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Border of a Dream: Selected Poems of Antonio Machado (Spanish Edition)

Page 13

by Antonio Machado


  a dream of lily in the far horizon.

  He flees the city. The urban tedium

  of sad flesh and coarse spirit!

  This roaming soul is torn and broken,

  but not because of a bitter tragedy,

  and purged of alien sin, he has the wisdom,

  the terrible wisdom, of the idiot.

  Amanecer de otono

  A Julio Roniero de Torres.

  Una larga carretera

  entre grises peñascales,

  y alguna humilde pradera

  donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

  Está la tierra mojada

  por las gotas del rocío,

  y la alameda dorada,

  hacia la curva del río.

  Tras los montes de violeta

  quebrado el primer albor:

  a la espalda la escopeta,

  entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

  Autumn Dawning

  to Julio Romero de Torres

  A long roadway

  between gray cliff sides,

  and a lowly meadow

  where black bulls graze. Blackberries, thickets, rockroses.

  The earth is soaked

  with drops of dew,

  and rows of gold poplars

  along the river curve.

  Behind the violet forests

  first dawn is breaking.

  On his shoulder a shotgun,

  between his nimble hounds, a hunter is walking.

  El tren

  Yo, para todo viaje

  —siempre sobre la madera

  de mi vagón de tercera—,

  voy ligero de equipaje.

  Si es de noche, porque no

  acostumbro a dormir yo,

  y de día, por mirar

  los arbolitos pasar,

  yo nunca duermo en el tren,

  y, sin embargo, voy bien.

  ¡Este placer de alejarse!

  Londres, Madrid, Ponferrada,

  tan lindos... para marcharse.

  Lo molesto es la llegada.

  Luego, el tren, al caminar,

  siempre nos hace soñar;

  y casi, casi olvidamos

  el jamelgo que montamos.

  ¡Oh, el pollino

  que sabe bien el camino!

  ¿Dónde estámos?

  ¿Dónde todos nos bajamos?

  ¡Frente a mí va una monjita

  tan bonita!

  Tiene esa expresión serena

  que a la pena

  da una esperanza infinita.

  Y yo pienso: Tú eres buena;

  porque diste tus amores

  a Jesús; porque no quieres

  ser madre de pecadores.

  Mas tú eres

  maternal,

  bendita entre las mujeres,

  madrecita virginal.

  Algo en tu rostro es divino

  bajo tus cofias de lino.

  Tus mejillas

  —esas rosas amarillas—

  fueron rosadas, y, luego,

  ardió en tus entrañas fuego;

  y hoy, esposa de la Cruz,

  ya eres luz, y sólo luz...

  ¡Todas las mujeres bellas

  fueran, como tú, doncellas

  en un convento a encerrarse!...

  ¡Y la niña que yo quiero,

  ay, preferirá casarse

  con un mocito barbero!

  El tren camina y camina,

  y la máquina resuella,

  y tose con tos ferina.

  ¡Vamos en una centella!

  The Train

  On any trip I take

  —always on a wooden seat

  in a third-class train—

  I like to travel light.

  On night rides, I don’t keep

  my evenings for sleep,

  and during the day I like

  to see small trees rush by,

  so I never sleep on the train

  yet I am perfectly fine.

  This happiness of breaking away!

  London, Ponferrada, Madrid,

  so lovely to get rid

  of home. Arrival is my dismay.

  The train and walking roads

  always help me dream

  and almost let me forget

  the mess we’re climbing through.

  Rooster, do you know the way?

  Where are we anyway?

  Where everyone gets off.

  In front of me a young nun.

  She is beautiful, her hair in a bun,

  her expression is serene.

  For one who cannot cope,

  her serene gaze

  offers infinity of hope.

  And I think: You are good,

  you gave your loves

  over to Jesus, since you don’t care

  to be the mother of sinners,

  and yet you are

  maternal,

  blessed among women,

  virginal

  mother. Something in your face

  is holy under the linen veil.

  Your cheeks

  (those yellow roses)

  once were pink, and then

  fire burned in your belly;

  today you are the cross’s wife.

  Now you are light and only light.

  All beautiful women were

  virgins like you, formed to be

  locked up in a nunnery!

  And the girl I love,

  oh, she’d rather marry

  a young bearded guy!

  The train bangs on, limping by

  as the cars and engine jolt

  and cough an iron cough.

  We streak in a lightning bolt!

  Noche de verano

  Es una hermosa noche de verano.

  Tienen las altas casas

  abiertos los balcones

  del viejo pueblo a la anchurosa plaza.

  En el amplio rectángulo desierto,

  bancos de piedra, evónimos y acacias

  simétricos dibujan

  sus negras sombras en la arena blanca.

  En el cenit, la luna, y en la torre,

  la esfera del reloj iluminada.

  Yo en este viejo pueblo paseando

  solo, como un fantasma.

  Summer Night

  It is a beautiful summer night.

  The tall houses leave

  their balcony shutters open

  to the wide plaza of the old village.

  In the large deserted square,

  stone benches, burning bush and acacias

  trace their black shadows

  symmetrically on the white sand.

  In its zenith, the moon, and on the tower

  the clock’s illuminated globe.

  I stroll through this ancient village,

  alone like a ghost.

  Campos de Soria

  1

  Es la tierra de Soria árida y fría.

  Por las colinas y las sierras calvas,

  verdes pradillos, cerros cenicientos,

  la primavera pasa

  dejando entre las hierbas olorosas

  sus diminutas margaritas blancas.

  La tierra no revive, el campo sueña.

  Al empezar abril está nevada

  la espalda del Moncayo;

  el caminante lleva en su bufanda

  envueltos cuello y boca, y los pastores

  pasan cubiertos con sus luengas capas.

  2

  Las tierras labrantías,

  como retazos de estameñas pardas,

  el huertecillo, el abejar, los trozos

  de verde obscuro en que el merino pasta,

  entre plomizos peñascales, siembran

  el sueño alegre de infantil Arcadia.

  En los chopos lejanos del camino,

  parecen humear las yertas ramas

  como un glauco vapor—las nuevas hojas—

  y en las quiebras de valles y barrancas

  blanquean los zarzales flore
cidos,

  y brotan las violetas perfumadas.

  3

  Es el campo undulado, y los caminos

  ya ocultan los viajeros que cabalgan

  en pardos borriquillos,

  ya al fondo de la tarde arrebolada

  elevan las plebeyas figurillas,

  que el lienzo de oro del ocaso manchan.

  Mas si trepáis a un cerro y veis el campo

  desde los picos donde habita el águila,

  son tornasoles de carmín y acero,

  llanos plomizos, lomas plateadas,

  circuidos por montes de violeta,

  con las cumbres de nieve sonrosada.

  4

  ¡Las figuras del campo sobre el cielo!

  Dos lentos bueyes aran

  en un alcor, cuando el otoño empieza,

  y entre las negras testas doblegadas

  bajo el pesado yugo,

  pende un cesto de juncos y retama,

  que es la cuna de un niño;

  y tras la yunta marcha

  un hombre que se inclina hacia la tierra,

  y una mujer que en las abiertas zanjas

  arroja la semilla.

  Bajo una nube de carmín y llama,

  en el oro fluido y verdinoso

  del poniente, las sombras se agigantan.

  5

  La nieve. En el mesón al campo abierto

  se ve el hogar donde la leña humea

  y la olla al hervir borbollonea.

  El cierzo corre por el campo yerto,

  alborotando en blancos torbellinos

  la nieve silenciosa.

  La nieve sobre el campo y los caminos,

  cayendo está como sobre una fosa.

  Un viejo acurrucado tiembla y tose

  cerca del fuego; su mechón de lana

  la vieja hila, y una niña cose

  verde ribete a su estameña grana.

  Padres los viejos son de un arriero

  que caminó sobre la blanca tierra,

  y una noche perdió ruta y sendero,

  y se enterró en las nieves de la sierra.

  En torno al fuego hay un lugar vacío

  y en la frente del viejo, de hosco ceño,

  como un tachón sombrío

  —tal el golpe de un hacha sobre un leño—.

  La vieja mira al campo, cual si oyera

  pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

  Desierta la vecina carretera,

  desierto el campo en torno de la casa.

  La niña piensa que en los verdes prados

  ha de correr con otras doncellitas

  en los días azules y dorados,

  cuando crecen las blancas margaritas.

  6

  ¡Soria frío, Soria pura,

  cabeza de Extremadura,

  con su castillo guerrero

  arruinado, sobre el Duero;

  con sus murallas roídas

  y sus casas denegridas!

  ¡Muerta ciudad de señores

  soldados o cazadores;

  de portales con escudos

  de cien linajes hidalgos,

  y de famélicos galgos,

  de galgos flacos y agudos,

  que pululan

  por las sórdidas callejas,

  y a la medianoche alulan,

  cuando graznan las cornejas!

  ¡Soria fría! La campana

  de la Audiencia da la una.

  Soria, ciudad castellana

  tan bella! bajo la luna.

  7

  ¡Colinas plateadas,

  grises alcores, cárdenas roquedas

  por donde traza el Duero

  su curva de ballesta

  en torno a Soria, obscuros encinares,

  ariscos pedregales, calvas sierras,

  caminos blancos y álamos del río,

  tardes de Soria, mística y guerrera,

  hoy siento por vosotros, en el fondo

  del corazón, tristeza,

  tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

  donde parece que las rocas sueñan,

  conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

  grises alcores, cárdenas roquedas!...

  8

  He vuelto a ver los álamos dorados,

  álamos del camino en la ribera

  del Duero, entre San Polo y San Saturio,

  tras las murallas viejas

  de Soria—barbacana

  hacia Aragón, en castellana tierra—.

  Estos chopos del río, que acompañan

  con el sonido de sus hojas secas

  el son del agua, cuando el viento sopla,

  tienen en sus cortezas

  grabadas iniciales que son nombres

  de enamorados, cifras que son fechas.

  ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis

  de ruiseñores vuestras ramas llenas;

  álamos que seréis mañana liras

  del viento perfumado en primavera;

  álamos del amor cerca del agua

  que corre y pasa y sueña,

  álamos de las márgenes del Duero,

  conmigo vais, mi corazón os lleva!

  9

  ¡Oh, si! Conmigo vais, campos de Soria,

  tardes tranquilas, montes de violeta,

  alamedas del río, verde sueño

  del suelo gris y de la parda tierra,

  agria melancolía

  de la ciudad decrépita.

  Me habéis llegado al alma,

  ¿o acaso estabais en el fondo de ella?

  ¡Gentes del alto llano numantino

  que a Dios guardáis como cristianas viejas,

  que el sol de España os llene

  de alegría, de luz y de riqueza!

  Fields of Soria

  1

  Cold and arid land of Soria.

  Through the hills and the bald sierras

  small green meadows, high ashen slopes,

  spring comes

  leaving in the redolent grass

  its diminutive white daisies.

  The land does not awake, the field dreams.

  In early April there is heavy snow

  on the back of Moncayo.23

  Those walking wrap a scarf

  around neck and mouth, and the shepherds

  make their way enveloped in trailing capes.

  2

  The plowed fields

  like patches of brown serge,

  the small orchard, the beehive, strips

  of dark green where the merino grazes

  on leaden rocky slopes

  evoke a pleasant dream of childhood Arcadia.

  In far black poplars by the road

  stiff branches seem to steam

  a glaucous vapor—new leaves—

  and in the clefts of valleys and gorges

  blossoming brambles whiten

  and perfumed violets open.

  3

  A rolling field, and the roads

  now conceal the travelers who ride

  on tiny brown donkeys;

  already at the scarlet rim of afternoon

  small plebeian silhouettes rise,

  staining the gold linen of the sunset.

  But if you climb a hill and gaze at the field

  from the peaks where the eagle lives,

  you will see steel and carmine sunflowers,

  lead plains and silver slopes

  ringed by violet mountains

  with summits of rose-tinted snow.

  4

  Those figures in the field against the sky!

  Two slow oxen plow

  a knoll in early autumn,

  and, between the black heads bent down,

  under the heavy yoke

  is the cradle for a child.

  Behind the team

  a man plods leaning over the earth,

  and a woman casts seed

  into the open furrows.

  Below a cloud of crimson and flame,

  in the greenish and liquid gold

  of s
unset, the shadows become giants.

  5

  Snow. In the inn facing the open field

  you see the fireplace and smoking logs

  and the stewpot bubbling at the boil.

  The north wind sweeps the stiffened land,

  arousing the silent snow

  in white whirlwinds.

  Snow over the field and roads

  is falling as over a grave.

  An old man shivers and coughs,

  huddled over the fire. The old woman

  spins her mop of wool. A young girl sews

  green fringes on her scarlet serge.

  The son of these old grandparents,

  a muleteer, walked on the white land

  and one night he lost his way

  and vanished in the mountain snows.

  Around the fire there’s an empty place,

  and on the old man’s forehead a sullen wrinkle

  like a big dark scar

  —an ax blow into a log.

  The woman looks at the field, as if she heard

  footsteps on the snow. No one comes.

  Deserted, the neighboring road;

  deserted, the field around the house.

  The girl is thinking of green meadows

  she might race around on with other girls

  on blue-and-gold mornings

  when white daisies are growing.

  6

  Cold Soria! Pure Soria,

  headland of Extremadura,24

  with her warrior castle

  in ruin over the Duero,

  with crumbling walls

  and houses turning black!

  Dead city of lords,

  soldiers or hunters,

  of portals with shields

  of a hundred hidalgo lines,

  of ravenous hounds,

  tense and skinny dogs

  who are swarming

  through the squalid alleys,

  and at midnight howl

  when the crows caw!

  Cold Soria! The courthouse

  bell strikes one.

  Soria, Castilian city

  so beautiful below the moon!

 

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