Cuando nadó a través del río la luna ya estaba bastante alta. Una rata se escabulló entre las sombras cuando Ras pasó junto al hueso de un brazo. Las osamentas brillaban con una claridad grisácea; un cráneo en el que aún había algunas hebras de carne contemplaba la luna. Ras se aseguró de que no había leopardos en las ramas antes de trepar a un árbol. Llamó a Janhoy, y casi inmediatamente obtuvo un rugido de respuesta. El león apareció en el claro y miró a su alrededor. Ras bajó del árbol para saludarle.
Al llegar la mañana volvió con Janhoy al nido en el que estaba la mujer, todavía dormida. Ras hizo las presentaciones con gran cautela. Janhoy se portaba igual que si la considerase como un alimento en potencia. Cuando Ras la atrajo hacia él y empezó a hacerle caricias y abrazarla la mujer protestó, pero pronto comprendió lo que estaba haciendo y le dejó actuar. Ni tan siquiera intentó apartarle la mano cuando Ras le tocó el seno derecho, aunque todo su cuerpo se envaró. Janhoy la olisqueó para asegurarse de que podía aceptarla y de que Ras no estaba cometiendo ningún error..., al menos, eso le pareció a Ras. Cuando la mujer estuvo segura de que Janhoy había decidido que entraba en la clasificación de no peligrosa, apartó la mano de Ras y se alejó, aunque caminando despacio. Ras sonrió. Había notado cómo su pezón se hinchaba y se ponía duro, y gracias a eso sabía que su repugnancia no era auténtica.
Pero, ¿por qué‚ fingía?
Unos cuantos minutos después oyó el chop-chop de un Pájaro. Lo divisó por entre las ramas de un árbol cuando iba hacia el este.
—Hablando despacio podremos conversar. ¿Por qué no lo hiciste antes?
Ella se encogió de hombros y dijo:
—Pensar que tú no podías hablar bien o quizá nada del todo. Cuando ver tú mirando papeles pensé que tú sólo curioso y no saber qué‚ significar palabras. Pero... Pero pensé que privaría..., probaría de nuevo. ¿Entender mí?
—Sí. En una cosa acertabas. En las cartas hay ciertas palabras que no entiendo. ¿Podrías explicarme lo que significan?
La mujer le pidió que repitiera su pregunta y Ras así lo hizo. Tomaron asiento en el suelo, uno al lado del otro, mientras Ras le iba indicando las palabras sobre las que tenía dudas. Cuando hubieron repasado todas las páginas ella le dijo:
—Tú llamar ellas cartas. ¿Qué‚ tú querer decir con eso?
Ras le explicó lo que creía que eran. Ella puso cara de asombro y dijo:
—Tener que contarme todo sobre ti.
Ras se puso en pie.
—Luego. Puedo contártelo mientras vamos de camino hacia la canoa.
Fueron hacia el río y lo cruzaron a nado. Janhoy les siguió. Ras les llevó hasta el punto de la orilla que estaba delante de la puerta oeste, allí donde los wantso guardaban las canoas. La noche antes no las había examinado, y se llevó una decepción al ver que ninguna de las cuatro estaba en condiciones de ser utilizada. Las armas del Pájaro habían logrado atravesar incluso aquella gruesa madera. Todas las canoas estaban llenas de agujeros y resultaría imposible repararlas.
Sin ganas de trabajar durante cuatro o cinco días para construir una nueva canoa, Ras decidió hacer una balsa. Pero incluso para eso le hicieron falta dos días. Tuvo que hurgar entre las cenizas hasta recuperar la cantidad suficiente de hachas de hierro y cobre, azadones, picos y palas, para los que fabricó nuevos mangos con ramas cortadas usando su cuchillo. La hoja se embotó bastantes veces, y Ras tuvo que perder más tiempo aguzando su filo con la piedra que llevaba en su bolsa de piel de antílope. Después se puso a trabajar, desenterrando algunos troncos de la empalizada. Eeva le ayudó. Janhoy desapareció, presumiblemente de caza.
Hacia el ocaso del día siguiente Ras tenía una balsa. La balsa medía seis metros de largo por unos ochenta centímetros de ancho y sus troncos estaban unidos mediante lianas. Su proa tenía la forma adecuada para cortar el agua, y Ras había buscado dos estacas para impulsarse empujando contra el fondo del río o las orillas; también logró encontrar tres remos que habían escapado a la destrucción.
Ahora ya sabía qué‚ objetos letales habían escupido los cilindros gemelos. Mientras examinaba los huesos de los wantso había descubierto varios discos irregulares de un metal blando y grisáceo que relacionó rápidamente con el metal gris de forma cónica que había en los cilindros de un amarillo opaco que Eeva introducía en el tambor giratorio de su «treinta y dos». Le pidió que le explicara qué eran, y ella hizo cuanto pudo. Las armas de los ángeles disparaban un «calibre» mayor y los extremos de sus «calibres» tenían muescas para convertirlos en dum-dums.
Ras dio un respingo. Esa palabra le hizo recordar su infancia cuando aún vivían los siete «monos». A cada luna llena iban desnudos al bosque y a un claro en cuyo centro había un tambor hecho con tierra apisonada, y allí bailaban el dum-dum mientras Mariyam y Sara golpeaban el tambor con palos y los cinco hombres hacían piruetas a su alrededor lanzando prolongados gritos ululantes. Ras bailaba con ellos y se divertía mucho. Pero después de que murieran los tres primeros «monos» los dum-dum cesaron. Yusufu dijo que ahora no tenía objeto celebrarlos. Ras intentó organizar un dum-dum con los gorilas, pero no logró nada. Algunos de los más jóvenes bailaron con él durante un rato, pero eran incapaces de interesarse en el asunto el tiempo suficiente como para que Ras tuviera la sensación de que realmente estaban bailando tal y como debía hacerse.
Ras no le contó nada de todo aquello a Eeva. El recuerdo le hizo sentirse triste. Cada vez que pensaba en sus padres seguía notando un gran dolor Eeva y Ras botaron la balsa a la mañana del tercer día. Apenas la balsa estuvo avanzando por el centro de la corriente desayunaron fruta y carne de mono. Eeva le preguntó por Janhoy.
—No me gusta dejarle atrás, porque quizá pase hambre—le dijo Ras—. Pero no puedo llevármelo. No haría más que estorbar y tendría que pasarme demasiado tiempo cazando para él. Ya se las arreglará.
En ese instante oyeron rugir a Janhoy cerca de ellos. Estaba en la orilla sur. Ras le gritó que se fuera, pero el león nadó hacia ellos y estuvo a punto de hacer volcar la balsa al subirse a ella. Ras le maldijo en árabe y en amárico, aunque le alegraba que Janhoy hubiera insistido en venir. Abandonarle hacía que se sintiera culpable.
Pero el peso de Janhoy hacía que la balsa se hundiera bastante más, por lo que la cubierta siempre estaba llena de agua. Ras necesitó cierto tiempo para conseguir que se tumbara en el centro de la balsa y se quedara quieto. Y el peso extra hacía que impulsar la balsa resultara más difícil.
Eeva le preguntó si bajarían por el río. Ras abrió la boca para explicárselo, pero ella le dijo:
—¿Es porque tú querer salir lejos valle? Si ser así, no resultar fácil. Quizá no ser posible.
—¿Qué valle?—dijo Ras—. No vamos a encontrarnos con ningún valle.
Ella le miró durante unos segundos y luego abrió la boca para decir algo. En ese instante, cuando la balsa estaba doblando un recodo del río, apareció el primer cocodrilo. Se impulsó en la orilla con sus cortas patas, se metió en el agua y empezó a nadar en ángulo con la corriente para interceptarlos.
Y río abajo había por lo menos unos veinte cocodrilos que ya estaban abandonando el fango de la orilla. Unos cuantos más, situados a cierta distancia del río, levantaron sus cuerpos del suelo y corrieron hacia la orilla, deslizándose en el agua. Sus voces eran como truenos lejanos.
Janhoy se incorporó y respondió a su tronar con el rugido que guardaba en lo más profundo de su pecho.
—No creo que intenten subir a la balsa, pero con ellos nunca se puede estará seguro de nada—dijo Ras—. Y si se meten debajo de la balsa y Janhoy se pone nervioso y empieza a moverse de un lado para otro, la balsa volcará.
Ahora deseaba que su afecto hacia el león y sus remordimientos por haberlo dejado atrás no le hubieran inducido a dejarle subir a la balsa.
—Ser mejor que vayamos hacia la orilla—dijo—, para que podamos saltar a ella si nos vemos obligados. Nunca les he visto tan decididos. Eeva empezó a apoyar todo su peso sobre la pértiga, pero de repente la dejó caer. Una espalda
llena de escamas había hendido el agua cerca de ella. Ras le gritó que empujara. Eeva sacó el treinta y dos de su funda y apuntó con él a la bestia. La inesperada potencia de la explosión hizo que tanto Ras como Janhoy dieran un salto. El cocodrilo giró sobre sí mismo igual que un pedazo de carne en el asador. Las aguas se enrojecieron a su alrededor, y los demás cocodrilos se lanzaron sobre él. Eeva siguió usando la pértiga, y pronto se encontraron doblando otro recodo. Ahora solo había un cocodrilo visible, y se dirigía hacia la confusión que habían dejado atrás.
—Debían estar celebrando una reunión social—dijo Ras— O quizá fuera una reunión sexual.
Se rió. Rara vez tenía ocasión de hacer juegos de palabras en aquel idioma. Eeva le miró como preguntándose a qué‚ venía su risa.
Ras no se molestó en explicárselo y, durante un momento, el pensar que Yusufu le habría entendido y se habría reído le hizo entristecer.
Eeva estaba irritada.
—¿Por qué‚ tú no responder mí?
Le dijo a Eeva por qué estaba bajando por el río.
—Bigagi debe morir—le dijo—. Creo que él lo sabe, sabe que no me detendré hasta que le haya encontrado y le haya matado. Claro, el Pájaro de Dios le aterrorizó y quiso alejarse de él. Creo que ha ido hacia el sur; irá a la tierra de los sharrikt. No puede contarles quién es porque le matarían o le harían esclavo. Pero, una vez esté allí, les buscará para tener compañía, como cuando estaba con los wantso. Tendré que hacerlo, aun si corre el riesgo de que le descubran. Sólo con ver a otros seres humanos o escuchar sus voces, aunque sean enemigos suyos, ya estará mejor que entre el silencio y las bocas de los muertos. Puede que incluso decida entregarse a ellos para que le conviertan en esclavo. Los sharrikt tienen esclavos que descienden de los wantso. Bigagi quizá piense que es mejor ser un esclavo que no un hombre sin nadie con quien hablar o que se preocupe por él.
—Si no fuera por ti yo tampoco tendría a nadie con quien hablar —dijo después—. Salvo los sharrikt. Pero yo jamás seré un esclavo. Iría al Pantano de las Mil Patas, donde debe estar ahora Gilluk, y le mataría, con lo que me convertiría en el rey de los sharrikt. Sólo que.., Gilluk me gustaba, aunque fuese.., ¿arrogante? No siento deseos de matarle. Pero, ¿de qué‚ otra forma podría ser rey? ¿Sabes una cosa, Eeva? A veces es difícil comprender las cosas. No importa lo que hagas, siempre es preciso que abandones algo o que hagas algo que no te gusta hacer.
—Además, Bigagi, que mató a mi padre y a mi madre..
—¿Tu padre? Tú decir.., decir que tu padre ser Dios.
—Mi padre adoptivo, el esposo de Mariyam.
—¿Esposo?
—Bigagi los mató. Llevó a los guerreros wantso hasta ellos; de lo contrario, jamás habrían tenido el valor suficiente. Creen.., creían que yo era un fantasma.
Y eso fue toda una suerte para mí, penso. Si no me hubieran tenido tanto miedo, y si no hubieran temido tanto a la noche, jamás habría sido capaz de matar a tantos de ellos¡ Era su..., ¿Cuál es la palabra? ¡Superstición! Eso los había matado o, al menos, me ayudo a matarlos. Naturalmente que puedo enfrentarme a tres de ellos a la vez, sean los que sean, porque soy mucho más fuerte y veloz que ellos, porque soy más mortífero que el leopardo. De todas formas, si hubieran pensado con el cerebro y no con las tripas, yo jamás habría osado atacar al poblado entero. Y si no hubiera sido por esa estúpida circuncisión suya, quizá sus mujeres no habrían tenido tantas ganas de traicionar a sus hombres.
—¿Quién ser Iksiyapher... Igziyabher?—dijo ella.
—Es Dios.
—¿Tu padre?
—Eso me dijo Mariyam, mi madre—replicó Ras—Era una mona. O eso me contó, pero no creo que sea cierto. Y si mintió sobre eso, quizá también mintió sobre Igziyabher.
Ras se quedó callado durante un minuto y alejó la balsa de la orilla sur, hacia la que había estado acercándose.
Eeva estaba confusa, y no sólo por su forma de pronunciar. Le pidió que empezara su historia por el principio. Ras le dijo que no sabía por dónde empezar. Tendría que seguir callada mientras que Ras acababa de responder a su primera pregunta.
—Eres igual que Mariyam: no puedes tener la boca cerrada.
Pensar en aquel pequeño rostro moreno al que tanto había querido hizo que se quedara callado durante un instante
—¿Qué‚..ser.. . el que pasar?
—Los fantasmas existen, pero no son el tipo de fantasmas en que creen.., en que creían los wantso.
—No... no comprender todo cuanto tú decir —contestó Eeva.
—¿Qué?
Y, de repente, Ras le hizo una pregunta que consiguió dejarla perpleja
—¿Qué?—dijo ella—. ¿Qué por qué no dejar yo hacer tú qué a mí?
—¿No conoces la palabra? De acuerdo, está bien. ¿Por qué no me dejas hacer el amor contigo?
Las lágrimas empezaron a caer de los ojos de Eeva.
—Mi esposo... murió hace tan sólo tres semanas—dijo—. Y, de todas formas, yo no amar ti.
Eso parecía explicarlo todo perfectamente para ella pero, desde luego, ni dejó satisfecho a Ras ni le explicó nada. Podía comprender su pena, y cómo era posible que ésta eliminara su deseo. Pero de eso hacía ya tres semanas y estaba seguro de que Eeva ya debía estar volviendo a sentir un poco la fuerza de aquellos impulsos. Estaba viva y, ¿acaso había otra forma mejor de celebrarlo? ¿Qué‚ manera mejor de alejar a los fantasmas? Ras amaba a Mariyam, a Yusufu y a Wilida, y de vez en cuando sentiría pena por ellos durante un tiempo bastante largo, estaba seguro de ello. Pero, mientras tanto, siempre recordaría que estaba vivo. ¿Acaso Eeva había dejado de comer porque su esposo estaba muerto?
Claro, hacer el amor no era lo mismo que comer. Pero se trataba de dos cosas que era preciso hacer si se quería continuar con vida.
Los dos se quedaron callados durante un tiempo bastante largo, y después sólo hablaron de asuntos que les parecían estar lo bastante lejanos de la pregunta hecha por Ras. Cuando el sol se hallaba a dos palmos por encima de los acantilados, Eeva exclamó:
—¡Un hipopótamo pigmeo!
El animal había salido de la espesura y ahora avanzaba lentamente hacia la orilla, dando bufidos y gruñidos. Ras sabía que era un hipopótamo, pero Yusufu jamás le había dicho que fuera un hipopótamo pigmeo.
Janhoy se incorporó con un gruñido.
—Estás hambriento—le dijo Ras en amárico, y luego se dirigió a Eeva en inglés—. Mata al hipopótamo con tu treinta y dos.
—No. Querer ahorrar mis balas para emergencias —dijo ella.
Ras puso cara de incomprensión.
—Emergencias—siguió diciendo ella—. Peligros en los cuales ser absolutamente requerido yo usar las... balas.
—¿Emergencias? ¿Como yo?—dijo.
—Sí. Y como los sharrikt.
Llevaron la balsa hacia el barro. Ras ató un extremo de su cuerda a la parte metálica de un pico que había clavado entre dos troncos de la balsa y luego ató el otro extremo a un arbusto. Después, los tres fueron siguiendo las huellas del hipopótamo hasta que, al oír gruñidos y bufidos, se arrastraron lentamente hacia la fuente de los ruidos. Había cuatro adultos y una cría, todos alimentándose.
Janhoy siguió acercándose cautelosamente a ellos, mientras Ras trazaba amplio círculo hacia el norte, deteniéndose antes de que el viento pudiera llevarles su olor. Eeva se quedó escondida detrás de un arbusto. Ras colocó una flecha en el arco y, agazapándose, avanzó centímetro a centímetro. Un instante después Janhoy salió a la carrera de los arbustos.
Los hipopótamos huyeron. Ras acertó con una flecha a la pata de un macho y, cuando caía al suelo, le disparó otra flecha al vientre. Janhoy atrapó a la cría, pero enseguida deseó no haberlo hecho. La madre cargó contra el león, abrió la boca y cerró sus fauces sobre él. Janhoy logró soltarse al precio de dos profundas heridas. De repente uno de los machos que huía, ya fuera por haber dejado de tener miedo o porque el pánico le había hecho emprender un loco zigzag, salió de la espesura y se lanzó rui
dosamente sobre Janhoy. El león le esquivó y luego tuvo que correr para huir de la hembra. Chillando, los dos adultos y la cría se alejaron trotando hacia el río. Janhoy les siguió, pero tenía que retirarse cada vez que uno de ellos se daba la vuelta y hacía un amago de cargar contra él.
—Volverá dentro de un momento—dijo Ras, mientras empezaba a cortar la pata trasera izquierda del hipopótamo—. Esta noche comeremos carne y Janhoy podrá llenarse el vientre. Aquí hay lo suficiente para que le dure una semana..., si es que puede mantener alejados a los leopardos, los chacales, las hienas y los buitres. Y mientras él se atiborra nosotros seguiremos adelante. No tengo intención de seguirle aguantando por más tiempo.
Esa noche, mientras comían la carne junto a una pequeña hoguera, Eeva le preguntó:
—¿Es cierto que no has salido nunca de este valle?
El oído de Ras había sabido adaptarse rápidamente a su forma de pronunciar las palabras, y su rapidez era tal que ahora las oía como si fueran pronunciadas «correctamente».
—Si te refieres a si he estado alguna vez más allá de los acantilados..., te refieres a eso, ¿no? No, no he salido de él. He intentado escalarlos, aunque mis padres decían que Igziyabher me mataría si llegaba a verme hacerlo. Jamás pude llegar a más de medio trayecto. Y puedo trepar igual que un babuino. El cielo es un techo de piedra azul. De todas formas, Mariyam decía que más allá no había nada. El resto del mundo es todo piedra. Pero, ¿dónde vive Igziyabher? ¿Adónde va el Pájaro? ¿De dónde has venido tú? ¿Qué‚ eres? ¿Mujer, ángel, demonio, alguna clase de animal? ¿Un fantasma?
—Siendo una mujer, soy todas esas cosas salvo un fantasma —dijo ella.
Siguieron hablando durante un rato, con el resultado de que Ras acabó más confuso que al principio. Apagó la hoguera y se alejaron hasta que Ras pensó que ya estaban lo bastante lejos de los restos del hipopótamo. Entonces construyó una pequeña plataforma sobre dos ramas e intentaron dormir. El estruendo que llegaba desde el lugar donde estaba el hipopótamo muerto pareció continuar toda la noche.
Lord Tyger Page 17