino de vuelta a casa.
23
— ¿Creéis que habría funcionao? —preguntó Karl a los demás, al cabo de un rato de silencioso caminar, llevándose las yemas de los dedos a la mejilla.
Todos se habían quedado mudos tras el inquietante encuentro con el viejo.
— Pa mi que era too un cuento de ese brujo —dijo Ludwig intentando hacerse el escéptico.
— Tal vez sea un brujo pero nunca he oído que engañara a ningún comprado —comentó Achim.