Book Read Free

Lord Tyger

Page 32

by Farmer, Phillip Jose


  Ras fue dejándose flotar corriente abajo y, mientras recuperaba el aliento para una segunda zambullida, vio cómo la sangre que había a un par de metros río abajo empezaba a hervir y se volvía aún más oscura. Un instante después, el corazón de la negrura se puso blanco y el vientre del cocodrilo, pálido como el globo ocular de un hombre, hendió las aguas y la sangre igual que si algo estuviera empujándole desde abajo. Las cuatro patas sobresalieron un poco del río, como si el cocodrilo estuviera indicando que se rendía: haz conmigo lo que quieras.

  Ras tuvo que esforzarse bastante para llevar la bestia hasta la orilla, y arrastrar sus más de cien kilos primero por encima del barro y luego por entre los arbustos requirió un esfuerzo todavía mayor. Ras se encontraba debilitado por el golpe recibido en la cabeza la noche anterior, así como por la falta de alimentos, la tensión y los nervios del combate contra el cocodrilo. Mientras tiraba, empujaba y jadeaba oyó varios rugidos que venían de más abajo. A medida que los reptiles iban siguiendo los vientos líquidos de la sangre, los ruidos se hicieron más fuertes.

  Cada instante requería tomar una decisión. Decidir hacia dónde iba y qué‚ coger era algo que necesitaba tiempo. Sin la necesidad de tomar un curso de acción con preferencia a los otros, Ras no habría conocido el tiempo y se encontraría suspendido en la eternidad.

  Ahora tenía que escoger entre llevarse el cocodrilo a través de la jungla hasta un terreno más alto donde podría destriparlo y asar su carne en una relativa y cómoda seguridad, lo que requeriría mucho esfuerzo, o prepararlo aquí mismo, donde el leopardo, el cocodrilo o los carroñeros podían caer sobre él desde cualquier dirección y donde, si encendía una hoguera, el humo podía atraer a los sharrikt, que se encontraban a tan sólo unos kilómetros de distancia, o quizá también al helicóptero.

  Ras deseaba comer en abundancia y ahumar la suficiente cantidad de carne como para que les mantuviera satisfechos durante unos cuantos días. Los grandes animales como los cocodrilos, los búfalos, los elefantes, los hipopótamos y los leopardos resultaban más difíciles de matar que de encontrar. Y encontrarlos tampoco era demasiado fácil.

  Los gruñidos y rugidos se estaban acercando, y Ras no tardó en ver aparecer el hocico marrón grisáceo de un cocodrilo, seguido por el cuerpo largo y ahusado suspendido entre las cuatro cortas patas emergiendo lentamente de la espesura. Ras no esperaba que ninguno de los grandes reptiles le atacara, pero era posible que alguno de ellos perdiera su miedo cuando el olor de la sangre derramada durante la preparación de su presa le resultara excesivo. Se encogió de hombros y empezó a colocarse el cuerpo a la espalda como preparativo para alejarse con él. Una vez lo tuvo a la espalda, el cuerpo colgó fláccidamente tanto por detrás como por delante de él, con el hocico hundiéndose en el barro por delante y la cola rozando el fango a su espalda. Ras tuvo que levantarlo un poco para que el hocico no frenara su avance, y eso requirió un esfuerzo que se sabía incapaz de seguir haciendo durante mucho tiempo. Además, las ramas de los árboles, las lianas y la espesura parecían desear aquellos despojos todavía más que él. Después de haber recorrido unos cuantos metros teniendo que detenerse de vez en cuando para soltar el cadáver de los obstáculos, y habiendo estado a punto de caer dos veces con todo aquel peso sobre él, Ras acabó bajándolo al suelo y siguió avanzando arrastrándolo por la cola.

  Eeva estaba sentada en un tronco a medio pudrir, llorando. A sus pies había una blanca masa de gusanos y orugas que seguían removiéndose, así como escarabajos a medio aplastar que aún agitaban las patas, una rana arborícola de un color verde claro con brillantes manchas rojas cuyos ojos saltones hacían pensar que había sido asfixiada, y un lagarto de color amarronado con las patas hacia arriba y el vientre blancuzco. El lagarto parecía una versión en miniatura y con el hocico más corto de la bestia que Ras hizo entrar a tirones en el pequeño claro.

  —Estoy llorando porque siento pena de mí misma—dijo ella—.Encontrarme en un estado tan lamentable que incluso estas cosas repugnantes me puedan parecer apetitosas. Comer esto... ¡Esto!

  Los hombros de Eeva temblaban a causa de sus sollozos.

  —Tendrías que estar llorando de alegría porque has tenido la suerte de conseguir tantas presas —le dijo Ras—. Yo estoy muy contento. Si hubiera vuelto sin esto habríamos tenido que comer lo que has encontrado, y nos habríamos alegrado de tenerlo.

  Dejó que la cola del cocodrilo cayera con un ruido ahogado sobre la húmeda tierra. Eeva dejó de llorar y le preguntó qué‚ había ocurrido. Aunque podía ver las heridas ensangrentadas que había en el vientre del animal, parecía creer que Ras lo había encontrado muerto en la orilla del río, y que el cocodrilo quizás estuviese en las últimas etapas de la descomposición. Dijo que había oído el helicóptero, naturalmente, y le había aterrorizado pensar que quizá hubiesen visto a Ras. Pero cuando el helicóptero había seguido su curso supo que Ras se encontraba a salvo.

  —¡A salvo! —dijo Ras—. ¡Monté en ese cocodrilo, nos metimos en el río y me fui hasta el fondo con él, y después logró hacerme caer de su espalda, y sólo Igziyabher sabe lo que habría ocurrido después de eso si no hubiera tenido suerte! ¡Mato a un cocodrilo con un cuchillo en las aguas más oscuras y profundas, y tú dices que estaba a salvo! ¡Traigo toda esta soberbia cantidad de carne, y te parece que la he conseguido sin hacer nada!

  —Lo siento, de veras—dijo ella, pero no daba la impresión de lamentarlo mucho—. Sé que debe haber sido toda una hazaña, y en cualquier otro momento me encantará oír todos los detalles, pero estoy tan cansada y hambrienta que no me interesa nada aparte la comida.

  —Pues entonces deberías estar loca de alegría—dijo él—. Aquí hay carne suficiente como para alimentar durante semanas a toda una bandada de buitres.

  Había cambiado de opinión en cuanto a llevar al animal hasta el pie de las colinas y limpiarlo una vez estuvieran allí. Cortaría toda la carne que pudieran transportar entre los dos, la envolvería en hojas, y después irían hacia las colinas. Eeva se encargó de recoger las hojas mientras Ras iba cortando y aserrando con su cuchillo. De vez en cuando cortaba un buen pedazo de la oscura carne y se lo comía, crudo y sangrando. Cuando hubo terminado ya se encontraba mejor y más fuerte que cuando empezó.

  Para su sorpresa, Eeva no rechazó la carne cruda que le ofreció. Tuvo algún problema para masticarla e hizo varias muecas de asco, pero cuando hubo terminado con el primer pedazo le pidió más.

  Ras envolvió la rana arborícola y el lagarto en unas hojas. Hacia el mediodía se encontraban al pie de las colinas, y media hora después se hallaban en una cornisa de roca que corría por el centro de un risco. Los restos de pieles y excrementos, así como los huesos medio rotos y masticados de algunos pequeños animales, unidos a una leve pestilencia aún perceptible en el aire, le indicaron a Ras que aquel sitio era utilizado de noche por los babuinos. El saliente de roca que tenían sobre sus cabezas formaba un refugio que podía resultar a prueba de leopardos si los centinelas apostados por los babuinos eran lo bastante valerosos, y normalmente lo eran.

  Eeva se preocupó un poco al oírselo decir, pero Ras le explicó que dos seres humanos también podían defender aquel sitio contra los babuinos y que, de todas formas, no era probable que éstos intentaran nada, especialmente si hacían una hoguera. Además, la carne de los babuinos era bastante sabrosa.

  Ras no había estado muy seguro de si debían encender una hoguera porque era posible que los sharrikt estuvieran buscándole, le pareció bastante improbable que Gilluk y los demás pusieran mucho entusiasmo en la búsqueda. No creía que les hubieran quedado muchos hombres después de la batalla acaecida en la boca del río. No sabía muy bien cuántas bajas habían tenido, pero su número debía haber sido relativamente elevado. El fuego de ametralladora procedente del helicóptero había caído sobre cada una de las embarcaciones, o sobre casi todas. El número total de varones sharrikt, la aristocracia divina, era de unos veinte, y Ras había matado a dos de ellos antes de huir del castillo. Estaba casi seguro de que por lo menos la mitad de los dieciocho restantes hab�
�an muerto o estaban heridos. Los supervivientes pensarían en vengarse, claro está , pero no se encontrarían en posición de hacer gran cosa al respecto, al menos por el momento. Los incendios del castillo y de la ciudad y las muertes de tantos varones sharrikt debían ser problemas que exigirían todas las energías de Gilluk durante cierto tiempo. Era el rey, el guardián de su pueblo, y como tal tenía que cuidar de ellos.

  Además, aun pensando en la probabilidad de que anduvieran por aquella zona y les estuvieran buscando, Ras quería hacer una hoguera y asar la carne. No tenía ganas de aguantar otra noche de frío y temblores, y en aquellos momentos le parecía haber perdido su afición a la carne cruda.

  Eeva se había sentado apoyando la espalda en la piedra, con la cabeza caída hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y le miraba por entre el sucio cabello amarillo que le caía sobre la cara. Ras había pensado que estaba dormitando, pero cuando se acercó a ella mientras preparaba el fuego vio que tenía los ojos abiertos y que las lágrimas corrían por sus mejillas. El llanto limpiaba la suciedad, dejando tiras de piel limpia y rosada que corrían en paralelo junto a las tiras de negrura. El color de la piel limpia se parecía al del corazón del cocodrilo que Ras había dejado sobre una piedra plana junto a los otros pedazos de carne y el lagarto, los insectos y los ratones que Eeva había cazado. El corazón tenía la forma de una punta de flecha alargada y latía de forma lenta e irregular.

  Ras se puso de rodillas y le pasó el brazo alrededor de los hombros. Eeva apoyó la cabeza en su pecho, y cálidas lágrimas gotearon sobre éste para resbalar hacia su vientre y humedecer el verlo púbico de Ras. Eeva debió abrir los ojos en ese mismo instante, porque se envaró y se arrancó de su abrazo con una brusca sacudida, y se alejó un poco de él antes de mirarle.

  —¿Es que sólo piensas en eso?—le dijo—. ¿Es que ni tan siquiera puedo tocarte sin que...?

  —Ha pasado mucho tiempo—dijo Ras, y se apartó de ella para bajar por el risco. Volvió después de unos cuantos minutos con los brazos cargados de madera, y no tardó en preparar una hoguera usando el encendedor que Eeva llevaba en el bolsillo de sus pantalones. Eeva no dijo nada durante todos aquellos preparativos, pero pareció sentirse algo más tranquila ante el silencio y la pasividad de Ras, y se acercó un poco más a la hoguera y a él. El mundo que había debajo de los acantilados se hundió en la oscuridad, y pasados unos minutos el cielo se oscureció lo bastante como para que apareciesen unas cuantas estrellas. Ras atravesó con una rama una pata de cocodrilo que había despellejado y lo sostuvo sobre las llamas hasta que los jugos empezaron a gotear sobre el fuego y se fue formando una costra negra encima de la roja carne. Eeva aspiró una honda bocanada de aire, sintiendo el olor, y se le acercó un poco más. Ras sacó la pata del fuego y la partió en dos pedazos iguales. La carne estaba tan caliente que Eeva la dejó caer con un leve grito ahogado. Pero volvió a cogerla y se la comió sin preocuparse de quitarle la tierra.

  Ras cogió su pedazo de pata con una mano mientras sostenía el hígado que había clavado en la rama encima del fuego. Cuando hubieron terminado con la pata le ofreció su parte del hígado. A esas alturas Eeva ya tenía sangre en la boca y en el cuello, así como manchas de sangre en su amarilla cabellera. Ahora no parecía importarle: se lamió los labios para limpiárselos e incluso llegó a pasarse la mano por el pecho y luego se la lamió.

  El corazón del cocodrilo, que se encontraba lo bastante cerca del fuego para absorber su calor, seguía latiendo, aunque ya no tan vigorosamente. Ras se preguntó cuánto tiempo seguiría viviendo si se lo tragaba de un solo bocado. No podía hacerlo, naturalmente, ya

  que se atragantaría, pero casi le pareció sentir cómo se hinchaba y se encogía dentro de él. Pensar en aquel corazón latiendo junto al suyo era muy excitante, y la idea tuvo su efecto.

  Eeva bajó la mirada y dejó de masticar. Después de haber tragado ruidosamente lo que tenía en la boca dijo:

  —¡No hagas eso!

  —¿Por qué‚ no?—dijo Ras, aunque no tenía ningunas ganas de discutir.

  —No quiero hablar de ello —respondió Eeva, y empezó a levantarse.

  —No quieres acostarte conmigo—gruñó Ras—. ¡Estás muerta y no eres mejor que un fantasma, mujer fantasma de piel blanca y pelo amarillo!

  —No me hables así—dijo ella. Ahora estaba de pie y empezaba a retroceder lentamente, apartándose de Ras. El fuego posaba sus pálidas manos sobre ella de tal forma que su piel brillaba con un resplandor blanco allí donde la habían limpiado las lágrimas, rojo

  sobre los labios, el mentón, el cuello y los cabellos manchados de sangre, y gris y blanco por entre sus ojos, muy abiertos y clavados en Ras.

  Ras se puso en pie y, mientras lo hacía, cogió el corazón del cocodrilo con su mano izquierda.

  Lo sopesó, contemplándolo, y volvió a dejarlo sobre la piedra, cortándolo en dos con el cuchillo. Después guardó el cuchillo en su vaina y cogió una de las mitades. Tanto la mitad que había en la piedra como la que sostenía en su mano izquierda seguían latiendo.

  —¿No me quieres?—le dijo—. ¡Pues entonces, toma esto!

  Y saltó hacia adelante, agarrando el brazo izquierdo de Eeva con su mano derecha. La atrajo hacia él y la obligó a ponerse de rodillas, retorciéndole el brazo de tal forma que Eeva tuvo que volverse hacia él. Una vez la tuvo así Ras dejó caer el corazón y utilizó las dos manos para hacerla tenderse de espaldas en el suelo. Eeva luchó cuanto pudo, pero Ras le arrancó los pantalones, medio podridos, y acabó dejándola desnuda.

  Eeva se retorció y se agitó en silencio, los ojos muy abiertos y la boca contorsionada, pero Ras la inmovilizó poniéndole una mano entre los pechos mientras con la otra cogía la mitad del corazón de cocodrilo. Aunque no dijo nada, tanto su sonrisa como la forma en que le enseñó el pedazo de carne debieron indicarle claramente a Eeva lo que pensaba hacer. Sus esfuerzos por mantener juntas las piernas resultaron inútiles. Ras le sujetó una pierna con todo el peso de su cuerpo y le hizo separar la otra con el dorso de la mano que sujetaba el corazón. Después alzó su mano y, antes de que Eeva pudiera volver a unir las piernas, le metió dentro el extremo del corazón de cocodrilo.

  La carne era gruesa y sólida, pero no estaba demasiado rígida, y Eeva estaba seca. Pese a todo, Ras se lo acabó metiendo del todo, y una vez hubo terminado se puso encima de ella para que no pudiera moverse.

  Sus ojos estaban muy cerca. El corazón de Eeva latía tan deprisa que daba la sensación de que intentaba salir volando de su piel para entrar en el cuerpo de Ras.

  Eeva seguía callada y Ras seguía mirándola, sonriendo.

  —¿Qué se siente? —le dijo cuando ya habían pasado unos instantes.

  Eeva cerró los ojos. Tenía los labios algo separados. Ras no repitió su pregunta. Eeva empezó a temblar levemente, como si estuviera respondiendo al hincharse y encogerse del corazón que había dentro de ella, como si temblara cada vez que aquel latir rozaba los muros de su carne.

  Se estremecía, se relajaba, se estremecía, se relajaba.

  De repente, las lágrimas volvieron a fluir de sus ojos y sollozó unas cuantas veces. Después‚ las lágrimas dejaron de brotar.

  —Cuando quieras tenerlo fuera ya me lo dirás —contestó Ras.

  —¿Y entonces tú...?

  —Naturalmente. A menos que desees tenernos dentro a los dos al mismo tiempo.

  Eeva negó con un gemido. Era la única palabra fin—

  Ras, algo inseguro. Meneó la cabeza—. Muy bien. Di que sí. Y di también que no. Sólo hablar‚ con la parte que diga sí.

  que le aclarara el significado de su pregunta. Eeva sabla muy blen a qué‚ se estaba refiriendo.

  —A ninguno de los dos—dijo ella, respondiendo a su pregunta anterior—. Por favor, sácalo—murmuro un instante después—. Y déjame en paz.

  —No—dijo él.

  Eeva abrió los ojos, le miró y volvió a cerrarlos

  Lanzó otro gemido y, con voz muy débil, dijo:

  —¡Oh, ojalá estuviera muerta! ¡Quiero estar muerta!
r />   —Ya estás muerta—gruñó él—. No has empezado a vivir Ese corazón muerto está más vivo que tú. Por ahora, al menos.

  Metió la mano entre sus piernas y sonrió. Eeva estaba tan húmeda que a Ras le costó un poco encontrar el extremo del corazón y sacárselo. El corazón seguía latiendo, como si el calor, la humedad y la negrura le hubieran hecho creer que se encontraba nuevamente en el cuerpo del cocodrilo. Pero tan pronto como estuvo fuera de Eeva fue latiendo más despacio y, pasados unos pocos segundos, empezó a morir rápidamente. Se estremeció por última vez, y después Ras lo arrojó a la piedra que había junto al fuego, que ahora era tan sólo ascuas rojizas. El golpe de la caída hizo que el corazón volviera a ponerse en marcha. Latió por tres veces y, finalmente,

  murió.

  —No sirve de nada—dijo ella—. No sirvo de nada. Estoy fría, más fría que ese pedazo de carne, fría como...

  Su voz acabó haciéndose inaudible. Giró lentamente sobre sí misma, como si no lograra creer que Ras la dejaba libre. Se puso a cuatro patas, temblando como si el corazón estuviera aún dentro de ella, latiendo contra su carne, y se quedó durante unos instantes en esa posición, agitando la cabeza a un lado y a otro y gimiendo. Ras tocó la parte interior de su muslo, todavía mojado por el líquido que la lubrificaba.

  —Me quieres tener debajo. No, me quieres tener encima—le dijo

  F.PVA ~IP;n rl~ rrín~pr 1A ~h~V~ 7~ ~ qDartar.se de Pl Anteg

  de que hubiera podido mover por dos veces las manos y las rodfllas

  cayó sobre la tierra y las rocas con Ras encima de ella. Cuando le

  sintió entrar en su cuerpo por detrás lanzó un gemido.

  Ras gritó casi de inmediato y tembló como había temblado ella cuando tenía dentro el corazón. Había pasado tanto tiempo... La carga que llevaba encima había hecho que estuviera a punto de estallar.

  Se quedó dentro de ella, y no tardó en decirle que se diera la vuelta

  ' N h ' f I deseara h cerlo pero SUpl s q e ‚ obliga 1 a ob decer

 

‹ Prev