Lord Tyger
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LORD TYGER
Philip Joseph Farmer
La serpiente que violó una aldea
—Mi madre es una mona. Mi padre es Dios.
Ras Tyger estaba sentado en una rama, la espalda pegada al tronco. Su único atuendo era un cinturón hecho con piel de leopardo del que colgaba una vaina fabricada con el cuero de un cocodrilo, vaina de la que asomaba el mango de marfil de un gran cuchillo. En su mano izquierda sostenía una flauta de madera.
—Soy el único hombre blanco del mundo. Vengo de la Tierra de los Fantasmas.
Cantaba en el lenguaje de los wantso. Mientras cantaba no paraba de mover la cabeza para ver si alguien intentaba acercarse a el sin que se diera cuenta. El árbol se encontraba a unos cinco metros de la orilla del río, y solo otros dos árboles lo separaban de la aldea.
Podía verlo todo: la aldea, los campos que se extendían hacia el este y la islita, separada de la península por un angosto canal.
Mientras cantaba, sonreía. El pánico que dominaba a los wantso era su propia música, recibida y devuelta a sus oídos.
—Oh, bellezas de piel morena, os amo. Os amo igual que ama el relámpago a su gran árbol, el pez a su agua y la serpiente a su agujero en el suelo. Y a quien mas amo es a ti, Wilida, porque eres la mas hermosa y porque no puedo alcanzarte.
»Yo soy Lord Tyger, hermoso y feroz, bello como el leopardo, salvaje como el leopardo, Tyger, Tyger, de la Tierra de los Fantasmas, el fantasma que tiene entre los muslos la gran, gran serpiente y las grandes colmenas de donde brota la miel.
»Oh, bellezas de piel morena, os amo, os amo como la piedra a su caída, el águila a su viento y la civeta a su huevo.
»Y a quien mas amo es a ti, Wilida, porque eres la mas hermosa y porque no puedo alcanzarte.
Dejó de cantar y empezó a hacer sonar su flauta, tocando la música que un hombre de los wantso toca en la noche de bodas para su esposa mientras ella está aguardando en su prisión de la islita. El sonido de la flauta era potente y agudo.
El río fluía hacia el este e iniciaba una gran curva al sur, allí donde se alzaba la aldea. Seguía corriendo hacia el sur durante casi un kilometro y medio y después volvía repentinamente hacia el este.
Durante un kilometro más seguía en línea recta hacia el este, torcía hacia el norte y luego se desviaba nuevamente hacia el sur. Allí donde se desviaba era posible que un hombre corriese hacia el norte desde esa parte del río y cruzara el brazo de tierra para llegar nuevamente al río en apenas un minuto, y en ese sitio era donde los wantso habían construido una muralla de troncos con las puntas aguzadas que tenia casi cuatro metros de alto para defender la península.
Al oeste de la muralla se encontraban los campos donde las mujeres cultivaban el ñame, el sorgo, el mijo, la cebada y la col, así como los pequeños plátanos de la espesura. Entre los campos y la orilla del río se encontraba la aldea, circundada por una doble hilera de estacas hechas con troncos de árboles y afiladas en la punta. Las estacas estaban coronadas de espinas.
Dentro de las murallas había catorce edificios. La Gran Casa, la casa del consejo comunal, la casa sagrada y la casa del jefe ocupaban el centro exacto del circulo formado por la doble empalizada. La Gran Casa era redonda y tenia un diámetro de aproximadamente veinte metros. La armazón básica estaba hecha de bambú. El techo, un triple cono, estaba cubierto con hierba y hojas de taro. Gruesos troncos la sostenían a un metro veinte centímetros por encima del suelo. Solo tenia una entrada, grande y espaciosa, y ante ella había colocada una escalera hecha con bambú que podía quitarse fácilmente.
Alrededor de la Gran Casa había ocho cabañas formando círculo, y después había cuatro más que formaban otro círculo. Todas eran pequeñas y redondas, y cada una tenia el techo cónico y estaba sostenida por un tocón que la elevaba unos noventa centímetros por encima del suelo.
La cabaña que hacía el número catorce rompía la simetría. Se encontraba cerca de la puerta norte de las empalizadas. Era la casa del que hablaba con los espíritus. La punta del techo se encontraba a sólo unos ochenta centímetros por debajo de la gruesa rama que cruzaba por encima de la pared y que nacía en el inmenso árbol casi pegado a ella. Algunas veces los leopardos utilizaban esa rama para dejarse caer sobre sus presas, y Ras la había usado varias veces
Ras pensaba que era una estupidez construir una muralla y dejar luego la rama para que les sirviera de puente a los invasores. De niño le había preguntado a sus compañeros de juego por qué nadie había cortado la rama y los niños le contestaron diciendo que el árbol era sagrado. Dentro de él habitaba un espíritu muy poderoso.
Shabagu, el gran jefe que había llevado a los wantso a este mundo, moraba en su interior.
Cuando uno de los wantso moría y había sido llorado durante el tiempo suficiente dentro de la Gran Casa, el cadáver era llevado a la casa del que hablaba con los espíritus. Allí, en cuanto terminaba la ceremonia de la liberación, Shabagu cogía por el pelo al fantasma del muerto y se lo llevaba al árbol. Los compañeros de juego de Ras no se habían mostrado demasiado precisos sobre lo que ocurría después de aquello.
Sin embargo, esto explicaba por qué los wantso se dejaban tan largo el cabello, y por qué lo cubrían luego con manteca de cabra mezclada con barro rojo hasta formar un puntiagudo doble cono.
Cuando se llevaba al fantasma desde su refugio del árbol, Shabagu tenia un buen sitio de donde sujetarle.
Eso era algo que interesaba bastante a Ras. Había pasado seis noches en una rama del árbol sagrado, cada una de ellas coincidiendo con la muerte de un wantso. En una ocasión creyó ver a Shabagu moviéndose rápidamente por la rama para desempeñar su misión.
Ras se había asustado tanto que estuvo a punto de caerse del árbol. Pero el fantasma de Shabagu no era más que su imaginación añadida a su deseo de verlo, el engaño de la luz lunar y el movimiento de las hojas.
Ahora estaba tocando su flauta y temblaba de placer al observar el pánico de la aldea. Los hombres entraban corriendo en sus casas para coger su tocado de guerra, sus lanzas, arcos, flechas y mazas.
Las mujeres de los campos habían dejado caer sus azadas, tomando en brazos a los bebés y reuniendo a los más mayores e instándoles a que fueran tan deprisa como les resultara posible.
Las gallinas de plumaje rojinegro y larga cola estaban aumentando todavía más el jaleo, igual que hacían las cabras azules y blancas de fuertes cuernos y los cerdos de color naranja. Las gallinas no paraban de chillar y correr de un lado para otro. Las cabras lanzaban balidos y trataban de esquivar a los hombres y mujeres. Los cerdos gruñían y protestaban. Los hombres gritaban; las mujeres daban alaridos, los niños lloraban.
Tibaso, el jefe, y Wuwufa, el que hablaba con los espíritus, estaban delante de la Gran Casa. Tenían las narices casi pegadas la una a la otra y se estaban gritando ferozmente mientras sus manos se agitaban en todas direcciones, igual que una bandada de palomas de las rocas atacadas por un halcón.
Pasados unos minutos, doce hombres se presentaron ante Tibaso y Wuwufa. Otros dos hombres montaban guardia en la plataforma de la pared que dominaba el cuello de la península. Tres ancianos demasiado débiles como para considerarles guerreros, estaban sentados a la sombra de sus casas. Una vez los hubo contado Ras supo que fuera del poblado había seis hombres dedicados a la caza.
Cuatro chicos, todavía no lo bastante mayores para haber sido iniciados en la virilidad, estaban sentados formando un grupo detrás de los guerreros y no paraban de agitar sus delgadas lanzas.
Sewatu y Giinado, dos hombres de mediana edad, dejaron sus lanzas en el suelo y entraron en la Gran Casa. Unos instantes después salieron de ella tambaleándose, sosteniendo el trono del Jefe.
Lo depositaron sobre la gran piedra redonda que había delante de la Casa y los rayos del sol lo hicieron brillar con un respland
or rojizo. El trono estaba hecho de caoba untada con aceite de palmera, y toda la madera estaba tallada con los convulsos rostros de los grandes espíritus.
Tibaso se cubrió su canosa cabellera con un tocado de plumas que había sido hecho para encajar en el doble cono de ésta. Después cogió la vara de un metro que Wuwufa sostenía en su mano y tomó asiento en el trono. Los demás también se habían puesto sus tocados de plumas, lo único que llevaban aparte de los faldellines hechos con corteza de árbol. Se pusieron en cuclillas delante del jefe y empezaron a pintarse las caras unos a otros. Muzutha y Gimibi, dos ancianas, salieron con paso cansino de la Gran Casa llevando entre ellas una gran marmita de arcilla pintada con símbolos geométricos.
La dejaron junto a Tibaso y luego volvieron a la Casa tan deprisa como podían llevarlas sus envarados músculos y sus resecas articulaciones.
Los hombres se pusieron en pie y formaron una hilera según su rango, mirando al jefe. Sewatu llenó una calabaza de cerveza para el jefe y Wuwufa y luego llenó otras para los demás hombres, que volvieron a su posición anterior, en cuclillas, y bebieron de ellas. Después levantaron la mirada hacia el árbol donde estaba Ras, pero enseguida apartaron los ojos de el.
Ras, sabiendo que podían verle, sonrió y empezó a tocar con mas fuerza. Aún pasaría cierto tiempo antes de que corriera peligro, pues no podían actuar sin haber celebrado primeramente una larga conferencia..., si es que llegaban a hacer algo. Mientras tanto, irían bebiendo cerveza para que no se les secara la boca durante las furiosas disputas y los largos discursos que se pronunciarían, así como para ir reuniendo valor. Atacar a lo que ellos creían era un fantasma precisaba mucho valor.
Ras dejó de tocar la flauta y empezó a cantar, vuelto hacia la islita. Bigagi estaba allí, donde terminaba el puente que la unía a la tierra. Era el hombre más alto de todos los wantso, aunque Ras le ganaba por una cabeza. Y también era apuesto, aunque en ese momento su rostro quedaba oculto por las rosadas plumas de flamenco que llevaba en la cabeza. Ras pensaba que no era muy inteligente dejar medio ciego a un hombre que estaba protegiendo a su novia, pero así lo exigía la costumbre de los wantso. Bigagi llevaba también una capa hecha con piel de leopardo y por lo demás iba desnudo, aunque su pene estaba pintado de rojo y de él colgaba una larga cuerda con borlas emplumadas que le llegaba hasta las rodillas.
Bigagi, comprendiendo la canción de Ras incluso a esa distancia, se apartó las plumas de la cara, agitó su lanza y empezó a gritar, muy irritado. El cobre de la punta brilló con un apagado resplandor rojizo bajo la luz solar.
En la islita había un árbol. Tenía una sola rama, ya que le habían cortado todas las otras, y en mitad de la rama había una cuerda hecha con piel de cocodrilo. Del extremo de la cuerda colgaba un armazón de bambú, suspendido a unos tres metros por encima del barro y la hierba de la islita. La cuerda estaba unida al palo central de la plataforma hecha con bambú y otras cuerdas, unidas a los extremos de ésta, subían hasta terminar en la cuerda central para proporcionarle un inestable equilibrio a toda la armazón.
Wilida estaba sentada junto a la cuerda central, agarrada a ella con una mano. No podía moverse mucho, o haría que la plataforma se inclinara locamente. Quien estuviera bajo ella no podía verla pues la ocultaba una valla de bambú en la que habían entrelazado lianas y hojas, y en la que había también imágenes de los espíritus talladas en madera. Estaba sentada en un pequeño taburete. Llevaba en la cabeza un gigantesco sombrero cónico de paja con el ala muy ancha que daba sombra a todo su cuerpo, y también una máscara de paja. Tenía los pechos opulentos y en forma de cono, con los pezones levemente inclinados hacia arriba, y cada uno de ellos era tan grande como la yema de su pulgar. Los pezones estaban pintados de blanco y en sus pechos había pintados tres círculos concéntricos en rojo, blanco y negro. Sus nalgas estaban pintadas de escarlata, así como su pubis, que había sido afeitado hasta dejarlo sin vello, aunque ahí llevaba un triángulo de corteza de árbol para taparlo.
Wilida se quitó por un instante la máscara y, antes de volver a ponérsela, miró a Ras, y éste vio el destello blanco de sus dientes.
Los cocodrilos parecían troncos y sus hocicos y ojos, medio hundidos entre los pliegues del cuero, iban y venían por el canal que había entre la península y la islita, patrullándolo incesantemente. Al extremo sur de la islita se veían las grandes fauces de un cocodrilo medio hundido en el fango. Normalmente, los wantso limpiaban de cocodrilos esta parte del río mediante cacerías mensuales, pero cuando había que vigilar a una novia atraían a los cocodrilos para que volviesen. Se cogía una cabra o un cerdo, se les abría la garganta para que brotara la sangre, y se los colgaba cabeza abajo, con lo que los cocodrilos acudían al reclamo de la sangre flotando desde más arriba de la corriente. Después, los aldeanos arrojaban comida al río, y si algún bebé nacía muerto o se producía alguno de los frecuentes abortos también iban a parar a los cocodrilos.
—Pero vosotros me habéis arrojado lanzas, habéis arrojado vuestras lanzas contra mí, contra el fantasma blanco, Lord Tyger, que deseaba ser amigo vuestro. Por eso, hombres de los wantso, los hace volver‚ rugido por rugido y os arrojar‚ esa misma lanza que me habéis tirado. Y buscar‚ a vuestras mujeres durante la noche, hombres de los wantso; enviar‚ contra ellas la gran serpiente blanca cuya cola crece entre mis piernas. La serpiente se desliza de noche por vuestra aldea, husmeando en los umbrales, y siente el olor de vuestras mujeres, hombres de rabos fláccidos y cubiertos de cicatrices. Huele a vuestras mujeres y sigue su aroma con su abultada cabeza ciega y echa raíz dentro de ellas mientras duermen junto a vosotros, hombres de los wantso.
»Y bajo la rama que hay en el árbol de mi cuerpo se encuentran dos grandes colmenas de las que brota la miel como un torrente, mientras que vosotros, hombres de los wantso, tenéis las calabazas secas y vacías en la noche de la pitón y la miel.
»Soy el relámpago que calcina la carne de vuestras mujeres, hombres de los wantso, y vosotros sois como las chispas que caen sobre las hojas después de la tempestad. Soy Lord Tyger y me vengaré de vosotros y esta noche, pese a vuestros cocodrilos y vuestras lanzas, me reuniré con la hermosa Wilida igual que el murciélago acude volando a su caverna, y Wilida me conocerá.
Bigagi gritó y arrojó su lanza, aun sabiendo que se encontraba demasiado lejos de donde estaba Ras. Los hombres de la aldea también gritaron, pero algunas de las mujeres estaban riéndose.
Tibaso, el jefe, se levantó de un salto de su trono, agitó su vara y le gritó algo a Ras. Wuwufa, el que hablaba con los espíritus, se debatía en el suelo igual que un pez recién sacado del agua.
No, aún no saldrían corriendo por la puerta norte para lanzarse contra él. Querían más cerveza, y tenían que discutir el asunto hasta sus últimos detalles. Ras les conocía bien. Aunque el jefe tenía la última palabra en cualquier problema importante, antes debía de escuchar las opiniones de cada hombre, y cuando un hombre se ponía en pie para hablar luego era preciso que defendiera sus palabras ante todos los que expresaran su desacuerdo con el.
Aun así, Ras siguió vigilando la maleza y los árboles que había en la orilla. Un cazador que volviera a su hogar podía intentar cogerle por sorpresa. Si el cazador era adulto, alguien que no hubiera conocido a Ras como compañero de juegos, daría un rodeo para evitarle, pero si el cazador estaba en el mismo grupo de edad que Ras, podía estarásinceramente convencido de que Ras no era un fantasma.
»¡Oh, jóvenes de los wantso, mucho os amaba, y de entre todos es a ti a quien más amé, Bigagi! Eras hermoso; entonces me amabas, lo sé, y tú también lo sabías. Estábamos más cerca el uno del otro que las manchas en la piel del leopardo y al estar juntos éramos tan hermosos como ellas. Pero ahora el leopardo se ha separado de sus manchas y las manchas no son nada y el leopardo se ha vuelto feo.
»El leopardo es feo y llora. Las manchas están tristes y también lloran. ¡Pero ahora el leopardo y las manchas odian, odian, odian! Y yo lloro, lloro! Pero también me río, sí, me río, porque este mundo está hecho para las lágrimas, pero Ras no está hecho
para llorar. No se dejar disolver en lágrimas. Este mundo ha sido hecho para las lágrimas y el odio pero también para la risa, y Ras se ríe, y Ras se burla de vosotros y os devolverá odio por odio.
»Oh, hombres y mujeres, compartís el secreto y la culpa, y aun así no abrís la boca, porque seríais arrojados a los cocodrilos si cada hombre y mujer confesara su culpa. Y por eso Wuwufa no se atreve a perseguir a las brujas y hechiceros que hay entre vosotros, porque es un viejo loco y él mismo acabaría siendo alimento para los cocodrilos.
»Yo, Ras Tyger, sé todo esto. Yo, el extraño, el demonio, el fantasma pálido, lo sé. He entrado de noche en vuestra aldea con la cautela del leopardo, tan silencioso como un fantasma, y me he agazapado entre las sombras, siendo yo mismo una de ellas, y he observado y he escuchado. Y podría daros nombres, y los cocodrilos engordarían y serían felices, y sus eructos sabrían a wantso y sus heces serían de wantso, y vuestros niños llorarían y no tendrían a nadie que les diera de comer y a nadie que les defendiera contra el leopardo y les diera amor.
»Oh, hombres de los wantso, vuestras mujeres me temían igual que a un fantasma pero se tragaron su miedo porque deseaban la pitón y la miel que Ras les trae desde la jungla, desde la Tierra de los Fantasmas. Me han deseado y me han conocido, hombres de los wantso; incluso vuestras marchitas abuelas me han deseado y han llorado porque ya no eran hermosas. Y yo, Ras Tyger, me he deslizado por entre las sombras mientras que vuestras esposas e hijas se perdían entre los arbustos, y allí han sabido que Ras Tyger no es ningún fantasma pálido, y que Ras Tyger es la carne de la carne, la sangre de la sangre, la carne sin cicatrices, la carne sana y hermosa que no puede ser contenida. Y...
Esta vez había ido demasiado lejos. Bigagi, olvidando que no debía abandonar su puesto bajo ninguna circunstancia, cruzó el puente a la carrera, gritando, otra lanza en su mano. Sewatu puso una flecha en su arco y la disparó hacia Ras. La flecha falló por una gran distancia y cayó en el río: un cocodrilo se sumergió rápidamente en pos de ella. Tibaso cruzó la puerta norte, seguido por los hombres que lanzaban rugidos, y vino hacia el árbol en que estaba Ras.