Psicomagia
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El sueño me enseñó también a actuar frente a mis temores. Hubo un tiempo en el que frecuentemente tenía la misma pesadilla: estaba en un desierto y desde el horizonte surgía, como una nube inmensa de negatividad, un ente psíquico decidido a destruirme. Me despertaba gritando y empapado en sudor…Un día me cansé y decidí ofrecerme en sacrificio al ente. En el apogeo del sueño, en un estado de terror lúcido, me dije: «De acuerdo, voy a dejar de querer despertarme. No tienes más que venir a destruirme». El ente se acercó y, de repente, desapareció. Desperté unos segundos y volví a dormirme plácidamente. Entonces comprendí que somos nosotros mismos quienes alimentamos nuestros terrores. Aquello que nos atemoriza pierde toda su fuerza en el momento en que dejamos de combatirlo. Es una de las enseñanzas clásicas del sueño lúcido. Varias veces he logrado controlar el miedo al tránsito final atravesando mi propia muerte.
¿Podría añadir otros ejemplos de ese proceso?
Sólo tengo que buscar en mi cuaderno…Por ejemplo: «Tengo unas ganas enormes de orinar. Siento mi vejiga llena. En una bañera blanca, orino un grueso chorro de sangre. Me digo: “El líquido es rojo porque hago demasiado esfuerzo. No puedo parar de orinar; pero me relajo y, por mi voluntad, transformo el rojo en amarillo”. En ningún momento me dejo dominar por la angustia. Poco a poco, transformo el color. Después, la pesadilla me domina nuevamente y otra vez orino sangre. Retomo el control del sueño, sin perder la serenidad, y el chorro adquiere definitivamente su color ámbar».
Otro sueño: «Me encuentro en un café, en una plaza pública, sentado en un rincón entre otros clientes. De pronto, en medio de la terraza, un muchacho barbudo, loco y agresivo, saca una pistola. Con una carcajada estremecedora, apoya el arma en la sien de un camarada. Furioso, me levanto y le grito que debería ser más delicado. Le recuerdo que, hace poco, su amigo ha intentado suicidarse disparándose a la cabeza y que, por esa razón, su pesada broma podría traumatizarlo. Me mira entonces y me apunta, murmurando en tono sádico: “Muy bien, ¿y ahora qué?”. Él espera que yo comience a temblar, pero no siento miedo. Da una vuelta a mi alrededor pero yo no me inmuto. Sé que no disparará y se lo digo: “Sé que no lo harás.” “¿Y por qué no?”, me pregunta. “Porque soy muy pequeño para tus delirios de grandeza”, le digo. Y efectivamente, sé que este loco, ofuscado, absorto en su propio espíritu, no podrá interesarse verdaderamente en mí lo bastante como para aniquilarme. Despierto feliz: lo que podría haber sido una pesadilla no me ha causado miedo».
Otro sueño en el que domestico a mi monstruo: «Camino por un descampado y llego a un agujero circular parecido a una inmensa boca de alcantarillado. De él surge un monstruo gigantesco, espantoso, de unos veinte metros de altura. Controlo rápidamente mi sentimiento de repugnancia porque entiendo que esa criatura horrible es una parte de mí, una oscura energía de mi espíritu. Decido no destruirla sino transformarla. Entonces, en ese mismo instante, se cubre de plumas blancas, se hace luminosa, abre seis alas y se eleva. Convertido en una bellísima entidad angélica, se ofrece a llevarme consigo al Cosmos. Pero controlo igualmente esa tentación. El ángel es una energía luminosa de mi espíritu que tengo que absorber. Hago que me cubra y lo aspiro por todos los poros de la piel. Ahora soy yo el que, convertido en un ser pleno de energía y luz, se eleva tranquilamente. Despierto dichoso».
Ahora voy a leer un sueño muy poético en el que me veo entrando con los ojos abiertos en el reino de los muertos: «Estoy en la antesala de la muerte. Sentado en un banco, frente a mí, está el cantante Carlos Gardel, muerto hace cuarenta años. Lo saludo diciendo: “Vamos, ten valor; decídete a morir…”. Entramos en otra sala en la que diviso una puerta por la que se va directamente a la muerte. Un tétrico portero nos palpa a todos los presentes y decide quiénes van a franquear o no la última puerta. Llegan antes que nosotros dos adolescentes. Después de cachearlos, el portero los rechaza y ellos se van, desolados por tener que seguir viviendo. Gardel es declarado muerto, ahora me toca a mí. El portero me palpa y me declara difunto. Carlos Gardel vacila, tiene miedo. Le digo: “¿Qué importa? ¡Mejor! ¡Ahora sabremos por fin qué hay detrás de esa puerta!”. Con decisión y firmeza, lo empujo para que entre conmigo en esa otra dimensión. Al cruzar la puerta, el cantante desaparece en una explosión de luz. Apenas he cruzado la frontera de la muerte, me encuentro en un paisaje de colinas verdes. Estoy en compañía de personas muy agradables. Lanzo al aire sobres de papel vacíos que caen llenos de golosinas y objetos preciosos. Puedo hacer milagros, porque domino esta dimensión y sé que los sobres que lance al aire caerán siempre llenos. Hago regalos a las personas que me rodean y despierto muy feliz».
Y veamos un último sueño en el que, como en tantos otros, me encuentro una vez más frente al monstruo: «Tengo que cruzar un sótano lóbrego con suelo de tierra apisonada. Un desconocido me espera para dejarme entrar. Siento en la penumbra la presencia de un animal. Sé que se trata de una pantera negra y que el desconocido es su domador. Me indica con una seña que cruce en línea recta, sin temor. Le obedezco, pero la pantera salta sobre mí, me lanza al suelo…y, con las zarpas delanteras, me inmoviliza la cabeza. Me mordisquea el cráneo sin herirme, como un gato que juega con su ratón. Veo la cara descompuesta del domador, que al verme a merced de su fiera se siente impotente. Sin embargo, no me abandono al miedo en ningún momento. Sin moverme, dejo que la pantera me acaricie el pelo con sus fauces. Sé que tengo que entregarme, fundirme con ella, aceptar la situación con amor; disolverme en la pantera. Empiezo a vibrar de amor y me hago uno con ella. En ese instante, la pantera desaparece. Me levanto, cruzo el sótano y sigo mi camino. Me despierto lleno de gozo».
Si he comprendido bien, aplicó usted las enseñanzas recibidas en sueños a su vida diurna y, posteriormente, las incorporó a la práctica de la psicomagia…
Absolutamente. He hecho un gran esfuerzo por mantenerme fiel día a día a lo que me era permitido comprender en sueños. Porque ¿de qué sirve recibir enseñanzas si no las aplicas cuando te encuentras ante las dificultades cotidianas? Una enseñanza no se hace operante, no adquiere toda su fuerza transformadora, hasta el momento en que es aplicada.
¿Podría dar un ejemplo de aplicación a la vida diaria de un principio recibido en sueños?
Bueno, como decía, el sueño lúcido me enseñó a enfrentarme al monstruo. Está permitido huir mientras uno no sienta las fuerzas necesarias para hacerle frente; pero hay un momento en que debes mirarlo a los ojos. Entonces frecuentemente sucede que el monstruo así desafiado se convierte en aliado. Nuestro miedo alimenta la animosidad del adversario, mientras que nuestra voluntad de hacerle frente con amor lo desarma, es decir, le hace cambiar de orientación. Cuando estaba en México rodando La montaña sagrada, se produjeron rumores escandalosos: como rodábamos delante de una catedral, se comenzó a decir que había celebrado misas negras allí mismo. También se murmuraba que ridiculizaba al ejército y a la policía mexicanos…Un día se presentaron dos policías diciéndome: «El ministro tal quiere verlo». Me llevaron al despacho de ese ministro, el cual, poco más o menos, me dijo: «Escuche, Jodorowsky, el presidente le conoce bien y admira su trabajo; tiene usted en él a un amigo. Pero tenga cuidado: un gobierno puede ser un gran amigo, pero, si se le contraría, puede convertirse en un enemigo temible…No haga aparecer ningún uniforme en la película, suprima todos los símbolos religiosos y vivirá tranquilo».
En México, estas palabras, en boca de un ministro, equivalían a una amenaza de muerte. Aquella noche, al volver a casa, oí voces que gritaban en el jardín: «Jodorowsky, ten cuidado o te despellejamos…». Había en México un grupo paramilitar llamado Los Halcones que se encargaba de los trabajos sucios. Comprendí que aquello podía acabar mal y, al día siguiente, llevé a toda mi familia a Estados Unidos, decidido a terminar allí el rodaje. Sin embargo, me oponía a que ese ministro siguiera siendo para mí un enemigo y que en mi inconsciente permaneciera el recuerdo de una amenaza de muerte. Una vez terminada la película, reuní todas las buenas críticas de La montaña sagrada publicadas en Europa
y Estados Unidos, regresé a México y pedí una audiencia con el ministro, que para entonces resultó estar enojado conmigo porque me había marchado con todo mi equipo. Y, tendiéndole los recortes de prensa, le dije: «Mire lo que mi película hace por México; en todo el mundo se habla de este país». Al ver que me había atrevido a meterme otra vez en la boca del lobo, sonrió y me dio una palmada en la espalda: «Muy bien, Jodorowsky, eres valiente, te felicito». ¡No sólo no me puso más dificultades, sino que hasta me hizo regalos! Es una anécdota verídica que muestra en qué medida es saludable a veces atreverse a desafiar al monstruo. El principio esencial es, en la medida que puedas, no dejar nunca una cuenta pendiente con un enemigo. Porque si quedan cosas larvadas, el odio se nutre de sí mismo, con peligro de proliferar. Una bomba con la mecha muy larga puede tardar años en explotar; pero el día en que se produce el descalabro los daños son cuantiosos. Por lo tanto, es mejor desarmar la bomba, no dejar amenazas de muerte sueltas a nuestro alrededor o en nuestro inconsciente. Pero no hay que matar al adversario: es mucho mejor convertirlo en un aliado.
Otro principio del sueño lúcido consiste en cambiar el contenido del sueño. ¿Cómo lo ha aplicado en el curso de su existencia diurna?
Ya te he contado cómo me gustaba cambiar de escenario en sueños, pasar de África a Estados Unidos, por ejemplo, transformar el entorno…También aprendí que en mi vida diaria no tenía por qué dejarme atrapar en un marco. La realidad cotidiana no es rígida, o no lo es más que en nuestra mente, en el concepto que tenemos de ella. Si nos sentimos atados, cansados de movernos siempre dentro del mismo entorno, ¡tenemos la facultad de cambiar! ¿Quién dice que es imposible? El sueño lúcido me enseñó a moverme por el interior de una realidad dúctil en la que siempre puede producirse cualquier mutación, cualquier transformación. Ello no depende sino de mi intención: en el sueño lúcido, el solo deseo de encontrarme en África, entre las manadas de elefantes, era suficiente para transportarme hasta allí. En este otro modo de sueño que es la «realidad», también es mi cerebro, la forma en que yo me represento el mundo, lo que determina lo real. La «realidad» no existe por sí misma; instante a instante, creamos nuestra realidad, alegre o funesta, monótona o apasionante.
¿Por ejemplo?
El otro día, al entrar en mi casa, observaste que lo había cambiado todo. Estaba cansado de la vieja decoración. Compré muebles y dejé en la calle todo lo que tenía y ya no quería ver más. Aquella evacuación se convirtió en una especie de fiesta, la gente empezó a llevárselo todo…Días después, unos vecinos me gritaron: «¡Ya sabemos quién es usted!». «Vaya –respondí–, ¿y cómo lo saben? ¿Por mis historietas, por mis películas…?» «¡Por sus desperdicios! Recuperamos cosas increíbles frente a su casa.» Es decir, no sólo cambié mi decoración sino que, en cierta medida, transformé el ambiente del barrio.
De acuerdo, pero siempre es más fácil cambiar de muebles, si se dispone de dinero, que trasladarse a África junto a los elefantes…
No; el principio fundamental es el mismo, ello tiene lugar dentro de la mente, en nuestra concepción de la realidad. La realidad puede percibirse como una pesadilla, y bien sabe Dios que, en el orden de las fatalidades, cualquier cosa puede ocurrir. Pero es dentro de esa misma realidad donde uno puede agudizar su lucidez y realizar actos que transforman el campo negativo en contexto positivo.
Habrá quien piense que eso es un tema económico: si se tiene dinero, puedes tomar un avión y en unas horas estar en África o visitando Nueva York.
¡Sí, pero hay que atraer la vida! Tu vida corresponde a la idea que te haces de ella…Por ejemplo, yo nunca he sido millonario, ni siquiera muy rico, pero siempre he aplicado a mi vida diurna el principio del sueño lúcido: ¿por qué no transportarme a otro sitio? De modo que, cuando he experimentado una verdadera necesidad, he atraído las circunstancias favorables para que mi necesidad se realizara. Hace pocos días sentía el deseo de hacer una pequeña escapada. Me habían invitado a un festival de cine de Chicago y allá me fui, en secreto, tres días. Salí el viernes y regresé el domingo…Nadie se enteró. (Risas.)
Recuerdo que un día un amigo multimillonario me preguntó: «¿Qué haces este fin de semana?». «Nada», contesté. «¿Quieres ir a Acapulco?» Y ¡ya está!, su reactor privado nos llevó a Acapulco, a pasar el fin de semana.
Oyéndole parece muy sencillo, pero no todo el mundo tiene amigos multimillonarios…
Ya veo que quieres tirarme de la lengua, pero sabes tan bien como yo, por tu propia experiencia, que cada cual crea su realidad…Yo tenía verdaderamente la necesidad de irme a pasar el fin de semana al otro lado del mundo, estaba íntimamente convencido de la maleabilidad de la vida y ésta me envió a un multimillonario con avión privado, eso es todo.
En tu caso, por ejemplo: a ti lo que más te gustaba de la vida era conocer a sabios y escuchar rock’n’roll. Deseabas vivamente conciliar estos dos aspectos de tu existencia, aparentemente dispares. Y bueno, como no tenías una idea rígida de la realidad, favoreciste las circunstancias más propicias y, finalmente, las encontraste en Arizona cuando conociste a un verdadero sabio que, no satisfecho con haber fundado un ashram, además lideraba un grupo de rock’n’roll. Es muy probable que no haya otra persona en el planeta que combine estas dos actividades. Hasta entonces, ese hombre era muy poco conocido en Estados Unidos y desconocido por completo en Europa, pero a pesar de eso la magia de la vida te lo envió. También, de adolescente, ibas a ver todas mis películas y coleccionabas los artículos que hablaban de mí; y ahora somos amigos y disfrutamos haciendo libros juntos. Con inocencia y determinación, se pueden promover circunstancias estadísticamente poco probables.
De acuerdo…
Te contaré otra historia: en 1957, antes de teorizar sobre todas estas cosas, un día le pregunté a mi mujer:
–¿Adónde te gustaría ir de vacaciones?
–Me gustaría mucho ir a Grecia –respondió.
–Muy bien –le dije–. ¡Iremos a Grecia!
–Pero ¿cómo? No tenemos ni un céntimo…
–¡Iremos a Grecia!
En aquel momento, llamaron a la puerta de la buhardilla donde vivíamos. Era un amigo que formaba parte de un grupo de música sudamericana muy conocido en aquel entonces, Los Guaranís de Francisco Marín, y me dijo:
–Dentro de tres días nos vamos de gira a Grecia con un espectáculo folklórico, y uno de nuestros bailarines se ha puesto enfermo. ¿Quieres sustituirlo?
–Pero no conozco los bailes…
–No importa, mi mujer te los enseñará.
Aprendí inmediatamente dos, Bailecito y Carnavalito, y nos fuimos a Grecia. Después de vivir aquello, ¿cómo no considerar la realidad un sueño que vamos creando sobre la marcha?
Estoy de acuerdo por lo que respecta al principio, pero me parece que sus anécdotas y su planteamiento pueden prestarse a confusión. Después de todo, el mundo está lleno de personas que no piden sino realizar sus sueños sin esforzarse demasiado…La experiencia enseña que no basta con desear, hay que merecer.
Lo que acabas de señalar me parece muy importante. Pero estas cosas que explico me han sucedido realmente, y puedo afirmar que mi vida está en consonancia con mis sueños más fantásticos. Creo verdaderamente en la magia de la vida. Ahora bien, para que esta magia sea efectiva, cada cual debe cultivar en sí mismo cierta cantidad de virtudes que pueden parecer contradictorias en principio: inocencia, autodominio, fe, valentía…Poner en movimiento esta magia exige mucha audacia, también pureza y un profundo trabajo con uno mismo. Tengo que insistir en que yo he consagrado mi existencia a perfeccionarme, a conocerme, a hacerme accesible interiormente. Es imprescindible no abandonar en ningún momento la disciplina, sin la cual este enfoque de la realidad no sería más que una ilusión. ¡La vida no está ahí para satisfacer los deseos del primer perezoso que se presente! La vida no te corresponde sino en la medida en que te entregas a ella y te esfuerzas en superar tu egocentrismo.
¿Podría verse, entonces,
este trabajo de ascesis como la aplicación de las enseñanzas recibidas del sueño lúcido? Lo digo porque la ascesis requiere esfuerzo, frente al sueño lúcido, en el que basta con formular un propósito para que éste se realice…
En realidad mantenerse consciente durante el sueño lúcido requiere un esfuerzo muy considerable. Por otra parte, las emociones que se experimentan durante el sueño son reales. Si estás aterrado, lo sientes de verdad, experimentas terror; y es difícil hacerle frente. En el fondo, la gran enseñanza del sueño lúcido está menos en el descubrimiento de la magia cotidiana que en esta exigencia de lucidez, porque no hay que olvidar que sin lucidez nada es posible. Como digo, desde el momento en que te dejas llevar por la experiencia que estás viviendo, el sueño te absorbe y pierdes la lucidez, que es lo único que sostiene la dimensión mágica. La magia que hemos evocado no opera sino gracias al distanciamiento. Lo que permite el juego es la lucidez del testigo, por el contrario, la identificación empequeñece la existencia, limita el campo de posibilidades. En el sueño rigen las mismas leyes que en la vida cotidiana: cuanto más te distancias, más puedes gozar de la existencia y sentirla como un gran patio de recreo. Si no consigues distanciarte, la vida puede convertirse en un callejón sin salida. Así pues, paradójicamente, el sueño me ha enseñado a velar, a mantener el hilo de la existencia, una corriente de lucidez, incluso a costa de grandes esfuerzos. ¡Porque bien sabe Dios lo maravillosa que puede ser la vida a veces, sobre todo si te abres un poco a su magia! Sin embargo, al mismo tiempo que te vas abriendo, aumenta la tentación de dejarte absorber, el peligro de identificarte. Por otro lado, la lucidez se refuerza también con la práctica.