Book Read Free

Sangre en la nieve

Page 23

by Maria Parra


  — Y ya me imagino como la taras dejando —rió Ludwig recordando el aspecto que tenía antaño su casa en comparación con el que presentaba ahora que casi brillaba de tan limpia que estaba.

  Aliviados por la noticia los chicos se despidieron marchando a cenar y descansar a su hogar.

  La pareja regresó a su trabajo hasta el anochecer.

  Concluyo el primer día de trabajo para Blancanieves sin que nadie descubriera que en realidad era una chica y sin que ella sufriera ningún tipo de ataque por sus miedos.

  Regresaron a la cabaña cogidos ya de la mano, ahora que nadie les veía, a semejantes horas no había un alma por aquella zona, tan solo los animalillos a los que poco les podía importar si dos chicos se tomaban de la mano.

  Cuando ya llevaban un rato caminando en silencio Jacob se paró en el camino, deteniéndola también a ella.

  — ¿Qué pasa? —se volvió la muchacha extrañada, sintiéndose intranquila.

  Entre el espacio abierto y la oscuridad sus nervios estaban a flor de piel. Así pues, deseaba llegar a la vivienda lo antes posible.

  Pero entonces Jacob, ruborizándose un poco se acerco a Blancanieves y la besó en los labios con candor. Un instante después, el rubor sonrosaba las mejillas de ella. El silencioso muchacho se sentía tan feliz, cada momento con ella era inigualable. Había pasado todo el día deseando besarla y ahora nadie se lo impedía.

  Al cabo de unos momentos se apartó y la sonrió con suma dulzura.

  Estoy tan orgulloso de ti.

  Ella le correspondió con otra sonrisa, una sonrisa natural y espontanea, no como las sonrisas de las educadas señoritas de alcurnia.

  Al poco, retomaban su caminar.

  Cuando llegaron a la cabaña una oleada de alivio inundó a Blancanieves. De nuevo, estaban en su modesto y destartalado refugio.

  Los demás chiquillos seguían despiertos, aguardando por ellos.

  Wilhelm arrastró a la chica en cuanto la vio ofreciéndola su cena y llevándola al rincón donde siempre se sentaba para poder parlotear contándola cuanto había hecho durante el día. Le gustaba mucho aquella costumbre y aunque ahora su amiga fuera un chico y trabajara en la mina con ellos no pensaba renunciar a su rato de charla.

  Sin embargo, en esta ocasión cuando el chiquillo terminó el relato de sus actividades ella comenzó a contarle las suyas. Al principio con cierta timidez por si aburría al niño pero al ver que él la escuchaba con tanta paciencia como ella le había demostrado, se fue animando y acabó detallando con soltura sus pequeñas acciones y expresando sus opiniones sin pudor.

  Jacob reía alborozado cuando Blancanieves les tachaba a él y al capataz de puercos que vivían rodeados de papeles polvorientos.

  Por primera vez la veía realmente relajada.

  Este cambio la va a sentar de maravilla, pensó el muchacho.

  Y no se equivocaba.

  34

  Cada día la joven fue tomando mayor seguridad en sí misma. Le angustiaba menos el trayecto hasta la mina aunque seguía disfrutando de ir de la mano de Jacob.

  Le agradaba estar en el pequeño despacho del capataz, ahora mucho más ordenado y limpio, y al poco tiempo se sentía en sus dominios y de lo más a gusto. El señor Grimm se había acostumbrado a ella y apenas le dedicaba dos miradas al día lo que la daba más confianza con el tema de que alguien descubriera su autentica identidad.

  Un par de semanas después Jacob viéndola tan bien, la animó a acompañarle por la mina, en su ronda para revisar materiales y las actividades de algunas de las cuadrillas. De vez en cuando, esas tareas más propias del encargado, el hombre las depositaba sobre los hombros de su ayudante.

  El muchacho pensó que así ella iría acostumbrándose a estar con más gente y adquirir confianza en sí misma.

  Blancanieves se sintió incomoda, como si todos la observaran y volvió a tener miedo a ser descubierta pero nadie la miraba gran cosa, la mayoría de los mineros estaban demasiado atareados como para fijarse en jovencitos.

  A pesar de sus temores aguanto la prueba gracias a estar junto Jacob, hubiera querido tomarle de la mano pero sabía que no debía, hasta que llegó el momento en que el muchacho la condujo a la entrada principal de la mina para descender a los túneles.

  Entonces aterrada ante aquel gran agujero, oscuro como boca de lobo, se quedó petrificada, notando como le faltaba el aire.

  Jacob viendo su pánico intento animarla, recordándola que él estaba a su lado.

  — No puedo —murmuro ella, amedrentada.

  El chico no quería forzarla, ya había hecho bastante por aquel día. Así pues la llevó junto al grupo de niños pequeños que se ocupaban de las tareas más ligeras como limpiar y ordenar las herramientas, rellenar las lámparas con aceite, alimentar a los caballos de los carros o hacer diversos recados, y la dejó con Wilhelm. Él debía descender a los túneles y tardaría un buen rato en volver a la superficie pero prefería no dejarla sola.

  El niño se quedó encantado de poder ver a su amiga y disfrutar de ella durante un rato.

  Volveré enseguida le dijo Jacob con los ojos mientras se despedía con la mano.

  Tras aquel día el chico intento en varias ocasiones animarla a bajar a la mina con él pero Blancanieves siguió mostrándose reacia y puesto que nunca trabajaría como minera Jacob lo fue dejando para más adelante.

  Como el capataz ya aceptaba sin problemas a Philipp, su pupilo le pidió que le diera unas lecciones para que pudiera ayudarle con los papeles.

  El hombre, estando de acuerdo comenzó a instruir a María Sophia.

  Aquellas semanas fueron duras para ella. Se esforzaba todo cuanto podía pero no estaba acostumbrada al estudio y aquellos símbolos le resultaban realmente complejos.

  A pesar de sus dolores de cabeza al cabo de cinco o seis lecciones logró retener lo suficiente como para que ya fuera Jacob quien la siguiera enseñando. De lo cual se alegró el señor Grimm, pues aunque reconocía que aquel chico pálido y tan callado era trabajador, ahora le parecía algo duro de mollera y él no tenía mucha paciencia con los alumnos lentos.

  Desde entonces, al regresar por las noches a la cabaña Jacob, tan paciente como siempre se ponía un rato con ella para que fuera mejorando en la lectura y escritura.

  Para la jovencita resultó un alivio pues junto a él sintiéndose relajada podía aprender mejor. Y acabó descubriendo que le gustaba aquello de leer y escribir. Así podría entender aquellos grandes volúmenes con estampas, tomados de la biblioteca del señor Grimm que Jacob le solía enseñar.

  Así pues todo iba perfectamente, los chiquillos habían recuperado la tranquilidad y hasta comenzaban a relacionarse con Blancanieves ahora que cada vez parecía menos una chica rara. Además su aspecto de muchacho les estaba haciendo olvidarse de que realmente era una fémina, tanto, que siempre la llamaban Philipp.

  Jacob y ella pasaban la mayor parte de la jornada laboral en el despacho.

  A veces, cuando el señor Grimm salía a revisar las minas o atender otros muchos asuntos el chico se tomaba la libertad de cogerse un pequeño descanso y aprovechaba a besarla.

  Un día, en uno de esos cariñosos momentos, apareció de improviso el capataz. Jacob no esperaba su regreso hasta dentro de unas horas.

  La pareja se separó de inmediato, rojos como la grana y asustados clavaron la vista en el suelo sin saber qué hacer. Si Jacob hubiera podido hablar hubiera intentado explicarse, pero en sus circunstancias lo mejor sería esperar a ver qué hacia su mentor.

  El capataz se quedó tan sorprendido como ellos al verles y tan mudo como los jóvenes.

  Enrojeció levemente, carraspeo incomodo y tras recobrar la compostura, desviando la mirada, se fue hasta su mesa poniéndose a trabajar como si no hubiera visto nada.

  Los chicos intercambiaron miradas de desconcierto, sin saber cómo actuar.

  Ambos se creían descubiertos y no entendían como era que el hombre no les pedía una explicación o directamente les echaba de la mina.

  Jacob, al fin, reacciono y pensó que lo mejor sería volver a su tarea y aguardar a ver q
ué pasaba. Era más que evidente que les había visto pero por algún motivo parecía ignorar lo que acababa de pasar.

  Los dos jóvenes se mantuvieron tensos durante bastante tiempo pero pasadas unas horas viendo como seguía sin suceder nada malo pues se fueron tranquilizando.

  Cuando llegó el momento de ir a despedir a sus compañeros, al final de la jornada de la mayoría de los mineros el señor Grimm llamó al muchacho.

  —Jacob, espera un momento —le pidió levantando la vista del libro de cuentas— Philipp, tú puedes salir, ahora ira él —dijo.

  El chico sintió que un sudor frío le empapaba las sienes al escuchar el llamado de su mentor.

  Blancanieves le lanzó una mirada preocupada pero este le indicó con un gesto que obedeciera.

  Ella nerviosa, salió de la caseta a reunirse con los demás chiquillos. Y en cuanto les vio corrió a contarles en baja voz lo sucedido.

  Entre tanto, Jacob respirando profundamente se volvía hacia el señor Grimm.

  Ahora sí que me va a pedir explicaciones y nos veremos metidos en un problema y todo por mi culpa, se dijo.

  —Acércate —le rogó el hombre, serio, dejando un momento su trabajo.

  El chico obedeció y se acerco unos pasos quedándose tieso ante el escritorio del encargado.

  Este carraspeo antes de volver a hablar. Se le veía de nuevo incomodo.

  — Yo no quiero meterme en lo que no me llaman —comenzó— y por supuesto lo que hagas con tu vida es solo cosa tuya —siguió con seriedad, volviendo a carraspear— pero te tengo mucho aprecio y si me permites me gustaría darte un consejo —le dijo mirándole en busca de un gesto que le indicara si podía seguir hablando o si el chico prefería que se callara.

  Jacob cabeceo aceptando el consejo que fuera a darle aunque se encontraba desconcertado, no sabía hacia donde iba el discurso de su mentor.

  — Os sugeriría que en adelante fuerais más discretos —le señaló el señor Grimm bajando la voz— me temo que hay personas que no son especialmente comprensivas con la… gente diferente —comentó haciendo una pausa antes de proseguir— podría veros alguno de los mineros y encontraros con serios problemas —le advirtió.

  Jacob, atónito comprendió al fin.

  Su mentor no había descubierto que Philipp en realidad era una chica simplemente había visto a dos chicos besándose y ahora intentaba proteger a su pupilo de posibles dificultades por su particular gusto en los asuntos del corazón.

  El muchacho aun sorprendido pero notablemente aliviado le indicó con signos que de ahora en adelante serían muy discretos y nadie volvería a verles en semejante situación.

  — Bien, pues ya puedes salir con tú… amigo —le dijo el señor Grimm dando un tono especial a la última palabra.

  Jacob salió disparado de la caseta.

  Fuera se topó con Blancanieves y los demás chiquillos que ya puestos al día esperan saber lo sucedido.

  — ¿El capata la ha descubieto? —interrogo en un susurro Karl, siendo el primero en preguntar lo que todos querían saber.

  El chico negó respirando aliviado y comenzando a sonreír al darse cuenta de que en el fondo la situación era hasta cómica. Al creer a Blancanieves un chico ahora su mentor pensaba que a su pupilo le gustaban los muchachos en lugar de las doncellas.

  Todos le miraron desconcertado.

  — ¿A que esa sonrisa de bobo? —quisieron saber los demás, confundidos.

  Jacob les hizo unos gestos indicando que no era nada importante, todo estaba bien y podían irse a casa tranquilos.

  No era ni el momento ni el lugar de explicarles la idea equivocada que se había formado el señor Grimm ante lo que había presenciado sin querer.

  Así, los chiquillos, aun llenos de extrañeza emprendieron el camino a la cabaña.

  Mientras, Philipp y Jacob regresaron al interior del despacho.

  Antes de entrar él le lanzó una mirada tranquilizadora y sonrió nuevamente. Más tarde, ya le contaría a ella también lo que el señor Grimm le había dicho.

  Blancanieves se sintió mejor ante aquella sonrisa y volvió al trabajo junto a él.

  Cuando la pareja termino con su jornada laboral e iban de camino a la cabaña cogidos de la mano, María Sophia le interrogó sobre lo que quiera que le hubiera dicho el capataz cuando le llamó a parte, pero Jacob entre pícaras sonrisas se negó a decírselo. Ahora la joven ya entendía lo suficiente las letras como para poder comunicarse con ella a través de las notas manuscritas. Sin embargo, el muchacho prefería aguardar a que ya estuvieran en casa y poder contárselo a todos a la vez.

  Quería ver sus caras de sorpresa.

  Y anonadados se quedaron todos cuando por escrito les detalló la conversación que les tenía a todos tan intrigados y les explicó la idea que se había hecho el señor Grimm.

  Algunos como el pequeño Wilhelm o Blancanieves no entendieron nada, otros se sintieron algo incómodos ante la idea de dos chicos besándose y a los demás les hizo tanta gracia como a Jacob.

  35

  Blancanieves, o Philipp como ya la llamaba todo el mundo se fue acostumbrando a aquello de trabajar, salir al exterior y estar con más gente. Le seguía costando pero cada día un poquito menos y siempre tenía cerca a Jacob para infundirla coraje.

  Le produjo una sorprendente ilusión cobrar su primera paga. Era una insignificancia, como solo hacia funciones de ayudante en la superficie su sueldo era equiparable al de los niños pequeños. Un minero de verdad, que bajaba a los túneles a picar cobraba el triple, aunque aun así la cantidad diera para vivir malamente.

  Las joyas que tenía en el castillo de su familia, o sus vestidos o cualquier otra de sus pertenencias que allí seguían aguardándola valían mil veces lo que recibía como salario. Sin embargo, era la primera vez que alguien la recompensaba por su esfuerzo, claro que también era la primera vez que se esforzaba en algo.

  Su diminuto sueldo se unió al de todos los demás chiquillos y quedó guardado con el resto de los ahorros. Jacob seguía decidido a reunir la cantidad suficiente para que el grupo se trasladara a un lugar mejor y ahora estaba más decidido que nunca y más convencido de que no tardarían ya mucho en conseguirlo, tal vez un año o dos.

  Quería poder darle una mejor vida a la muchacha y poder casarse con ella, aunque aun no había tenido el valor de confesarle sus intenciones.

  Si bien, su mejoría era asombrosa y ya casi no se notaban aquellas manías que tanto la habían apartado de la realidad y de una vida normal, Blancanieves en secreto, seguía aferraba a algunas cosas.

  Ya no pensaba de constante en su madre perdida, ni en su príncipe adorado que iría a rescatarla para llevarla a su castillo de cuento de hadas donde reinarían juntos.

  Pero no se había desprendido del pequeño retrato, el cual continuaba oculto, colgado de su cuello bajo su camisa de chico. Y algunas veces por las noches se despertaba y lo contemplaba admirando de nuevo el perfecto rostro del príncipe niño.

  Uno de los temores que seguía sin conseguir superar era el de internarse en la oscuridad de la mina. El señor Grimm quería que Philipp fuera ocupándose de hacer recados por la mina y así Jacob podría dedicarse a asuntos más importantes pero ella continuaba quedándose paralizada cuando el chico intentaba que le acompañara.

  Sucedió que un día, plantados ante la boca de la mina cuando Jacob ya iba a conducirla junto a los niños pequeños para que le aguardara, viéndola palidecer y comenzar a temblar, ella se armó de coraje.

  — No, espera —le dijo deteniéndole— Voy abajo contigo —resolvió tragando saliva e intentando ser valiente.

  Jacob sonrió henchido de orgullo y conteniendo a duras penas las ganas de abrazarla y besarla. Ni siquiera podía tomarla de la mano así pues le pasó el brazo por los hombros, era un gesto bastante masculino que no levantaría sospechas entre los mineros y al menos podría darla un poquito de apoyo.

  Blancanieves le agradeció el gesto con otra sonrisa, aunque la suya era bastante insegura y se internaron lentamente en aquella negrura iluminados tan solo por el modesto brillo del candil
que Jacob sostenía.

  A lo largo de su viaje por las tétricas entrañas de aquella montaña la joven vio por primera vez el trabajo extremadamente duro que realizaban aquellos hombres. Visitaron varias galerías y diversas cuadrillas de mineros, incluidas algunas entre cuyos componentes estaba alguno de los chiquillos de mayor edad.

  Se quedó admirada al ver la intensidad con que laboraban Karl o Ludwig, arrancando a la montaña cada pequeña piedra y cada fragmento de plata a base de sudor y sangre.

  El recorrido se alargo sobre un par de horas pues Jacob debía examinar estructuras y recibir los informes de los jefes de las cuadrillas sobre los avances, situación o necesidades para hacer su labor bien, pero a ella le pareció que hubieran estado todo el día allí dentro.

  Pasó mucho miedo, a pesar del ánimo que le prodigaba el muchacho, un terror tan solo superado por el que sintió cuando era perseguida por el bosque por el sirviente malvado.

  En algunos momentos, mientras se aguantaba las ganas de llorar y gritar buscaba el apoyo del idílico príncipe, de aquella miniatura colgada al cuello que palpaba con la mano sacándola de su escondite debajo de la camisa.

  Cuando al fin regresaron arriba, María Sophia cubriéndose los ojos con la mano a modo de visera pues de pronto la claridad del exterior la hería las pupilas, suspiró profundamente aliviada notando como su corazón regresaba al natural ritmo acompasado.

  Jacob la zarandeo un poco, sonriéndola.

  ¿Ves como lo has conseguido?

  — Lo he hecho —susurró ella, una vez más, asombrada de lo que acababa de lograr.

  Iban ya a regresar al despacho del capataz cuando la chica se llevó la mano al cuello. Palideció al notar que le faltaba algo.

  — Mi príncipe —balbuceó apenada.

 

‹ Prev