Psicomagia
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¿Habría llegado usted a ser como es sin haber tomado sustancias alucinógenas?
Yo no he llegado a nada. ¿Adónde he llegado? (Se levanta y gira sobre sí mismo.) No se llega. En mi caso, necesité tomarlas en un momento dado, hacia los 40 años, cuando iba a hacer La montaña sagrada y tenía que interpretar a un maestro. Necesitaba saber cómo era la mente de un sabio. Yo no tenía esa mentalidad, y percibía mis límites. Entonces contraté a un gurú, Óscar Ichazo, que fue uno de los creadores de la moda del eneagrama y el maestro de Claudio Naranjo. Le pagué diecisiete mil dólares para que me diera un LSD y me guiara. Era un ácido puro, un polvo que disolvió en zumo de naranja. Una hora más tarde me dio un cigarro de marihuana. La primera toma duró ocho horas, pasado un tiempo volvimos a tomar. Fueron dos sesiones en las que aprendí mucho y rompí mis propios límites. Yo creo que estas experiencias no deben hacerse por espíritu festivo, tampoco solo ni en compañía de gente que no haya alcanzado un alto nivel de conciencia. Puede ocurrir que durante la toma veas a esa gente como a demonios.
Ésta es la explicación de por qué tomé este tipo de drogas. La consecuencia es que me abrió la mente y me sirvió para demostrarme hasta dónde podía llegar. Gurdjieff decía que las drogas son para eso: tú estás en el sótano de un edificio y la droga te hace subir a la terraza de golpe. Estás en el garaje y te hace saltar cincuenta pisos. Ves todo el horizonte, toda la ciudad, y cuando vuelves, te das cuenta de que para llegar de nuevo arriba tienes que trepar todos los pisos tú solo, sin drogas.
Como en el mito de la caverna, pero pudiendo otear más allá.
Sí. Pero, en este caso, trepando con tu propio esfuerzo, sin LSD. Se trata de llegar a ver sin drogas, y se puede hacer. De otro modo no sirve.
En Occidente, carecemos de un marco de referencia o de una cultura de usos para la toma de estas sustancias. Por ejemplo, los hongos aquí se consumen de los modos más brutales, en fiestas, sin referencia ni finalidad. A usted se los proporcionó María Sabina, la chamanita…
Me los mandó a través de una persona llamada Francisco Fierro, que era su asistente. Él sabía cuánto había que tomar, cómo vomitar, qué hacer durante la toma y todo eso. Esa experiencia puede resultar un ritual muy sabio si prescindimos de inyectarle dioses. Porque eres tú quien tiene que hacer el viaje, sin dejarte teledirigir desde fuera ni que te impongan arquetipos; entre otras cosas, porque tus arquetipos están dentro de ti y tu viaje es tuyo.
Muchos practican cultos sincréticos con la ayahuasca, como con otras drogas.
La ayahuasca no tiene por qué ser mezclada con santerías y cosas de este tipo, como ninguna otra droga. La ayahuasca hay que tomarla tranquilamente, sin ritos, y guiada por alguien que la conozca, como todas las drogas psicodélicas.
Quiere decir que estas sustancias hay que tomarlas con alguien que las conozca, pero que no proyecte una forma de cultura religiosa o su interés o historia personal sobre los demás…
Efectivamente, con alguien que haya desarrollado su espíritu y que actúe como guía, pero sin imponerte sus conceptos durante la experiencia. Que cuando tengas angustia te muestre el camino de salida. Yo estaba con Óscar Ichazo tomando y, de pronto, sonó el teléfono. Estaba en pleno viaje, y me dijo: «Contesta». «Pero ¿cómo?», le pregunté. «Tú puedes estar en dos mundos», contestó. Cogí el teléfono, hablé normalmente y seguí con la toma. Ése es un buen guía.
Pude, y cualquier persona puede estar en dos mundos: uno que se llama real y el otro. Ésa es una gran lección que sólo puede dar un maestro. Esto es sólo un ejemplo de lo que podemos aprender en un viaje.
O sea que la sustancia le abrió al conocimiento…
Para mí fue un gran paso. Recomiendo hacerlo al menos una vez y de una manera guiada. Yo observé que mi mujer, Marianne, tenía límites espirituales a pesar de hablar seis idiomas, ser joven y universitaria, precisamente por haber recibido una educación francesa racionalista. Quería seguir el camino del tarot y le dije que no se podía quedar presa en esa cárcel de lo racional y que necesitaba una experiencia psicodélica. Entonces la acompañé a Holanda. Arrendé un cuarto cuya ventana daba al cielo y a las dos o tres de la mañana le hice comer unos hongos para que el efecto llegara hasta la luz del amanecer. La guié. Le fui marcando el camino y resultó ser una experiencia decisiva en su vida. Si yo hubiera aprovechado que estaba en un viaje y la hubiera seducido, ella habría perdido todo el beneficio de aquella experiencia.
Incluso la marihuana debería ser tomada como algo iniciático, como el alcohol en las fiestas báquicas. El ágape forma parte de esa cultura que hemos perdido.
¿Qué extraño mecanismo de la conciencia puede hacer que estas sustancias rompan límites?
Estamos acostumbrados a vivir en un mundo lineal, en una arquitectura cúbica y racional, y por eso estamos obligados en un momento dado a romper las limitaciones. Muchas veces no podemos hacerlo, precisamente porque estamos presos en la mente. Por eso tenemos que realizar una experiencia en que nuestros mecanismos de percepción salten con el fin de conocer otros mundos.
Los chamanes eran gente primitiva; pero ahora somos nosotros los que queremos tomar hongos a nuestro aire, no con sus ritos. Yo no voy a tomar nada con un chamán, a la antigua. ¿Para qué? ¿Para que tomando ayahuasca se ponga a cantar a la Virgen María o a la serpiente? ¿Qué me importa todo eso? Algunos seguidores de la terapia gestalt ponían discos de Wagner para tomar ketamina. ¡No, por favor!
Cuando tomas sustancias debes estar en la naturaleza, esperando que llegue la luz del día, con la menor interferencia posible. Basta con un maestro que te diga por aquí y por allá. Y con una o dos tomas es suficiente para que el cerebro se te abra bien para toda la vida.
En realidad no se trata de drogas. Una experiencia de hongos no es como consumir drogas. Yo tenía un frasco con un polvo de hongo y decidí dárselo a unos seres queridos porque pensé que era mejor dárselo yo a que se lo diera cualquier imbécil con la excusa de montar una fiesta y hacer tonterías.
Imagino que estas sustancias son sagradas para usted.
Un momento, no caigamos en la trampa del concepto «sagrado». Todo puede ser sagrado para un santo, hasta un excremento de perro. Y para un ciudadano normal nada es «sagrado» sino quizás «útil». Hay que decir que estas experiencias cambian de función y de resultado según los niveles de conciencia que tenga quien las toma. Las sustancias psicodélicas fueron, en primer lugar, tomadas por los chamanes, que tenían un nivel de conciencia superior a la tribu. Mi tesis es que son recomendables sólo para gente que tenga un alto nivel de conciencia. Hay gente con un nivel de conciencia casi animal que puede perderse o acentuar su tendencia enfermiza con las sustancias. Hay que tener mucho cuidado, no sólo a la hora de ver a quién se las das, sino para decidir con quién las tomas. Tengo una frase que puede resumir esta situación: «No se adónde voy, pero sé con quién voy». No se debe tomar este camino con personas que son incapaces de absorber la vivencia, porque te intentarán arrastrar y sacarte de tu viaje. Da drogas a los soldados y los convertirás en asesinos. Da drogas a un santo y podrá hacer obras magníficas. Mucho cuidado con esto. No pensemos, como pretendían algunos, que al echar LSD en las fuentes de una ciudad vas a mejorar la sociedad. Eso sería un peligro público.
Por ejemplo, la ayahuasca ha caído en manos de gente con mentalidad romántico-infantil y la ha convertido en religión. Grave error. Los grados de conciencia bajos, de manera sistemática, malgastan estas energías. Pero está claro que en un momento dado, cuando se accede a una formación social racional, como la que nos imparten, es necesario que la gente que tiene responsabilidades tenga una experiencia para que sepa qué hay más allá de lo racional.
Pero habrá gente que no las necesite…
Claro. En este momento yo no las necesito. Es como estar dentro de los sueños, y yo ya lo estoy. ¿Qué gano con ver alucinaciones y cosas que ya conozco? La experiencia es hermosa, de acuerdo, pero ¿qué voy a encontrar allí? Es útil cuando sientes que tienes un límite
y tomas para que te ayude a superarlo. La persona con bajo nivel de conciencia se asusta si descubre que tiene un límite, se enoja y llora al saberlo. La persona con un nivel más alto de conciencia lo único que desea es que le digan dónde están sus límites para poder vencerlos, y lo agradece profundamente porque podrá mejorar. La gente con bajo nivel de conciencia anda buscando que alguien le confirme sus valores, pero la gente con alto nivel de conciencia lo que busca es que alguien le marque sus defectos para superarlos.
V
¿Podría explicarnos qué es realmente el tarot?
El tarot es una máquina metafísica. Un organismo de imágenes y formas muy difícil de resumir, uno de los primeros lenguajes ópticos de la humanidad. El tarot tiene 22 arcanos mayores. Si con el alfabeto español se puede escribir El Quijote, imagínate lo que puedes hacer con 22 cartas, a las que hay que sumar otros 56 arcanos menores.
El tarot responde a unas reglas de óptica proyectiva. Es como un espejo que te permite desarrollarte en la medida en que vas viendo más y más de ti mismo. Yo lo uso para los demás y también para mí, para asomarnos a este espejo y poder comprendernos. Si, por ejemplo, le pregunto «¿Qué es rezar?», él me responde. «¿Qué es el amor?», me lo explica. «¿Quién soy yo?», y ahí apareces. El tarot nos enseña el inconsciente del consultante y, si puede ayudarle, le ayuda. Sirve para sanar.
El tarot se puede usar para todo menos para leer el futuro.
Cuando la gente se interesa por el porvenir, y me pregunta por ejemplo «¿Voy a encontrar un hombre?», les contesto: «Eso no te lo voy a decir porque puedo influenciarte, lo que te voy a explicar es por qué hasta ahora no has encontrado un hombre». «¿Voy a tener dinero?», quieren saber, y lo que les enseño es por qué no tienen dinero. «No sé si vivir en Madrid, o Barcelona», me plantea otro, y, bueno, lo importante es saber por qué no sabes decidirlo. Todo lo reduzco a la actualidad.
En realidad yo no creo en el futuro, es una cosa que no quiero ni tocar porque el cerebro tiene tendencia a obedecer predicciones. A la persona que tiene un poquito de fe en ti, si le dices que se va a partir la pierna, se la parte.
A veces lo que ocurre es que esa gran máquina mágica que es el tarot, cuando cae en manos de los pseudotarotistas, queda reducida a un instrumento para leer el futuro. Lo convierten en un objeto. Es un crimen que se desconozca que el tarot es una obra de arte sagrada.
Ha dicho que para poder leer el tarot hay que distanciarse del consultante, no interferir en su vida para nada.
Sí y no. Para leer el tarot hay que identificarse totalmente con el consultante, ahora bien sin interferir en sus asuntos. Hay que respetarle, sin pretender influirlo o utilizarlo.
Yo siempre lo he leído de manera gratuita –excepto durante unos meses cuando empezaba, porque tenía que ganarme la vida– no porque fuera generoso, sino porque el tarot es algo útil para los demás. Si cobro lo desvirtúo y, de esa manera, no lo puedo conocer a fondo. Hacer tarot es hacer el bien y es hacer arte.
O sea que lo que hace con el tarot es «consultar al consultante».
Sí. Es como un contador Geiger. Te dice qué pasa, qué sucede, cómo va esa persona. Se lo dice a ella misma. Y a veces responde cuando existe una duda o una elección. El tarot aclara, muestra la voluntad del consultante y ayuda a descubrir lo que hay en él.
¿Cómo podemos entender lo que nos dice el tarot?
Al principio tratando de desarrollar la telepatía, intenté adivinar. Luego me dediqué simplemente a leerlo, lo que no me impide tratar de ver cómo es la persona consultante, cómo están su salud, afectos, sexualidad o intelectualidad. Acepto al consultante con sus límites, siento su voz, noto cómo huele su aliento y, a veces, le toco. Capto todo lo que puedo antes de echarle las cartas: veo cómo las mezcla, cómo se mueve, cómo actúa, cómo me habla.
VI
A lo largo de la historia de la humanidad, la metáfora de la transformación personal ha tomado distintas formas. Una de ellas ha sido la magia. ¿Es posible la magia sin superstición?
La magia no es la superstición, la magia es la naturaleza del mundo. El mundo no es lógico ni racional, es mágico, y existe una estrecha unión de todos los acontecimientos, por eso llamé a mi libro La danza de la realidad, porque todos los acontecimientos están ligados, unidos; el tiempo no es lineal, los efectos algunas veces se producen antes que las causas, hay misterios…El setenta por ciento del mundo no podemos comprenderlo, como el chimpancé no comprende el noventa por ciento del mundo. Nos queda mucho por aprender. La realidad es milagrosa, es mágica. Obedece a principios que no son científicos. La realidad no es científica.
Y cuando no entendemos esa naturaleza del mundo creamos supersticiones…
Exacto, y creemos en cosas que no son porque las necesitamos.
¿La magia trabaja sobre la realidad o sobre nuestra manera de ver el mundo?
En la magia, si eres consciente, podrás ver las metáforas, las analogías: para que llueva, el chamán hace ruido con los dedos en la tierra. Si has evolucionado te das cuenta de que esto, a un cierto nivel, funciona porque esa analogía es útil. El inconsciente acepta las metáforas, y cuando tú conoces las leyes del inconsciente te das cuenta de que la magia maneja esas leyes. La magia trabaja sobre el inconsciente.
Hablo del inconsciente de la realidad, no de nuestro pequeño inconsciente. Al ser misteriosa, la realidad muestra que existe un inconsciente personal, uno familiar, uno de grupo, uno del planeta, uno del universo…Así es la realidad. El mundo es tanto lo manifestado como lo no manifestado. El mundo es tanto lo que es como lo que no es. El mundo es tanto la posibilidad que se nos aparece como las infinitas posibilidades que se nos ocultan.
Uno es una conciencia inmortal, una exacta reproducción del universo. Tu inconsciente es una partícula y al mismo tiempo la totalidad del cosmos. Y digan lo que digan respecto a tu limitado cuerpo, eres la conciencia total. Te cuenten lo que te cuenten de tu carne efímera, si llegas a integrarte en la conciencia divina, eres inmortal. Sin embargo, para lograrlo hay que tener la humildad de borrarse personalmente aceptando ser sólo un canal. Pero si te presentas como un ser todopoderoso que lo sabe todo, serás un farsante. Por más que yo trate de ser más de lo que soy, no soy más de lo que soy. Hay que ser consciente de lo que somos. El poder más grande de tu vida es poder ayudar, y el beneficio más grande que tiene el hombre es vivir en paz. Hay misterios, pero uno no los domina. He conocido pequeños milagros telepáticos, que cada día son un poco mayores. Pero no llego a las cosas que se cuentan en las leyendas: «El maestro ve a una persona, y conoce su nombre y fecha de nacimiento». No llego a eso, pero llego a otras cosas. La telepatía existe, lo sé.
¿Cómo definirías la magia negra, frente a la magia blanca?
La magia negra es una magia enferma que intenta aprovecharse de la naturaleza del mundo. Es una magia inútil porque se encamina hacia la destrucción. Existe sólo en quien cree en ella. Abrirle la puerta puede ser muy peligroso para uno.
¿Cómo se explica la existencia de una magia blanca y otra negra?
El espíritu tiene raíces profundas, ramas profundas. Te puedes fundir hasta lo negativo infinitamente, en lo oscuro, o puedes elevarte hasta la luz. Es una cuestión de elección. Pero de la magia negra no quiero hablar porque, como ya he dicho, es una cosa enferma.
La técnica ¿no es la magia actual aplicada?
No sabemos qué es. Sabemos que funciona. Al igual que desconocemos qué energía mueve al universo. Todavía lo ignoramos. Podemos intuir cómo funciona el mundo y a eso lo llamamos de muchas maneras, incluso Dios. Lo que no llegamos a entender lo denominamos magia, pero en realidad es una utilización de lo mágico. Estamos hablando de un uso de la magia, pero no sabemos exactamente qué es. No lo controlamos. No podemos todavía.
¿Cuáles son las leyes de la magia?
Son cuatro: querer, osar, poder y callar. Por «callar» entiendo «obedecer». La fuerza en reposo es la mayor fuerza, por eso a veces cuento esa historia iniciát
ica que relata cómo el hombre más fuerte del Imperio chino hace su demostración de fuerza sacando una mariposa de una cajita y diciendo: «Soy tan fuerte que puedo tomar una mariposa por las alas sin dañarla». Eso es callar.
El conocimiento hay que manifestarlo sólo cuando se nos pide, y si no hay que callar. Una cosa es dar y otra obligar a recibir a los demás…
¿Y cómo interpreta «querer, osar, poder y callar»?
«Querer»: si tú no quieres, no avanzas. Hay quien no quiere curarse. Los evangelios lo apuntan cuando Jesús pregunta al paralítico si quiere andar, porque si uno no quiere, ni un dios te puede curar.
«Osar»: curarte es hacer frente a los cambios que la curación te va a producir. El paralítico llevaba cuarenta años inválido, así que curarse para él significaba no tener dinero porque no mendigaría más. Cuando estás enfermo, en realidad, estás llamando la atención de los demás para que te cuiden, estás pidiendo cariño. La enfermedad es una comedia de peticiones. El enfermo pide a gritos que lo amen. Hay que osar ser curado, entrar en una nueva individualidad en donde desconoces la dirección porque se produce un cambio y, en cierta medida, una nueva personalidad.
«Poder»: significa que una vez que estás haciendo las cosas, entras en lucha y no tienes que ser tu propio enemigo. Para poder hay que ser uno y no ser otro, no luchar contra ti mismo porque ello te producirá una gran neurosis de fracaso.
«Callar»: significa que cuando intentas transmitir lo que ganaste, lo pierdes por exhibicionista. Éste es el problema que tienen algunos gurús: muestran su santidad y la pierden en ese mismo acto. El verdadero maestro es invisible: no tiene flores, ni collares, ni anillos, ni fotos, no tiene escuela ni discípulos. Para el verdadero maestro toda la humanidad es su discípulo. De manera disimulada desliza bienes y conocimientos que puedan elevar el nivel de conciencia del otro. No necesita escuela ni ambiciona ser maestro. Es maestro porque obedece a una voluntad universal que es superior a él.