Ras no sintió ni miedo ni repugnancia. Soportó el paso de las ranas hasta que el último miembro de la horda se hubo alejado con un salto. El cielo nocturno estaba despejado, sin nubes e iluminado por la luna llena. La luz parecía caer por entre las hojas igual que
una catarata o como una nube de mariposas de un brillante gris amarillento. Su luz rebotaba en las diminutas criaturas que seguían su silencioso avance hacia un objetivo que sólo ellas conocían, y que quizá incluso ellas ignoraban. El único ruido que hacían era el susurro de las hojas removidas por sus saltos. Ras sabía que bajo la luz del día las ranas arborícolas habrían sido de un color verde claro salvo por sus patas con ventosas, que eran marrones como la corteza.
Finalmente los susurros se desvanecieron. Estaba solo. Volvió a reclinarse en su nido e intentó dormir, pero no pudo. Acabó sentándose y buscó a tientas su bolsa hecha con piel de antílope, sacando de ella unos cinceles de pedernal, unas gubias y un pedazo de madera de color rosado y grano muy fino, de una dureza que lo hacía adecuado para tallar. Trabajó el bloque de madera hasta que le hizo expresar lo que había imaginado. Cuando la cola del lobo, el falso amanecer, empezó a teñir la noche de gris, ya estaba terminando. El pedazo de madera se había convertido en el resumen de su pesadilla. Era el cráneo de un leopardo con flores saliendo de sus órbitas.
Ras le dio vueltas entre sus dedos, examinándolo.
—No está mal, pero tampoco está demasiado bien—dijo por fin.
Se levantó, estirándose, y miró a su alrededor, y allí, entre las ramas de un arbusto situado a unos cuarenta metros de él, casi oculto por el tronco de un árbol había un pedazo de papel. Cuando trepó al árbol el papel no estaba allí; el viento debía haberlo traído durante la noche. No, esa noche no había hecho viento; sencillamente, no lo había visto porque estaba demasiado oscuro.
Después de examinar la zona para asegurarse de que no había ningún peligro (al menos, ningún peligro que fuera de gran tamaño; tendría que correr el riesgo de enfrentarse a los de menor talla), bajó del árbol y se aproximó cautelosamente al papel. Ya había visto papel anteriormente y éste parecía inofensivo, pero el hecho de que proviniera del Pájaro de Dios le daba la posibilidad de que acabara resultando algo digno de temer.
El pedazo de papel tenía los lados arrancados y en él había tres desgarrones, pero Ras pudo leer la mayor parte de lo que decía. En la parte superior había el número 24, y Ras supuso que sería el de la página del libro al que había pertenecido.
¡El primero murió de neumonía! ¡El segundo se convirtió en un idiota! ¡O en algo tan inútil como un idiota! ¡Qué desperdicio, qué tragedia! Todo mi dinero, mi tiempo, mis cavilaciones, mi desesperación y mis tremendos esfuerzos, todo perdido, todo eso no ha servido de nada.
¡No, no es cierto! No he perdido totalmente el tiempo, pues he aprendido mucho. Tras haberme visto sumergido durante mucho tiempo en la más negra desesperación, estando casi a punto de rendirme, aunque nunca del todo, he acabado recobrando el ánimo. El mismo valor y perseverancia que me permitieron pasar de mi estado de inmigrante sin un centavo que llegó a Norteamérica en los peores momentos de la depresión al de ser una de las mayores fortunas de Sudáfrica, hacen que ahora no abandone mi proyecto, algo que me ha sido tan querido durante tantos años, algo que no sólo es importante para mí sino para el mundo entero, el mundo que se habría quedado horrorizado si hubiera sabido de él pero que algún día me rendir honores por esto.
Por fortuna, el segundo fracaso tenía un hermano más joven, nacido seis años después, y con sólo tres meses de edad cuando empecé a hacer mis nuevos planes. Esta vez hice los arreglos para conseguirle a través de unos canales totalmente distintos, dado que los agentes anteriores habían intentando chantajearme. Pagaron por sus errores. Me aseguré de que no volverían a intentar semejante traición ni conmigo ni con nadie más. Las noticias de lo que habían hecho se difundieron por todas partes, y así pude estaráseguro de que nadie volvería a probar suerte con ese truco repugnante.
El pobre de Ras no comprendió gran cosa de lo escrito en el papel. Había muchas palabras que no había visto anteriormente. Neumonía, tragedia, dinero, inmigrante sin un centavo, Norteamérica, Sudáfrica, y muchas más. Quizá Yusufu pudiera explicarle sus significados.
Dobló la hoja de papel y la guardó en su bolsa de piel de antílope. Tras haber terminado el mono arrojó los huesos al suelo y después bajó del árbol para seguir buscando. Cuando llegó el mediodía no había logrado encontrar nada. No había ni rastro del ángel de cabellos amarillos o del pájaro de alas rígidas, que debería haber caído cerca del Pájaro de Dios cuando éste se había incendiado.
Regresó a donde estaba el Pájaro muerto. Las llamas ya se habían apagado hacía mucho y tanto las cenizas como los huesos estaban fríos. Tocó varias partes del Pájaro y se llevó una gran sorpresa. Así que el Pájaro tenía los huesos hechos con la misma sustancia que su cuchillo... Después de pensar un poco en el asunto quedó convencido de que un pájaro hecho por Igziyabher tanto podía tener los huesos hechos de metal como de hueso. Después de todo, era Igziyabher quien había hecho su cuchillo. Según Mariyam, el cuchillo apareció después de que el rayo cayera en el suelo. Igziyabher dominaba el metal y era él quien había creado este Pájaro, así que, ¿por qué no podía darle al Pájaro huesos metálicos? ¿Y por qué no podía hacerlo totalmente metálico, pues era evidente que el Pájaro no tenía carne y, de hecho, era todo huesos?
Fue entonces cuando Ras empezó a preguntarse si Igziyabher no habría estado experimentando cuando hizo las primeras criaturas y, después de habérselo pensado un poco, no acabó decidiendo que las criaturas hechas todas de hueso eran superiores a las de carne y hueso. Quizá. Pero, desde el punto de vista de la propia criatura, la carne era superior. ¿Qué podía sentir una criatura que fuera toda huesos?
Mientras examinaba los restos del Pájaro oyó un ruido lejano. Durante unos pocos segundos Ras se agazapó, lleno de miedo y asombro. ¡Se acercaba otro Pájaro!
Un instante después Ras se había metido en la jungla y estaba ocultándose bajo un arbusto. En el cielo había otro Pájaro, igual que el primero, suspendido a unos veinte metros por encima del Pájaro muerto. Ras pudo ver que en el vientre de éste había dos ángeles (o dos hombres), y que llevaban máscaras. Tenía la esperanza de que se posara para investigar, pero el Pájaro empezó a ir y venir por encima de la jungla, como si los ángeles que había dentro de él estuvieran buscando a los que habían viajado dentro del Pájaro muerto. Y, naturalmente, debían estar buscando al ángel de los cabellos amarillos.
Después de un rato el Pájaro se dirigió hacia el norte, seguramente para volver a su nido situado en lo alto de la columna de piedra negra que había en el centro del lago.
Ras pasó unos cuantos minutos más examinando la zona que había sido cubierta por las hormigas. Encontró las huellas que el ángel había hecho en el barro y las siguió, pero el rastro iba curvándose hasta llegar a la orilla del arroyo, donde desaparecía. Al otro lado no había ninguna huella. El ángel podía haber recorrido cierta distancia corriente arriba o corriente abajo, así que Ras subió varios kilómetros por el río, vigilando ambas orillas, y luego bajó la misma distancia desde el punto en el que habían cesado las huellas. No tuvo suerte.
Que el ángel pareciera haberse esfumado en el cielo y su deseo de que Yusufu le revelara el significado completo de lo escrito en el papel se combinaron para hacer que Ras acabara decidiendo volver a casa. Empezó a subir por el arroyo y recorrió bastantes kilómetros, pues era la forma más sencilla de viajar. Después salió del arroyo y fue hacia el río, que le llevaría hasta el pie de las cataratas. Cerca de ellas había un sendero que subía por los riscos y llevaba hasta la meseta. Nadie salvo Ras habría sabido reconocerlo como tal. Su identidad como sendero consistía en que Ras sabía exactamente dónde encontrarlo y cómo viajar por él, dónde se hallaban todos los asideros para las manos y los pies, y en qué sitios estaban las hendiduras y los huecos de la roca. Mientras que un extraño habría pasado hora
s enteras descubriendo los sitios correctos por donde subir, Ras podía escalar los casi ciento cincuenta metros del risco en diez minutos, si le venía en gana.
Hoy tenía ganas de hacerlo, así que no tardó en hallarse donde empezaba la meseta. Desde aquel punto el suelo iba subiendo de nivel, terminando unos quince kilómetros hacia el norte junto a la reluciente pared negra. El muro negro se alzaba en línea recta durante muchos centenares de metros como si fuera la irritada mano de Dios, con la negra y colérica palma extendida hacia delante, diciendo: «¡Ni un solo paso más!».
Mariyam le había dicho muchas veces que los acantilados negros eran los límites del mundo. El cielo, que no era sino una extensión azul de los acantilados, formaba un techo por encima del mundo. El sol trepaba por ese techo cada día, igual que una mosca o un lagarto treparían por las paredes de su choza, cruzando luego por el techo, y el sol se metía por un túnel que había en el oeste y luego viajaba bajo tierra a través del agujero abierto en la roca del mundo, llegando al final del túnel justo al amanecer.
El sol, Sehay era muy raro, también lo era Igziyabher, aunque no quedaba muy claro en qué forma. Acosada por las preguntas de Ras, Mariyam acabó diciéndole que era un pájaro llameante sobre el que algunas veces montaba Igziyabher. Ras había logrado ver el sol cuando estaba sobre el horizonte formado por las cimas de los acantilados, y también lo había visto algunas veces a través de la niebla, y pensaba que el sol era más parecido a un huevo llameante que no a un pájaro. Entonces Mariyam había logrado confundirle todavía más diciendo que el pájaro aún no había empollado sus huevos, pero que cuando lo hiciera nadie podía saber qué horrores saldrían de ellos. Quizás el mundo acabara consumido por las llamas.
Ras quizá se hubiera asustado más ante aquella historia de no ser porque Yusufu le había gritado que dejara de contarle semejantes mentiras al chico.
La distancia de la pared oeste a la pared este en el punto donde terminaba la meseta era de unos dieciséis kilómetros, y esa misma distancia iba manteniéndose a medida que las murallas iban hacia el norte hasta casi llegar al final, punto donde las paredes se acercaban un poco más la una a la otra, haciendo que la distancia se redujera hasta unos diez kilómetros.
La jungla empezaba de nuevo casi en el nacimiento de la meseta y continuaba durante unos cinco kilómetros por terreno montañoso y algunas veces bastante abrupto. Después venía una llanura con árboles dispersos que tenía cuatro kilómetros de largo y donde el
nivel del terreno se hacía más alto y los árboles más numerosos, pero no lo bastante para ganarse el nombre de jungla. Sin embargo, la vegetación que había en las colinas cercanas a los acantilados sí era propia de la jungla, y era allí donde podía encontrarse normalmente a los grupos de gorilas.
Del lugar donde la piedra negra se encontraba con el azul del cielo caían tres grandes cataratas. Se encontraban al noroeste y caían al lago, que tenía cinco kilómetros de ancho en el pie del acantilado pero se iba estrechando hasta llegar a sólo tres kilómetros en su orilla sur. De la parte sur del lago fluían tres arroyos que acababan aproximándose unos a otros al final de la meseta, después de muchos giros y meandros. Los arroyos acababan formando el manantial de donde nacía el río, situado debajo de la meseta.
Ras fue siguiendo un camino de antílopes que cruzaba la jungla y llegó a la llanura. Repartidos por ella había pequeños grupos de elefantes, una familia de búfalos, antílopes y unos cuantos jabalíes verrugosos. En la distancia se oía el ladrar de un chacal. Las llanuras, que tenían unos ocho kilómetros de largo por cinco kilómetros de ancho, no ofrecían mucha caza, pero la cantidad de animales que vivían en ella había ido aumentando porque Ras había matado unos cuantos leopardos. Yusufu y él solían ir a las llanuras en busca de carne, pero no mataban tantas presas como habían hecho los leopardos, que habían llegado a ser demasiado numerosos. Éste era también el sitio donde cazaba Janhoy, el león, pero no se cobraba muchas presas. Necesitaba estar acompañado para que la presa corriera hacia él, y Ras sólo le ayudaba de vez en cuando.
Una vez fuera de la jungla, Ras vio la cima del pilar de piedra que asomaba en el lago. Después de atravesar la llanura, y a medida que iba subiendo por la pendiente que llevaba hasta la zona de los árboles, el pilar se fue haciendo cada vez más visible. Cuando estuvo fuera de los árboles y salió al terreno bastante más despejado que había junto a la orilla del lago, pudo verlo en toda su talla.
Estaba hecho de una reluciente piedra negra y no era totalmente liso. Tenía cuatro esquinas toscamente talladas, y no subía en línea recta, sino que se curvaba primero un poco hacia un lado y luego hacia el otro, y la inclinación iba alternándose hasta llegar a la cima, que se encontraba por lo menos a trescientos metros de las aguas del lago.
Ras siempre había pensado que aquel torque de piedra resultaba algo extraño, si no siniestro, incluso cuando era pequeño. ¿Por qué estaba allí, solo? ¿Por qué no había más formaciones rocosas que rompieran la lisa superficie del lago? ¿Cuál había sido la causa de que la piedra brotara del agua hasta quedar en esa posición, inmóvil? Ras tenía la impresión de que algo había ejercido una tremenda presión sobre la corteza del mundo en el fondo del lago. La piedra había estado tan caliente que se había vuelto líquida y había saltado hacia arriba en un gran chorro que luego se había enfriado y se había detenido..., alzándose eternamente hacia el cielo.
Y, en algún momento del amanecer de la vida, el Pájaro de Dios había venido para construir un nido en su cima.
Ras fue por la orilla sureste del lago, subiendo hacia el norte hasta llegar a las piedras, aún ennegrecidas, que indicaban dónde había estado la cabaña. Una vez allí fue hacia el este, subiendo con facilidad por la suave colina cubierta de hierba y llegando hasta el bosque. Aquí los árboles tenían los troncos gruesos y, aunque poseían pocas ramas, éstas eran largas y gruesas, llegando hasta una gran distancia de los troncos. Las hojas no eran más grandes que su mano y de forma casi cuadrada, curvándose ligeramente por las puntas, que formaban una especie de doble prominencia. Sin embargo las ramas provistas de hojas, más pequeñas, eran bastante numerosas, por lo que la parte superior de los árboles estaba cubierta de verdor Una vez al año los árboles thimato se llenaban de unas flores blancas y rígidas con siete pétalos y después aparecían unas nueces bastante grandes, de forma triangular y algo aplastada, con las cáscaras de un negro lustroso.
En los árboles había también miles de pájaros de muchas formas y colores, así como también monos y otros animales que vivían en ellos durante todas las estaciones del año. Los chillidos, gruñidos, cacareos, graznidos, trinos, silbidos, zureos, gemidos, alaridos, tamborileos, trompetazos y todo otro ruido concebible resonaban con fuerza durante el día y no con tanta potencia durante la noche. Los primeros recuerdos de Ras eran oír ese tumulto, que casi llegaba a parecer melodioso y agradable.
Alzó los ojos y sonrió al ver siluetas familiares. Algunos de los monos bajaron de las ramas y acudieron a él, pero no se quedaron mucho rato, pues no tenía comida que darles. La vegetación que había bajo los árboles era de un espesor moderado, muy lejos de formar una jungla pues la cercanía de los troncos y el que estuvieran unidos entre ellos por las gruesas lianas pitón parásitas, así como el que muchas de las ramas estuvieran casi juntas, hacía que la tierra quedara bastante oscurecida y mataba a casi todas las especies vegetales salvo las más afortunadas y resistentes. Con la excepción de
unas cuantas horas al mediodía, el espacio situado bajo los árboles siempre se hallaba sumido en la penumbra.
Pero en las zonas superiores el sol penetraba con más facilidad, y era aquí donde vivían los pájaros y los animales. Y aquí, a unos veinte metros del suelo, estaba la casa de Mariyam, Yusufu y Ras. Se hallaba sobre una plataforma de troncos sostenida por dos grandes ramas que brotaban del tronco en el ángulo justo para colocar una plataforma. La casa, hecha con bambú de las colinas, tenía forma redonda, con un tejado cónico de hojas de taro y la armazón de bambú, contando con tres puertas, dos ventanas y tres habitacione
s. Entre los muros de la casa y el final de la plataforma había el espacio suficiente para formar un gran porche que rodeaba toda la casa. El porche tenía una barandilla de bambú, y Ras se acordaba de la primera vez en que Mariyam le cogió en brazos y le permitió atisbar por encima de la barandilla hacia el suelo, que entonces le parecía estará situado a una interesante lejanía.
Había tres formas de subir a la casa. Una era trepar por los peldaños de madera clavados al tronco. La segunda era usar el ascensor, que podía ser bajado al suelo y subido luego mediante cuerdas y una complicada polea. La tercera era usar las manos y
ascender por una escalerilla de cuerda. Las últimas dos formas requerían tal esfuerzo muscular (por no mencionar el hecho de que el trayecto en el ascensor resultaba algo agitado) que casi nunca eran usadas para subir, aunque eran muy cómodas para bajar.
Cuando Ras era joven ésta era la única casa existente. Pero hacía cinco años Yusufu y Mariyam, que iban haciéndose viejos, decidieron que subir y bajar por la escalera o el ascensor una docena de veces al día resultaba demasiado incómodo y agotador, por lo que construyeron otra casa, prácticamente una copia de la primera, situada más abajo. Ahora la casa del árbol se utilizaba básicamente de noche.
En el tejado del porche había varios monos. Una hembra de chimpancé‚ dormía sobre una mesa del porche. Un pangolín, devorador de hormigas provisto de armadura, andaba husmeando por la base de la casa. Las agudas voces de Mariyam y Yusufu llegaron hasta Ras incluso desde esa distancia. Frunció el ceño y sintió una vaga agitación en su estómago. Algunas veces sus peleas y sus gritos le divertían, pero normalmente le molestaban, haciendo que se sintiera incómodo e incluso llegara a enfadarse con ellos.
Lord Tyger Page 8