Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition)

Home > Other > Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition) > Page 23
Avenida Hope - VERSIÓN BILINGÜE (Español-Inglés) (John Ray Mysteries) (Spanish Edition) Page 23

by John Barlow


  –Fedir se deshizo de ella –dice Bilyk mientras lo asalta la ira, con la voz contenida en un tenso susurro–. Pero nosotros no la matamos.

  –Ya sé que no lo hicisteis. Pero obligaste a Fedir a que se marchase para crear la sospecha de que él la había matado, mientras te pasaste la mitad de la noche a la vista de la cámara. Y ahora –dice John al levantarse– es hora de que desaparezcas.

  Se recuesta un poco en el banco para colocarse lo mejor que puede.

  –¿Yo? –dice el ucraniano, casi riéndose–. Tengo negocios aquí. ¡Negocios legales! Además, en la policía tienen mi pasaporte. No. Ahora tengo que obedecerles. Luego sigo con mis negocios.

  –Tienes media hora. Voy a contarle a la policía lo del negocio de dinero falso que has dirigido.

  Ahora el ucraniano sí se ríe, una enorme carcajada ronca que resuena en todo el parque infantil. Para cuando se incorpora con dificultad, la risa se hace burlona.

  Los dos tienen la misma altura. Ninguno se echa atrás.

  –¿Decirles qué, señor Ray? Jodeos tú y tu novia poli. Ella sabe que los billetes falsos eran tuyos, ¿verdad?

  –No, jódete tú, Andriy Danyluk, licenciado en ingeniería química en 1990-3, en el King’s College de Londres –dice John sonriendo–. Tengo una copia de tu solicitud de ingreso en la universidad. Con una foto, la dirección de tus padres en Kiev, tu carné de identidad ucraniano. Así que si te quedas, lo harás como Andriy. Tú decides.

  –¿Y las culpas del asesinato se las lleva el señor Bilyk?

  –No.

  –¿Quién entonces?

  John se dispone a irse.

  –Pide un taxi. Y date prisa. Si desapareces ahora, lo tendrán difícil para poder encontrarte.

  –¿Y Freddy?

  John resopla.

  –Lo acusarán de conspiración. ¿Cincuenta de los grandes? Eso es todo lo que podrán demostrar.

  El ucraniano frunce el ceño.

  –Pero según me has contado, los billetes eran distintos. No pueden relacionarnos con los nuestros.

  No. Todavía no.

  –Lo principal –dice John, sin hacerle caso– es que vaya a la cárcel la persona que mató a la chica.

  El ucraniano se lo piensa durante un momento, y luego asiente. Llegan a un acuerdo, el mejor para todos.

  Pues bien, ya está…

  –¿Se lo cuento a Lanny o se lo cuentas tú?

  –Pero qué coj…

  Al ucraniano le sube la sangre a la cara. Ha perdido la compostura, y John instintivamente da un paso atrás mientras busca el teléfono.

  –¿Llamo a Lanny y le digo que te largas?

  Bilyk se queda mirando el teléfono, mientras luchan en su rostro el enfado y la incredulidad.

  –¿Cómo –dice John, de forma tan arrogante como le es posible– te las arreglaste para convencer a Freddy? ¿Cómo aprendiste a utilizar el Eurolodge? ¿Por qué elegiste Leeds? Porque Lanny Bride te ha venido ayudando. Muy ingenioso lo de utilizar el nombre de la familia Ray. Esa jugada es típica de Lanny Bride, no se le escapa ni una. Pero no lo habría hecho si hubiese sabido lo de los billetes en el coche. Y es que eran de mi padre…

  ¿Sacar a relucir el nombre de Tony Ray en todo esto? No perjudica a nadie.

  –…Lo de mi padre y Lanny viene de hace tiempo. Existe entre ellos un enorme respeto mutuo, tras muchos años de trato. No creo que Lanny te vaya a ayudar de esta vez, señor Bilyk, no cuando sepa que le has dado por el culo a Tony Ray. Lanny está en la ciudad, por cierto. Pero eso ya lo sabes, porque has hablado con él. La próxima vez que lo hagas, asegúrate de que es para despedirte de él. Y asegúrate de decirle de quién era el dinero que había en el maletero del coche. De Tony Ray. Seguro que serás capaz de recordar el nombre.

  Todavía sostiene el teléfono.

  –No me malinterpretes, Andriy. Si vuelves por aquí en el futuro tendrás un buen recibimiento. Quién sabe, quizás podremos hacer negocios. Pero ahora lo mejor es que desaparezcas de en medio.

  –Dios –dice el ucraniano–. Creía que eras el contable cobarde de la familia. El tipo aburrido.

  –Ya ves. Me he convertido en un ave de rapiña.

  *

  Mientras el ucraniano se aleja a zancadas, John consulta el teléfono. La siguiente llamada lo cambia todo. De una manera u otra, las cosas van saliendo según el plan. Todavía no puede demostrar quién mató a Donna. Pero tiene pruebas, y cree que es capaz de encontrarlas. Pero lo primero es darle una pista falsa a la policía.

  Marca el número de Millgarth, y pregunta por el agente Steven Baron.

  Capítulo 38

  Baron no se siente cómodo en esta situación, pero la comisaria jefe sí lo está. Hay que capturarlo y ver lo que tiene que decir.

  Y luego lo arrestamos, se dice a sí mismo Baron mientras ve cómo se va llenando la sala de investigaciones. ¿Billetes falsos por valor de cincuenta de los grandes en el maletero y no sabe nada? No me jodas. Hay que arrestar a ese hijo de puta mentiroso. Eso si no se delata a sí mismo primero.

  –Muy bien –dice–. John Ray ha aceptado hablar con nosotros. Viene solo, sin abogado. No quiere decirnos de qué se trata. Sólo hablará conmigo y con la comisaria jefe. Y con Matt aquí presente…

  Steele exuda satisfacción, aunque trata de que no se note.

  –Matt, tú has estado en contacto con él. Conoces su estilo.

  –Sí. Por donde pasa deja huella.

  –A algunas personas les cae bien. Y estoy seguro de que también a un jurado. Se trata… no sé, se trata de uno de esos tipos que parece caerle bien a todo el mundo. Eso es algo evidente.

  –Conduce un Porsche, ¿no? –pregunta alguien del departamento de pruebas cuya información no correcta.

  –Y sale con la adorable agente Danson… –dice un agente que se ha pasado treinta y cinco años de servicio vigilando cámaras de seguridad.

  Siguen una serie de comentarios de lo más sórdido, mientras la atmósfera se hace jovial y poco productiva, como resultado del exceso de horas extra y de la falta de sueño.

  Baron levanta la mano y espera que se callen.

  –Muy bien. Esto es lo que tenemos. John Ray, nacido en un entorno criminal pero que juega limpio. Cuando matan a su hermano, vuelve a casa, se ocupa de la empresa familiar, la convierte en algo legal. Sólo con vender coches ya te conviertes en un maldito héroe, si tu padre es un ladrón, claro está.

  Las palabras de Baron están teñidas de un tono de resentimiento. Se produce un silencio violento en la sala. El que habla no parece el inspector.

  Baron nota el malestar, así que continúa.

  –Tonterías. Seguro. Ha crecido con mentirosos y ladrones. El maletero estaba repleto de billetes falsos. El coche de su padre, en términos estrictos. Pero su padre ha sufrido un ataque de apoplejía, no puede hablar. Han de ser negocios de John. Y dinero de John.

  Pasea la mirada por la sala. Empiezan a llegar sugerencias. Contesta prestamente las preguntas, evalúa las ideas, forma teorías ad hoc. Todos saben que Baron no pudo resolver el caso del asesinato de Joe Ray. Algunos podrían decir que esto no lo convierte en la persona más adecuada para esta investigación. Pero a ellos nadie les ha preguntado su opinión, por lo que sugieren ideas sobre John Ray. En unos cuantos minutos todos en la sala se la tienen jurada a John Ray. ¿Y Donna Macken? Nadie ha sacado su nombre a relucir.

  Baron responde a una llamada.

  –Habrá alguien en la sala cinco para recibirlo –dice, y cierra el móvil de golpe.

  –Bien, ya está aquí. ¿Alguna idea más, Matt?

  Steel cruza los brazos, la mirada fija en sus zapatos.

  –Vamos –dice Baron–. No tenemos todo…

  –El Porsche. No encaja.

  –Tiene razón –dice otra persona, ante los murmullos de aprobación.

  –Adelante –Baron le dice a Steele.

  –Hay tres GT3 en venta en Yorkshire y no llama a ninguno de ellos. Se va a Peterborough en tren, para lo que hace un viaje de más de trescientos kilómetros ida y vuelta, además de veinticinco kilómetros en taxi
para llegar allí. Le echa un vistazo al coche durante diez segundos y no lo compra. Vuelve directamente a casa, con cincuenta mil libras en el bolsillo, asiste a una presentación de premios en el Metropole con Den, y pasa la noche con ella. Lo siguiente que sabemos es que tenemos una chica muerta y cincuenta de los grandes en billetes falsos en su coche, y que tiene como coartada a uno de los nuestros.

  Steele pasea la mirada por la habitación, con los ojos abiertos, meneando ligeramente la cabeza.

  –Si eso no es sospechoso, podéis joderme hasta que me ponga a llamar a gritos a mi madre.

  –Muy bien dicho –dice Baron mientras se levanta–. Vamos. Por cierto, Matt. Si quieres, métele caña ahí dentro.

  Capítulo 39

  La comisaria jefe Shirley Kirk es cinco años mayor que John, y se nota. Sentada ante una gran mesa, con la luz de la ventana exagerando lo estrecho de sus hombros y lo negro de su cabello corto bien cuidado, tiene toda la apariencia de una mujer que ha visto cómo desaparecían todos sus encantos por el estrés laboral. Frente a ella se encuentra John Ray, que parece como si no hubiese trabajado en su vida. Charlan de coches de segunda mano y del Premio al mejor concesionario. Es como si ya se conociesen un poco después de encontrarse en el bar del club de golf.

  Hay algo en él, piensa ella mientras hablan, agradable en la forma en que escucha a los demás, como una confianza relajada, incluso aquí en las altas esferas de Millgarth. Habla sin hacer cálculos premeditados, lo que te tranquiliza. ¿El hijo de Tony Ray? Quizás está acostumbrado a hacer amigos con facilidad, como si fuese una manera de contrarrestar los prejuicios se que tienen contra él.

  Baron y Steele llegan y toman asiento al final de la mesa. Al verlos juntos, John tiene la impresión de que lo están entrevistando para un trabajo en un banco.

  –Muy bien, empecemos –dice la comisaria jefe.

  En su mesa hay una pequeña grabadora digital. La enciende.

  –Supongo que no se opone a que grabemos esto. Lo que diga es admisible como prueba. ¿Lo entiende?

  –Sí –dice John.

  –¿Necesita un abogado?

  –No.

  –Bien.

  Repasa los nombres de las cuatro personas allí presentes, y hace constar que fue John quien solicitó la entrevista.

  –Nos dijo que había algo que nos quería decir en relación con el asesinato de Donna Macken.

  Ya está. Se recuesta en la silla. La tranquilidad del club de golf ha desaparecido, reemplazada por una profunda concentración.

  –Konstyantyn Bilyk y Fedir Boyko –dice John, asegurándose de que su pronunciación es buena y clara–. Son vendedores de tractores de día, y distribuidores de moneda falsa de noche.

  Espera gestos de sorpresa, pero no se producen.

  –Han venido utilizando el Hotel Eurolodge como base de operaciones, recibiendo los billetes falsos a través del muelle de Immingham. Cada uno de los envíos es suficiente como para inundar una sola ciudad, como ocurrió aquí en Leeds el pasado fin de semana.

  De nuevo, no hay respuesta. Es lunes por la mañana, los bancos están abiertos, y las noticias deben de haber ido apareciendo poco a poco. Han actuado en la ciudad, pero los tres oficiales de policía que hay en la sala no reconocen el hecho.

  –¿Por qué el Eurolodge? –pregunta Baron.

  –Ni idea. ¿Porque siempre está vacío?

  Dejemos a Lanny Bride al margen de todo esto.

  –Reciben los envíos los jueves por la tarde y los distribuyen desde la salida de incendios, junto al hotel, los viernes por la mañana. Los que cambian el dinero tienen que venir a Leeds a recogerlo, y luego se van a sus lugares de origen a hacer su trabajo después de que los bancos hayan cerrado el fin de semana. Es una pauta ya marcada. Cada vez en una ciudad diferente.

  –¿Cuánto? –pregunta la comisaria jefe.

  –No lo sé, pero lo suficiente como para no arriesgarse a guardar los billetes durante mucho tiempo. Van colando la mercancía tan rápido como pueden, preferentemente a través de un banquero. Esa es la primera regla.

  –Parece que sabe mucho sobre el tema –dice ella.

  –¿Por mis antecedentes familiares? Pues sí, sé cómo funcionan las cosas. Además, ayer estuve charlando con el señor Bilyk. Vino a verme para que almorzásemos juntos. Como todos, se resiste a creer que no soy un delincuente, así que me habló en confianza de sus planes criminales.

  –¿Y por qué ha esperado hasta hoy para decírnoslo? –pregunta ella.

  –Tenía que estar seguro. Hablar con unas cuantas personas, hacer algunas preguntas.

  –¿A alguien que conozcamos? –pregunta Steele.

  –A su querida tía Mildred, si le parece.

  La comisaria jefe se revuelve en el asiento, conteniendo una sonrisa.

  –¿Se ha vuelto a poner en contacto con él desde entonces? –pregunta ella–. ¿En el hotel, por ejemplo?

  –Lo habría visto si hubiese vuelto por allí.

  –¿Le ha llamado?

  –Compruebe mis llamadas –dice John, colocando despacio su iPhone sobre el mesa junto a Steele.

  –Puede borrar las llamadas.

  –Pídale a Vodafone la lista de mis llamadas. No he hablado con él por teléfono, ¿lo entiende?

  Steele se recuesta en su asiento, contento con los avances que está haciendo como bulldog declarado durante la entrevista.

  La comisaria jefe hace gestos para que John continúe.

  –Freddy se llevó el coche el jueves y el viernes.

  –Ya lo sabemos –dice Baron, cruzando las piernas.

  –Eso lo dice usted. Aquí está la prueba.

  John saca una cinta de vídeo del bolsillo de la chaqueta y la pone encima de la mesa.

  –Pensaba que ya no tenía más vídeos –dice Baron–. Su ayudante así me lo dijo el sábado.

  –Yo también lo creía. Casis siempre utilizamos la misma cinta, día tras día. Pero tenemos unas cuantas cintas más por allí. Lo que quiero decir es que no somos muy organizados. Ésta la encontré detrás de la grabadora. Muestra cómo Freddy se lleva el Mondeo a las ocho de la tarde el jueves y regresa en él tres horas más tarde.

  Hace una pausa. Se asegura de que Baron esté concentrado.

  –Cuando Freddy se llevó el coche, el cuentaquilómetros marcaba ochenta y siete mil doscientos y algo. Lo recuerdo de cuando lo compré. El viernes, el coche probablemente no fue muy lejos. Todo lo que pase de ochenta y siete mil doscientos –añade, mirando a Baron–, es lo que recorrió el jueves en tres horas. Por lo que sé fue al muelle de Immingham y regresó.

  –Hablemos de lo que había en el coche –dice Baron.

  –No sé nada más.

  –Cincuenta de los grandes en el maletero –interrumpe Steele–. Evidentemente, la cantidad de dinero que usted guarda en la panera, ¿verdad?

  –A veces lo hago.

  –Sí, como cuando misteriosamente decide no comprar un Porsche que ha ido a ver tras recorrer cientos de quilómetros.

  –Pensaba que estaba aquí para darles información sobre el asesinato de la muchacha.

  –Todo va a parar a lo mismo, amigo mío –dice Steele–. Lo mismo… La encuentran muerta en su coche. Hay cincuenta de los grandes en billetes falsos en el maletero. ¿Y ahora nos dice que era ella la que iba por ahí con moneda falsa? Tenemos los hechos, señor Ray, y se centran en su coche, aunque en términos más precisos se trate del coche de su padre, ¿no es cierto?

  –Freddy se llevó el coche, creo que hemos…

  –Aquella noche usted llevaba cincuenta de los grandes. La misma cantidad que encontramos en el maletero de su padre en billetes falsos.

  –No llegué a comprar el Porsche porque…

  –Y una oficial del departamento de investigación de Millgarth fue su coartada durante toda la noche, la noche en que su empleado y mejor amigo Owen “Freddy” Metcalfe se vio implicado en un acto de conspiración por falsificación y asesinato utilizando su coche, pero parece que no tiene ni puta idea de lo que hace, John. Disculpe el vocabulario, señora.

  Pero la comis
aria no le presta apenas atención. Está pensando, y un silencio extraño invade la sala.

  Den, se dice a sí misma. Den es una coartada. Debería haber quitado a Baron del caso nada más saberlo…

  Dos años atrás, la agente de policía Denise Danson comenzó una relación oculta con Steve Baron. La comisaria jefe Kirk sólo lo sabía porque Baron se lo había dicho en confianza, más por un sentimiento de culpa que por profesionalidad, o eso pensaba. Nadie más llegó a sospechar lo más mínimo, un auténtico milagro en Millgarth.

  Fue entonces cuando asesinaron a Joe Ray y Den conoció a John Ray. Eso no lo ocultaron. De inmediato Den solicitó una entrevista para aclarar cómo podía afectar a su integridad como agente la relación que mantenía con John Ray. La comisaria jefe en persona se hizo cargo de la entrevista. Poco después Den entró en el Departamento de Investigación Criminal. Para entonces el matrimonio de Baron se había roto, así como también su relación con Den.

  Shirley Kirk estudia el rostro de John Ray, su nariz sólida, su frente alta, su espeso cabello oscuro. Un hombre corpulento de belleza un tanto apagada. ¿Atractivo? Un tanto, pero hay algo más en él, un estremecimiento propio del entusiasmo, el hecho de que viene de una estirpe de delincuentes como es debido, delincuentes de la vieja escuela, esos que quieren mucho a sus madres, y toda esa mierda. No es culpa suya, pero tampoco ha hecho nada por ocultarlo. Todos representamos un papel, se dice a sí misma, y éste es el que ha elegido representar el señor Ray. Pero el público al que se enfrenta hoy es muy astuto. Está en una sala con al menos dos personas que lo odian a muerte. Especialmente Steve Baron.

  –¿Cómo murió Donna Macken? –pregunta ella, rompiendo el silencio.

  John resopla. Le gustaría encontrar un cenicero en la enorme sala bien cuidada, pero sabe que no lo hay.

  –El viernes por la noche Donna se puso hecha una furia, por algo relacionado con el dinero falso que le habían entregado. Los ucranianos debieron de pagarle con billetes falsos. Así es que regresa al hotel, se exalta, y en un momento dado la matan. Quizás los estaba amenazando con acudir a la policía. Realmente no lo sé.

  –Freddy estaba en el hotel con los ucranianos –dice Baron–. ¿Por qué no Freddy?

 

‹ Prev