Entonces, ¿qué sería el ego?
Muchas veces se ha hablado del ego sin entenderlo. En realidad, nosotros tenemos nuestro ser esencial y otra parte adquirida que permite una identificación o identidad. Esta última es el ego, una identidad adquirida que está al servicio de la esencia. El ego puede degenerar en personalidades desviadas, esquizofrénicas o paranoides debido a que en el ego es donde se hacen notar los traumas y los golpes de la vida.
Usted reconoce que hace muchos años tenía un ego gigantesco. ¿Qué se puede hacer en nuestro mundo sin el ego?
El ego es sordo. Sordo y ciego. El ego ha de ser domado. Es el núcleo de la doctrina hinduista. El ego se tiene que plegar ante la esencia. En las actividades sociales se desarrollan los más grandes egos, como en la universidad, donde una persona habla y habla aunque nadie esté atento, y jamás escucha. Con ese tipo de gente no hay diálogo, sino un largo monólogo. En la vida hay que entrar en el diálogo y escuchar a los demás. El ego es necesario como la cáscara del huevo que envuelve la esencia. Eso de «matar al ego» son locuras de los gurús, que, por cierto, son grandes ególatras. Me estoy acordando de Osho, que, a pesar de ser una persona inteligentísima, hacía poner su cara en las camisetas de sus seguidores. En cada uno de sus libros había quince o veinte fotos de su cuerpo. El ego puede llegar a convertirse en algo delirante. Este hombre se pasó la vida luchando contra el ego y, sin embargo, no hacía sino fortalecerlo. Se enfrentaba con el ego de los demás pero nunca con el suyo. Yo veo a los gurús como payasos. Son necesarios, pero son grandes monigotes.
¿Somos esclavos de nuestros deseos?
Todo el tiempo estamos deseando cosas: más dinero, más objetos. El mundo es puro deseo. Nos meten en la cabeza que no tenemos que envejecer, miles de anuncios nos animan a agrandar los labios, arreglar los pechos, estirar el pene o reafirmar nuestros glúteos. Deseamos y deseamos todo cuanto vemos en los anuncios o en la calle. Cada vez que me conecto a Internet me encuentro con cuatro proposiciones constantes: alargarme el falo, bajar de peso, comprar prostitutas y ganar una fortuna sin trabajar…o aparecen bancos imaginarios donde ganas millones. Ése es el grave problema de esta sociedad: está llena de deseos de consumir y de aparentar, pero hay muy pocas ganas de ser.
¿Deberíamos entonces aprender, como tantas veces se nos ha dicho, a vencer el deseo?
Las escuelas orientales transmiten una sabiduría muy antigua que debería ser revisada. Se han idealizado mucho las enseñanzas de Buda, y hay que tener cuidado. La leyenda de Buda, si se mira bien, se nos muestra bastante lamentable: un joven rico que abandona a su esposa y a su hijo para estar tranquilo, alguien que teme las cosas más naturales del mundo como la muerte, la vejez, la enfermedad y la pobreza…Pero, claro, en su doctrina se supone que la liberación del deseo nos otorga la salvación, que consiste en no renacer, sólo porque cree en el renacimiento o en la peregrinación del alma, lo que es mucho suponer y podría no ser cierto.
Si yo no creo en la reencarnación, Buda se me cae. Para él hay que escapar de esta vida para no volver a reencarnarse, y eso es un error. No hay que escapar de nada. Hay que vivir la vida. Yo no sé si existe la reencarnación, no podemos saberlo. No podemos establecer doctrinas comunicando cosas en las que debo creer, como decir que vamos a parar la rueda de la reencarnación, el karma, etcétera. Son creencias sospechosas. No las uso de ninguna manera. Bien miradas, son tóxicas para cualquiera.
IV
Me gustaría preguntarle por la muerte…
¿La muerte qué es? Solamente un cambio, una mutación. No tememos a la muerte, sino al cambio que supone.
¿Dónde aprendió eso?
(Risas.) La muerte es una palabra, y empecé a aprenderlo con el tarot. La muerte es el arcano XIII y no tiene nombre. Está situado en mitad de la baraja. Yo me he dado cuenta de que una vez tuve 15 años y desaparecí. Luego tuve 30, después 40, y seguí desapareciendo. En este momento tengo 74, soy otro pero sigo contento. Cuando tenga 90 estaré alegre, cuando tenga 100 seguiré contento, cuando tenga 300 estaré estupendo, cuando tenga un millón de años seré una fiesta.
¿Cree que queda algo de nosotros cuando morimos?
Le preguntaron a un maestro zen: «¿Qué hay después de la muerte?». Y él dijo: «No lo sé, todavía no me he muerto». Yo estoy aquí. Pero sé que lo que soy avanza.
El Carro de la carta del tarot está hundido en la tierra. ¿Hacia dónde se dirige? La tierra se mueve y lo desplaza. Nosotros avanzamos con el universo. ¿Qué me importa el después? Nunca me importó cómo sería a los 80 años, o a los 100, o a los 1.000 o a los 60.000. Lo que me importa es saber quién soy ahora, no adónde voy…
Cuando empiezas poco a poco a desprenderte de tu identidad, a ser un humano genérico, dejas de verte en una edad determinada. Luego dejas de identificarte con el tiempo en general. Después ya no te reconoces originario de una patria o hablante de una lengua determinada. No te ves en tu nombre, no te confundes con las cosas que posees, vas cesando en la identificación.
¿Pero dónde sostenernos en esa visión de uno mismo?
Te agarras a lo que eres. A la alegría de la vida. Eres cada vez más feliz y no necesitas el traje rígido del carácter o de la personalidad. Te haces fluido, como el agua. Lao Tse dice: «Hay que ser como el agua que toma la forma del vaso que la contiene». Vas por la vida tomando formas y eso es magnífico. Hay un momento en que lo aceptas y te dices «Esto que soy yo desaparece». Y una vez que eres consciente, todo el tiempo estás ahí. Sientes en tus talones un abismo de vacuidad total, y vas avanzando como una luz. Y esa luz que eres sabes que se la va a tragar el abismo. Existe la esperanza de que te disuelvas con un goce infinito en el océano cósmico, y eres tú, pero siempre que aceptes ceder tu conciencia. El último don que tú das es tu conciencia.
Cuando lleguemos a la muerte, lo mejor que podemos ofrecer es una perfecta y luminosa conciencia, una conciencia clara que hay que saber crear, porque si no, como decía Gurdjieff, mueres como un perro, sin ofrendar la conciencia ni construir un alma.
Se dice que la potencia está encerrada entre las paredes del cráneo…Pero ¿dónde situaría usted nuestra conciencia?
Fuera del cuerpo. El cuerpo es como el hueso de un melocotón, sin embargo la conciencia no tiene límites y está en constante expansión.
Usted sugiere que en un esfuerzo de imaginación podemos liberarnos de lo aparente, de la misma forma que oyendo música o jugando con la memoria nos podríamos trasladar a otro lugar. Sin embargo, no basta con que juguemos con un puñado de imágenes…hay que cambiar para mejorar, cambiar al sujeto que imagina, ¿no?
Hay un tipo de imaginación que es casi industrial: son los delirios. No hay que confundir la imaginación con el delirio constante. Puedo imaginarme cualquier cosa todo el tiempo sin profundizar en nada: cuentos y cuentos y cuentos sin ahondar en su sentido…O podemos, como Kafka, sumergirnos hasta cierto nivel y estancarnos. Nunca accedió a la felicidad. Se plantó en la neurosis.
El esfuerzo es siempre necesario, pero ¿por qué se nos exige este esfuerzo permanente que es la existencia?
En la vida hay que estar siempre atento, no en tensión. Noto que cuando dices «esfuerzo» lo sientes como algo desagradable, pero yo no creo que haya que hacer cosas que detestamos sino cosas que nos gustan. Cuando yo hablo de «esfuerzo» hablo de esfuerzo agradable: pintar, danzar, vivir, son esfuerzos totalmente placenteros. Debemos hacer lo que nos agrada en la vida y esforzarnos en ello.
¿La vida es una prueba?
No. La vida es una escuela iniciática. O como decía Castaneda: un desafío. Para el guerrero, esto es lo importante.
¿Sirve de algo teorizar sobre la vida?
Quien hace teoría de la vida es porque no la conoce. Pero el que la conoce, debe comunicar sus experiencias, enseñar lo que ha vivido.
Volvamos una vez más a la vieja y obstinada pregunta de ¿por qué existe lo que existe?
Me llamó desde el hospital una mujer que estaba muy enferma de cánce
r, y me preguntó: «¿Cuál es la finalidad de la vida?». Pensé y le respondí lo que ella esperaba: «La vida no tiene sentido». Entonces suspiró y dijo: «Eso es lo que esperaba oír». Al día siguiente, murió. Le contesté aquello para consolarla, porque esa mujer no tenía remedio. Aunque yo creo que la vida sí tiene sentido, un sentido que no tenemos por qué conocer. Es un misterio. Esa idea de que todas las cosas tienen una finalidad es muy mental. Por supuesto que tenemos un fin, pero no lo conocemos. Si no fuera así, yo no estaría aquí. Tenemos una finalidad como humanidad en el universo. Tenemos un destino y, sin embargo, no tenemos por qué conocerlo racionalmente. Y esto hay que aceptarlo de la manera más sana posible. Convertir nuestro planeta en un jardín. Enriquecerlo y enriquecernos.
¿En qué consiste eso de ser uno mismo? ¿Acaso podemos llegar a saber quiénes somos?
El conócete a ti mismo significa, en realidad, que tú eres el universo. Yo no tengo límites porque estoy unido al universo como un organismo: el tiempo es mi vida, lo que sucede es mi vida y es la vida. Si me conozco a mí mismo soy el actor y el espectador. Lo conocido y el conocedor al mismo tiempo. Hasta cierto punto puedo pasar de actor a espectador, pero hay un momento supremo en que el actor y el espectador se funden. Eso ya no es conocimiento. Es conciencia pura, estado.
¿Qué significa realizarse a través de lo transpersonal? ¿No se ha abusado de esta palabra?
No es palabrería, es simplemente un constructo útil. Lo que entendemos por personal se corresponde con la actitud de encerrarte en tu propia psicología y analizar todo a través de ti mismo. Lo transpersonal significa aceptar que existe el otro, tenerlo en cuenta para percibir el mundo y entender las cosas.
En este sentido, lo transpersonal trasciende los límites. Tendríamos, por ese camino, que llegar al pensamiento andrógino. Si tú fueras una persona común pensarías primero como español, luego como hombre y, después, como terráqueo. El ideal es pensar sin nacionalidad, sin definición sexual y sin estar deformado por el sistema solar.
¿Podemos llegar a pensar que un día nos realizaremos?
Eso es una trampa, porque nadie se realiza plenamente. ¿Qué es realizarse? Se va avanzando como se puede. Por ejemplo, hoy he estado escribiendo todo el día Los Technopadres, una serie en forma de cómic que me encanta. Soy feliz porque me gusta la escena que inventé. Estoy eufórico porque estoy creando. Aunque sea una historia para niños o para jóvenes, me fascina. Y cada mañana escribo un poema de cuatro o cinco líneas, no tengo tiempo para más. Son pequeñas cosas que hago y que me gustan:
Cuarto abandonado
casa sin dueño
el vacío acecha
bajo mis palabras.
Como un ciego
que encontrara
un tesoro en la basura
dejo transcurrir el invierno.
No me agradezcas.
Lo que te he dado
me ha sido dado
sólo para ti.
No quiero que me ames,
quiero que ames:
los incendios no tienen dueño.
Al escucharlo, tengo la impresión de que nuestra felicidad consiste en mirar el mundo de una determinada manera.
No es una cuestión de percepción. Consiste en ser uno mismo. Cuando avanzas te percibes en tu totalidad. No se trata de delimitar la realidad. Si decimos: «Yo quisiera conocer», estamos proyectando la ilusión de tener un yo, que además conoce. Y no se trata de eso. Desde la Antigüedad clásica respetamos mucho la expresión «Conócete a ti mismo», pero en realidad es bastante confusa. La gente piensa que es algo parecido a que salgas a encontrarte. En realidad cuando decimos «conócete a ti mismo», ese «ti mismo» es el universo. El universo se conoce a sí mismo. «Conóceme», dice el universo. En la voz de Dios, conócete a ti mismo significa…conóceme. Cuidado: no pienses «Tú eres yo, yo soy tú». En verdad, «Tú no eres yo, pero yo soy tú».
Los grandes maestros sostienen que tenemos que aprender a morir en paz. Pero para eso ¿hace falta todo este viaje?
Sí, claro. La vida es aprender a morir con tranquilidad, «jugar a morir» decían los chinos. Pero morir es entrar en un proceso, como cuando lentamente de la niñez se pasa a la pubertad: el vello, las hormonas…Lo vives como un cambio. Tú avanzas en la vida y empieza a aparecer la vejez, que es otro período. El pelo se va poniendo blanco, los dientes amarillos. Si luchas contra la vejez, envejeces con angustia. Si luchas contra la pubertad, te traumatizas. En un momento dado todos entramos en el proceso de la muerte, que se puede y debe vivir exactamente como los otros cambios precedentes.
La muerte no es más que un estado. ¡Nadie está muerto! ¡Nadie muere! Todos nosotros entraremos en el proceso de la muerte, y lo maravilloso es que lo aceptemos con la tranquilidad con la que entramos en la pubertad o en la madurez.
Visiones
I
¿Qué piensa de los intermediarios del espíritu? De aquellos que se han organizado para enseñarnos los misterios de la vida.
Últimamente he dividido el mundo –a pesar de que estas decisiones son arbitrarias– en seres y monigotes. La palabra «monigote», que se me ha adherido al lenguaje, me sirve para designar todos los constructos mentales. Hay, por supuesto, monigotes útiles y monigotes inútiles. Y la utilidad de los mismos varía según pasa el tiempo o cambian nuestras circunstancias particulares. En cierto momento, un monigote inútil puede ser útil.
El monigote útil es aquel que nos conduce a las mutaciones necesarias. Los monjes, por el hecho de vivir en celibato, no son dignos de fe. Si todo el mundo fuera sacerdote, se acabaría la raza humana. En este sentido, no son buenos. No es posible llevar a Dios consigo ni comunicarlo a otros desde una vida que va contra la naturaleza humana.
Cuando estos monjes se organizan en sectas, surgen otros problemas.
Supongo que tratan de monopolizar lo que llaman verdad…
Las sectas podrían ser útiles, el problema es, efectivamente, que su realidad consiste en apropiarse de Dios. La propiedad privada de Dios. Luego declaran que quien no pertenece a la secta es infiel, digno de destrucción. Son separadoras. No unen. Yo creo que en el futuro los templos serán polivalentes. Existirán catedrales donde se celebren todos los cultos, con libre acceso y compatibilidad absoluta. Posteriormente se eliminarán los nombres de los dioses, que serán entidades anónimas. Si pones un nombre a Dios te estás apropiando de él.
La religión, igual que una Constitución, debe ser revisada, porque en la medida en que el hombre va mutando, la religión tiene que cambiar. La secta procede con prohibiciones. Aquello que el hombre no conoce lo llama Dios: es una forma de superstición. En la medida en que el cerebro evoluciona, las creencias ciegas y los tabúes se van desmoronando.
¿Cómo afecta esto a lo que usted llama salud…?
Tenemos que ser muy conscientes de que debajo de cada enfermedad hay una prohibición. Una prohibición que viene de una superstición.
Por tanto, no recomienda ninguna Iglesia…
No, pero tampoco esos templos de los maestros zen, ya sean españoles, americanos o mexicanos. Son monigotes que imitan tradiciones, lenguajes y comidas japonesas.
Pero las sectas poseen técnicas y conocimientos interesantes.
Claro. Pero para adquirir esas técnicas y conocimientos no hace falta tanto circo. Cuando Ejo Takata me hizo llegar un bastón zen, se lo devolví diciéndole: «No soy un maestro zen, no me des esto. Nunca voy a ser un maestro ni voy a andar dando palos a nadie, me haces un gran honor, pero no lo quiero. Mi vía es otra».
¿Qué sentido tiene que la humanidad haya producido seres como Jesús o Buda?
Cuando dices Jesús y Buda estás hablando de seres que para mí son imaginarios. Es como si me dices Don Quijote o Hamlet. Lo mismo. Pero que sean imaginarios no me importa. Lo que me importa es la calidad de su mensaje, que es maravillosa.
En cierta manera están ahí, casi pueden ser tocados.
Están ahí, míticos, pero ahora hablamos de seres humanos. No sabemos si algunos seres humanos han recibido la revelación. Nunca sabremos si el santo es un loco o si tiene alucinaciones.
Y de las apariciones o revelaciones, ¿qué opina?
Ver apariciones de la Virgen no me interesa. No me prueba nada. Ver a una muchachita transparente que me sonríe subida a un árbol es para mí lo mismo que ver a un gorila subido a un árbol. Es tan curioso como eso: no te sirve para nada.
¿Y qué explicación da a esos fenómenos?
Se producen porque la gente anhela que existan, se trata de una alucinación colectiva. Jung decía que los platillos volantes son un producto del inconsciente colectivo. Son sueños colectivos.
¿Por qué tenemos la sensación de que las religiones son trampas para el espíritu?
Las religiones se convierten en trampas desde el momento en que son límites. La divinidad no tiene nombre ni nacionalidad, y es para todos. La religión viene a establecer parcelas en la realidad mística y, al final, sientes los límites de cada religión y éstas se convierten en trampas. Por otro lado, los libros sagrados llevan siglos siendo interpretados de forma aberrante por monjes para quienes la mujer es el demonio, y acaban infectando los textos santos con sus interpretaciones desviadas; luego, esto pasa a las escuelas, la política, la sociedad…y acaba creando agobio. La religión, que debería ser la panacea universal, se convierte en el veneno universal: todas las religiones.
Usted estudió la Cábala, que además de tener una interpretación religiosa es un lenguaje.
Sí, un lenguaje que produce muchos locos: en hebreo cada letra tiene un valor numérico, y cada palabra que lees es, y suma, una determinada cifra. Entonces haces combinaciones y dices: «El número 87 es luna (levana, en hebreo) pero también la palabra carroña (nevela) suma 87, luego luna y carroña serían lo mismo». Es un sistema delirante; la Cábala te lleva al delirio. Nosotros somos adultos. No necesitamos creer en cuentos de hadas. No podemos decir que un libro fue escrito por Dios. No podemos decir que la Biblia, el libro sagrado, sea la palabra divina. Podemos decir que es una novela, una obra de arte. Y los lenguajes son obras de arte. Pero todos, no sólo el hebreo o el sánscrito. Puedo jugar con todos los lenguajes de igual manera.
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