Sangre en la nieve
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Blancanieves sonrió al cruzarse sus miradas y él lleno de emoción casi corrió hasta la joven. Sin pensarlo la abrazó dominado por un impulso aunque unos momentos después, turbado, notando arder su rostro de un modo espantoso, al tiempo que maravilloso y temiendo molestarla y someterla a demasiadas emociones en un día se apartó avergonzado.
La jovencita, a pesar de llevarse una sorpresa, no rechazó el impetuoso gesto ni lanzó protesta alguna, cuando lo cierto era que nadie había logrado hacer tal cosa desde la muerte de su madre.
Al poco se adentraron en la humilde cabaña, tan felices como si juntos hubieran vencido en la más dura de las batallas.
Desde ese día María Sophia le aguardaba ante la casa todas las noches.
Un tiempo después fue capaz de ir a pasear junto a Jacob, apretando la mano del chico con fuerza y llena de ansiedad pero consiguió alejarse casi cien metros de su sencillo refugio.
Con los meses su progreso, aunque lento se iba haciendo más patente, aun así a veces, en algunos momentos de soledad sacaba el pequeño retrato y lo admiraba regresando momentáneamente a su antigua fantasía. Casi conviviendo ambos mundos, por un lado el sueño de la princesa y por el otro la vida real junto a Jacob, sencilla pero asombrosa al mismo tiempo.
En los siguientes meses la vida de algunos de los chiquillos también cambio pero no para bien.
Mientras que Jacob solo bajaba a las minas para inspeccionar los túneles por indicación del señor Grimm, pues este le consideraba más útil a su lado que picando piedra en la mina en busca de plata, Christian y Karl habían cumplido la edad necesaria para ir a trabajar a los niveles inferiores. Y ahora, quisieran o no debían descender todas las mañanas hasta las profundas entrañas de la tierra para buscar el valioso mineral hasta la caída del sol, dejando en aquellos húmedos túneles más propios de topos que de hombres, sus energías y juventud.
Los mozalbetes habían olvidado sus ansias por obtener la recompensa a cambio de devolver a Blancanieves a sus padres, considerando que al final intentaran lo que intentaran fracasarían y el riesgo de perder lo poco que tenían era demasiado grande.
Jacob siempre había mantenido a su curiosa familia y ahora que la joven estaba con ellos, o más bien con él pues todos sabían que desde hacia tiempo eran ellos dos y luego los demás, las cosas eran distintas. Pero aun encontrándose desplazados por la chica al menos seguían teniendo un lugar donde dormir y estar tranquilos, las escasas horas que no estaban trabajando en la mina.
Christian en la oscuridad de aquellos peligrosos túneles abandono la esperanza de escapar de aquel oscuro destino. Ya no creía en el sueño de Jacob de ahorrar e irse todos juntos a algún pueblo donde poder vivir mejor.
Mientras picaba hombro con hombro con los demás miembros de su nueva cuadrilla se decía que viviría y moriría allí.
Nunca podremos escapar, se repetía derrotado.
Pero uno de los días en que los dos muchachos trabajaban junto a otros mineros en uno de los túneles, uno especialmente inestable, el techo comenzó a temblar.
Se produjo un desprendimiento.
Christian y Karl junto con la mayoría de los trabajadores lograron escapar sin daño pero uno de los mineros quedó sepultado bajo las grandes rocas y ambos chicos vislumbraron claramente su aciago futuro, cualquier día serían sus cuerpos los que quedaran olvidados en aquel agujero alejado de la mano del todopoderoso.
Los demás chiquillos incluyendo a Jacob corrieron junto a ellos en cuanto se supo del terrible suceso y el señor Grimm reasigno por unos días a los que habían sufrido el accidente a túneles más seguros. Pero solo sería una medida temporal. Y pronto volverían a verse en el mismo peligro.
Los funestos pensamientos de Christian no hicieron más que agravarse con este terrible suceso y pronto le conducirían a cometer nuevos errores.
27
Habían transcurrido unos seis meses desde la última visita del anciano buhonero y ahora su destartalado carromato volvía a aparecer delante de la explotación minera.
— ¿Has disfrutado de tu día en la mina? —preguntó el anciano con sorna al ver pasar a Christian.
Este, que junto con los demás chiquillos se disponía a regresar a su hogar tras un día más de partirse el lomo en la oscuridad, le fulmino con la mirada.
El viejo brujo rió descarado como respuesta a su furia.
— Vámonos —urgió Hans, incitando a los demás a acelerar el paso, deseoso de alejarse de aquel hombrecillo que solo les había traído problemas.
— ¿Ya has cambiado de parecer o sigues resignándote a tener por tumba las entrañas de esta montaña? —inquirió el anciano entre carcajadas.
— Sí, vámonos —apoyaron el resto de chicos, asustados y tirando de Christian que resistiéndose comenzaba a plantearse volverse y dar una paliza al viejo loco, fuera brujo o no.
Los muchachos lograron alejar a su compañero del inquietante personaje pero sin duda al día siguiente seguiría allí. Sería mejor hacer todo lo posible por esquivarle y rezar por que se marchara de la mina lo antes posible.
Aquella noche Christian no lograba conciliar el sueño. Desvelado, con la desagradable risa del viejo brujo resonando incesante en su cabeza y sintiendo la fatiga en cada fibra de su cuerpo, veía como pasaba el tiempo desesperantemente despacio mirando al techo.
Puesto que dormía compartiendo el jergón con otros dos de sus compañeros tampoco disponía de mucha libertad para moverse en el lecho en busca de una postura más cómoda. Y al final harto se levantó intentando no molestar al resto.
Necesitaba dormir y aquella maldita risa no le dejaba.
Una vez en pie se acercó sigiloso a la cocina, esperando encontrar a Jacob y Blancanieves dormidos en un rincón de la cocina pero aun estaban despiertos.
Los observó desde la penumbra frunciendo el ceño.
Estaban juntos, sentados en el suelo, sobre el abrigo de Jacob, usándolo a modo de manta, delante de la puerta que se hallaba abierta. Y abrazados, parecían observar las estrellas.
No era una sorpresa para él la predilección de su compañero por la chica, se le notó desde el principio pero si le sorprendió ver como ella parecía disfrutar igualmente de su compañía.
Él y los demás chicos habían ignorado de tal manera a Blancanieves que los cambios que esta había experimentado en aquellos meses les pasaron por completo desapercibidos.
Ya no parece una chalaa, observó Christian sorprendido e inquieto.
Y además parecía estar superando su miedo al exterior.
Entonces una idea cruzó por su mente al tiempo que las imaginarias risotadas se volvían cada vez más atronadoras, si ella se curaba y dejaba de estar loca acabaría por irse. Al final querría regresar al castillo de sus padres, donde vivir como una rica señora, solo un loco preferiría estar en esa casucha. Y cuando ella se fuera Jacob iría tras la muchacha. Estaba convencido de ello.
Nos dejara pa seguila como un perrito faldero. Y mientras nosotros nos matamos en la mina él podrá dormi en un cómodo lecho, come caliente y pasá las horas ante una cálida chimenea, pensó con amargura sintiendo como los celos le corroían por dentro.
Él os acabara traicionando así que deberías adelantarte ¿no crees? le susurró una vocecilla en su cabeza cuyo tono se parecía mucho al del extraño buhonero.
Apretando los puños hasta que los nudillos se volvieron blancos, regresó al jergón y allí aguardó hasta la salida del sol rumiando sus celos, sus temores y sus desilusiones.
Cuando el brillante astro asomó por el horizonte los cinco muchachos marcharon a la mina. Al llegar a esta Christian hizo intención de acercarse al carromato.
— ¿Qué haces? —le interrogo Ludwig, alarmado.
— Voy a pedile ayuda al viejo y más le vale que eta vez no nos falle —respondió él con expresión seria.
Se le veía ojeroso y extremadamente pálido, claro que puesto que apenas veían la luz del sol no era algo de extrañar.
— ¿Ayua pa qué? —quiso saber Karl temiendo que fuera lo que él se estaba imaginando.
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bsp; — Voy a lleva a la chica al castillo —afirmó Christian, decidido— Ella no ha hecho más que perjudicanos y cada día nuestra vida es peo. Ahora esa niña rica tie a Jacob embobao y toy seguro que pronto nos dejara pa ise al castillo donde vivi juntitos como señorones. Y nuestro querido Jacob no volverá a acordase de nosotros y mientras él disfruta de la vida nosotros dejaremos la nuestra en este detestable agujero —finalizó y sus palabras estaban cargadas de amargura y rabia contenida.
Los demás permanecieron mudos unos instantes intentando procesar su doloroso discurso.
— Jacob nunca nos dejaría —replicó Hans rompiendo el incomodo silencio— ya ves como a pesa de lo que hicimos nos ha perdonao, las dos veces —le recordó.
— Pero pue que no lo haga una tercera —temió Achim.
— Pue no me ayudéis —soltó Christian mirándoles con frialdad— no os lo toy pidiendo. No moriré en esos túneles y no dejare que Jacob nos traicione ni que ella se burle de una panda de críos pobretones. Cada cual que tome su decisión, yo ya he tomao la mía —les aseguro y se fue hasta el carro, dejándolos allí plantados.
Los cuatro muchachos no sabían qué hacer, si seguirle, quedarse al margen de lo que Christian fuera a hacer o si correr a avisar a Jacob.
Indecisos y sintiendo bastante temor por el extraño anciano al final se quedaron observando lo que hacía su casi hermano desde aquella prudencial distancia.
— Veo que al fin te has decidido —saludó el anciano buhonero entre risillas.
— Ya sabes lo que quieo, así que déjate de burlas e insinuaciones y dame lo que necesito —le espetó Christian con brusquedad.
Precisaba de ayuda para cumplir su objetivo y por desgracia solo contaba con la del inquietante y decrepito personaje pero eso no quería decir que este fuera de su agrado.
— Como desees… —siseo el viejo brujo dirigiéndole una mirada penetrante que hubiera helado la sangre de más de uno.
El hombrecillo extrajo de uno de sus bolsillos una manzana, grande, brillante y roja como la misma sangre. Una manzana realmente apetecible.
Se la tendió con una sonrisa maliciosa dibujada en su arrugado rostro.
El chico le miró irritado.
— No te he pedio el desayuno —le increpó secamente.
— Ya lo sé —replicó el buhonero, con taimada sonrisa, volviendo a animarle a tomarla.
Christian desconfiado la cogió ante su insistencia.
— ¿Y qué pretendes que haga con una manzana? —inquirió el chico con el ceño fruncido.
— Poder, puedes hacer muchas cosas —respondió críptico— pero yo que tú le daría esta manzana a la jovencita —le sugirió.
— ¿Y se dormirá como con la peineta? —interrogo Christian estudiando al hombrecillo enarcando una ceja.
El viejo brujo soltó una risilla.
— Un bocado será más que suficiente —le indicó.
Luego con un sorprendentemente rápido movimiento le arranco la manzana de la mano.
El muchacho dio un respingo sobresaltado.
— Te veré mañana —se despidió y se volvió hacia sus trastos.
— ¿Cuánto es el pago? No pagare tanto como la vez anterio —le advirtió Christian yendo tras él— No permitiré que me engañes.
El buhonero estalló en sonoras carcajadas.
— Te veré mañana —repitió.
El joven abrió la boca dispuesto a insistir; sin embargo, se lo pensó mejor y se calló lo que iba a decir. Se rindió, de todos modos no sacaría nada más de aquel viejo loco y encogiéndose de hombros regresó con sus temerosos compañeros.
— No lo hagas Christian —le rogó Achim cuando se reunió con ellos.
— Dejalo —les pidió el muchacho con un gesto de la mano viendo como los demás iban a asaltarle con preguntas y discursos— ya hablaremos más tarde si queréi, aunque dará lo mimo, o me ayudái o no, pero yo no cambiare de opinión —afirmó— ahora tenemo que ir a trabaja en ese maldito agujero —concluyó pasando por delante de ellos rumbo a la bocamina.
Así pues no volverían a hablar del asunto hasta el final de la jornada pero cada cual durante las duras y largas horas picando o sacando escombros tuvo la oportunidad de meditar a fondo sobre cómo proceder.
Christian salió de los túneles más resuelto que nunca a hacer cuanto fuera necesario con tal de librarse de aquella existencia. Ya no lo soportaba más.
Además, se decía a si mismo que no hacia mal, solo iba a reunir a una familia. La muchacha podría enfurecerse en sus delirios pero estaba seguro de que una vez en su cómodo hogar junto a sus nobles progenitores, estaría encantada. Solo intentaba mejorar sus vidas haciendo una buena obra ¿o acaso aquellos padres no merecían recuperar a su hija? ¿No era ella una egoísta teniéndoles en la ignorancia, sufriendo y pensando sabe Dios qué?
Y a cambio de hacer felices a esos angustiados padres solo deseaba una pequeña recompensa que para estos resultaría insignificante, pues que eran cuatro monedas de oro comparado con recuperar a un ser querido. Sin embargo, para ellos esas monedas lo significarían todo, salvaría sus vidas.
Los demás chicos le dieron muchas vueltas al asunto.
Karl se planteo seriamente apoyar a Christian. Entendía su angustia y desesperación, los días en aquellos túneles eran cada vez más penosos. A veces le parecía que las paredes se le echaban encima del constante miedo que tenía a un derrumbe, y más tras el reciente accidente. Pero se sentía incapaz de traicionar una vez más a Jacob, por duras que fueran sus vidas ahora prefería soportar eso a causar más dolor a el que había ejercido siempre como padre y hermano mayor.
A Ludwig y Achim les ayudo el miedo a decidir. Temían al brujo y cuanto giraba en torno a él. Temían que el plan que pensara llevar a cabo ahora Christian fallara como había sucedido las dos veces anteriores. Temían herir una vez más a Jacob y que este ya no les perdonara y les echara de la casa y de su lado.
La idea de perder la única familia que habían conocido era algo que les asustaba más que el mismo miedo.
Hans, por su parte, pensó en ayudar a Christian pero luego cambio de parecer y vio más seguro no hacerlo. Habían fallado ya dos veces y con su suerte, seguro que también lo harían, una tercera.
Luego pensó en avisar a Jacob pero a nadie le gustan los delatores y a sus compañeros menos. Si lo hacía ayudaría a la chica que por otro lado a él ni le iba ni le venía pero podía ganarse el odio de sus casi hermanos y ya era bastante difícil la vida como para encima llevarse a mal con sus compañeros.
Al final de la jornada se reunieron para irse a casa. Jacob como siempre salió un momento del despacho para despedirles y ninguno abrió la boca.
— No le habéis dicho na a Jacob —observó Christian mientras caminaban por el sendero.
— Yo no te ayudare y si Jacob me pregunta cuando too pase yo no sabía na —le aseguro Ludwig— pero no soy un chivato —susurró para que Wilhelm no se enterara de lo que hablaban.
— Lo mismo digo —intervino Achim.
— Igual yo, no quiero más líos ni con Jacob ni con esa rara chica —dijo Hans.
Christian que no estaba sorprendido por sus respuestas lanzó una mirada a Karl, en busca de su respuesta.
— No saldría bien, lo siento —le indicó este, escueto agachando un poco la cabeza.
— Tranquilos, lo hare yo solo —afirmó Christian sin molestarse por quedarse solo— Y cuando reciba la recompensa la compartiré con toos y podremos inos de aquí y vivi como nos merecemos.
— ¿Por qué no lo dejas? —le intento disuadir Ludwig— De toos modos tú solo no podrás lleva a la chica hasta el castillo —le hizo ver.
— El viejo me va a da algo pa dormila y me aguardara en el camino con el carromato —les explicó él.
En realidad, el anciano no había mencionado nada sobre esta última parte pero Christian no iba a permitir que sus compañeros pensaran que estaba abocado al fracaso, e imaginaba que como la vez anterior el buhonero se acabaría ofreciendo a realizar este servicio, a cambio de parte de la recompensa, claro está, y
si no era así hallaría el modo de convencerle de que le ayudara en el transporte de la jovencita.
— Ese brujo no es de fia, ya ves lo mal que salió too la vez anterior. La chalaa esa se despetó enseguia —le recordó Achim— y no sé yo si ese fue a esperanos en el camino, recorrimos un buen cacho y por allí no andaba. A ver si te va a deja tirao —le advirtió, desconfiado.
— A él le conviene ayudame a llevala al castillo —replicó Christian— o no se llevara parte de la recompensa.
— Pero y si luego quie robate y quedase con toas las moneas pa él —le hizo ver el muchacho.
— Creo que aun pueo defenderme de un viejo cascao —dijo Christian con sorna.
— No te fíe, es un brujo y los brujos puen hace cosas extraordinarias —le advirtió Hans, convencido.
— Eso son bobaas, no es ningú brujo, solo un viejo estúpido y medio chalao —replicó Christian— too eso no son má que cuentos y pue que difundios por él mimo para asusta a chiquillos como vosotros —comentó burlándose de sus temores.
— Bueno, pero aun si el buhonero te ayua a trasportala del carro al castillo no la vas a pode carga tú solo —observó Ludwig queriendo dejar el tema del brujo— y ya te hemos dicho que nosotros no te vamos a ayuda. Así que no tendrás otra que desisti de tus propósitos —le dijo convencido.
— Lo voy a hace y la llevare hasta el carro como sea, como si la tengo que lleva a rastras —aseguro Christian, inmune al desaliento y comenzando a enfadarse acelero el paso alejándose de ellos.
Ya estaba harto de discutir el asunto.
Mientras pasaba por delante de los demás chiquillos pensaba en que aunque le disgustara y no fuera a reconocerlo, lo cierto era que no había pensado en como transportar a la muchacha en caso de no obtener la ayuda de sus compañeros. En el fondo, creyó que aunque se resistieran y gruñeran un poco le iban a apoyar. Sin embargo, parecía que no iba a ser así.