Sangre en la nieve
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— ¿Quiénes sois? —interrogó la Condesa dejando a un lado su labor. Ella también parecía agotada y envejecida— ¿Qué te pasa querido esposo?
— ¿Mi niña? —balbuceó entonces el hombre, con voz trémula sin dejar de mirarla.
A pesar de su aspecto tan diferente, el corazón que latía con fuerza en su cansado pecho como si quisiera escapar de su cuerpo, le decía la verdad.
La jovencita soltando la mano de Jacob se lanzó a los brazos de su padre.
Todas las preguntas y recriminaciones que esperaba hacerle murieron antes siquiera de ser pronunciadas.
Los dos se fundieron en un cálido abrazo.
— Blancanieves, estás viva —sollozaba pletórico de dicha el condestable.
— ¿Blancanieves? —repitió la Condesa levantándose y sintiéndose a punto de desfallecer, no podía ser verdad que tal milagro se obrara.
— Sí, soy yo —afirmó la chica dejando correr las lágrimas sin vergüenza.
La mujer tan dichosa como su esposo por recuperarla se unió al abrazo.
Jacob, desde un rincón admiraba la escena, emocionado.
En cuanto el condestable fue capaz de recuperar medianamente la voz tras semejante sorpresa comenzaron las múltiples disculpas. A las que se unieron las de la madrastra de María Sophia.
Ambos habían vivido aquellos meses torturados por la culpa. Nunca habían pretendido hacerla mal alguno, todo lo contrario, solo querían verla recuperada de su extraña enfermedad.
La jovencita perdono a su familia de todo corazón. Ahora comprendía que lo sucedido había sido obra del destino y que a pesar del miedo pasado al final todo había sido para bien, pues ahora ya estaba recuperada y gracias a quien había hallado en aquel tortuoso camino.
Los cuatro pasaron juntos, hablando hasta bien entrada la madrugada, para al fin irse todos a dormir sintiendo que vivían un maravilloso sueño del que no deseaban despertar.
38
A la mañana siguiente, el padre de María Sophia, ya más repuesto de la emoción del reencuentro y con un aspecto mucho más saludable pidió a Jacob hablar con él aparte.
El chico le acompaño gustoso a dar un paseo por los exuberantes jardines que rodeaban el castillo mientras Blancanieves y la Condesa seguían dormidas, pensando que aquel momento sería el ideal para entregarle la misiva que le había tenido en vela aquella noche en la cual le pedía permiso para casarse con su hija.
Jacob, extremadamente nervioso y con las manos empapadas en sudor, iba a sacar el papel de uno de sus bolsillos y entregárselo al hombre cuando este comenzó a hablar. Considero pues que sería más educado aguardar a que le dijera cuanto tuviera que comunicarle y luego ya darle su mensaje.
— Te agradezco muchísimo lo que has hecho por nuestra hija —le aseguró el condestable.
Jacob movió la cabeza en un gesto desenfadado.
Todo lo que he hecho por ella ha sido de corazón.
— No quiero ni pensar lo que hubiera sido de nuestra hijita si no se llega a tropezar con un joven tan honesto como tú —continúo el condestable con la mirada perdida en el horizonte— Y quisiera recompensarte por todo lo que has hecho —le dijo después volviéndose hacia el chico.
A continuación tomó una pequeña bolsa de su cinto y se la ofreció.
— Se que te debemos mucho más pero permite que te de una pequeña muestra de nuestro agradecimiento.
Jacob miró el saquillo pasmado y luego al hombre.
Sin pensárselo dos veces, empujó la bolsa hacia su propietario negándose a aceptar un pago por lo que había hecho por decencia y amor.
— Por favor, tómala —insistió el condestable imaginando que el joven intentaba mostrarse algo ofendido para no parecer un interesado pero que a la segunda aceptaría la bolsa con las monedas.
Y así lo hizo Jacob pero solo para arrojarla al suelo.
Le lanzó una mirada ofendida para luego entregarle la carta con la petición de mano.
El hombre sorprendido tanto por rechazar la recompensa como por la misiva se puso a leer algo turbado, esperando hallar en aquellas líneas una aclaración.
Y la obtuvo al igual que su turbación fue en aumento según avanzaba la lectura.
El condestable palideció.
Al terminar le devolvió la carta a su propietario.
— Yo… —titubeo— Sin duda eres un gran muchacho —comenzó inseguro de cómo reaccionaría el chico ante sus próximas palabras— y jamás olvidaremos lo que has hecho pero… como comprenderás no puedo concederte la mano de mi querida hija —le indicó— Tu posición…
Jacob apretando los puños, no estaba dispuesto a escuchar más, se volvió dándole la espalda y dejándole allí plantado.
El hombre lo dejaba más que claro, no le consideraba bueno para su hija porque era pobre y todo lo demás que soltara por aquella noble y educada boca solo sería falsa palabrería.
Pero por supuesto, eso no quería decir que se rindiera, que pensara renunciar a casarse con la muchacha que sabía de sobra que le correspondía.
Así pues, se fue directo al cuarto de la joven.
Despertó a Blancanieves y le explicó lo sucedido. Tal vez no era el modo más romántico de comunicarla que deseaba casarse con ella pero estaba tan indignado que no se dio cuenta de aquel detalle.
Ella se sintió henchida de alegría ante su petición de mano, aunque fuera proclamada de tan abrupta manera, al tiempo que aun más irritada que él por el censurable comportamiento demostrado por su padre.
— Por supuesto que nos casaremos —aceptó María Sophia, sonriendo con alborozo, ruborizándose un poco.
Si sus padres no lo aprobaban se volvían a la destartalada cabaña con los demás y listo. Por ningún motivo se separaría de Jacob, eso lo tenía muy claro.
Sin molestarse en cambiarse de ropa, la muchacha de la mano de Jacob fue en busca del matrimonio para reclamarles.
Así, en camisón apareció ante ellos, el condestable ya había informado a su esposa de lo sucedido en el jardín.
La chica indignada y sorprendiendo hasta a Jacob pues nunca la había visto con tanta determinación, discutió largamente con sus padres, asegurando que o le aceptaban y simplemente se iría y no volverían a verla más.
El matrimonio intentó con palabras amables disuadirla, hacerla ver su punto de vista, asegurando que las diferencias sociales podían acabar por hacerles muy infelices.
Pero ella se mantenía firme, ignorando todos sus manidos argumentos y al final los esposos viendo que realmente podían perder a la hija que acababan de recuperar tuvieron la inteligencia de rectificar y aceptar sus deseos, a pesar de que no les pareciera una decisión correcta.
Epílogo
La pareja se instaló en el castillo de los von Erthal, estos le rogaron a su hija que hiciera lo que hiciera no volviera a privarles de su compañía pues no lo soportarían.
Por su parte, los chicos no estaban dispuestos a separarse de los demás chiquillos, de modo que la singular familia se mudó al completo al suntuoso castillo.
Así, los von Erthal hubieron de recibir a un puñado de muchachos como nuevos miembros de la familia.
Blancanieves y Jacob contrajeron nupcias al poco, a cuya ceremonia fueron invitados el señor Grimm y todos los mineros.
La celebración fue asombrosamente modesta para ser la boda de una joven de alcurnia y muy variopinta con tan sencillos invitados entremezclados con una de las mejores familias del reino. Más fue muy alegre y llena de dicha.
Los von Erthal pronto descubrieron la nobleza de los chiquillos.
Jacob, como siempre quiso, se convirtió en administrador, ocupándose de gestionar las propiedades de los von Erthal y convenció al condestable para invertir en la mina administrada por su antiguo mentor. Así Jacob y Blancanieves podrían influir en las condiciones de trabajo de los mineros y ayudarles a mejorar.
Y precisamente a ello se dedicó la muchacha el resto de su larga vida, a ayudar a los necesitados del reino de Lorh, a mejorar las vidas de la gente sencilla y en especial a cuidar a los mineros que tan
duramente trabajaban en las entrañas de las montañas del Spessart.
Ludwig se convirtió con el tiempo en secretario del condestable, acompañándole en sus largos viajes. El chico, tan espabilado como era disfrutaba de aquellas pequeñas intrigas en que todos querían engañar al contrario.
Karl se dedico a ayudar a Jacob en sus funciones de administrador, centrándose sobre todo en los asuntos referentes a la mina mas raramente volvió a pisar un túnel, de lo cual estaba muy agradecido.
Hans eligió dedicarse a los animales y acabó llevando las cuadras de la familia. Además de acompañar a Blancanieves cuando viajaba por el reino.
El pequeño Wilhelm fue creciendo hasta convertirse en el más noble de los jóvenes y se entregó a seguir los pasos de la que para él era su verdadera madre.
De Christian no volvieron a saber nada. Jacob, Karl y Ludwig hicieron investigaciones durante muchos años pero nunca lograron dar con él ni en su reino ni en otros.
Solo pudieron desear en sus corazones que su perdido compañero estuviera bien y hubiera encontrado la paz y felicidad de la que ellos disfrutaban.
Blancanieves y Jacob fueron inseparables durante el resto de sus vidas y todos aquellos que les conocieron estuvieron seguros de que tras partir del mundo terrenal seguirían juntos, cogidos de la mano paseando sonrientes por los algodonados campos del cielo resplandeciendo por la luz divina.
Fin