Book Read Free

Lord Tyger

Page 16

by Farmer, Phillip Jose


  Soltó un grito y dejó caer arco y flecha por la empalizada al interior de la aldea. Se dio la vuelta como si quisiera bajar corriendo por el montón de madera cuando debería haber aflojado las rodillas para protegerse detrás de la empalizada, y gracias a ello la punta de lanza penetró en el músculo situado sobre su clavícula, y Jabubi se deslizó por el montón de madera.

  Ras recogió el arco y la flecha que Jabubi había dejado caer, se volvió hacia Thaigulo y le disparó. Thaigulo se agachó. La flecha se enterró en la punta del tronco y el astil se partió. Ras estaba jadeando de tal forma y tenía las piernas tan cansadas que no pudo hacer otra cosa que volver caminando hacia el trono y las armas que había junto a él. Bigagi le disparó por dos veces, pero Ras siguió caminando en línea recta. Las dos flechas pasaron cerca de él con un silbido, pero ahora Ras tenía la sensación de que ya nada podría detenerle. Al menos, nada de lo que pudieran hacer los wantso, aunque quizá su hambre, su sed y el cansancio acabaran lográndolo. Thaigulo apareció de nuevo sobre la empalizada y también le disparó por dos veces, pero sus flechas ni tan siquiera cayeron cerca de Ras. Quizá sentía lo mismo que Ras, que acabaría venciendo. Ahora sólo quedaban él y Bigagi para luchar contra el Chico-Fantasma, y quizá de repente tuviera la impresión de que estaba solo, sin esperanzas. En ese instante se oyó el lejano chop-chop-chop de las alas del Pájaro de Dios. Bigagi, Thaigulo y Ras alzaron los ojos hacia el cielo.

  Un segundo después Ras apartó la vista y cogió la flecha que había matado a Mariyam y la puso en el arco. Apuntó cuidadosamente a Bigagi, pero Bigagi debió verle por el rabillo del ojo. De repente dejó de ser un blanco inmóvil que se recortaba contra el cielo, encuadrado por dos árboles. Se había ocultado detrás de la pared. Ras lanzó un gruñido, decepcionado, pero esperó a que reapareciera. Y entonces el Pájaro estuvo allí. Voló sobre las copas de los árboles y se situó sobre el río. Subió un poco, se detuvo y se quedó inmóvil. Los wantso gritaron. Bigagi asomó por la empalizada, le disparó rápidamente una flecha a Ras y volvió a esconderse. Su flecha, lanzada con excesiva premura, pasó un par de metros por encima de la cabeza de Ras.

  Hubo un ruido extraño, una especie de chasquido muy rápido. Astillas de madera salieron despedidas de las estacas tras las que se había ocultado Bigagi. El Pájaro bajó un poco, y Ras pudo ver a uno de los ángeles enmascarados que sostenía en su mano dos objetos de forma cilíndrica. Del extremo de cada objeto brotaba fuego.

  El Pájaro dejó atrás la empalizada y voló en círculos por encima del poblado. El chasquido siguió; los cilindros gemelos escupieron llamas.

  Las mujeres y los niños wantso gritaban y gritaban.

  Finalmente, se hizo el silencio. El Pájaro de Dios subió un poco y desapareció volando a sólo unos pocos metros por encima de los árboles, que se agitaban bajo el viento creado por sus alas. El chop-chop y el rugido se fueron debilitando hasta desaparecer.

  Ras esperó un poco antes de abrir la puerta oeste. Hizo girar lentamente las hojas de ésta y miró hacia fuera. Ante la puerta había los cuerpos de tres mujeres. En su carne había grandes agujeros. Estaban cubiertas de sangre, y también había sangre en el suelo, alrededor de ellas. La cabeza de una de las mujeres era una masa destrozada de carne y huesos salpicados de sangre.

  Ras pasó por entre los cuerpos para ir a beber al río. Cuando llegó a él vio flotar en la corriente grandes charcos de sangre que parecían balsas deformes. Un niño pasó flotando junto a él, boca abajo, mientras Ras tomaba un poco de agua en la palma de su mano. Una vez hubo calmado su sed se puso en pie y le dio la vuelta a la aldea, caminando muy despacio y con dificultad, empezando por la pared sur. Algunos cadáveres yacían en el suelo allí donde las piedras invisibles arrojadas por el arma cilíndrica del Pájaro les habían dado mientras corrían hacia los árboles; el resto se alejaba flotando por el río.

  Mientras pasaba ante la puerta este vio a un hombre que salía de los arbustos situados junto al río, a unos doscientos metros de allí. El hombre era Bigagi. Cogió una canoa que estaba en la orilla, saltó en ella y empezó a remar furiosamente río abajo, su cuerpo inclinado hacia adelante contra los vientos del terror.

  Ras le estuvo observando hasta que desapareció. En aquel momento no sentía nada salvo una especie de agotado asombro ante el hecho de que Bigagi, el responsable de todo aquello, pudiera acabar escapándose. Y, después de haber registrado toda la aldea, estuvo seguro de que Bigagi era el único wantso que seguía con vida.

  Dos cuervos se dejaron caer de una rama y avanzaron con cautelosos saltitos hacia el cadáver de un bebé. El cuerpo tenía un costado reventado, dejando ver las costillas, y estaba medio cubierto de hormigas. El primer cuervo empezó a picotear la herida; el segundo hurgó en uno de los ojos, todavía abierto. Los buitres no tardarían en darse cuenta y bajarían de los cielos, y los chacales y las hienas vendrían trotando, atraídos por el olor. Se darían un banquete hasta que los leopardos llegaran con la caída de la noche, e incluso entonces los pequeños devoradores de carroña podrían seguir comiendo dado que, por una vez, había más que suficiente para todos.

  Ras tomó asiento en el fango de la orilla. Salvo por el graznido de los cuervos y el ocasional aleteo o grito lejano de algún pájaro, todo estaba callado. Ras tenía la sensación de estar tan vacío como el silencio. Las bocas de los wantso no hablarían nunca más. El único sonido que habría en ellas sería el zumbar de las moscas y, pasado un tiempo, incluso las moscas se habrían marchado.

  Recordó el placer con que escuchaba a los wantso cuando se ocultaba en los arbustos. Recordaba las emocionantes, interesantes y divertidas conversaciones con Wilida, Fuwitha, Bigagi y los demás. ¡Qué‚ ruido habían llegado a hacer los aldeanos, las voces de hombres, mujeres, niños y bebés alzándose en una espiral como humo que fuera de la jungla al cielo! Seguramente Igziyabher debía haber olido el humo de las voces humanas; seguramente debía haberlo paladeado al igual que hacía Su hijo, oculto en la maleza.

  Ahora no tenía a nadie con quien hablar aparte de Bigagi, nadie en ningún lugar del mundo. Y no podía hablar con Bigagi. Tenía que matarle. Su odio se había esfumado. Ya no era capaz ni de seguir odiando a Bigagi. Pero tendría que matarle. Si bien el deseo de venganza parecía haberse desvanecido, el deber seguía existiendo.

  Pensó en Igziyabher. Estaba protegiendo a Su hijo. Había visto el fuego del poblado y había mandado ángeles dentro del Pájaro para que lo rescataran. Pero Ras no le estaba agradecido por ello. Podría haberse ocupado de los guerreros sin ayuda, aun estando herido y rodeado. Además, entonces Bigagi no habría escapado. Y las mujeres y los niños seguirían con vida. Podría haberse convertido en jefe de los wantso y, después de haberles explicado a las mujeres por qué‚ había tenido que matar a sus hombres, las habría tomado como esposas. Habrían tenido que aceptarle como hombre, y no como fantasma, porque habría sido el único hombre capaz de protegerlas, cazar por ellas y acostarse a su lado.

  ¿O todo aquello no era sino un sueño que habría muerto rápidamente cuando una de las mujeres le clavara un cuchillo mientras dormía? Era posible que las mujeres nunca llegasen a perdonarle lo que había hecho, incluso suponiendo que no hubiera tenido otro

  remedio que hacerlo y el que hubiera debido matar a los hombres fuese culpa de ellos. Quizás aquel sueño era una mentira. Nunca lo sabría.

  Se puso en pie y volvió a beber del río. Y después, como si el agua del río le hubiera dado el fluido necesario para crear las lágrimas, lloró. Lloró por Mariyam y Yusufu, por Wilida, por las mujeres y los niños muertos e incluso, aunque no comprendía por qué, lloró por los hombres muertos y por Bigagi.

  Pero le pareció que, sobre todo, lloraba por sí mismo.

  Los demás, salvo Bigagi, se encontraban más allá del dolor y la pena. El más infortunado era Ras, porque sólo él podía sentir pena y no le quedaba más que la pena.

  Pasado un tiempo, su cuerpo agarrotado por el dolor fue incapaz de encontrar más lágrimas y la herida de su cabeza le recordó que seguía vivo. Quería librarse del dolor, pero no dese
aba hacerlo mediante la muerte. No, ni tan siquiera cuando se hallaba más profundamente sumido en la pena había llegado a desear realmente unirse a los muertos.

  Lavó la herida de su cabeza y después, viendo que la sangre había empezado a manar de nuevo, volvió a cubrirla con barro. Cogió algunas de las flechas que se les habían caído a los wantso y nadó a través del río, sosteniendo el carcaj y el arco por encima del agua. Su meta era encontrar un árbol donde pudiera hacer un nido para dormir esa noche o, al menos, donde pudiera intentarlo, y mañana cazaría para conseguir algo de alimento.

  Cuando se encontraba a medio camino tuvo que sentarse para descansar, con la espalda apoyada en un tronco. Le temblaban los músculos y estaba débil y algo aturdido. Fue entonces cuando oyó un ruido entre los arbustos y vio un rostro de piel blanca mirándole por entre las hojas. Una cabellera amarilla brilló bajo la luz del sol.

  El ángel (o demonio)

  de los cabellos amarillos

  El ángel (o demonio) del pájaro de alas rígidas salió de los arbustos enseñándole que tenía las manos vacías. Estaba sonriendo; sus dientes eran blancos y muy iguales. Tenía un aspecto extraño: ¡estaba tan pálida y su nariz era tan estrecha, con el puente tan arriba y los labios tan delgados! Sus ojos eran tan grises como el metal de su cuchillo. Su cuerpo iba vestido de forma muy parecida al cuerpo del ángel que había caído del Pájaro de Dios envuelto en llamas. Aquella materia de color marrón y aspecto suave cubría su forma con tal holgura que Ras quizá no se habría llegado a dar cuenta de que era una mujer si no fuese porque en la cintura quedaba lo bastante ceñido como para revelar unos pechos grandes y de hermosas curvas. Llevaba los pies y las pantorrillas cubiertas por el cuero de algún animal. Tenía un cinturón con dos fundas. En una había un cuchillo y la otra contenía un objeto de hierro.

  Le ayudó a llegar hasta el árbol donde estaba el nido y le siguió mientras Ras trepaba por el tronco, despacio y con mucha dificultad. Inspeccionó su herida, chasqueó los labios y después extrajo un saquito de un bolsillo bastante abultado, derramando un polvo blanquecino sobre la herida de su cuero cabelludo.

  Lo que decía resultaba ininteligible. Ras la miró, agitó la cabeza y cerró los ojos. Si tenía intención de hacerle daño, podía haberle capturado o matado. Además, le parecía que el objeto de hierro era el responsable de la muerte del hombre que había caído del Pájaro en llamas. Estaba seguro de que llevaba en su interior la misma clase de muerte que aquellos cilindros gemelos situados dentro del Pájaro habían escupido sobre los wantso. Era indudable que aquella criatura había matado a Wiviki.

  Despertó en algún momento de la noche para encontrársela a su lado. La luna estaba saliendo, así que pudo ver cómo le sonreía. También pudo ver que estaba muy cansada y, a juzgar por los gruñidos y gorgoteos de su estómago, muy hambrienta. Le dijo algo en voz baja y esta vez, aunque Ras tampoco logró entenderla, le pareció que estaba utilizando un idioma distinto. Ras le preguntó su nombre en amárico. Ella dijo algo en lo que Ras estuvo seguro era otro lenguaje distinto a los dos anteriores. Después volvió a dormirse.

  Ras se recuperó rápidamente. En seis días ya era capaz de correr con su vigor de costumbre. Para aquel entonces ya se había acostumbrado a su piel blanca, sus extraños rasgos y su cabellera amarilla. Incluso estaba empezando a pensar que quizá algún día podría encontrarla atractiva. Además, cuando la vio bañarse en el río, al séptimo día, tuvo una erección. Era más delgada que Wilida y tenía las piernas más largas, pero sus pechos eran casi tan grandes y firmes como los de ella..., o al menos lo parecían. Su vello púbico era de un castaño rojizo, un color que Ras encontró bastante estimulante. Abandonó el arbusto que le ocultaba y se reunió con ella. Al verle pareció asustarse un poco y se internó en el río hasta que el agua le llegó al cuello. Ras se preguntó por qué‚ lo haría, pero si por alguna extraña razón particular suya deseaba hacerlo en el agua y de pie, Ras estaba dispuesto a cooperar. Empezó a ir hacia ella mientras volvía a comprobar que no hubiese cocodrilos cerca. Pero ella salió del agua y se apresuró a vestirse.

  Cuando salió del agua, Ras se vio apuntado por el objeto de hierro y ella le habló en tono áspero, sin dejar de apuntarle. Ras, recordando lo que le había ocurrido a Wiviki, se quedó quieto y no se acercó. Sonriendo, empezó a mover las caderas hacia atrás y hacia adelante, plantado delante de ella. Como contestación obtuvo una mueca de repugnancia y una ronca exclamación de disgusto.

  Ras se sintió perplejo y, al mismo tiempo, dolido. De todas las mujeres que había conocido, sólo Mariyam le había rechazado. El recuerdo era bastante doloroso porque cuando le preguntó a Mariyam si podía acostarse con ella recibió la peor paliza de toda su vida. Durante la paliza, tanto Yusufu como Mariyam no dejaron de repetirle a gritos que era un pervertido, un ser vil, un degenerado y una bestia.

  —¡Nunca debes acostarte con tu madre! ¡Nadie había oído nada semejante desde aquellos tiempos de Noé y sus malvados! ¡Si Igziyabher llega a descubrir ese horrible deseo tuyo te fulminará con Su mirada!

  Ras siguió pensando que no había nada malo en ofrecerle el afecto en su forma más intensa a su amada madre, pero sabía que, si ella estaba convencida de que su deseo era perverso, no conseguiría que cambiara de parecer. Y luego, cuando vio que los wantso también pensaban que aquello era algo monstruoso, empezó a preguntarse si quizá no habría algo malo en su interior.

  Pero esta mujer no era su madre. ¿Sería posible que los ángeles (o los demonios) también tuvieran prohibido ese placer, el mejor de todos los existentes? ¿O sería quizá la mujer de Igziyabher, por lo que no quería hacer que su celosa ira cayera sobre ella?

  Lo que estaba claro es que su entrepierna no era tan lisa como la frente de Ras, y así era como Yusufu había descrito a los ángeles.

  Fuera cual fuera la razón, le dejó muy claro que no deseaba acostarse con él. Más aún, insistió en que se tapara los genitales, que parecía considerar algo repugnante, aunque Ras no podía entender por qué semejantes hermosuras podían ofender a nadie salvo a los hombres de la tribu wantso, que tan celosos estaban de ellos y tan buenas razones habían tenido para estarlo.

  Ante su insistencia, Ras fue a otro árbol donde hacía mucho tiempo había escondido el taparrabos hecho con piel de leopardo y se lo puso. Ella pareció complacida, aunque la piel había sido muy maltratada por las mordeduras de insectos y roedores.

  A esas alturas Ras sabía que uno de los lenguajes con que ella intentaba hacerse entender era el inglés. Saberlo no le servía de mucho. Salvo alguna palabra de vez en cuando, el resto seguía siendo un parloteo ininteligible, y ella tampoco entendía el inglés de Ras, aunque debía reconocer algunas palabras. Inmediatamente después de su primer intento con el idioma, ella se sacó dos papeles a medio quemar del bolsillo. Los papeles eran también Cartas de Dios. Ras las leyó tan bien como pudo. El primero decía lo siguiente:

  sospecho que están desobedeciendo mis instrucciones y que llevan mucho tiempo haciéndolo. Desde el principio, y muchas veces después, les he explicado exactamente qué deben decirle, dándoles los más minuciosos detalles sobre cómo deben portarse cuando están en su presencia e incluso cuando no está‚ allí, por si estuviera espiándoles. Pero son mezquinos, me odian, aunque les salvé la vida, y así me tienen, trabajando o teniendo que preocuparme de ellos.

  El segundo decía:

  acabado familiarizados con los wantso a una temprana edad. Debe haberles estado visitando durante años antes de que yo lo descubriera. De lo contrario no habría conocido tan bien su lenguaje. Esto es un ejemplo de a qué me refería cuando dije que las cosas parecían tener voluntad propia, sin importar mis esfuerzos por intentar que la situación se mantuviera tal y como la describió el Maestro. Naturalmente, soy un hombre tan terco como realista (¡pregúntensenlo a cualquier persona de Sudáfrica que haya tratado conmigo!), y sabía que

  Pasado un rato el Pájaro volvió y empezó a trazar círculos en el cielo. Ras tuvo la impresión de que estaba buscando algo y que él era su objetivo. Después‚ el Pájaro desap
areció en dirección sur.

  ¿Cuál era la razón de que el Pájaro, o los ángeles que había dentro de él, anduvieran buscándole? ¿Sería quizá que Igziyabher les había dado instrucciones para que se aseguraran de que estaba a salvo? Fuera cual fuese la razón, los ángeles (si es que eran ángeles) tenían sus limitaciones, al igual que las tenía Igziyabher. No podían ver por entre los árboles, e Igziyabher tampoco poseía aquellos ojos omniscientes. Sin embargo los ángeles poseían los objetos que disparaban la muerte invisible, y Ras le tenía un gran respeto a esos objetos. Poco después de que el Pájaro dejara de ser audible la mujer le habló en inglés, muy despacio.

  —Mío nombre es Eeva Rantanen.

  Ras estaba encantado. Al responder habló tan despacio y con tanto cuidado como ella.

  —Yo soy Ras Tyger. Ras quiere decir señor en amárico.

  Eeva sonrió y dijo:

  —Decirme, ¿por qué‚ hablar......, hablas tan raro?

  Ras leyó esos dos papeles medio quemados varias veces antes de sacar su propia colección de la bolsa de antílope y entregársela a la mujer. Mientras los leía lanzó varias exclamaciones, y luego se los devolvió con un encogimiento de hombros. Ras pensó que tenía unos hombros muy bonitos. Esa noche volvió a acercarse a ella, y ella cogió nuevamente su arma (treinta y dos, la llamaba) y le apuntó. Ras sonrió y volvió a acostarse, pero se quitó el taparrabo para que pudiese ver lo que estaba perdiéndose. La mujer le escupió y habló rápidamente en una lengua que no era inglés. Pero no le dio la espalda, lo que Ras pensó demostraba tanto inteligencia como cautela.

  Cuando la noche estaba más avanzada Ras bajó del árbol para explorar la aldea de los wantso. El ruido procedente de allí había disminuido considerablemente. Durante varios días y noches se habían oído los rugidos de los leopardos, los ladridos de los chacales y las risas de las hienas. La segunda noche Ras había oído los rugidos de Janhoy. Algunos de los sonidos no podían ser otra cosa salvo Janhoy luchando con los leopardos. Ras estaba demasiado cansado para investigar. Además, Janhoy todavía no había perdido ninguna pelea con un leopardo, aunque resultaba imposible saber qué‚ ocurriría si un grupo entero de leopardos se aliaba contra él.

 

‹ Prev