Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition)
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Avenida Hope
El primer volumen de la serie LS9, de novela negra y de misterio
VERSIÓN BILINGÜE, ESPAÑOL-INGLÉS
John Barlow
Traducción del inglés de José Ramón Varela Pérez
¿De qué sirve el dinero? Un hombre tiene éxito si se levanta por la mañana y se acuesta por la noche y, entre tanto, hace lo que quiere hacer.
Bob Dylan
JOHN BARLOW Y LA SERIE LS9
La galardonada obra narrativa y de no ficción de John Barlow ha sido publicada por HarperCollins, Farrar, Straus & Girous, 4th Estate y otras editoriales en el Reino Unido, Estados Unidos, Australia, Rusia, Italia, Alemania, España, y Polonia. Su proyecto actual, la serie LS9 de novela negra y de misterio, se desarrolla en la ciudad de Leeds y sigue las aventuras de John Ray, el hijo medio español del capo del crimen Antonio “Tony” Ray. La serie constará de nueve novelas.
Algunos de los elogios que han recibido los anteriores libros de John Barlow:
La imaginación de Barlow parece no tener límites, como si estuviese en sintonía con un mundo paralelo. —New York Times
John Barlow regresa con otra historia sorprendente, divertida y que satisface al lector… colma todas las expectativas. Un libro muy auténtico. —Washington Post
Una aventura deliciosa. —LA Times
Fantásticamente innovador. El realismo mágico se da la mano del pragmatismo de Yorkshire. —Booklist
Una lectura trepidante que te engancha.—Yorkshire Post
John Barlow demuestra un amplio amor por la lengua y, por encima de todo, la habilidad de narrar una historia fascinante. —Palm Beach Post
John Barlow es uno de esos raros autores que saben jugar con la imaginación sin dejar de estar en contacto con la tradición literaria. —Matthew Pearl, autor de El club Dante
La apasionante inventiva de Barlow consigue mantener la atención de los lectores que saben apreciar la narrativa llena de riesgo. —Kirkus
… escrita siguiendo un ritmo magistral, con una riqueza de detalles y argumentos secundarios. A veces apasionante, y en otros momentos desgarradora… una novela gratificante de un autor lleno de estilo y talento. —Charleston Post
ÍNDICE
Avenida Hope
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE – SÁBADO
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18
SEGUNDA PARTE – DOMINGO
19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33
TERCERA PARTE - LUNES
34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 | 41 | 42 | 43 | 44 | 45 | 46 | 47 | 48 | 49
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
NOTA DEL TRADUCTOR
COPYRIGHT
SOBRE EL AUTOR
OTROS LIBROS DE JOHN BARLOW
UN AÑO EN GALICIA (Extracto)
Reseñas & criticas
***
HOPE ROAD
JOHN BARLOW and LS9
Prologue
PART ONE—SATURDAY
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18
PART TWO—SUNDAY
19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33
PART THREE—MONDAY
34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 | 41 | 42 | 43 | 44 | 45 | 46 | 47 | 48 | 49
EPILOGUE
ACKNOWLEDGMENTS
ABOUT THE AUTHOR
OTHER BOOKS BY JOHN BARLOW
PRÓLOGO
Él le dice al taxista que espere. Se dirige a la entrada. Hay carteles de En venta y Se alquila juntos en el jardín. Juguetes en los parterres. Al césped ya hace semanas que le hace falta un buen corte.
Ella ya está a la puerta, restregando las manos por el vestido estampado azul, aplanando el estómago. Se había mostrado nerviosa al teléfono. Dispuesta a ser complaciente.
Esto no me gusta.
Por la puerta llega el ruido de unos niños que gritan y un televisor con el volumen muy alto. En el recibidor observa una pequeña mesa de madera sobre la que se amontonan sobres marrones, y hay más sobres en el suelo.
Ella baja las escaleras para recibirlo. Con una sonrisa.
Él observa la casa enorme. No puede tener más de cinco años. Un lugar muy cuidado. Una zona bonita. Muy bonita.
¿Qué ocurrió?
–Hola –le dice, alargando el brazo– ¿Por el coche?
Él la saluda con la cabeza. Le estrecha la mano, que tiembla durante un segundo, los extremos de los dedos de color morado, enrojecidos.
–Me llamo Alison.
–Encantado de conocerla.
Una pausa.
–Pues…
Le echan una ojeada al coche, aparcado junto a la casa. Elegante, negro, impecable. Pero es que todos los Porsche GT3 de dos años están impecables.
–Lo que pido por él es, bueno, a ver qué me ofrecen.
Llega más ruido de la casa.
–¡Vaya, los niños! –dice, tratando de reír.
–¿Una dueña muy cuidadosa? –le pregunta, sin dejar de observar el vehículo.
Ella no rehúye la pregunta.
–Está puesto a nombre de mi marido, pero…
Ella le echa una mirada al cartel de Se vende al final del jardín.
Se vende. Se alquila.
Se da la vuelta para marcharse.
–No es lo que estoy buscando. Lo siento.
Le dirige una breve sonrisa y toma el camino de vuelta.
–¿Y a qué demonios ha venido, entonces? –dice mientras ve cómo se marcha, desaparecida la dulzura de su voz.
No necesitas mi dinero. De verdad que no.
–¡Mira que hacerme perder el tiempo!
Oye el portazo, los gritos que llegan de dentro.
Cuando el taxi se va, saca un Nokia y marca un número rápidamente.
–¿El último Porsche GT3? No es bueno. Ya he terminado. Me marcho a casa. Tengo una cita.
PRIMERA PARTE – SÁBADO
Capítulo 1
Ella salta de una pierna a la otra, poniéndose como puede unos vaqueros, con el teléfono encajado entre el mentón y el hombro. Luego, con una sacudida de pelvis, desaparecen las nalgas que unas bragas azul oscuro junto apenas ocultan.
–Quince minutos –dice, agarrando el teléfono mientras habla, buscando más ropa–. No. Es sábado. Diez. De acuerdo… Sí, sí…
Él observa la escena desde la comodidad de una cama de matrimonio mientras ella embute los brazos en las mangas de una blusa blanca, haciendo malabarismos con el teléfono para pasárselo de una mano a otra. Cuando la breve conversación llega a su fin, lanza el teléfono sobre la cama y comienza a abotonarse la blusa.
En la pared, detrás de ella, hay una fotografía enmarcada de un yate a motor, que corta el agua como si fuese un tiburón. El casco es más blanco que la espuma del mar, más blanco que la blusa de ella, más blanco que el color blanco.
Él observa la fotografía y luego a Den. Si tuviese que elegir entre estar ahí sobre el agua o aquí dentro con ella, ¿sería capaz de elegir?
–¿Qué hora es? – pregunta enronquecido, con la voz áspera del que ha trasnochado.
–Las ocho y veinte. Yo tengo el cuerpo de un muerto y tú tienes coches que vender.
–Yo no diría que tienes el cuerpo de un muerto –dice él mientras ella se inclina para darle un beso en la frente.
–Y además –añade ella, cogiéndole un mechón de su espeso cabello negro e inclinándole ligeramente la cabeza hacia
un lado– ¡eres famoso!
Mierda. Justo lo que necesitaba.
Junto a la almohada hay un ordenador portátil. Mira la pantalla de reojo.
FAMILIA DE DELINCUENTES
OBTIENE BENEFICIOS LEGÍTIMOS
Debajo del titular dos personas sonríen orgullosas a la cámara, rodeadas de una flota de coches de lujo. Observa con más atención. Una tercera persona, que supone debe de ser él mismo, se sitúa un poco detrás, fuera de foco, con su melena oscura proyectando una sombra sobre el rostro, de tal manera que apenas se le reconoce.
–¿Qué muerto? –comenta él, incorporándose de la cama y observando cómo ella se sienta en el borde de la cama para ponerse unas zapatillas deportivas blancas.
–Sólo es trabajo.
Ella se incorpora de nuevo y recoge una chaqueta de piel marrón, mientras se acerca a la enorme ventana victoriana para ver qué tiempo hace.
Él suspira, sabiendo que aunque le encanta ver cómo ella se pone unos vaqueros, eso también implica que se ponga en marcha la metamorfosis: de amante a poli, de Den a agente Denise Danson. Cada vez que se enfunda en su ropa de trabajo, es como decirle adiós a un viejo amigo y tener que saludar a uno de esos conocidos que preferirías no ver tan a menudo.
Los polis son tipos de lo más aburrido cuando están de servicio. Se toman a sí mismos tan en serio que resulta penoso. Incluso ahora, después de haber tenido dos años para acostumbrarse, hace lo posible por evitarla mientras está trabajando. Las citas para almorzar son lo peor. Aunque ella intenta relajarse, nunca consigue dejar de lado ese carácter un tanto susceptible y distante que parecen tener todos los oficiales de policía. No, tanto él como Den están hechos para la vida de paisano. Cuando pueden tenerla.
Ella recoge el móvil, emite un ruido que podría parecer un adiós, y se va.
Él alza la mirada hacia los grandes ventanales. Una luz de un gris amarillento se destila por toda la habitación, por encima del edredón blanco de hilo y sobre las tablas de madera pulida del suelo, las cuales, a pesar de su brillo, están llenas de nudos y boquetes, como si mostrasen las cicatrices permanentes del acné juvenil. Lo cual, en cierto sentido, es así.
Justamente hace tres décadas entró en esta sala por primera vez, un muchacho nervioso de unos doce años que iba a conocer lo que era una verdadera clase de Bellas Artes. Desde entonces siempre se ha encontrado a gusto aquí, en el estudio de la planta de arriba. Cuando se compró el apartamento, se encargó de pedirle a los de la inmobiliaria que no quitasen las tablas del suelo, sino que simplemente las barnizasen. El arte nunca fue su punto fuerte, pero treinta años más tarde el viejo estudio se ha convertido en un lugar tremendamente cómodo para vivir.
Tras las ventanas el cielo está cambiando rápidamente, con gruesas nubes de color grisáceo que se desvanecen para dejar ver un azul radiante, como si los restos de una noche de tormenta en el Mediterráneo diesen paso a un día de calor intenso. Si estuviese arrodillado sobre la cama y escudriñase a través de los cristales, vería no una enorme extensión de mar refulgente, sino hileras de casas de ladrillo rojo de protección oficial descendiendo por la ladera, un nuevo instituto feo como un demonio y, más lejos, esos bloques de viviendas que parecen estar empapados de humedad haga el tiempo que haga.
Cuando convirtieron el viejo instituto en apartamentos, el principal atractivo para los compradores eran sus techos altos y la sensación de espacio. Pero para él el edificio tenía un atractivo añadido, ya que aquí siempre se había sentido cómodo, como si sintiese que ese era su sitio. Allí se había convertido en John Ray y se había liberado la sombra de su padre y su apellido. Había dejado estas aulas para ir a estudiar a Cambridge, y luego al extranjero, lejos del lugar donde había crecido y donde siempre era el hijo de alguien, nunca él mismo. Tenía mucho que agradecerle al colegio.
Pero hace dos años regresó a este lugar. No era decisión suya, no exactamente. ¿Se arrepentía? La vista desde la ventana no es una maravilla, y desde luego no es el mediterráneo, pero es un hogar. Al menos por ahora.
Consulta nuevamente la foto del portátil. Al fondo se ve una muchacha de cabello revuelto, voluminoso, con un piercing en la nariz y ojos de gitana, ligeramente hundidos. Junto a ella está un muchacho de traje claro y sonrisa juvenil, tan grande como un oso y con unos hombros tan anchos que parecen ocupar casi toda la foto.
–Freddy, ¡me estás tapando! –dice, sonriendo. –Pero me parece bien.
De nuevo observa la figura en segundo plano, con los brazos cruzados, reservado. ¿Hay algo de burlón en su pose? Es difícil saberlo. Le cuesta incluso reconocerse a sí mismo. Y detrás de todos, sobre la entrada del concesionario: Vehículos Tony Ray.
Cierra el portátil y le echa un vistazo a la habitación. Una botella vacía de brandy Carlos I aparece tumbada debajo de la ventana, junto a dos vasos de cristal. Los dos habían pasado la mitad de la noche en el suelo acurrucados dentro del edredón, hablando de mil cosas, de la vida, del trabajo, del destino y cómo éste último se te echa encima sin darte cuenta. Por veces habían discutido sobre quién se debía poner encima, porque la verdad es que, por muy barnizado que estuviese el suelo, alguna esquirla siempre se te clavaba en el trasero.
Sobre la mesita de noche hay un cuadro de plexiglás, en el que está grabado Concesionario de coches de ocasión del año de la revista Auto Trader y, en letras pequeñas, Región de Yorkshire. Un volante de plata aparece incrustado dentro del plexiglás, como si estuviese suspendido dentro de formaldehido y fuese una interpretación del mundo de los coches usados firmada por Damien Hirst. Como el premio era demasiado grande para poder metérselo en el bolsillo de la chaqueta, la noche anterior había tenido que traerlo a casa en la mano, lo cual había provocado algunos comentarios mordaces de la gente en el centro de la ciudad. Aunque, bien mirado, no había recibido tantos comentarios, si tenemos en cuenta que pesaba casi cien quilos y medía uno noventa.
No había sido su intención acudir a la ceremonia de premios. Con todo, los organizadores le habían pedido insistentemente que confirmase su asistencia, y además estaba aquella muchacha del Yorkshire Post que le había llamado y que no había dejado de incordiarle hasta que aceptó concederle una entrevista. Para entonces lo que parecía más natural era acudir y quitarse aquella obligación de encima. Y lo mismo con respeto a la entrevista.
La ceremonia, al menos, había sido breve. Comida tipo bufé. Nada de platos de pollo en salsa de champán mientras que un tipo con unas copas de más, enfundado en un traje de Burton, te explica con precisión por qué el Leeds United se equivocó al traspasar a David O'Leary.
En líneas generales, no había estado nada mal. Una hora en el Hotel Metropole dando vueltas, bebiendo champán y comiendo unos entremeses que no eran nada del otro mundo. Y entonces, justo en el momento en anunciaban su nombre, Den lo había abrazado, acercándolo a su seno, para susurrarle:
−Esta noche te voy a comer la polla hasta que te estallen las pelotas.
Un instante después, tras un breve discurso poco inspirado, se dirigió llevando el voluminoso premio de plástico hacia donde ella estaba. Sonreía como una loca.
−Quería comprobar si se te pondría dura mientras subías ahí para hablar −dijo, apoyándose en él, mientras le deslizaba la mano por el pecho.
Así funcionan los polis, especialmente los del departamento de investigación criminal. Se encienden y se apagan. Sólo una de esas dos posturas es buena, pero nunca se sabe cuánto tiempo van a estar encendidos o apagados. Él, de todas maneras, no se queja. Tuvo mucha suerte de conocer a Den y lo sabe.
Con un alarido de energía, salta de la cama de un salto y se dirige a la ducha, que es el lugar donde la señorita Casey solía guardar las pinturas.
Capítulo 2
Ella cierra el coche de un portazo y consulta el reloj. Diez minutos justos.
Ya tiene un cigarrillo en la boca. Lo enciende y cierra la cremallera de la chaqueta hasta el cuello. No es que le guste especialmente fumar, pero siempre tiene Malboro Lights cuando trabaja. Si vas a vértelas con un cadáver con el estómag
o vacío, necesitas algo.
Un poco más adelante hay un coche con las puertas y el maletero abiertos. Dos oficiales de policía de atestados, vestidos de blanco, lo están registrando metódicamente, especialmente el maletero y en el asiento de atrás.
Un cordón policial circunda la zona, con su cinta amarilla y negra agitándose al viento. Aparcados cerca, formando ángulos opuestos, un coche de policía y otros tres camuflados.
Primeras impresiones: se han deshecho del coche en un terreno abandonado debajo de un paso elevado de la autopista, a unos tres kilómetros del centro de la ciudad. Al terreno se puede acceder por una vía de servicio que conduce a un polígono industrial y a un callejón sin salida. ¿Un guardia de seguridad en el polígono? ¿Cámaras?
El lugar queda peraltado a uno de los lados por el movimiento de tierras del paso elevado, y toda la zona está cubierta por la sombra que proyecta la autopista. Puede ver y oír el tráfico matutino doce metros por encima, el brillo de la luz de los coches, el silbido de los frenos neumáticos. ¿Un acceso fácil a la autopista? ¿Han dejado el coche abandonado y han hecho autostop? Hay una salida a menos de cuatrocientos metros más adelante.
A ambos lados del lugar el terreno se eleva ligeramente, mostrando alguna que otra mata de algo parecido a tojo. Se había hecho un intento vano de ajardinar la zona. Es el tipo de lugar que sirve como aparcamiento improvisado los días de semana. Cualquier lugar sirve con tal de no aparcar sobre una línea amarilla. La gente no tiene elección. Pero los fines de semana no hay nadie.
El inspector Baron se acerca a ella, cruzando el cordón policial por el lugar en que está apostado un policía de uniforme que lleva con un cuaderno en la mano. El asfalto es tan viejo y está tan agrietado que parece gravilla suelta. Los pasos de Baron apenas pueden oírse debido al ruido constante que llega de la autopista.