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Lord Tyger

Page 38

by Farmer, Phillip Jose


  El viento estaba haciendo que el humo fuese hacia la escalera de caracol, por lo que a Ras le resultaba imposible ver nada más allá de un par de metros. Ahogó otro ataque de tos y empezó a bajar a rastras por los peldaños. Cuando llegó al fondo se agazapó y escuchó. La puerta de la celda apenas si era visible. La ventanilla estaba abierta, pero ningún rostro asomaba por ella. Ras atisbó por la esquina de la escalera. El humo se estaba haciendo tan espeso que ya no podía ver ni el final del pasillo. Los dos cadáveres estaban ocultos por las nubes de humo, pero aun así logró ver que tanto el rifle como la pistola y la cartuchera del centinela habían desaparecido.

  Sonrió. Quien hubiera bajado hasta aquí o había seguido avanzando por el pasillo hasta una de las habitaciones que había a lo largo de él, o había ido hasta el almacén, o se ocultaba en la celda. Claro que si esa persona —o personas— no tenía una llave no podría entrar en la celda dado que Ras había cogido la llave del centinela.

  Un hombre podría haber seguido hasta una de las estancias que había detrás de las tres puertas del pasillo, dejando al otro hombre en la celda para que así pudieran coger a Ras entre ambos.

  En ese momento un rostro apareció en la ventanilla de la celda. Era una cara que Ras no había esperado ver, pues creía que la mujer se encontraba demasiado débil para levantarse. Pero allí estaba su flaco rostro, y sus ojos, carentes de toda emoción, estaban mirando hacia Ras. Su cabeza se inclinaba hacia la derecha y todo indicaba que la estaban obligando a mirar por la ventanilla, quizá incluso que era sostenida por alguien.

  Aquel presentimiento bastó para advertirle. Ras alzó su rifle, y ya estaba apretando el gatillo cuando otro rostro apareció detrás de la mujer y el cañón de un arma se deslizó por encima de su hombro, asomando por la ventanilla.

  No podía hacer nada más que disparar. No podía impedir que la mujer estuviera en mitad de su línea de fuego. Y la mujer se derrumbó hacia atrás con la frente reventada y llena de sangre, y el rostro que había detrás de ella también salió despedido hacia atrás. El rifle escupió una sola llamarada, y partículas de piedra golpearon el rostro de Ras cuando la bala rebotó en la pared junto a su cabeza: un instante después el cañón del arma se alzó bruscamente y volvió a entrar por la ventanilla.

  Ras vació el cargador sobre la puerta, apuntando bastante bajo para que las balas acertaran al hombre tendido en el suelo, siempre que lograsen penetrar la madera con la fuerza suficiente. Después de recargar el arma esperó durante varios minutos. El único sonido era el rugir ahogado del combustible ardiendo. El viento debía haber vuelto a cambiar de dirección, pues ahora ya no había humo en la entrada de la escalera. La humareda del pasillo se había disipado en muy poco tiempo. Ras atisbó por la esquina de la escalera y no vio a nadie. Se puso en pie y cruzó de un salto el pasillo hasta llegar a la puerta de la celda. Volvió a esperar. Ninguna cabeza asomó por las entradas del pasillo, y a través de la ventanilla de la celda no le llegó sonido alguno.

  Ras miró por la ventanilla. Ni el hombre ni la mujer podían estar vivos habiendo perdido partes tan considerables de sus cabezas y cuellos. El hombre quizá fuera el operador de radio que había estado fumando fuera del cobertizo.

  Ras lamentó haber tenido que matar a la mujer. Incluso estando casi al final de su vida Boygur había conseguido hacer que Ras matara a otra persona inocente. Tras asegurarse de que en la celda no había nadie más, Ras se aproximó cautelosamente a la entrada y luego bajó por la escalera de caracol hasta el almacén. Pegó la oreja a la puerta, y a través de la gruesa madera oyó unos débiles gruñidos, siseos y chasquidos metálicos. No tenía forma alguna de saber cuál era la causa de esos sonidos, pero supuso que la responsable debía ser la máquina con la cuerda enrollada en el cilindro. Miró por el agujero de la cerradura pero descubrió que estaba tapado. Boygur—si es que era él quien estaba en la habitación—se había dejado la llave en la cerradura. Si empujaba la llave para sacarla del agujero, el ruido de su caída alertaría a Boygur, ya que sin duda estaría vigilándola atentamente.

  Ras volvió arriba. Seguía sin poder ver gran cosa, y el humo hizo que empezara a toser de nuevo. Fue avanzando a tientas hasta llegar al muro de piedra que circundaba el borde. Se inclinó por encima del muro y logró evitar la mayor parte del humo, pudiendo ver también toda la columna de piedra hasta el lago. La minúscula canoa con las figurillas de Eeva y Yusufu dentro subía y bajaba sobre las aguas. Estaban esperando; ahora debían estar temblando de preocupación e incertidumbre, preguntándose qué había pasado después de que el humo brotara del pilar. Alrededor de Ras había demasiado humo para que ellos pudieran verle, pero aun así les saludó con la mano.

  Inclinado sobre el muro, Ras siguió avanzando a lo largo de éste hasta llegar a un punto situado justo sobre la ventana del almacén por la que había entrado después de trepar. El cuello metálico de la máquina asomaba por la ventana, y la cuerda blanca se deslizaba ya por las ruedecillas que había al final del cuello. La cuerda había llegado ya a la mitad del negro costado del pilar. Su extremo estaba unido a una armazón metálica que sostenía uno de los pequeños botes que Ras había visto en el almacén. En el bote había tres fardos de forma alargada, dos remos y un rifle. Los flancos de la armazón y el bote golpeaban de vez en cuando algún saliente rocoso, pero el descenso de la cuerda era muy lento. Quien hacía funcionar la máquina no deseaba correr ningún riesgo de estropear el bote. Su cabeza de blancos cabellos asomaba por la ventana mientras observaba el descenso. Ras le estuvo mirando durante unos segundos, y se apartó cuando la cabeza empezó a volverse hacia un lado. No quería ser visto si al hombre se le ocurría la idea de mirar hacia arriba.

  Ras esperaba tener el tiempo suficiente para encontrar una cuerda adecuada antes de que el bote llegara a la superficie y Boygur hubiera bajado demasiado trecho por la cuerda. Empezó a buscar una cuerda sin perder ni un instante, pero tardó más de lo que deseaba en hallarla, pues tuvo que registrar los edificios situados a un extremo del pilar. Los demás edificios habían sido derribados o totalmente destruidos por la detonación, y algunos se encontraban demasiado cerca del calor como para que Ras pudiera pensar en meterse en ellos. Uno de los edificios, que debía ser el de Boygur, le habría dejado fascinado en cualquier otro momento que no fuera aquél. Cuando ya estaba a punto de rendirse y volver corriendo hacia el muro, encontró por fin la cuerda que estaba buscando. El rollo de cuerda estaba colgado en la pared de una habitación de la casa de Boygur, y Ras lo reconoció inmediatamente como una cuerda fabricada y utilizada por él mismo que había desaparecido misteriosamente hacía varios años. Ras había sospechado que un chimpancé o un mono se la habían robado, pero aquí estaba, en una pared, con muchas fotos de él mismo o de otras personas, así como las cabezas disecadas de unos cuantos animales y algunas armas de los wantso y los sharrikt, junto con la primera lanza que Ras había fabricado en su vida.

  Ras corrió por entre el humo hasta llegar al muro. El bote metálico oscilaba hacia un lado y hacia otro pero no llegaba a golpear contra el pilar. Al parecer Boygur ya creía tenerlo situado lo bastante cerca de la superficie del lago, porque ahora estaba encima del cuello metálico de la máquina. Boygur avanzaba muy despacio y deteniéndose con bastante frecuencia. Llevaba unos pantalones de color marrón y guantes para evitar las quemaduras de la cuerda cuando bajara los trescientos metros de ésta. En su cinturón había una funda con un revólver.

  Entre las armas y herramientas con que Ras había practicado durante más de doce años estaba el lazo. Ras dejó caer su lazo sobre los hombros del viejo de cabellos blancos justo cuando éste miraba hacia arriba. Boygur—tenía que ser Boygur, a juzgar por la descripción de Yusufu—lanzó un chillido. Echó la cabeza hacia atrás para mirarle: tenía los ojos desorbitados, y su barba asomaba rígidamente de su cara como si el terror se la hubiera dejado tiesa.

  Ras tiró de la cuerda para cerrar el lazo. Boygur gritó, tensando las rodillas y sujetándose con los pies al marco metálico. Ras no podía usar nada más que sus brazos para izar a Boygur, pero aun así Boygur se vi
o arrancado de su asidero después de unos cuantos segundos de lucha desesperada. Su cuerpo empezó a girar lentamente sobre sí mismo, balanceándose hacia atrás y hacia adelante impulsado por el viento.

  Y de esa forma Ras subió a Boygur, igual que un hombre subiría a Dios atrapado por un lazo, tal y como la criatura iría subiendo a su Creador para preguntarle por qué había hecho esto y aquello, pero estaba muy claro que aquel hombre, cubierto de arañazos y de sangre, manchado por el humo y con la ropa medio destrozada, no era Igziyabher. Miraba igual que Igziyabher; sus ojos de un azul claro parecían tan irritados, temibles y ciegos como el rayo de Dios. Pero no era más que un hombre, aunque era un hombre que no se parecía a ningún otro. Y si no era el ser que había creado a Ras, sí era el único responsable de haberle dado forma y el responsable de muchas maldades..

  Preguntas y respuestas

  A última hora de la tarde los incendios ya se habían consumido por sí mismos. El ennegrecido esqueleto del gran helicóptero se encontraba junto a las oscuras ruinas de un cobertizo. Los edificios más cercanos al incendio habían ardido, se habían derrumbado o estaban hechos añicos. El humo cubría todo el exterior de la columna. Ras se miró en el espejo que había al otro lado de la habitación y vio un rostro ennegrecido por el humo.

  Estaban en una gran habitación que contenía muchos estantes de libros, un sofá de cuero, un gran escritorio y una silla giratoria montada sobre ruedas. En uno de los estantes situados encima del escritorio había una hilera de libros encuadernados en piel de gorila sostenidos por dos bustos cubiertos con hoja de oro. Los libros, según decía Boygur, eran todos ediciones originales en lengua inglesa de las series de Tarzán escritas por Edgar Rice Burroughs. Cada uno estaba autografiado personalmente por Burroughs; Boygur había volado a California para conseguir que el autor se los firmara. Ras se preguntó por qué le contaba todo esto. Boygur parecía muy orgulloso, como si esperara que Ras apreciase enormemente aquellos libros, pero tanto los libros como el orgullo no tenían ningún significado para Ras.

  Uno de los bustos que servía para sostener la hilera de libros representaba a Tarzán, y había sido hecho para Boygur por un hombre llamado Gutzon Borglum.

  —Lo hizo en secreto—dijo Boygur—. Sólo Borglum y yo estábamos enterados de nuestro acuerdo, y me costó mucho dinero.

  El otro busto representaba a Ras, y había sido hecho por un escultor que utilizó fotos y películas de Ras.

  Había muchos cuadros sobre Tarzán, la mayor parte de ellos obra de St. John, de quien Boygur decía que era el más grande ilustrador del Libro y el Héroe.

  También había cinco fotos de Ras tomadas en distintas edades. Yusufu le había hablado de ellas, pero primero le había tenido que explicar lo que eran las «fotos». Una le mostraba siendo un bebé, en brazos de Mariyam y con Yusufu cerca de ellos: en segundo plano se veía a cinco gorilas comiendo u observando a los humanos. La segunda foto era de Ras cuando tenía cinco años, un niño desnudo con una larga cabellera negra que jugaba con una cría de gorila mientras dos hembras comían brotes de bambú junto a ellos. Una tercera le mostraba en una canoa, pescando en el lago. Una cuarta había sido tomada dentro de la cabaña de troncos que había junto a la orilla del lago, un año antes de que se incendiara al caerle un rayo. La foto había sido tomada desde la derecha de Ras, y Ras estaba sentado en el tosco escritorio de madera examinando un gran libro de ilustraciones mientras ante él ardían dos grandes velas. Gracias a lo que le había contado Yusufu, ahora Ras comprendía que aquella foto había sido tomada mediante una cámara oculta.

  La quinta foto mostraba a Ras cuando tenia dieciséis años, bajando de una colina con el cadáver de un leopardo sobre los hombros. La foto mostraba también la sangre seca que cubría su pecho y sus hombros, así como las señales de las garras. Todo aquello sucedió cuando Ras estaba cazando al devorador de gorilas y fue sorprendido y atacado por él. Ras perdió su cuchillo durante el primer minuto del combate pero logró, literalmente, arrancarse de sus garras y cogió al leopardo por la cola. El leopardo saltó por los aires e intentó revolverse contra él, todo en un mismo movimiento. Después Ras nunca llegó a saber cómo lo consiguió, pero hizo girar al gran felino, que debía pesar por lo menos unos ciento veinte kilos, haciéndole dar vueltas una y otra vez, sujetándole la cola con las dos manos, y a cada vuelta daba un paso hacia el árbol más próximo. El último paso hacia delante y la última vuelta hicieron que la cabeza y los hombros del leopardo se estrellaran contra el tronco del árbol. Mientras la bestia medio inconsciente intentaba erguirse de nuevo sobre sus patas, Ras buscó rápidamente a su alrededor, encontró el cuchillo, y lo hundió en la garganta del leopardo antes de que éste pudiera recobrarse. Después de aquello Ras se enfadó mucho con Yusufu y Mariyam porque ninguno de los dos creyó su relato de cómo lo había matado.

  Ahora recordaba que el helicóptero apareció mientras bajaba por la colina con el cadáver encima de los hombros.

  Sobre una mesa había una gran foto enmarcada de un Boygur bastante más joven y sin barba, de pie en algún lugar extraño junto a dos hombres. Las firmas que había al pie de la foto eran las de Edgar Rice Burroughs y Johnny Weissmuller.

  Encima de la misma mesa había un montón de libros sin tapas a los que Boygur llamaba revistas. La de encima tenía como título El boletín Burroughs, y en su cubierta había una ilustración muy intrigante. Bajo unas circunstancias distintas Ras la habría examinado concienzudamente. De las muchas cabezas de animales que había en la pared, una era de un león. Había también una bestia muy fea con dos cuernos en el hocico, una cabeza de elefante dos veces tan grande como la del mayor elefante de río que Ras había visto en toda su vida, y la cabeza de un tigre, que Ras reconoció porque recordaba los dibujos de tigres que había en los libros de la cabaña. Aquel gato cubierto de rayas, impresionante y hermoso, era la bestia con cuyo nombre había sido bautizado, y también era, tal y como le había explicado Yusufu, el nombre de su antepasado normando, un gran guerrero que había cruzado el Canal de la Mancha con Guillermo el Conquistador.

  Ras había intentado imaginarse a los normandos, el Canal de la Mancha, a Robert le Tigre y las demás cosas que Yusufu le había contado, pero no conseguía hacerlo, y el hecho de que Yusufu se mostrara más bien vago sobre ellas no le ayudaba. No veía razón alguna por la cual debiera enorgullecerse de ser descendiente de la aristocracia inglesa cuando jamás había visto a un aristócrata inglés.

  Y tampoco había visto ni oído hablar nunca de ese tal Burroughs al que Boygur llamaba el Maestro.

  Yusufu le había dicho, la noche en que subió por la columna de piedra:

  —Hijo mío, debes entender que ese Burroughs no es responsable de lo que Boygur cree o de lo que Boygur ha hecho. Los libros de Tarzán no son más que libros que narran historias sobre ese hombre salvaje de la jungla, que fue criado por los grandes monos y se convirtió en un superhombre. Millones de personas han leído esas historias, que no son ciertas sino inventadas, y han disfrutado con ellas. Y se han hecho películas sobre Tarzán, muchas películas, y la gente ha disfrutado con ellas. De hecho, yo actué en una película de Tarzán hace muchos años, antes de que tú nacieras, y lo mismo hicieron Mariyam y los otros. Entonces vivíamos en Norteamérica, y allí es donde aprendí el inglés.

  »Como ya te he dicho, mucha gente ha disfrutado con las historias de Tarzán e incluso han llegado a tenerlas en gran estima. Para algunos, Tarzán es el Héroe. Pero Boygur está loco, hijo mío. Amaba demasiado esas historias. Acabó convenciéndose de que eran reales, quizá porque era pequeño, flaco y débil de cuerpo, y tuvo que sufrir mucho a manos de personas más grandes y fuertes cuando era un niño y un adolescente. Quizá soñó con llegar a convertirse en un gigante que pudiera derrotar a todos los demás hombres e incluso a los animales más grandes y peligrosos, como el león, usando tan sólo sus manos desnudas y un cuchillo. Y tuvo que trabajar duro, muy duro, y cuando era joven sufrió una gran pobreza. Soñaba con una vida de libertad donde no fuera preciso trabajar esforzadamente, una vida donde estuviese libre del desprecio y l
as incesantes exigencias de los demás. Soñaba con llegar a convertirse en ese Tarzán. No estaba lo bastante loco como para creer que él mismo fuera aquel hombre salvaje y libre de la jungla, pero sí estaba lo bastante loco como para creer que podía vivir como Tarzán a través de otra persona. Y por eso, una vez hubo conseguido su fortuna y se hubo convertido en lo que llaman un multimillonario, decidió criar a su propio Tarzán.

  »Lo que hizo fue algo malo, pero Boygur no lo sabe. Pertenece a este mundo, pues de lo contrario no habría sido capaz de hacerse tan rico, pero no pertenece del todo a él.

  El hombre que estaba sentado en el sofá de cuero con las manos y los pies atados no daba la impresión de haber poseído un poder tan grande y haber controlado a tantas personas. Aunque pequeño y delgado, habría resultado un anciano bastante apuesto de no ser porque tenía los ojos tan rodeados de bolsas y circundados por anillos de negrura, el rostro cubierto de sangre y arañazos, y la barba tan sucia y ensangrentada. Su espesa cabellera blanca era larga y ondulada, y poseía una frente amplia y despejada con unas gruesas cejas blancas, una nariz que se parecía al arco que traza una flecha al bajar, unos profundos huecos debajo de las mejillas, y los labios bastante delgados. Incluso atado, cubierto de sangre y agotado, poseía dignidad, o la habría poseído si no se hubiera orinado en los pantalones debido al terror que sintió al ser izado con la cuerda.

  —No lo entiendes, Ras—dijo, como había dicho muchas veces desde que fue capturado—. Yo hice de ti lo que eres ahora. Si no fuera por mí, no serías nada. No serías más que un morador de las ciudades, un hombre de negocios o un profesor, un ser que no existe, nada. Pero eres Ras Tyger, y en todo el mundo no hay nadie como tú. Lo cierto es que eres el Tarzán de este mundo...

 

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