El Diccionario del Mago

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El Diccionario del Mago Page 27

by Allan Zola Kronzek


  Puesto que se pensaba que los cuerpos celestes ejercían su influencia sobre la vida en la tierra (véase astrología), muchos talismanes se diseñaban para capturar la influencia de un planeta determinado. Alguien que quisiera vencer en un combate, por ejemplo, podía hacerse un talismán con la influencia del plantea Marte que gobernaba sobre la fuerza corporal. El talismán se fabricaba de hierro (el metal asociado tradicionalmente con Marte), en el momento en que Marte irradiase su poder con mayor intensidad. También podía grabarse en él el numero correspondiente al planeta, el cinco, o pintarlo de su color, el rojo.

  Estos talismanes astrológicos eran muy populares entre los alquimistas del Renacimiento, que realizaban complicados rituales para fabricar objetos con la esperanza de que los ayudarían a transformar los metales vulgares en oro. Después de aguardar a que los planetas estuvieran en la posición adecuada, recitaban encantamientos para convocar a los espíritus o a los demonios que dotarían a sus talismanes del poder necesario. La piedra filosofal, fuente de vida eterna y de riqueza ilimitada, era el talismán más deseado.

  Los talismanes seguían siendo populares en el siglo XIX. Uno que servía para todos los usos, grabado en plata durante la fase propicia de la luna, daba a su propietario salud, riqueza, satisfacción, simpatía, el respeto de los demás e inmunidad en los viajes. Aunque hoy día la gente no graba palabras mágicas sobre metal, los que llevan consigo una pata de conejo o insisten en ponerse sus «calcetines de la suerte» en cada partido eliminatorio mantienen vivo el uso de los talismanes.

  La profesora McGonagall no pierde tiempo enseñando a sus alumnos de primer curso en qué consiste la transformación. En un abrir y cerrar de ojos, convierte su mesa en un cerdo. Podría haberse convertido ella misma en un gato con la misma facilidad, o haber transformado a uno de sus alumnos en una tortuga o en un leño. La transformación o transfiguración, el cambio mágico de una persona, animal u objeto en otro, es una materia compleja y peligrosa que requiere años de estudio. Así que los novatos tienen que empezar con tareas menos ambiciosas, como la transformación de los botones en escarabajos.

  Las historias de transfiguraciones (del latín trans, que significa «a través», y figura, que significa «forma») aparecen en los cuentos de hadas, los mitos y el folklore del mundo entero. El hada madrina de Cenicienta transforma una calabaza en una carroza y ratones en caballos. En cuentos clásicos como «El príncipe sapo» y «La bella y la bestia», hermosos jóvenes se transforman en reptiles que croan o en ogros repulsivos. La bruja griega Circe convirtió su salón en un zoológico al transformar a sus visitantes en leones, osos y lobos (los menos afortunados acababan en la pocilga).

  La ninfa Dafne es transformada en laurel.

  (Fuente de la imagen 94)

  Quizá las historias más famosas de transfiguraciones se hallen en la Metamorphosis, del poeta romano Ovidio.

  Escrito en el siglo I d. C., este libro cuenta la historia del mundo, empezando con la transformación inicial del caos en orden y acabando en la época del propio Ovidio, con la transfiguración del emperador Julio César en una estrella. En medio hay unas doscientas cincuenta historias de dioses, héroes y mortales que logran asombrosas y en ocasiones sorprendentes transformaciones. La diosa Diana, por ejemplo, como castigo por haberla visto bañándose, convirtió al cazador Acteón en un ciervo y ordenó a sus propios perros que lo devoraran. Aracne, una tejedora maravillosa, fue metamorfoseada en araña (algo bastante apropiado) por haber tenido la audacia de desafiar a la diosa Minerva a competir con ella en el arte de tejer. La ninfa Dafne, por su parte, se convierte en un laurel mientras huye del dios Apolo. Ovidio describe así este episodio: «Una profunda pesadez atenazó sus miembros, su pecho se cubrió de gruesa corteza, su pelo se convirtió en hojas, sus brazos en ramas y sus pies, antes tan veloces, fueron atrapados por lentas raíces, mientras que su rostro fue la copa. Nada quedó de ella, excepto su luminoso encanto».

  Mientras que la mayoría de las transformaciones descritas por Ovidio eran causadas por la rabia o por la amabilidad de un dios, muchas criaturas de la mitología y el folklore pueden cambiar de forma voluntariamente gracias a una habilidad conocida como metamorfosis. Los dioses nórdicos Odín y Loki eran especialistas en tomar la forma de animales, al igual que el dios griego Zeus, que se transformaba a menudo en un toro, un carnero, un águila, una paloma o un cisne. Muchas hadas y muchos demonios, incluidos las veela, los demonios necrófagos y los trolls, son unos maestros de la metamorfosis y se convierten en cualquier cosa: en una mujer seductora, un rastro de humo, un cuenco de agua, una roca, una tormenta de arena o incluso en tu mejor amigo. Los cuentos populares de todo el mundo narran las transfiguraciones instantáneas que se producen cuando estos maestros de la metamorfosis huyen de sus enemigos o se pelean entre sí. En una fábula medieval galesa, un personaje, Gwion Bach, roba el don de la profecía del caldero de la bruja Ceridwen. Escapa convertido en liebre, pero la bruja lo persigue en forma de galgo. Se tira a un río y se vuelve un pez, pero la bruja lo sigue como una nutria. Cuando levanta el vuelo convertido en pájaro, ella le persigue transformada en halcón. Al ver un montón de trigo recién cortado en el suelo de un granero, Gwion se posa y adopta el que parece ser el disfraz perfecto: un simple grano de trigo entre miles. Sin embargo, no será él quien diga la última palabra. Ceridwen te posa en el granero, se convierte en una gallina negra, picotea hasta dar con el grano de trigo que busca y se lo come.

  Las más notables maestras de la metamorfosis han sido las brujas o, por lo menos, tienen esa reputación. Ya en el siglo II d. C., el escritor romano Apuleyo describía brujas que podían adquirir la forma de pájaro, perro, comadreja, ratón y, como cierto reportero del Daily Prophet, también de chinche, para colarse en la casa de la gente y realizar sus fechorías sin que se detectara su presencia.

  Apuleyo era un autor de ficción (muchas de sus obras reflejan el espíritu de su época), pero siglos más tarde durante la caza de brujas (1450-1700) era común la creencia de que estas podían convertirse en animales, sobre todo en gato. Los juicios de este período están llenos de «pruebas» de tales transformaciones, en su mayor parte consistentes en historias sobre heridas inflingidas a animales que luego aparecían en el cuerpo de los acusados. Así, en un juicio del siglo XVI celebrado en Ferrar, Italia, un testigo dijo haber golpeado con un palo un gato que había atacado a su bebé. Al día siguiente, una mujer del vecindario apareció cubierta de golpes, prueba de que había sido ella quien, en forma de gato, había atacado al niño. En un juicio por brujería celebrado en Escocia en 1718, un hombre testificó que se había enojado tanto con unos gatos que conversaban con voz humana que había matado dos y herido a varios más. Poco después, dos mujeres de la localidad fueron encontradas muertas en su cama y otra tenía un misterioso corte en la pierna, lo que, una vez más, probaba que los gatos habían sido en realidad brujas transformadas.

  El folklore también está lleno de cuentos de hombres y mujeres que, como Sirius Black, James Potter y Peter Pettigrew, pueden asumir una sola forma animal. En Europa, las historias más conocidas son las de los hombres lobo: hombres que se convierten en un lobo sediento de sangre por un corto período. Pero en aquellas partes del mundo en que los lobos son poco corrientes, otras criaturas-hombre pueblan la noche. En el Amazonas hay historias de hombres jaguar; en la India, de hombres tigre; en África, de hombres hiena, y en otros lugares se dice que los hombres se convierten en coyote, oso, chacal, cocodrilo o serpiente. Probablemente muchas de estas leyendas tienen su origen en los rituales tribales de los magos y los chamanes, que durante las ceremonias se vestían con pieles de animales e imitaban su comportamiento (resoplaban, aullaban y daban patadas en el suelo) y quizás, en su propia mente y en la de su audiencia, se transformaban temporalmente en un ciervo, un oso o un jaguar.

  Sin duda, muchos de nosotros hemos fantaseado también acerca de lo que representaría ser otra criatura: experimentar el poder y la elegancia de un leopardo o ver el mundo a través de los ojos de un águila. Pero pocos querrían compartir la experiencia por la que pasa
Draco Malfoy cuando Ojoloco Moody le da a probar la vida de roedor al transformarlo en un inquieto hurón. A veces, al parecer, es mejor ser tú mismo.

  Transformista

  Cuando Hermione deja caer que puede lanzar un hechizo proteico para modificar por arte de magia la fecha de un galeón, sus compañeros de clase quedan muy impresionados. Al fin y al cabo, se trata de un truco de nivel superior, muy por encima de las posibilidades de la mayoría de alumnos de quinto. Aunque nosotros tampoco sabemos cómo ejecutar este hechizo, sabemos que su nombre procede de Proteo, el maestro del elusivo arte del cambio de forma de la mitología griega.

  Proteo, hijo de los titanes Océano y Tetis, era un gigante, el guardián de las criaturas marinas, que habitaba en la isla de Faros, en Egipto, cerca de la desembocadura del río Nilo. Se le conocía como el «sabio anciano del mar» y poseía dos notables dones: podía tomar la forma que deseara y tenía un inefable don para la profecía, concedido por Poseidón, dios del mar Este dios marino, a quien los mortales perseguían por su don profético, burlaba a sus perseguidores cambiando rápidamente de una identidad a otra. Sin embargo, existía una forma de hacerlo hablar que consistía en agarrarlo mientras dormía y no soltarlo aunque, de repente, el mortal se viera sujetando una serpiente, una roca, un león, una corriente de agua, un árbol o un oso. Así, Proteo acabaría por agotar su repertorio deformas o su imaginación, o simplemente se daría por vencido y tendría que volver a su forma original y revelar al mortal lo que deseara saber.

  Gracias a esta habilidad para contraer cualquier forma, Proteo se convirtió en el símbolo de la materia original, aquella a partir de la que se creía que se originaba todo lo existente.

  Si buscas en el diccionario, encontrarás que «trasgo» suele definirse como «demonio travieso y feo». Sin embargo, si te fijas en los trasgos tan listos y eficientes de Gringotts Bank, te darás cuenta de que estos seres mágicos no siempre presentan esa faceta tan poco amable. En el folklore inglés medieval, los trasgos aparecen normalmente como diablillos o espíritus caseros, serviciales, aunque algo temperamentales. Igual que los brownies escoceses, los gobelins franceses y los kobolds alemanes, los trasgos suelen unirse a una persona o familia concreta, y pasearse por su casa. Les gustan sobre todo las granjas apartadas y las casitas de campo.

  Aunque los hay de varios tamaños, se cree que la mayoría miden aproximadamente la mitad de un humano adulto. Tienen el pelo y la barba gris, y el cuerpo o los rasgos faciales suelen presentar alguna característica grotesca o deforme. Por ejemplo, pueden tener algún dedo más en las manos o en los pies, o faltarles una oreja, o cerrar al revés los párpados, o que sus extremidades no tengan huesos de unión con el tronco. Algunos trasgos tienen también defectos de habla poco habituales, o labios extraños, o una voz chillona y aguda.

  Si se los alimenta bien y se les trata correctamente, la mayoría de los trasgos caseros se afanan en la limpieza y el orden del hogar. Sienten debilidad por los niños, y les gusta hacer regalos a los que se portan bien. Pero ¡cuídate del trasgo enfadado! Si se sienten ofendidos, harán lo que sea por vengarse. Entre sus diabluras preferidas están robar oro y plata, cabalgar toda la noche hasta dejar exhaustos a los caballos, y trastocar las señales de los caminos. Según muchos cuentos de hadas europeos, basta con que un trasgo sonría con malicia para que se coagule la sangre humana, y su risa puede agriar la leche y hacer que las frutas se caigan de los árboles, la única manera de librarse de un trasgo casero es cubrir el suelo con semillas de lino. Así, cuando aparezca el trasgo para causar problemas, se sentirá obligado a recoger primero todas las semillas, y no podrá terminar antes del amanecer. Unas cuantas noches así bastan para convencerle de que más le vale irse a otra casa a molestar.

  Solo a partir del siglo XVII, cuando la histeria contra la brujería se extendió por gran parte de Inglaterra y Escocia, se empezó a asociar a los trasgos con las fuerzas de las tinieblas y del mal. Algunos cuentos de hadas ingleses posteriores a esa fecha tratan de diferenciar entre los espíritus caseros buenos y los malos, clasificándolos como los trasgos, claramente los maliciosos, y los duendes traviesos, más benignos y juguetones. El duende travieso más famoso es el personaje literario de Robin Goodfellow, también conocido como Puck, que aparece en docenas de cuentos y fábulas populares a partir del siglo XV.

  Robin Goodfellow (en español su apellido sería algo así como Buentipo) tenía fama de bromista simpático, vivía en los hogares de los humanos y de vez en cuando realizaba algunas tareas domésticas, pero en algunos cuentos aparece también como el sirviente personal y muchacho de los recados del rey hada Oberon. Tiene el don de cambiar de forma (véase transformación) y de hacer realidad los deseos, y usa sus poderes para castigar a los perversos y recompensar a los bondadosos. La aparición más célebre de Puck es la que hace en la comedia de Shakespeare, Sueño de una noche de verano, donde realiza el papel de Cupido para un grupo de desventurados enamorados perdidos en un bosque encantado. Mientras se ríe de las payasadas de sus víctimas, Puck comenta divertido: «¡Señor, cuán tontos pueden llegar a ser estos mortales!»

  Aunque la palabra «troll» se ha usado para describir a muchos monstruos, los verdaderos trolls tienen rasgos característicos que los diferencian de otros seres que salen por la noche. Los trolls son unas criaturas sobrenaturales extremadamente feas que habitan en las tierras frías de Escandinavia, al norte de Europa. Son seres malignos y feroces a los que les gusta la carne humana y robar tesoros; también son gigantescos, tremendamente fuertes y bastante estúpidos. Pero quizá podemos olvidar todo esto, al menos de momento, si recordamos que fue gracias a un troll tan grande como una montaña que Harry, Ron y Hermione se hicieron amigos.

  Se dice que los trolls han vivido en los bosques y las montañas escandinavos desde que los primeros hombres habitaron esta región del mundo, al final de la Era Glacial. Aparecen en los más antiguos mitos y cuentos populares de Noruega y Suecia. Además de ser gigantescos, los trolls destacan por su nariz, grande y torcida, su espesa cola, sus enormes pies planos, su escasez de dedos en manos y pies (tienen solo tres o cuatro), y por el pelo tupido que les cubre la cabeza y la nariz. También se ha tenido noticia de trolls con un solo ojo en el centro de la arrugada frente, de trolls con dos o tres cabezas y de otros a quienes les salen árboles de la nariz. En los cuentos posteriores, se describe a los trolls como muy pequeños o de estatura humana y son más inteligentes que sus predecesores.

  Los trolls viven en comunidades, en las profundidades de cuevas, montañas o colinas. Algunos habitan bajo tierra, o bajo rocas o árboles arrancados. Que prefieran la vida subterránea es muy lógico, puesto que odian el ruido, y si se exponen a la luz solar se convierten en piedra o incluso pueden reventar. Se dice que las curiosas formaciones rocosas que pueblan Escandinavia son en realidad trolls que olvidaron su vital toque de queda.

  (Fuente de la imagen 95)

  Los refugios de los trolls son descritos como hermosos palacios relucientes llenos de tesoros robados. Sumamente avariciosos, estos seres roban todo el oro y la plata que pueden encontrar. No solo codician las riquezas humanas, sino a los propios humanos. Secuestran a los niños humanos y los sustituyen por los suyos, con la esperanza de que sean criados como humanos. Según la leyenda, si una madre sospecha que le han cambiado a su hijo por un troll puede amenazar con quemarlo en una hoguera. Supuestamente, la madre troll caerá fácilmente en el engaño y acudirá al rescate de su bebé; así la madre humana podrá recuperar a su verdadero hijo. Sin embargo, no hay que preocuparse en absoluto si el niño está bautizado, porque los trolls desprecian el cristianismo (el sonido de las campanas de una iglesia basta para que se larguen en dirección opuesta).

  Lamentablemente, la inteligencia y las campanas no siempre bastan para proteger a la gente de los trolls, que poseen algunos poderes mágicos invencibles. Son aficionados a cambiar de forma y pueden volverse invisibles. Los talentos los ayudan tanto a robar tesoros como a ocultarlos, lo que a menudo consiguen haciendo que el oro parezca algo completamente distinto, como un montón de rocas y piedras. A cualquie
ra que se encuentre con un troll y no pueda escapar, le espera un destino espantoso: ser apresado, esclavizado o, peor todavía, devorado. A los trolls les encantan la carne y la sangre humanas, y todo lo que queda de sus víctimas es el esqueleto pelado.

  Se han dado algunos casos de trolls bondadosos que recompensan a familias con riquezas y buena suerte. Estos trolls, muy buenos artesanos y expertos en metalistería, fabrican espadas, cuchillos y brazaletes inconfundibles. Usan sus conocimientos sobre magia y hierbas para curar, y son muy aficionados a la música y el baile. Sin embargo, las probabilidades de encontrarse con un troll devorador de carne son mucho mayores, así que si estás en un bosque especialmente trolsk («espeluznante» en noruego), te recomendamos que flykte («salgas pitando» en noruego).

  Pocos animales, sean reales o imaginarios, han despertado tanto la imaginación popular como los unicornios. Desde que el médico griego Ctesias describiera por primera vez la criatura de un solo cuerno, hace más de dos mil años, la gente ha escrito acerca del unicornio, lo ha pintado, esculpido y ha ido en su busca, sin dejar de discutir acerca de si existe realmente.

  Los unicornios descritos en tiempos remotos tienen poco que ver con las criaturas nobles, inocentes y puras que habitan el bosque prohibido de Hogwarts. Según Ctesias, el unicornio era originario de la India. Tenía el tamaño aproximado de un asno, cabello rojo oscuro, el cuerpo blanco, ojos azules y un cuerno de unos 45 centímetros en la frente. Blanco en el nacimiento, negro en el centro y de un rojo encendido en la punta, el cuerno tenía una propiedad destacable: una vez separado de su propietario y convertido en una copa, protegía al que bebía de ella de los venenos, las convulsiones y la epilepsia. Pero una copa así no era fácil de conseguir, porque la fortaleza, la velocidad y el temperamento salvaje del unicornio hacían prácticamente imposible su captura.

 

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