Book Read Free

The Case of the Three Kings / El caso de los Reyes Magos

Page 7

by Alidis Vicente


  —¡Mamita, shhh! Por favor no pases la cinta policial. Está bien, estoy trabajando.

  —¿Qué le hiciste a la sala? —me susurró—. ¿Por qué te pusiste una pava y lentes grandes? Tú no usas lentes.

  Suspiré. Supuse que debía darle algún tipo de explicación para que se alejara de la escena del crimen lo antes posible. Tenía que trabajar y había poco tiempo para hacerlo antes de que regresaran los niños a abrir sus regalos.

  —Mamita, no conoces esto de mí, pero soy detective. Una gran detective. Soy famosa en donde vivo. Algo está pasando con este día festivo, algo que no está bien. Camellos voladores, reyes magos anónimos que entran a escondidas a tu casa . . . No tiene sentido. Ahora, si me permites, tengo que terminar la investigación.

  Mamita miró alrededor de la sala. Parecía estar estudiando mi trabajo. Claramente, la impresioné. No te enteras que tu bisnieta es una súper detective todos los días. ¿Quién la puede culpar?

  —¿Qué piensas hacer con la información cuando descubras quién está detrás de este día festivo?

  —Pues, eso es fácil, voy a decírselo a todos los niños cuando abran los regalos. Creen que yo soy un chiste, pero eso va a cambiar muy pronto.

  Seguí el rastro de grama, tratando de encontrar alguna pista. Cualquier cosa que me ayudara a identificar quién estaba detrás de este desastre era clave. Pero eso no duró mucho porque Mamita me levantó del suelo por un brazo y me llevó a la cocina por el pasillo.

  —¡Oye! ¿Qué haces? ¿Adónde me llevas? —susurré.

  —Silencio o vas a despertar a tus padres, y luego vas a tener un gran problema —dijo Mamita.

  Me sacó por la puerta trasera hacia el gallinero. Recogió un galón de maíz seco que mantenía al lado de la casa y empezó a tirarlo por el suelo. Las gallinas y los gallos vinieron corriendo, peleándose uno con otro para tomar el desayuno. Me di cuenta que había menos gallinas que antes. Sentí una pesadumbre en el estómago. La cena de anoche ya no me parecía tan deliciosa.

  —Mira, me encantaría ayudarte a darles de comer a las gallinas, pero me tengo que ir. Todos se van a despertar pronto, y tengo que resolver esto para entonces.

  Estaba a punto de empezar a caminar de regreso a la casa, cuando Mamita dijo —¿Quién crees que les va a dar el desayuno a los pollitos?

  —Obviamente las gallinas —respondí.

  —Pero, ¿lo hicieron? ¿Las gallinas verdaderamente les dieron su desayuno? ¿O lo hice yo?

  No estaba segura lo que Mamita estaba tratando de decir con su discurso sobre el desayuno de las gallinas, pero sabía que era un truco. Me estaba poniendo en prueba. Por suerte, yo siempre me saco As en las pruebas.

  —Técnicamente, lo hicieron las dos —dije.

  —Pero, ¿importa quién les dio de comer?

  —No, lo que importa es que hayan comido.

  —Exactamente. —Mamita ahora estaba sonriendo.

  Aún no entendía qué quería decir con esto. Las señales del amanecer empezaban a asomarse en lo más lejos del cielo. Estaba corriendo el tiempo.

  —Flaca, los niños que celebran el Día de Reyes son como los pollitos. No les importa de dónde vienen los regalos o quién dejó el rastro de grama. Lo que importa es que están rodeados de personas que los quieren y los verán sonreír esta mañana. ¿Entrarías al gallinero a quitarle la comida a los pollitos? Si pudieras, ¿les dirías quién les dio la comida? ¿Qué no fueron sus madres?

  Pensé en cómo sería hablar el lenguaje de las gallinas. Sería una buena herramienta en estos lugares. También pensé en la pregunta de Mamita.

  —No, no me gustaría decepcionarlos —dije.

  —Entonces, por favor no decepciones a los niños esta mañana —dijo Mamita—. Este día festivo no es importante para ti, pero para algunas personas tiene mucho significado. Es algo que esperan. No les quites eso.

  Y allí me di cuenta. Por supuesto que los adultos y niños más grandes no creían que hubieran camellos voladores que entregaban regalos o que se comían la grama debajo de sus camas, pero celebraban el Día de Reyes de todos modos. No se trataba de los regalos ni de los reyes. Se trataba de bailar. Se trataba de compartir. De creer en la familia, y Mamita creía en mí.

  Empecé a volver a la casa. —Vamos —le dije.

  —¿Adónde vas? —preguntó Mamita.

  —A prepararme para el Día de Reyes.

  No pude ver la cara de Mamita quien caminaba detrás de mí al subir la loma, pero sabía que sonreía.

  Cuando ya estábamos adentro, quitamos la cinta policial y limpié el polvo para las huellas digitales. Chocamos las manos y me volví a meter dentro del mosquitero. Con suerte, podría dormir unas cuantas horas más antes de que amaneciera.

  CAPÍTULO 7

  Ya comieron los polluelos

  Me despertaron los gruñidos y las patadas de la Bruja en mi espalda unas cuantas horas después. Mis padres estaban rondando la cama como helicópteros, tomando y tomando fotos. Intenté actuar sorprendida cuando encontré mi regalo debajo de la cama y hasta sonreí para el paparazzi. Mamita me guiñó a escondidas.

  No tuve que esperar demasiado para que los otros familiares llegaran. Llegaron en manada a la casa con regalos, barras de pan caliente para el desayuno y dulces para todos. Mamita se sentó a la cabeza de la sala, cuidando a sus polluelos mientras abrían sus regalos. Se veía radiante de placer. Todavía yo no estaba segura quiénes eran los Reyes Magos, pero definitivamente había descubierto quién era la reina de nuestra familia.

  Caso de los Reyes Magos: CERRADO

  Abrí mi regalo. Era una suscripción para Detective Weekly . . . y una crema para la picazón. Me reí por la combinación. El día festivo no era tan malo al final. De repente se me ocurrió algo. Quería darle un regalo a Mamita. ¿Pero qué le podría regalar? Después de un rato, se me ocurrió algo.

  Mamita estaba sentada en su mecedora en la recámara, observando su terreno por la ventana como lo hacía cuando recién llegamos en el carro que alquilamos.

  —Tengo un regalo para ti, Mamita —dije.

  —¿Sí? —se dio vuelta y me saludó con una sonrisa de dientes falsos. Era la sonrisa más linda que había visto.

  —¿De verdad no sabes leer? —pregunté.

  Asintió. —Conozco las letras, pero jamás aprendí a leer. En mis tiempos, las modelos como yo no tenían que aprender.

  Aunque era vieja, era bien divertida.

  —Estuve pensando que cuando vuelva a casa, puedo comprarnos los mismos libros y mandarte una copia por correo. Luego te puedo llamar y podemos leer juntas por teléfono. De esta manera, te puedo enseñar.

  —De acuerdo.

  —De acuerdo —dije, estrechando su mano curtida, arrugada.

  Nos tomamos de la mano mientras sentadas, miramos por la ventana. Los gallos estaban cantando. Los perros ladrando. Hasta la casa estaba vibrando. Por primera vez desde que llegamos a la casa de Mamita, no oía los fastidiosos sonidos de la isla. Escuchaba el latido de su corazón.

  CAPÍTULO 8

  De vuelta en la oficina

  La mayoría de las picaduras habían empezado a cicatrizar para cuando mi familia y yo regresamos a casa. Era bien asqueroso, y parecía que me estaba reponiendo de un terrible caso de varicela. Mi madre me puso un mejunje de agua oxigenada (un líquido raro que hizo espuma blanca en las picaduras) y crema anti picazón, para que no se me hiciera una infección. Menos mal que en nuestra casa era tiempo de invierno. Podría cubrir las picaduras en mi cuerpo con pantalones y suéteres. Nadie quiere estar cerca de una persona que parece tener la plaga o algo parecido.

  Cuando terminé de desempacar, decidí que revisaría mi correo. Mi primer ejemplar de Detective Weekly había llegado mientras estaba lejos. ¡Qué bueno! Me senté en mi sillón reclinable con los pies sobre mi escritorio, al lado de una pila de archivos de casos irresueltos en los que trabajaría muy pronto. Nada quedaba sin resolver por mucho tiempo, eventualmente resuelvo todo.

  Empecé a leer un artículo sobre cómo separar tu vida personal de tu trabajo. Se llamaba, “Deja el trab
ajo en la puerta”. Pensé sobre lo difícil que había sido eso para mí en la casa de Mamita. Deseaba tanto demostrarle a mis primos, o quiénes fueran, que yo sabía más sobre su día festivo que ellos. Sin mencionar que quería demostrarles que no había razón para celebrarlo, para no tener que quedarme en Puerto Rico por más de dos horas. Podría haberle volado la tapa a la investigación, como dicen los detectives. Pero no lo hice. Mamita me enseñó que a veces tienes que quitarte la gorra de detective y permitir que otras personas descubran las cosas por sí solos. Además, no podría esperar que entendieran como yo tanto sobre ciertas cosas. Toma años acumular la cantidad de información que tengo almacenada en mi cerebro.

  Mi visita a Puerto Rico me había demostrado que no sólo era una detective, o una niña del noroeste, o hasta una puertorriqueña. Era todas esas cosas . . . un poco de campo, una pizca de crema de maní y mermelada y mucha salsa de justicia criminal. Me gustaba.

  Seguí leyendo mi revista mientras tomaba chocolate caliente con unas esponjitas extras. Cuando terminé, abrí el archivador y guardé mi Detective Weekly. Allí fue cuando me di cuenta que el archivador no estaba completamente cerrado. Me asomé y vi que los archivos estaban fuera de orden. Faltaban algunos. No lo podía creer. ¡Me habían robado! Quienquiera que haya sido el ratero, había escogido a la niña equivocada para robarle. Detective Flaca: REPORTÁNDOSE PARA EL DEBER.

 

 

 


‹ Prev