Sangre en la nieve

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Sangre en la nieve Page 20

by Maria Parra


  — ¿Tramaste too eto pa que me convitiera en tu ayudante? —interrogó Christian aun sin entenderlo bien— ¿Y por qué yo?

  — Querías cambiar de vida ¿no es así? —le dijo a su vez el anciano y estalló en estridentes carcajadas.

  — ¿Y qué te hace pensa que yo lo acetare? —le increpó el joven, el miedo estaba dejando paso a la rabia y la indignación.

  Aquel viejo chalado había jugado con todos ellos, había provocado sin él saberlo la muerte de una chica, causando seguramente problemas a los compañeros que dejaba atrás y solo para conseguir un ayudante.

  El buhonero volvió a estallar en ruidosas risotadas como si el chico acabara de contarle el mejor chiste que hubiera oído en su vida.

  — Me bajare del carro y te tendrás que busca otro ayudante —le amenazó Christian rabioso haciendo amagos de saltar del pescante a pesar de estar en movimiento el carromato.

  — Adelante —le invitó el hombrecillo con voz aguda— yo tendré que buscarme un nuevo ayudante y tú un nuevo cuello —rió.

  Christian, a punto de tirarse del transporte, se detuvo al oír aquella espantosa verdad. Apretó los dientes, si cabe, más rabioso.

  Maldito brujo se dijo intentando contener las ardientes lágrimas.

  Luego apretando los puños hasta que los nudillos se volvieron blancos se giró mudo, colocándose bien en el asiento, mirando hacia el oscuro horizonte con el rostro pétreo.

  El viejo lo había hecho realmente bien, no podía volver atrás o le capturarían por la muerte de la chica y no tenía ningún medio para huir solo. No podía hacer más que quedarse con él.

  — Ya se sabe, hay que tener mucho cuidado con lo que se desea —siseó el anciano brujo para luego volver a estallar en atronadoras y desquiciantes carcajadas.

  Achim aporreo insistentemente la puerta de la caseta del señor Grimm.

  Jacob dio un bote en su asiento ante aquellos fuertes y repentinos golpes. Inquieto se apresuro a abrir la puerta a ver quien llamaba con semejante urgencia. Mientras, el capataz dejaba su pluma en vilo y seguía al joven con mirada interrogativa. Aquellas no eran horas de visitas y aun menos visitas con tantos bríos.

  A Jacob se le encogió el corazón al descubrir a Achim tras la puerta. El chico estaba sudoroso, temblaba y medio encogido intentaba llevar aire a sus asfixiados pulmones.

  Algo malo ha pasado se dijo comenzando a asustarse.

  Blancanieves.

  El muchacho hizo unos signos preguntando presuroso al recién llegado mientras el señor Grimm observaba a los dos chicos intrigado.

  — Ties que veni de prisa a casa —logró decir Achim casi sin aliento.

  Temblaba de miedo, pensando en que las autoridades se les pudieran echar encima y les acusaran de la muerte de la muchacha pero sobre todo ahora frente a su compañero temía hablar en exceso y desatar la ira de Jacob.

  Como era de esperar ante sus urgentes palabras el joven le volvió a preguntar con signos que sucedía.

  Achim lanzaba nerviosas miradas al capataz y a su compañero alternativamente intentando idear una excusa pero su mente estaba demasiado bloqueada como para atinar con algo convincente.

  — Ties que ir a casa —le volvió a rogar incapaz de decir más.

  Se mordía la lengua para no contar lo sucedido.

  — Anda vete —le animó el señor Grimm.

  Jacob giró la cabeza y miró a su jefe buscando una confirmación.

  — Vete, vete —insistió el hombre— y espero que sea lo que sea lo que pase en vuestra casa no sea grave —les deseó.

  El muchacho le hizo un gesto en agradecimiento y salió disparado del despacho junto a Achim.

  Ambos recorrieron el sendero a paso veloz, Achim ya no tenía fuerzas para volver a correr.

  Jacob intento sacarle más información durante el trayecto pero el chico logró contenerse, el miedo y la fatiga le ayudaron bastante a frenar su lengua.

  ¿Qué pasará? ¿Por qué no me quiere decir nada? Señor, que no le haya pasado nada malo a Blancanieves rezaba una y otra vez Jacob mientras marchaban notando su pulso cada vez más acelerado.

  Cuando alcanzaron la casucha Achim se quedó rezagado permitiendo a Jacob pasar el primero por la puerta. Cuando descubriera a la joven sin vida prefería no estar a su alcance.

  El corazón de Jacob latió aun con más fuerza al ver a sus compañeros sentados en el suelo, formando una especie de corro y parecían estar volcados sobre algo. Cada vez más turbado, paseo la mirada por la cocina pero no veía a la joven por ningún lado.

  Se quedó inmóvil a unos pasos de ellos, como petrificado.

  Entonces distinguió al pequeño Wilhelm y observó que lloraba desconsolado.

  Mientras Achim corría en busca de Jacob y Christian huía en la desagradable compañía del insidioso buhonero el niño había despertado del letargo provocado por la manzana drogada encontrándose a su nueva amiga muerta.

  Los muchachos captaron su presencia y se volvieron con lentitud hacia él permitiendo que viera lo que antes no lograba distinguir. El cuerpo inmóvil de María Sophia.

  Las dilatadas pupilas de Jacob se fijaron en el pálido y aun maravillosamente hermoso rostro de la muchacha.

  Un horrendo y angustioso gruñido brotó de su garganta, cada célula de su cuerpo le pedía gritar pero aquel extraño sonido era lo más que podía producir su garganta careciendo de lengua.

  Se encogía como si un lacerante dolor le atravesara mientras el pequeño Wilhelm con chorretes corriendo por sus mejillas enrojecidas se lanzaba hacia él en busca de consuelo.

  — Ta muerta, Blancanieves ta muerta —sollozó abrazándose al pecho del chico.

  No, es imposible, totalmente inconcebible se dijo Jacob sin poder creer lo que veían sus ojos, tenía que ser alguna clase de espantosa pesadilla de la que quería despertar de inmediato.

  Pero no era un mal sueño y los demás mozalbetes se lo recordaron.

  Temiendo la posible reacción de su compañero se levantaron, sus rostros se veían compungidos, alejándose un poco del cuerpo y de Jacob mientras entre balbuceos intentaban explicarle lo sucedido.

  Como el viejo buhonero logró engatusar a Christian. Como había obtenido una manzana que se suponía drogaría a la chica para que se la pudiera llevar a sus padres y recibir la recompensa. Como, se apresuraron a asegurar, ellos se negaron a participar en el plan de Christian. Pero los cuatro muchachos bajaron la cabeza avergonzados cuando Jacob les lanzó una fulminante mirada, comprendiendo que para él eran tan culpables de lo sucedido como Christian pues no habían hecho nada por impedir aquel trágico suceso.

  Aun con la voz más baja por el temor y la culpabilidad siguieron contándole como por algún extraño motivo la chica en lugar de dormirse había muerto. Como Christian asustado había huido, no sabían a donde y como todos estaban aterrados ahora.

  — ¿Qué vamos a hace Jacob? —le pregunto Hans— Si las autoridades se enteran de esto nos ahorcaran —lloriqueo temiendo por sus vidas.

  Jacob seguía inmóvil a escasos pasos del cuerpo de la joven, sintiendo como si se estuviera haciendo pedazos por dentro pero incapaz de dar un paso más, sus pies parecían estar clavados al suelo.

  Wilhelm seguía aferrado a él mojándole la camisa como si, igual que Jacob estaba adherido a las tablas del suelo, el niño lo estuviera a él.

  Ha muerto por vuestra culpa y aun os atrevéis a pedirme ayuda pensó colérico. ¿Qué le importaba a él en aquel momento lo que pudiera pasarles a sus compañeros o a él mismo?

  Iracundo, sintiéndose incapaz de continuar en la misma estancia que los causantes de la muerte de su amor, les hizo enérgicos gestos entre gruñidos ordenándoles alejarse de él. No les quería ver delante y poco le importaba sus miedos. Quería que le dejaran a solas con la difunta muchacha.

  Los chiquillos confusos pero demasiado asustados como para replicar se fueron retirando en silencio al otro cuarto.

  Luego Jacob acaricio con cariño los revueltos cabellos de Wilhelm y le pidió que le diera la mano.

  Tal vez con la fuerza del pequ
eño lograra dar los pasos necesarios para llegar al cuerpo de aquella enferma y bella criatura que acababa de perder para siempre.

  Así juntos, se acercaron a Blancanieves.

  Se sentaron a su lado y cuando Jacob reunió el valor para acariciar su pálido rostro las lágrimas se liberaron, desbordándose por sus mejillas, corriendo como inagotables ríos.

  Aun está caliente. Parece como si solo durmiera se dijo sintiendo horribles punzadas en el alma.

  30

  Al cabo de un rato el pequeño Wilhelm se quedó dormido sobre el cuerpo de la muchacha pero Jacob permaneció velándola aquellas interminables horas hasta que llegara de nuevo la luz del sol.

  No dejaba de mirarla fijamente con los ojos empañados mientras acariciaba de vez en cuando su dulce rostro o tomaba sus diminutas manos con amorosa devoción, sufriendo por la inesperada perdida mientras rogaba una y otra vez por que despertara, aun sabiendo que eso era imposible.

  Al despuntar el alba, logrando recuperar un poco la serenidad, con el rostro demacrado y los ojos enrojecidos, comenzó a pensar en que podían hacer. En que debía hacer.

  Los demás muchachos, no pegaron ojo, como era de esperar, pasaron las horas encogidos en la otra habitación aguardando a que Jacob entrara y les dijera como podían salvarse.

  Pero al llegar el nuevo día y ver que el joven no aparecía acabaron por reunir el valor para regresar a la cocina.

  Asomaron las narices temerosos, encontrando a su compañero despierto junto al cuerpo de la chica.

  Al verles aparecer se levantó y les pidió que se acercaran. Se le veía muy cansado pero no parecía furioso así que obedecieron.

  El chico escribió una nota y se la entregó a Karl.

  — ¿Qué vas a hace? ¿Pa que vas a ir a la mina? ¿Qué hacemos con ella? —interrogo confuso.

  Jacob volvió a escribir detallándoles sus intenciones.

  En vida aceptó los deseos de Blancanieves, pero ahora que estaba muerta creía que sus padres tenían derecho a saber de su fallecimiento y al menos recuperar su cuerpo para poder enterrarlo. Tenían derecho a poder llorarla como él hacia ahora.

  Pensaba pedirle al señor Grimm un carro de los que se usaban para llevar la plata a los lugares de venta para poder transportar el cuerpo de la joven hasta el castillo de los von Erthal.

  — ¿Has perdió la chaveta? —le increpó Karl mirándolo estupefacto— Si la llevas al castillo creerán que tú la has matao, seguro —le hizo ver el chico y sus palabras provocaron una marea de pánico en los demás.

  — Y después vendrán a por nosotros —balbuceó Achim sintiendo ganas de echar a correr como había hecho Christian.

  Tengo que hacerlo y lo hare os guste o no. Lo que pase después ya me da igual.

  Jacob les insistió en gestos sus órdenes. Él, aun con el dolor de tener que separarse de su amada, iría a la mina a pedir la carreta. No se fiaba de que si mandaba a alguno de los chicos, no fueran a largarse y nunca llegaran a la mina.

  Por supuesto, tampoco le gustaba para nada la idea de dejarla allí con ellos. Seguía pensando en Blancanieves como si aun estuviera viva y sin poder evitarlo, temía que intentaran hacerla algún mal. Pero ¿que más podían hacerla ya, ahora que había perdido lo más importante? Su vida.

  Aun así, dejó al cargo a Wilhelm que ya había despertado. Indicándole que si intentaban algo que fuera a avisarle corriendo. También le animó a comer algo pues le veía débil aunque él salió de la cabaña sin seguir su propio consejo. No había probado bocado desde la mañana del día anterior pero ni lo notó, el dolor de su corazón era demasiado intenso como para percibir las necesidades de su humilde organismo.

  Cuando Jacob se presentó ante el señor Grimm este se quedó asustado por su mal semblante. De inmediato le preguntó qué pasaba, evidentemente algo había sucedido durante la noche que le había dejado en tan pésimo estado.

  El muchacho entre signos y esquivando su interrogatorio le rogó que le dejara llevarse uno de los carromatos. Ahora no tenía ánimos para desvelar lo sucedido a nadie, ni siquiera al capataz que era casi como un padre para él. Solo quería regresar con María Sophia lo antes posible.

  Viendo al chico tan retraído y con tanta urgencia, el señor Grimm acabó cediendo a sus deseos. Por supuesto que le dejaba uno de los carros, el chico nunca le pediría material de la mina si no era porque realmente le era muy necesario. Pero le intranquilizaba dejarle ir sin saber cuál era el problema que le acuciaba.

  — Ya sabes que si puedo ayudarte en lo que sea aquí me tienes, puedes confiar en mí, espero que lo sepas —le dijo el hombre apoyando una mano sobre el hombro de Jacob en actitud cariñosa en un último intento por hacerle abrirse a él.

  El joven respiró hondo y le agradeció su sincero apoyo esforzándose por contener las lágrimas pero volvió a negarse a contar nada más. Unos instantes después abandonaba el despacho del capataz.

  Subió a la primera carreta que encontró libre de carga y emprendió presuroso el regreso a casa.

  En seguida estaré contigo, Blancanieves.

  Al llegar a la vivienda Jacob bajó del pescante y corrió al interior, asaltado con mayor fuerza por el temor a que los chicos hubieran hecho algo a la jovencita, al tiempo que esperaba verla de pie aguardándole sonriente como si no hubiera pasado nada.

  Pero allí seguía tumbada en el suelo de la cocina, inmóvil y más blanca que el papel.

  Wilhelm estaba sentado a su lado tomándola de la mano mientras que los otros cuatro muchachos estaban sentados en torno a la mesa, con visible abatimiento. No se habían atrevido a volver a acercarse al cuerpo sin vida.

  Se levantaron como movidos por un resorte nada más verle aparecer.

  — ¿Sigues decidio a llevala al castillo? —saltó Achim.

  Jacob apenas les miró y ni se molesto en contestar.

  Hincó una rodilla en el suelo junto a ella y volvió a acariciar con cariño su rostro.

  Es increíble, su piel sigue estando cálida, como si la muerte la admirara tanto que quisiera mantener intacta su lozanía y frescura.

  — No me he separao de ella ni un momento —le informó Wilhelm en un susurro.

  El muchacho le dedicó una sonrisa apagada en agradecimiento.

  Lo sé.

  A continuación, la tomó en brazos con delicadeza y la llevó hasta el carro, donde la depósito con suavidad, colocándole bien los cabellos negros como el ébano que la ocultaban la cara.

  — No lo hagas —le rogó Ludwig tomándole de un brazo. Todos habían salido tras él— Enterrémosla en el bosque, nadie sabe que estaba en nuestra casa. Si ocultamos el cuerpo, nunca se sabrá —le propuso, había tenido tiempo de meditar el mejor modo de salir indemnes de aquel trance— Si se la llevas a sus padres te acusaran de su muerte y luego el ejército averiguara de nosotros y nos harán lo mismo —le hizo ver.

  Jacob apartó su brazo con brusquedad ignorándole, sintiendo como su sangre volvía a hervir ante semejante propuesta. Ocultarla como si nunca hubiera estado allí y ellos tan solo fueran unos vulgares criminales.

  Se volvió al pequeño Wilhelm y le pidió con signos que le trajera una de las mantas con las que se protegían por las noches.

  El niño corrió raudo a cumplir la orden mientras los demás entre bajas suplicas trataban de convencer a Jacob de que no se fuera pero era tan inútil como lo había sido intentar convencer a Christian de que no volviera a tratar de obtener una recompensa a cambio de la muchacha.

  — ¿Y cómo piensas llega al castillo de esos ricachones? Tú como nosotros no conoces el camino —le hizo ver de nuevo Ludwig a la desesperada— acabaras topándote con el ejército o con cualquiera que te vea con una muerta y te capturaran sin más.

  El chiquillo apareció entonces con la manta requerida. Jacob la tomó y la echó con cuidado sobre Blancanieves.

  Sí se cómo llegar al castillo pensó el chico pero una vez más ignoro a los que siempre considero su familia y le habían traicionado por tercera vez. Y cuyo final era más trágico de lo que pudiera resistir.

  El muchacho acompañ
aba en ocasiones al señor Grimm en los viajes para tratar los negocios de la mina, el hombre quería instruir a Jacob en todas las facetas del negocio, incluido tratar con los clientes y habían visitado la ciudad donde se situaba el castillo de los von Erthal. Nunca había estado en su interior pero lo recordaba perfectamente, era una construcción difícil de olvidar.

  Nunca imaginó que acabaría entrando a ese castillo por motivos tan trágicos.

  Se despidió con cariño de Wilhelm y subió al carro sin siquiera mirar al resto de sus compañeros.

  Arreó al caballo dejándoles allí, angustiados y seguros de que en unas horas el ejercito vendría a por ellos.

  Los chiquillos miraron a su compañero alejarse en el carromato hasta convertirse en una mancha difusa entre los árboles.

  31

  Jacob avanzaba por el camino apenas fijándose en el sendero, con la cabeza gacha y enjugándose de vez en cuando las lágrimas que incesantes corrían por su macilento rostro. Sabía que pasarían bastantes horas hasta llegar al castillo de los padres de Blancanieves.

  Aquella mañana, la primera en muchísimo tiempo que a esas horas no se hallaba en el despacho del capataz o en los túneles de la mina, hacia un sol espléndido y el boscoso paraje se veía exuberante. Realmente bello. Sin embargo, él no tenía ánimos para disfrutar del idílico panorama tan solo podía pensar en ella y en que la había perdido para siempre.

  Gracias a aquella muchacha conoció el más noble sentimiento, el amor. Alguien como él, sencillo, trabajador y con un penoso pasado a sus espaldas jamás soñó con enamorarse o poder casarse en el futuro. La vida le había enseñado durante aquellos duros años que si quería algo debía perseguirlo con uñas y dientes y entregarse al máximo. Lo cual conllevaba renunciar a otras cosas.

  Y luego, inesperadamente una desconcertante intrusa, perdida en su propia mente había aparecido en su vida trastocándolo todo. Estar con ella no había sido fácil y sabía que si siguiera viva el camino junto a ella, cuidándola e intentando que sanara de la extraña enfermedad que la aquejaba sería turbulento y requeriría unas tremendas dosis de paciencia pero daría lo que fuera por volver a tenerla junto a él.

 

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