by Maria Parra
Christian se dijo que obtendría la colaboración del viejo o tal vez al final, cuando le vieran actuar los demás cambiaran de parecer y pudieran cargar con la joven entre todos. Y si no conseguía el apoyo de nadie, ya se las apañaría, algo idearía, pero fuera como fuera esta vez sí lo conseguiría. Era su última oportunidad de salvar su vida.
Las siguientes horas transcurrieron con normalidad, aunque con una palpable tensión de la que no fueron conscientes ni Blancanieves ni el pequeño Wilhelm.
Los chicos cenaron silenciosos y cabizbajos para luego ir a acostarse.
Todos se quedaron dormidos menos Christian que aguardó paciente a que Jacob llegara, cenara, pasara un largo rato con la muchacha para al fin irse ambos a dormir.
Cuando todo estuvo en silencio, se levantó sigiloso y fue hasta el escondrijo donde, bajo la tabla móvil de la cocina estaban guardados los ahorros familiares.
Al tomar la bolsa, Christian recordó la expresión decepcionada, o más bien, aun más decepcionada, cuando Jacob descubrió como tomó dinero del escondite sin decírselo y encima para obtener los medios para drogar a la joven a través de la pequeña peineta proporcionada por el anciano buhonero.
Por un instante, sintió la tentación de olvidarse de todo, de guardar de nuevo la bolsa en su sitio sin tomar ninguna moneda. Pero fue solo un fugaz instante que pasó con rapidez.
Tres moneas tien que ser de sobra pa una manzana, no pagaré más de eso, se dijo.
Sin embargo, extrajo cinco monedas del saquillo y se las guardo en el bolsillo.
A continuación, colocó todo en su sitio para volverse al jergón y acostarse aliviado.
No le habían descubierto.
28
En cuanto llegó el nuevo día Christian se levantó raudo y tomando su desayuno sin aguardar a que los demás se despertaran marchó a la mina.
Allí ya estaba el inquietante buhonero revolviendo entre la montaña de trastos de su carromato.
— Veo que cuando te interesa eres muy madrugador —saludó el anciano con su desagradable sonrisa torcida.
— Dame la manzana —demando el chico sin más preámbulos, extendiendo la mano hacia él.
— Dame tú el pago —rió el viejo brujo extendiendo la suya hacia el muchacho, imitándole.
Christian haciendo una mueca de disgusto sacó tres monedas del bolsillo y las deposito en su arrugada mano.
El buhonero contempló su palma para luego mirarle divertido por debajo de sus pobladas cejas.
— El resto… por favor —solicito entre risillas.
— Eso es más que suficiente por una manzana por mu especial que sea —replicó el muchacho, intentando mostrarse inamovible.
— ¿Y si estas tan seguro de que son suficientes porque tomaste dos monedas más de la bolsa que guarda tu querido hermano? —siseo este malicioso manteniendo la mano tendida hacia él.
Christian palideció ¿Cómo podía saber eso?
Al cabo de unos instantes extrajo las demás monedas y se las entregó.
El buhonero cerró la mano y le dio la espalda.
— Valdrá como primer pago —dijo, volviéndose hacia el carro para buscar el objeto de intercambio.
Esta vez el joven no se sorprendió de aquellas palabras pero ahora esperaba obtener más del viejo, puesto que compartiría con él la recompensa.
— Necesito tambié que me venga a busca a la cabaña —comenzó a explicarle mientras el anciano le entregaba la hermosa y brillante manzana— no tendré la ayua de mis compañeros así que no pueo carga yo solo con la chica —le detalló.
— Que pena —suspiró el viejo brujo en un tono ligeramente sarcástico— sin embargo, yo no conozco la localización de vuestra casa y podría perderme al intentar hallarla entre la espesura —alego con fingida inocencia— además, aun si supiera llegar —añadió sonriente— no puedo arriesgarme a acercarme tanto, comprende que el sonido de mi carromato podría alertar a alguien que no deseas que sepa de tus propósitos ¿no te parece?
Christian entendió a disgusto.
— Entonces véndeme algo que pueda ayudame a transportala —pidió— una carretilla o algo por el estilo —se le ocurrió.
El anciano estalló en carcajadas.
— Cinco monedas no otorgan la solución a todos los problemas —se volvió a carcajear mientras regresaba al carro.
— No quieo arreglo a to solo un medio de lleva a la chica hasta el luga donde me esperes —gruñó Christian perdiendo los nervios.
— Prueba a usar el ingenio, te saldrá gratis —sugirió el viejo, burlón.
A los pocos instantes, el muchacho sumamente irritado se alejó de los pequeños dominios del buhonero pues este actuaba como si no estuviera allí. Su indiferencia era claro mensaje de que por su parte ya no había más que tratar.
Tendría que componérselas como pudiera.
Guardó la manzana en uno de sus bolsillos y se interno en la mina.
Eta noche conseguiré mi liberta y la de los demás, cuando vean la recompensa, toos perdonaran lo que voy a hace. Jacob tardara más pero él también me perdonara. A él má que a nadie le hará bien, lejo de ella estará mucho mejo. Es una niña rica y antes o después se habría cansao de tar junto a un pobretón y encima mudo se dijo.
Aquella jornada trabajó con más ahínco que nunca, excitado y ansioso por que llegara el final del día.
Como siempre pasó casi todo el tiempo con Karl, los demás chiquillos laboraban en los túneles superiores o en la superficie, pero su compañero prefirió no mencionar el asunto de la muchacha. No quería saber nada al respecto pero para sus adentros esperaba que Christian recapacitara y se echara atrás.
Al terminar el trabajo y salir de la mina Christian miró hacia atrás observando unos instantes la negra boca de la mina. Una gran sonrisa se dibujó en su cara que pareció rejuvenecer y tomar el color saludable que hasta ahora no podía tener por la falta de la luz solar.
Adiós pa siempre maldito pozo infernal. A mí no me has podio traga pensó triunfante.
Durante el regreso a casa, el chico avanzaba dando largas zancadas con aire desenfadado, parecía encontrarse de lo más tranquilo aunque por dentro su corazón latía desaforado anhelando poner en funcionamiento su plan.
Seguía sin saber bien como llevaría a la desvanecida Blancanieves de la cabaña al carromato del buhonero pero se decía así mismo que algo idearía si es que al final ninguno de los otros chiquillos le echaba una mano al verle en un apuro.
— ¿Sigues decidió a hacerlo? —preguntó en un susurro Ludwig extrayéndole de sus ensoñaciones.
— ¿Por qué quies sabelo? ¿Ahora quies ayudame? —respondió a su vez Christian interrogando a su compañero.
— Que va, prefiero no participa pero me pregunto qué vas a hace exactamente —le dijo Ludwig.
— Le voy a da esto —desveló Christian, sonriente sacando la roja manzana de su bolsillo.
Ludwig y los otros cuatro mozalbetes que hubieron de acelerar el paso para ponerse a su altura estudiaron la pieza de fruta con visible confusión.
— ¿Una manzana? —saltó Ludwig, desconcertado.
— ¿Cómo vas a consegui llevate a la chica con una manzana? —inquirió Hans.
— Pues…
— Que pinta tie esa manzana —intervino Wilhelm alegremente acercándose a ellos, antes de que Christian pudiera darles la explicación. Admiraba la fruta con los ojos como platos mientras empezaba a hacérsele la boca agua.
Christian tuvo una providencial idea, una idea que le pareció magnifica.
— ¿A qué apetece zampársela, eh? —comentó animoso.
El pequeño afirmó con la cabeza. Los demás les observaban sin saber que estaba pasando.
— La he traio pa la chica pero si se la das tú a lo mejo la comparte contigo —le dijo Christian ofreciéndosela.
— Seguro que sí, es mu buena conmigo —aseguro Wilhelm tomando la manzana que era tan grande que no le cavia en una sola mano.
Echó a correr entusiasmado deseando llevarle tan delicioso regalo a su amiga Blancanieves
convencido de que ella, gustosa, le daría la mitad.
Christian observó jovial como el niño se alejaba.
— ¿Qué es lo que le hará esa manzana? —interrogo Karl, inquieto.
Su compañero jamás le había regalado nada a la joven, el único presente que todos le entregaron fue la peineta impregnada en un somnífero, de modo que este regalo y viniendo del extraño anciano buhonero tendría igualmente una doble intención pero le desconcertaba el hecho de que permitiera al chiquillo tomarla.
— En cuanto la muerda queara profundamente dormia —desvelo Christian complacido de cómo se desarrollaba su plan.
— Pero si Wilhelm también come le pasara lo mismo —protestó Achim.
— Bueno ¿y qué? —se encogió de hombros el muchacho— Solo se dormirá un rato tampoco es pa tanto —dijo quitándole hierro al asunto— así de paso no correré el peligro de que me de la lata, podría volve a corre a avisa a Jacob y vosotros no le habríais detenio ¿a qué no? —les lanzó.
Los mozalbetes no contestaron. Su silencio era respuesta suficiente.
— Además así es mucho mejo —añadió ahora observando, ya estaban a pocos pasos de la casucha, como el niño que iba por delante traspasaba la entrada a la vivienda— la chica podría habe desconfiao de la manzana si yo se la hubiera regalao, le gusto tan poco como ella a mi —afirmó convencido— pero viniendo de Wilhelm la cogerá sin pensalo —y se sintió orgulloso de su actuación, convencido de que resultaría de maravilla.
Cuando cruzaban el umbral de la destartalada vivienda el chiquillo ya había cortado la magnífica manzana en dos y Blancanieves y él daban el primer mordisco a su correspondiente parte, casi a la vez.
Wilhelm fue el primero en soltar un gran bostezo, notando los parpados horriblemente pesados y dejando caer el resto de su media manzana. Al instante se desplomó sobre el suelo.
Detrás fue la muchacha que quedó tirada boca arriba.
Los chicos, inquietos hicieron un corrillo alrededor de los durmientes.
— ¿Seguro que tan solo dormios verdad? —preguntó Karl cada vez más intranquilo.
Malo era hacerle eso a la rara chica pero hacérselo al que era como su hermano pequeño le parecía realmente mal.
— Pues claro que tan dormios —resopló Christian que a pesar de su sonrisa que ya no era tan grande no apartaba la mirada de las dos víctimas de la drogada manzana— en un rato despertaran como paso con la peineta —aseguro.
A pesar de sus palabras pronunciadas con aparente confianza, Achim al que cada vez le gustaba menos aquel brujo y le daba mucho miedo todo cuanto se relacionara con él se agachó a comprobar la respiración del niño.
Colocó la cabeza sobre el pequeño pecho y pudo oír el suave palpitar de su corazón.
— Respira —comunicó a los demás mitigándose su temor y levantando la cabeza.
— Pues clao que respira ya os dije que solo tan dormios —reiteró Christian mientras los demás soltaban un profundo suspiro de alivio.
Él se contuvo pero se sintió más calmado al confirmar sus palabras.
Luego Achim se acerco hasta María Sophia y realizó la misma maniobra.
Mantuvo la oreja pegada al pecho de la chica unos instantes y luego levantó la cabeza con el rostro sombrío.
Volvió a poner la oreja.
— ¿Qué pasa? —interrogaron varios de sus compañeros al ver su tardanza en comunicarles que todo estaba bien.
— No consigo oí su corazón —murmuró Achim volviéndose hacia los demás. Se le veía lívido, casi tanto como Blancanieves.
— No digas bobaas —renegó Christian apartándole con un movimiento brusco.
Colocó la cabeza sobre el pecho de la supuesta durmiente mientras el resto le preguntaban ansiosos que pasaba.
El chico palideció aun más que su compañero y al cabo de unos momentos se apartó haciendo un supremo esfuerzo por levantarse, trastabillando, casi volviendo a caer del nerviosismo. Las piernas apenas le respondían.
— ¿Qué pasa? —exclamó Karl, cada vez más alterado.
— No respira —soltó Christian, con los ojos vidriosos y expresión incrédula— no pue se… —balbuceó— solo la iba a dormi —siguió retrocediendo paso a paso del cuerpo de jovencita.
Los demás chicos, presurosos, se arrodillaron junto al cuerpo y varios pusieron la oreja para comprobarlo por ellos mismos.
— Ahí madre, ta muerta —confirmó Hans terriblemente asustado.
Por supuesto, no más que Christian.
— Muerta… —repitió este, aturdido adueñándose de su mente el pánico y retrocediendo tembloroso varios pasos hacia la puerta— No pue se… no pue tar muerta… —gimoteo con el rostro desencajado.
Una horca se dibujo claramente en su mente y antes de que los demás pudieran detenerle salió de la casa y echó a correr con todas sus fuerzas hacia donde debía esperarle el anciano buhonero.
Como le sucedió al sirviente que debía guardar a María Sophia en su viaje del castillo de los von Erthal a la pequeña villa del bosque, el muchacho eligió huir en lugar de enfrentarse a las consecuencias de sus actos.
Sin embargo, este huía sin nada, sin el respaldo de una bolsa repleta de monedas. Esas monedas que tanto había ansiado se acababan de convertir en totalmente inalcanzables. Los progenitores de la muchacha darían como único pago por el cadáver de su hija una muerte segura y sin duda desagradable.
Su última esperanza era conseguir la ayuda del viejo brujo.
Karl, salió tras él lo más rápido que pudo.
— ¡Espera, no huyas lo arreglaremos! —le gritó desde la entrada pero Christian ya era tragado por la oscuridad de la noche.
— ¿Qué hacemos? ¿Corremos tras él? —preguntó Hans, apareciendo al poco en el exterior buscando el consejo del que era el mayor de los presentes.
Karl pensó un momento que hacer.
— No lo sé —reconoció abrumado por la situación.
Desde el momento en que Christian decidió volver a intentarlo temió que algo acabara saliendo realmente mal y ahora por desgracia sus temores se habían confirmado.
— Pero algo tenemos que hace —insistió Hans, tembloroso— ¿Y a donde va Christian?
— ¿Y yo que se? —estalló Karl perdiendo los nervios y regresando al interior de la casucha— No tengo ni idea de que poemos hace —murmuró desplomándose sobre una de las sillas de la cocina con la vista fija en el cuerpo inmóvil de la chica.
— ¿Pero por que ella ta muerta si Wilhelm ta bien? —interrogo Ludwig sin comprender, aun arrodillado junto a Blancanieves. Era el que se encontraba más sereno de los muchachos.
— Que más da eso ahora, too es culpa de ese maldito brujo —chilló Achim terriblemente alterado— y ahora nos acusaran a toos de su muerte —exclamó comenzando a llorar.
— ¿Qué dices pero si nosotros no hemos hecho na? —soltó Hans asustándose aun más, a punto de entrar en pánico— No pueden hacernos na ¿verdad? —inquirió ahora a Karl nuevamente en busca del apoyo del mayor de ellos.
— No lo sé —musitó este con aspecto fatigado, como si no tuviera fuerzas ni para asustarse.
— ¿Y qué hacemos? —volvió a interrogar Hans con voz aguda, cada vez más histérico.
— Basta ya de tanta pregunta —gruñó Ludwig tomándole de la camisa intentando hacerle reaccionar— Tú te vas a senta ahí y te vas a queda callao y tú —le dijo ahora a Achim— corre a la mina y trae a Jacob lo más rápido que pueas.
— Jacob… —gimió Karl, no había pensado en él hasta el momento.
— Yo no quiero ir a por Jacob —protesto Achim— cuando le diga lo que ha pasao me matara allí mismo —lloriqueo negándose.
— No le digas na, tú solo tráelo como sea —le indicó Ludwig— de toos modos en cuento entre vera por si mismo lo que ha pasao —susurró pesaroso contemplando el mortecino rostro de Blancanieves.
29
Mientras Achim corría lo más rápido posible rumbo a la mina preguntándose como conseguiría llevar a Jacob a la casa sin confesarle lo sucedido,
Christian, tras una solitaria y angustiosa carrera, descubría entre las sombras, ya próximo, el carromato del viejo brujo.
Poco después lo alcanzó y subió al pescante con el rostro demudado e intentando recuperar el aliento mientras su corazón parecía estar a punto de estallar.
— Ya era hora de que me trajeras el resto del pago —le dijo el buhonero mostrando una de sus inquietantes sonrisas.
— Arrea al caballo —logró decir el chico, resollando— ¡date prisa! —demandó mirando preocupado hacia atrás.
El anciano obedeció sin mostrar prisa ni extrañeza.
— No deberías de ponerte tan nervioso muchacho —le aconsejo parsimonioso.
— ¡Azuza más a ese maldito jamelgo! —exigió Christian casi chillando.
El viejo soltó una aguda risilla que resonó en el aire de la noche pero dejó que el animal siguiera avanzando con su tranquilo paso.
— Los nervios son muy malos —le aseguro el buhonero sin abandonar su sonrisa— pueden hasta matar —le dijo haciendo especial inflexión en la última palabra.
Christian le miró con los ojos desorbitados.
— ¿Por qué no me has preguntao por la chica? —interrogó de pronto, aun mas intranquilo— Se supone que tenía que date parte de la recompensa que me dieran los ricachones por llevales a su hija y tú ni preguntas por ella, ni me reclamas tú parte del pago —observó temiendo encajar las piezas pero mostrando una realidad distinta de la esperada.
— Bueno, hay muchos tipos de pago —señaló el anciano divertido.
Disfrutaba realmente manteniendo en vilo al inocente joven.
— Tú sabías lo que iba a pasa —le reclamó Christian, atónito— Tú sabías que aquella manzana la mataría en luga de dormila —dijo comprendiendo que había caído en la trampa de aquel endiablado viejo.
— Yo sé muchas cosas —afirmó impertérrito el viejo brujo entre risillas.
— ¿Por qué? —escupió furioso el chico con incredulidad.
— Ya era hora de tomar un ayudante —comenzó el buhonero— me hago viejo ¿sabes? y hoy en día es tan difícil encontrar ayudantes competentes —señaló con expresión lastimera.