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Lord Tyger

Page 6

by Farmer, Phillip Jose


  Algunas veces Ras veía al Pájaro de Dios volando hacia el interior. Si estaba en terreno abierto el Pájaro se le aproximaba. Al principio Ras solía correr hacia la selva para ocultarse, pero después empezó a quedarse quieto, sujetando fuertemente su lanza, esperando a que se acercara. Pero nunca lo hacía a menos que tuviera una buena oportunidad de salir corriendo en busca de refugio si no le quedaba más remedio.

  Algunas veces el Pájaro de Dios se quedaba suspendido encima de él, tan cerca que hasta podía ver a un hombre dentro de su vientre, y en dos ocasiones distintas vio a dos hombres dentro de él.

  —No son hombres, sino ángeles—contestaba siempre su madre, Mariyam, cuando le hacía preguntas al respecto—. Igziyabher manda a sus ángeles dentro del vientre del Pájaro para que te observen. Tienen que informarle de si has sido buen chico o no.

  Igziyabher era Dios, Alá, Dio o Mungu, según la lengua que sus padres estuvieran hablando en aquel momento. Normalmente Ras pensaba en Dios dándole el nombre de Igziyabher, porque ése era el nombre que su madre le había dado en primer lugar y el que usaba con mayor frecuencia.

  —Madre, si Igziyabher quiere averiguar si soy bueno, ¿por qué necesita mandar ángeles que Le hagan el trabajo? Creí haberte oído decir que puede verlo todo desde su Trono de la Gloria, ¿no?

  Mariyam siempre tenía una respuesta preparada, incluso cuando se contradecía a sí misma, lo cual sucedía con frecuencia.

  —Manda ángeles para que así tengan algo en que ocuparse, hijo, —continúo. Los ángeles no trabajan, sino que están sentados a los pies de Dios, y se pasan el día y la noche cantando Sus alabanzas. Pero a los ángeles les gusta tomarse unas vacaciones de vez en cuando, y les alegra mucho meterse en el vientre del Pájaro y observar a las criaturas del Señor.

  En una ocasión, Mariyam había dicho que el ángel que se encontraba dentro del Pájaro estaba siendo castigado por haberle respondido groseramente a Dios. El Pájaro se lo había tragado y estaba digiriéndolo lentamente con los ácidos de su vientre. El ángel estaba siendo roído por los ácidos y sufriría hasta disolverse. Entonces Igziyabher tomaría los fragmentos de carne y hueso del ángel y volvería a juntarlos. De esta forma el ángel se convertiría en un ángel nuevo y nunca más se mostraría maleducado con Dios.

  Su madre le había contado esa historia poco después de que Ras le hubiera gritado y de que ella le pegara con un látigo hecho con la piel de un hipopótamo. Ras había aguantado el castigo en silencio, intentando no sonreírse. El látigo le había dolido un poco, desde luego, pero su madre era muy pequeña y no tenía demasiada fuerza.

  Además, no le había pegado tan duro como habría podido, y después había llorado porque dos de sus golpes le habían hecho sangrar la espalda.

  Le había puesto ungüento en la espalda y luego había llorado un poco más.

  —Tienes la piel de un color tan dorado, hijo mío... Me duele mucho estropearla. Cuando te sostuve por primera vez en mis brazos eras un bebé rosado y precioso, precioso, con unos grandes ojos de un gris oscuro y la sonrisa de un ángel recién nacido. Ahora tu piel es más oscura porque la ha besado el sol, y es tan suave como el colmillo de un elefante.

  —Puede que lo sea en algunos sitios—le había dicho Ras—, pero yo no me preocuparía demasiado por algunas cicatrices más, especialmente si son tan pequeñas. Tengo un centenar de cicatrices. La de este hombro se la debo al leopardo que casi me mata antes de que yo le matara a él. El lóbulo de esta oreja lleva la señal de los dientes de Wilida, que me ama tanto que quiere comerme.

  Mariyam gritó, cogió el látigo y empezó a pegarle con él. Ras escapó, riendo, aunque ella le amenazó con atarle encima de un hormiguero si no volvía y aguantaba el castigo que se merecía.

  —¡Ya te he dicho que te mantengas alejado de esas muchachas wantso, y tu padre también te lo ha dicho mil veces! ¡Igziyabher te pillará algún día con ellas y entonces te echará para siempre en los fuegos del infierno!

  El infierno, según una de sus historias, era la caverna que se encontraba al otro extremo del mundo y tenía una abertura por la cual se metía el río.

  —Pero, según me dijiste, Igziyabher se encuentra al extremo del mundo, ¿no?

  —Sí que te lo dije, cabeza hueca. Pero está sentado sobre la caverna del infierno, y un alma debe atravesar el infierno antes de que pueda ir al cielo.

  —Bueno, pues si tengo que creerte, ¿cuando vendrá a verme

  Igziyabher, ya que soy su hijo favorito? ¿Acaso tiene miedo de mí?

  —¡No tiene miedo de nada! ¿Por qué debería tener miedo? ¿Crees acaso que es tan estúpido como para crear seres que fueran capaces de hacerle algún daño?

  —En el mundo hay muchas cosas que me parecen estúpidas—le había dicho Ras—. Creo que antes de crear este mundo Igziyabher tendría que habérselo pensado un poco más.

  —¡No blasfemes, hijo mío! Igziyabher puede oírte y bajar del cielo, y la gloria de Su ser te haría encogerte y echar humo, igual que un pedazo de sebo al que se deja demasiado tiempo en la sartén.

  —Le diría unas cuantas cosas, y puede que incluso le diera un tirón a esa larga barba blanca que lleva.

  Mariyam se había puesto las manos en las orejas y empezó a mecerse hacia delante y hacia atrás, lanzando gemidos.

  —¡Blasfemia! ¡Blasfemia! ¡Estoy segura de que acabarás sufriendo todos los dolores del infierno!

  —El muchacho tiene coraje—dijo Yusufu—. No le teme a nada.

  Y esa mañana, cuando Ras empezaba a cruzar la llanura para ir a casa, vio al Pájaro de Dios por primera vez en tantas semanas que no podía contarlas. El sol ya estaba un palmo por encima de las montañas. El pájaro se encontraba tan lejos que Ras no pudo oír sus alas, y tampoco lo habría visto de no ser porque reflejaba el sol. Esforzando al máximo su vista logró distinguirlo de vez en cuando, sobre todo porque del pájaro brotaron tres grandes destellos.

  De repente apareció otro gran pájaro. Estaba más cerca de él, por lo que pudo oír su rugido y distinguir sus contornos. Apareció en el cielo igual que si el cielo fuera una piel de color azul con una peca azul que había reventado, dejando brotar un negro nudo de corrupción. Ras se quedó bastante impresionado e incluso sintió cierto miedo al verle. Por un instante pensó que Igziyabher había acabado mandando otro pájaro para castigarle por sus acciones y sus orgullosas fanfarronadas.

  —Pero, ¿por qué haber esperado tanto? —murmuró—. No he hecho nada que no llevara haciendo desde hace ya mucho tiempo. Sopesó su lanza. Si este pájaro llevaba a un ángel o al mismísimo Igziyabher, tendría que posarse en el suelo para dejar salir a su pasajero. Cuando el ángel o Igziyabher aparecieran para enfrentarse a Ras, sería mejor que estuvieran preparados para actuar con rapidez, pues de lo contrario recibirían la punta de hierro de su lanza en el vientre.

  Mariyam había dicho que los ángeles y su Creador eran invulnerables a las armas de los hombres. Quizá fuera cierto, pero más les valdría que sus pieles fueran más gruesas que las de un hipopótamo. Ras le había clavado su lanza a más de un hipopótamo y, aunque la criatura del pájaro tuviera realmente la piel de hierro, tendría que librar un duro combate antes de que le fuera posible vencer a Ras.

  El segundo pájaro se hizo más grande y ruidoso. Ahora se encontraba muy por encima de Ras, alejándose. Ras lanzó un suspiro de alivio. Estaba claro que no tenía intención de ocuparse de él.

  Cuando lo tuvo justo encima pudo ver que era distinto al Pájaro que anidaba en el pilar. Las alas de éste sobresalían en línea recta a sus lados, como las de un águila pescadora cuando cabalga en las corrientes de aire, pero sus alas no estaban unidas a los hombros sino a la parte inferior de su cuerpo, cuya forma le recordaba al de un pez.

  Y su color también era semejante al de un pez: un gris plateado. En su cuerpo había señales, letras muy parecidas a las letras de los libros que había encontrado en la vieja cabaña del lago cuando era pequeño.

  Este pájaro no tenía las extrañas garras redondas que colgaban al final de las flacas patas que había bajo el Pájar
o de Dios. No tenía ninguna clase de patas o garras. Quizá las tuviera dobladas junto al cuerpo, ocultas entre las plumas, como hacían muchos pájaros de pequeño tamaño cuando volaban.

  El pájaro pasó por encima de él a una altura que superaba incluso la del pilar, el cual debía llegar por lo menos hasta los trescientos metros de alto. El Pájaro de Dios había cambiado de rumbo y se dirigía en línea recta hacia el intruso. Los dos se encontraban al mismo nivel, y cada vez había menos distancia entre ellos. Estaban ya a punto de encontrarse sobre las colinas que había al sur del lago cuando de repente el pájaro de las alas rígidas alzó su ala izquierda y giró hacia la derecha. Mientras subía completó una media vuelta, siguió subiendo, y después se dirigió nuevamente hacia Ras. El Pájaro de Dios subió un poco de nivel, siguiendo el mismo rumbo que el pájaro de las alas rígidas.

  El sol arrancó destellos a la parte delantera del intruso y a la del Pájaro de Dios. Durante un segundo Ras vio dos destellos rojizos que brotaron de algo oscuro que asomaba en un costado del perseguidor.

  Y un instante después los tuvo sobre él, y el chop-chop-chop se mezcló con el gruñido del segundo pájaro. De repente la parte trasera del pájaro de alas rígidas se cubrió de llamas, y de ella brotó un chorro de humo. El pájaro de las alas rígidas volvió a girar y fue en línea recta hacia el Pájaro de Dios, que giró en redondo y se dirigió hacia el norte. Después volvió a girar como si estuviera clavado en un eje invisible.

  Las llamas que brotaban del alas rígidas eran cada vez más grandes. Cuando subió por encima del Pájaro de Dios su rugido se hizo primero más fuerte y luego más débil. Subió casi en línea recta y luego cayó en picado. Ahora cosas negras estaban asomando por el

  otro lado, pero Ras no vio que de ellas brotara nada rojo. El Pájaro de Dios bajó bruscamente y luego salió disparado en ángulo. El pájaro llameante se movió con él, todavía yendo muy rápido. Algo negro cayó de su flanco, dando vueltas sobre sí mismo, y luego emitió un pequeño objeto, también negro. El objeto se desplegó igual que los pétalos de una flor y se convirtió en una gran corola blanca. Bajo ella colgaba la silueta de un ser humano..., o un ángel. La flor blanca y el cuerpo se alejaron hacia el sur, cayendo lentamente, impulsadas por el viento.

  Ras había tenido intención de ver dónde se posaba el ángel, pero en aquel momento el cambio que se produjo en los sonidos de los dos pájaros le hizo volverse a mirarlos. El alas rígidas, ahora una flor de fuego con pétalos de humo oscuro, estaba cerca del Pájaro de Dios. Pasó rápidamente a su lado, las alas perpendiculares al suelo, y una de ellas golpeó las alas giratorias del Pájaro de Dios. El alas rígidas se hizo pedazos; el Pájaro de Dios vaciló y empezó a caer.

  Un instante después el alas rígidas había estallado, convirtiéndose en una bola escarlata que se hinchó hasta engullir al Pájaro de Dios. Después la bola desapareció y el alas rígidas empezó a caer hacia el suelo. El Pájaro de Dios también estaba cayendo, pero más despacio. Una figura negra salió despedida de él para acabar floreciendo también‚ con una corola blanca, y bajo la flor se balanceaba una silueta humana de un vivo color amarillo.

  Ras pudo ver que en el vientre del Pájaro de Dios aún quedaba un hombre. El hombre se levantó de su asiento y saltó por la abertura que había en el costado, lanzándose al aire. Mientras caía, su cuerpo se cubrió de llamas.

  Del costado herido del pájaro habían salido muchos pequeños objetos blancos que flotaban por el aire. Se desparramaron igual que un reguero de plumas y empezaron a bailotear de un lado para otro, bajando muy despacio. Ahora estaban flotando detrás del Pájaro de Dios; eran cuentas rectangulares enhebradas en hilos azules de aire. Las hebras se desintegraron y las cuentas llenaron todo el cielo, y cuando la que estaba más baja se acercó lo bastante a Ras y éste pudo verla supo que eran hojas de papel, como las páginas de los libros que había en la vieja cabaña.

  El Pájaro de Dios lanzó un grito angustiado y se cubrió de llamas. Pasó por encima de Ras, derramando aún hojas de papel, pero ahora las hojas estaban ardiendo. El último hombre que saltó de él se posó en el suelo más allá de un árbol, a unos treinta metros de Ras.

  El primero en saltar se encontraba a unos ciento veinte metros en dirección sureste, cerca de la jungla. Ras le miró y luego lanzó un grito de sorpresa al ver que tenía una larga cabellera amarilla.

  ¡¿Una cabellera amarilla?!

  —Tu esposa ser blanca y quizá tenga el cabello amarillo —le había dicho Mariyam.

  A Ras esto le había parecido muy extraño. No estaba demasiado seguro de que un cabello amarillo fuera a gustarle.

  —Está escrito que tendrás una esposa—le había dicho Yusufu—, pero en ningún lugar está escrita la promesa de que vaya a tener el cabello amarillo.

  El Pájaro de Dios rozó las copas de los árboles al sureste y bloqueó la vista de la silueta del cabello amarillo. Cuando se estrelló hizo mucho ruido y las llamas saltaron hacia el cielo, mientras los pájaros huían chillando en bandadas tan numerosas que parecían granos de pimienta, y la verdad es que le molestaron tanto como si fueran granos de pimienta que le hubieran caído en los ojos, pues si la cabellera amarilla seguía cayendo ahora quedaba oculta por los pájaros. Entonces los árboles empezaron a llenarse de humo, tapando también a los pájaros.

  El ser que se encontraba bajo la flor amarilla también se había esfumado. Ras echó a caminar hacia las llamas pero se detuvo, sosteniendo su lanza ante su cuerpo. Un leopardo había salido de la jungla y corría hacia él. Tenía las orejas pegadas al cráneo y estaba gruñendo.

  —¡Oh, tú que eres hermoso y vas con la Muerte, hoy tendrás compañía!—le gritó Ras—. ¡Mi lanza!

  El leopardo saltó, dejándole atrás sin ni tan siquiera mirarle. Tras él venían tres pequeños antílopes con los cuernos retorcidos en espiral, una civeta de largo cuello y una mangosta, todos corriendo unos junto a otros y sin hacer caso de nada que no fuera el terror que también había impulsado al leopardo. Ras se rió y siguió corriendo, aunque mantuvo preparada su lanza. Los animales no iban a fijarse en él, salvo como un obstáculo a su huida.

  Se metió por entre los espesos matorrales y pasó bajo las ramas de los árboles cubiertos de lianas. Ya no había más animales huyendo de la jungla. Olió a humo y acabó agazapándose detrás de un arbusto situado junto a la orilla del río. El Pájaro de Dios había roto una docena de ramas, estrellándose finalmente en el barro. Ahora estaba ardiendo a un par de metros del agua. Los arbustos que estaban cerca de él se habían ennegrecido y sus hojas estaban calcinándose. Algunas empezaban a llamear, lo que habría preocupado mucho a Ras si estuvieran en la estación seca, pero había muy pocas posibilidades de que los demás arbustos se incendiaran. Desde luego, el Pájaro no estaba hecho de carne, sangre y plumas, sino de hierro y un material desconocido. Durante largo tiempo se mantendría demasiado caliente como para que Ras pudiera investigarlo, así que decidió buscar la silueta del cabello amarillo. La mujer (estaba pensando en la silueta como si fuera una mujer por lo que le había dicho Yusufu) tenía que haber caído al otro lado del río, que en esta parte tenía unos ciento ochenta metros de ancho. Además se encontraba tan cerca del lago donde se originaba que las aguas estarían demasiado frías para los cocodrilos. Aparte de ello, Ras dudaba mucho que ninguno de ellos se hubiera quedado por esa zona después del ruido que había hecho el Pájaro. Cualquier cocodrilo presente habría salido disparado río abajo igual que un pez, impulsado por un chorro de pánico y excrementos.

  Ras recorrió las orillas, fijándose en las huellas que una gigantesca musaraña de agua había dejado en el fango con sus palmeadas patas. El sol todavía no daba en aquel lado del río, por lo que sintió el frío del barro entre los dedos de sus pies. Cuando se zambulló en el agua también la encontró fría; empezó a nadar de lado, impulsándose con los pies y con una sola mano mientras usaba la derecha para mantener su lanza, su arco y su carcaj por encima de la superficie.

  Cuando llegó al otro lado fue hacia el oeste, observando atentamente las dos orillas. Aquí la malez
a no era muy densa porque las ramas cubiertas de lianas siempre proyectaban una pálida oscuridad. Los arbustos de esta zona casi nunca sentían el beso del sol, señor de la vida; los que sobrevivían necesitaban trepar laboriosamente por los troncos de los árboles que les mataban, ascendiendo centímetro a centímetro hasta llegar a la zona más despejada, donde era posible recibir la bendición del sol. Ras podía ver claramente en un radio de casi cien metros a su alrededor, aunque la cabellera amarilla podía estar escondida detrás de uno de los inmensos troncos.

  Pero la gran flor blanca no sería tan fácil de esconder.

  Ya se había alejado unos cientos de metros del río cuando lanzó un grito ahogado y dio un salto, empezando a golpearse las piernas y los pies con las manos para quitarse de encima las hormigas negras que le estaban mordiendo. Las había por todas partes, mezclándose con las sombras, una multitud de hormigas que se dirigían apresuradamente hacia una meta ignorada. Formaban una columna que se extendía entre Ras y el interior de la espesura. Ras tuvo que salir de allí y luego intentó ir en línea paralela a la alfombra viviente que cubría el suelo. Las adelantaría y después pasaría ante ellas para intentar llegar al otro lado. Pero cuando ya llevaba recorrido casi un kilómetro y medio comprendió que el ejército podía extenderse durante varios kilómetros más. El ángel de los cabellos amarillos debía haberse encontrado con las mismas hormigas que él, y no habría tenido más remedio que dirigirse hacia el oeste.

  —Los ángeles tienen alas—le había dicho su madre.

  —¿Y por qué no tienen alas los ángeles que hay en el vientre del Pájaro?—le había preguntado Ras.

  —Porque los ángeles suelen mezclarse con los hombres para descubrir lo que está pasando entre ellos o para entregar algún mensaje de Igziyabher. Cuando hacen eso, se quitan sus alas y las cuelgan de un gancho.

  —Sí, pero el ángel que hay en el vientre del Pájaro no está fingiendo ser un hombre. ¿Por qué no lleva puestas sus alas?

 

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