Dancing with the Devil and Other Stories from Beyond / Bailando con el diablo y otros cuentos del más allá

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Dancing with the Devil and Other Stories from Beyond / Bailando con el diablo y otros cuentos del más allá Page 9

by René Saldaña, Jr.


  —No te preocupes por eso ahora, están bien. Sin embargo, el doctor dijo que la herida fue resultado directo de un objeto muy filoso. Como una navaja. Pero dice que todo está bien ahora. Y la enfermera (que, de hecho, jamás había visto algo así) dijo que si no hubiera sido por esa venda, seguro que habrías arrastrado los intestinos por toda la ciudad.

  —¿Quieres decir que . . . ? —Y Louie se desmayó otra vez.

  Bailando con el diablo

  La mamá de Joey se estacionó afuera del gimnasio donde estaban reunidos unos cuantos estudiantes.

  —¿Estás seguro que el baile es hoy? —Miró hacia la entrada pero las puertas rojas estaban cerradas—. Mmmm —dijo—. Tampoco veo luz en las ventanas. ¿Creen que el baile sea en otro lugar?

  —Es aquí, Mamá —dijo Joey—. Aún es temprano. Es por eso que el gimnasio aún está cerrado. Las ventanas están muy alto y probablemente están cubiertas con papel, por eso no verías la luz aunque estuviera encendida. —Él también dudaba. Casi deseaba que hubieran venido al baile en el día equivocado. Así no tendría que enfrentar el hecho de que esa niña de quien estaba todo enamorado desde no sabía cuándo no lo quería. Todo esto de acuerdo a los chismes que escuchaba en los pasillos.

  —¿Estás seguro, mijo? No quiero dejarlos a ti y a Juan solos. ¿Qué si alguien los secuestra? Ayer vi en las noticias que un hombre se escapó de una prisión en Michigan. Un psico-asesino que estaba encarcelado por atacar a niños. Y no lo han atrapado. Dicen que anda armado y que es peligroso. Tal vez deba esperar aquí para asegurarme de que van a estar bien.

  Joey sintió que Juan contenía la risa en el asiento trasero. —Mamá, por favor, estamos en Texas. No es posible que ese asesino haya llegado hasta acá en tan poco tiempo. A menos de que tenga conexiones con los tipos de Star Trek y le pidió a Scottie que lo teletransportara a La Joya. Además, no soy un bebé, estoy en octavo grado y sé cómo cuidarme. Así es que puedes ir a casa, ¿de acuerdo? Vamos a estar bien. ¿Nos recoges a las 10?

  Joey escudriñó al pequeño grupo para ver si estaba Marlen. Si estaba allí, no sabía si podría continuar con su plan.

  Ni siquiera le había dicho a Juan que Marlen lo había destrozado a él y su tonta invitación para el baile de esa noche. Joey se le había acercado el lunes por la mañana afuera del salón de la banda. Ella tocaba el clarinete y acababa de ensayar así es que justo en ese momento tenía los labios hinchados y con un hermoso tono rojo. Estaba nervioso al caminar a su lado y de hablarle cualquier cosa, pero eventualmente logró preguntarle si iba a ir al baile. Había pensado invitarla a ir con él, pero había batallado tanto en decirle lo poco que ya le había dicho hasta ahora. Sin embargo, no era suficiente, así es que dijo —Porque pensé que si quieres, bueno, tal vez puedes ir conmigo, así como juntos. Como una cita, o algo así, o quizás no si es muy serio, ¿sabes? —Respiró profundo. Le había preguntado. Hacerlo le tomó hasta la última onza de energía que tenía, pero la pregunta estaba allí, colgando. Esperó.

  Marlen lo miró a los ojos, y luego dijo —¿Una cita? Gracias por invitarme, Joey, pero no sé si pueda ir. Sabes . . . a Papi no le gusta que salga.

  Él apenas sonrió y dijo —Está bien, no hay problema. Digo, si no puedes ir, no puedes ir.

  Joey había escuchado lo que se decía del papá de Marlen: un tirano, un tipo prepotente, un hombre que sólo dejaría que su hija saliera a un lugar donde había chicos sobre su cadáver, o más bien, el cadáver del chico si éste se atrevía a respirar cerca de su hijita. En cierta forma, esta respuesta lo hizo sentirse un poco mejor acerca del rechazo. Sabes, como que no era algo en él que la hubiera hecho rechazarlo sino que muy probablemente por el monstruo de su padre. De todos modos, qué pena por ella. Y por él también.

  —Bueno, gracias por invitarme. —Un segundo después, dijo—, ¿sabes qué? Olvida lo que diga Papi. Sí, iré contigo.

  —Qué bueno —dijo Joey. Extendió la mano, ella se la tomó y él la estrechó. La mano de Marlen era suave mientras que la de él transpiraba, pero no la iba a soltar aún. Quería que el momento durara más, ¿sabes?

  —Okay —dijo Marlen. Retiró su mano y se dio vuelta para irse—. Ah —se volvió para mirarlo, caminó hacia él, se acercó tanto que podía oler su champú, duraznos, y le susurró al oído—, ¿crees que puedas mantener esto entre nosotros por mientras? Las paredes oyen. No me gustaría que Papi se enterara por otros que vamos a tener una cita. No sé qué pasaría. ¿Me harías ese favor, verdad? —se puso la suave punta de un dedo sobre los labios.

  Joey de seguro que guardaría el secreto. Si tenía que protegerla de la ira de su padre, se enfrentaría a las puertas del infierno. Bueno, eso era un poco exagerado, pero tenía una cita para el baile y ya quería que fuera viernes por la noche para que toda la escuela viera que ¡finalmente lo había hecho!

  Sin embargo, más tarde escuchó a unas niñas en el pasillo decir su nombre y el de ella, luego se rieron. Se escondió detrás de un grupo de futbolistas y escuchó a escondidas. Dedujo que ella le había dicho a fulano que si quería ir al baile, qué más daba ir con Joey. Dijo que se las arreglaría y que era mejor que la vieran a que no. Pero que si le salía una invitación mejor, dejaría al pobre y tonto Joey de inmediato. Joey cayó como de seis nubes de un momento a otro. Pero era posible que hubiera escuchado mal. Las muchachas podrían estar hablando de otra Marlen y de otro Joey. O tal vez estaban celosas porque no las habían invitado al baile y por eso estaban actuando como tontas. Eso era. Después de todo, fue Marlen quien había querido mantener esto en secreto; no tenía sentido que ella misma lo hubiese contado.

  —¿Entonces a las diez? —preguntó Joey otra vez.

  Su mamá no le respondió. Se veía preocupada. Así es que Joey dijo —¿Está bien? —otra vez, esta vez entre dientes. Deseaba que su mamá lo tratara como el joven en quien se estaba convirtiendo, que era lo que siempre le recordaba, y no como un niño, o peor, que lo hiciera frente a su mejor amigo, Juan.

  —Sí, a las diez —estiró la mano para arreglarle el cuello a Joey.

  —¡Mamá! —le dijo, esperaba que Juan no la hubiera visto. Ni soñar que eso pasara. Escuchó que Juan se reía.

  Otro auto se estacionó detrás de ellos. ¿Sería Marlen? Se asomó por el espejo de al lado, y vio que se bajaron dos muchachas, ninguna de ellas era Marlen. Caminaron a la puerta del gimnasio, y la abrieron un poco. Uno de los maestros de matemáticas, el señor Flores, sacó la cabeza y les dijo algo. Ellas asintieron con la cabeza y se despidieron con la mano de sus papás.

  —¿Ves? —Joey apuntó al gimnasio mientras las muchachas se unieron a un grupo de chicos que estaba junto a un bote de basura—. Tenemos que esperar afuera porque probablemente aún están arreglando el gimnasio. Digo, éste es el baile de la graduación. —Esto era como su baile de primavera, sólo que no tan lujoso. De todos modos Joey se había puesto su mejor camisa y se había lustrado los zapatos.

  —Está bien —dijo—. Pero sal a las diez. No quiero preocuparme. Entraré por ti si no estás listo para irte. —Eso sería muy malo para Joey. Sería vergonzoso si Marlen y él estaban bailando una balada y su mamá llegaba y le tocaba el hombro. Empezaría a estar pendiente de su mamá desde las 9:30 para estar seguro.

  Joey le sonrió a su mamá y abrió la puerta del pasajero. —Te lo prometo. Que me parta un rayo, y todo lo demás.

  Más estudiantes se empezaron a reunir sobre el pasto. La mayoría eran grupos de parejas de hombres y mujeres, lo que significaba que muchos también estaban en citas. En cualquier momento él estaría en su propia cita. Aun así, algo en su estómago no lo dejaba estar súper hiper feliz.

  Joey miró a su alrededor para ver si veía a Marlen. Se sacudió cualquier pensamiento negativo y trató de pensar en cosas positivas. ¿Qué pensarán estos bobalicones cuando ella y yo entremos juntos? Pensó. No la veía por ningún lado, pero Joey de todos modos escudriñaba al grupo que crecía poco a poco. Si estaba ahí él no lograba verla.

  En los últimos días había estado atento en los pasillos para ver si escuchaba algo. Probablemente
se había imaginado lo del otro día, estaba tan ansioso de por fin salir con Marlen. No le entraba ni una mosca en la boca.

  Juan dijo —Escucha, amigo, cuando entre, tendré que tirarte a león, ¿me entiendes? Tengo que encontrarme con una muchacha. No te lo dije porque no era gran cosa. Es sólo una amiga, pero uno nunca sabe.

  —Entiendo —dijo Joey. Ya no podía esperar más. No pasaría nada si le contaba a sólo una persona, a su mejor amigo ¿verdad?—. Y yo que pensaba que sería yo quien te dejaría botado, pero me ganaste la partida.

  —¿Qué quieres decir con que me dejarías botado? ¿Por quién?

  Joey sonrió de oreja a oreja.

  —¡No me digas! No lo creo. ¿Me estás diciendo que tienes una cita con Marlen?

  —Sí —contestó Joey—. Así es que parece que ambos estamos súper puestos.

  —¡Genial! Un segundo, ¿la invitaste recién hoy al baile?

  —No —dijo Joey, aún estaba sonriendo como tonto—. Lo sé desde hace casi una semana.

  —¿Una semana? ¿Por qué no me lo dijiste? Pensé que éramos mejores amigos.

  —No es así, amigo. Ella quería mantenerlo bajo el radar. Dijo que no quería que su papá nos descubriera, que lo mantuviera en secreto. Pero te lo estoy contando ahora para que veas que te considero un buen amigo.

  —A ver, a ver, tienes una cita con Marlen, el amor de tu vida y estás aquí afuera conmigo, ¿por qué?

  —Eso fue parte del trato. Me dijo que vendría sin el permiso de su papá, y que para guardar el secreto no podríamos ni entrar juntos.

  —Entiendo —dijo Juan—. Todo me queda súper claro. Me estás usando. No hay bronca.

  —No, amigo, no es así. Sólo tú sabes, bueno, es que . . . nunca he ido a un baile con una muchacha, así es que no sé cómo . . .

  —Joey, amigo, entiendo. No digas más. Ya te dije que no hay bronca, cuenta conmigo. Ah, y mira —dijo y apuntó hacia las puertas del gimnasio.

  El señor Flores por fin había abierto las puertas y le estaba diciendo a los estudiantes que tuvieran el dinero listo para cuando llegaran a él —Siete dólares por persona o diez por pareja para entrar y mover el esqueleto toda la noche. No se aceptan cheques o tarjetas de crédito; sólo efectivo. —Gritó como si estuviera vendiendo periódicos en la esquina.

  Joey escuchó a una de las porristas decir —Ya nadie dice “mover el esqueleto”. —Mientras se picaba la nariz, su pareja agregó—, Ya sé, ¿qué quiere decir eso de “mover el esqueleto”?

  La gente que los rodeaba se rió. Joey no lo hizo. Se contenía, quería ver si Marlen estaba en el auto que se estaba acercando. Ni esperanzas.

  Juan empujó a Joey hacia el frente, y luego dijo, lo suficientemente fuerte para que el señor Flores lo escuchara —Oiga, maestro, ¿qué si Joey y yo entramos juntos? ¿Pagamos diez dólares?

  —Sólo si son pareja y bailan por lo menos una balada —respondió el señor Flores. Los que estaban cerca se rieron.

  —Yo pago para ver eso —dijo uno de los futbolistas—. Sabía que ustedes eran más que amigos. —Se rió con una risa estúpida, y le repitió el comentario a su pareja y a sus compañeros de equipo, quienes soltaron sendas risotadas. Si Joey hubiera estado en alerta les habría contestado —Cállate, suspensorio. Nosotros no andamos dándonos nalgadas como ustedes. —Excepto que estaba sacado de onda. Así de miserable se sentía al no ver a Marlen. Y en un rato estaría adentro, y todos descubrirían que estaba allí con Juan y no con Marlen, la muchacha más linda de la secundaria Nellie Schunior. Así es que no importaba lo que el suspensorio acababa de decir.

  El suspensorio agregó —Oigan, ¿se van a tomar una foto en pareja? Eso sería divertido, ¿verdad? —le dijo a sus compinches.

  —Sí, divertidísimo —dijo Juan— Ya, ¿no? —Juan le entregó sus siete dólares al señor Flores y luego Joey hizo lo mismo—. Qué pesado es ese tipo —le dijo Juan a Joey—. ¿Cierto?

  La verdad es que a Joey no le importaba que los otros hicieran bromas. Estaba enamoradísimo de Marlen, pero aún no la había visto y empezaba a perder las esperanzas de hacerlo. ¿Tal vez había confrontado a su papá, y éste no le había permitido venir? ¿Tal vez . . . ? Ni siquiera quería imaginar lo que su papá le había hecho si se había enojado con ella.

  Mientras caminaban, Joey notó que Juan asentía pensativo. —¿Qué onda?

  —Híjole, ya lo entiendo todo. No había atado cabos hasta ahorita. Sobre un rumor de tu chica. Sin embargo, ahora que sé lo que sé, todo tiene sentido.

  —¿Qué tiene sentido? ¿Cuál rumor?

  Antes de que Juan le respondiera, Joey miró a través del gimnasio y ¿a quién creen que encontró sentada sola al otro lado en la mitad de las gradas? A Marlen. ¿Cómo pasó sin que la viera? se preguntó. Se quedó paralizado y tuvo que parar en seco para no chocar contra Juan.

  —¿Qué te pasa? —le preguntó Juan.

  Joey observaba intensamente a través del océano de la cancha de básquetbol. —Nada, digo . . . —Miró alrededor de donde Marlen estaba sentada.

  —Mira nada más, te preocupaste por nada. Entonces el rumor es cierto.

  —Caramba —dijo Joey—, no puedo creer que el papá de Marlen la dejó venir al baile. Nunca la deja salir de esa casa. O, se salió a escondidas como dijo que lo haría. Espera, ésta es la segunda vez que dices algo sobre un rumor. ¿De qué se trata? —preguntó Joey.

  —Ah, después te cuento. Pero, ¿ya la viste? Tu chica se ve estupenda esta noche —dijo Juan—. Mira lo linda que se ve con el cabello arreglado y la cara maquillada. Está súper guapísima.

  —Oye, no hables así de ella.

  —No lo puedo evitar, Joey, mírala. Si no fueras mi mejor amigo, y si no estuvieras tan enamorado de ella, bueno, yo estaría tras ella. ¡Te digo que está buenísima!

  —Juan, ya te dije que no quiero que hables así de ella. Es una muchacha buena.

  —Está bien, no digas más. Estás vuelto loco por ella, ¿verdad? ¿Me atrevería a llamarlo amor?

  Joey lo fulminó con la mirada.

  —Sí, hombre, sí. No hay bronca. Lo único que tenías que decirme es que la quieres de verdad. Entiendo . . . no es algo pasajero —Juan le dio una palmada en la espalda—. Oye, voy a comprarme un refresco. ¿Quieres uno?

  —No, está bien. Gracias —dijo Joey—. Oye, ¿y lo del rumor . . . ?

  —Olvídalo. Ella está aquí, y tú también. Mira, voy a ver cómo está la cosa, a ver qué veo. Al rato los veré a los dos, eso es, si no me encuentro con mi cita antes. Y, para que los demás dejen de molestarnos con que bailemos tú y yo, ve y saca a bailar a esa chica pronto. Si te ven en la pista, tendrán que comerse sus palabras. —Juan se fue, pavoneándose hacia el puesto de comida.

  Joey, escondido entre las sombras de las gradas cercanas, se preguntaba si podía actuar tan cool como su mejor amigo. Decidió que eso no era posible en él, no podría pavonearse hacia esa muchacha súper linda, aunque estuvieran allí juntos, y empezar una conversación de la nada, así es que se sentó en las gradas en el lado opuesto a Marlen. Ella aún no lo había visto. A pesar de que era su invitada, él tenía que convencerse de sacarla a bailar una pieza. La música había empezado y las parejas poco a poco iban entrando a la pista. Las luces estaban bajas, con la luz estroboscópica brillando fuertemente y de repente posándose en los ojos de las parejas.

  Joey se paró, empezó a atravesar el gimnasio, pero se devolvió a su asiento porque sentía que aún tenía que trabajar en cómo acercarse. ¿Qué le podría decir? —Oye, Marlen, pareces un ángel. Seguro que Dios te echa de menos. —Sí, eso sonaba elegante. Después le preguntaría —Éste, ¿quieres bailar? —susurró. No, eso no va a funcionar, pensó. Muy astuto. Eso es lo que Juan diría, no yo. —Y qué tal; “Marlen, cuando veo en tus ojos, estoy en las nubes. ¿Quieres bailar conmigo?” —Mejor, pero no. Seguro que batallaré con las palabras y haré el ridículo. Mejor algo simple. Iré y le preguntaré directamente. Tiene que ser fácil. —Marlen, sería un honor si bailaras conmigo. —Perfecto. Al punto. Directo. Así como lo había aprendido en la cl
ase de oratoria. Se pararía en la punta de los pies, doblaría las rodillas ligeramente. Demostraría confianza aunque le estuviera temblando el estómago.

  Empezó a levantarse cuando vio que Juan venía de regreso con Noelia, una muchacha que se reía mostrando los frenillos, así es que Joey decidió posponer atravesar la cancha.

  —Joey, ¿sigues aquí? Yo te hacía del otro lado platicando con Marlen, ¿qué no? Pero como estás aquí, ¿aún quieres que te cuente el rumor de Marlen? Como te dije, escuché algo por la mañana, pero no era nada específico. Noelia es la que sabe, ¿verdad?

  Noelia asintió y le dio un trago al refresco de Juan.

  —¿Bueno, de qué se trata? ¿Me lo vas a decir o te vas a ahogar con esa Coca? —preguntó Joey.

  —Anda, Noelia, díselo.

  —Bueno, primero, a nadie le cae bien un tipo sarcástico, Joey —dijo—. Segundo, aquí está la mera verdad sobre Marlen. Hoy en la escuela escuche, de una amiga de ella, ustedes conocen a Carmen, ¿verdad? Bueno, Carmen dijo que Marlen les dijo a sus papás anoche que si no le daban permiso para venir al baile se iría de la casa y vendría al baile. Su papá le dio una cachetada y dijo que no iba a permitir que su hija, a su edad, fuera a un baile. Que no iba a dejar que se convirtiera en una de esas mujeres. Que no lo iba a avergonzar poniéndose un vestido de noche y que se maquillara como esas mujerzuelas que bailan con cualquier chico de manos y mente sucias. Carmen dijo que Marlen enfrentó a su papá sin parpadear y dijo, “Papi, si eso es lo que piensas de mí, creo que no hay nada que pueda hacer para cambiar tu opinión. Así es que sí iré al baile, y tú puedes pensar de mí lo que quieras”. Su papá estaba a punto de darle otra cachetada, pero su mamá se desmayó y él tuvo que hacerse cargo de ella. Cuando todos se fueron a acostar por la noche, Marlen salió a escondidas de la casa y se fue a quedar con Carmen.

  —Qué chido, ¿verdad? Y dijiste que era una niña buena. Te digo que es un bombón. Con esa actitud tendrás que repensar esto de estar enamorado de ella. Qué tal si decide tomar las riendas de la relación y te trata como un muñeco de trapo. Y tú estás aquí con ella. Qué buena onda, Joey.

 

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