A Mummy in Her Backpack / Una momia en su mochila
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—Perfecto —dijo Flor—. Muchas gracias. Aquí estaremos después de clases.
Flor y Lupita regresaron al salón y empezaron a contarle a la señorita King lo que le pasó a Sandra. Lupita se aseguró de decirle —Se cayó en agua de inodoro —bien fuerte para que todos la oyeran. La clase irrumpió en risas.
Cuando la secretaria de la escuela llamó y pidió que llevaran las cosas de Sandra a la oficina, la señorita King le dijo a Flor —Mandaré a otra persona esta vez. Ya has estado demasiado tiempo fuera del salón.
—Está bien —dijo Flor. No le molestaba. Sólo quería sentarse un poco y pensar.
Flor pasó el resto del día preocupada por Rafa. Comió muy poco de su almuerzo, y le dio las rebanadas de manzana a Lupita. Las niñas hasta caminaron por afuera del baño durante el recreo para asegurarse de que la puerta estuviera cerrada. Durante la hora de ciencias sociales, en lugar de estudiar mapas, Lupita le susurró —¿Crees que Rafa esté bien?
—Shhh —dijo Flor—. No digas su nombre.
—¿Qué le vas a decir al señor García después de clases?
Flor suspiró. La señorita King pasó cerca de ellas, así es que Flor señaló a un lugar en el mapa e hizo como que estaba trabajando—. Supongo que tendré que decirle la verdad —respondió—. Pero no sé cómo.
Flor se encogió de hombros y continuó mirando el libro. No sabía qué hacer.
Después de la escuela, Flor y Lupita pasaron por sus hermanitos en sus salones, y luego fueron a buscar al señor García. Cuando lo encontraron, Flor preguntó —¿Ya podemos entrar al baño?
—Claro —le dijo.
—Tenemos que hacer algo con nuestros hermanos —Flor le susurró a Lupita.
—No hay problema —respondió Lupita. Después llamó a los niños, que estaban caminando despacio detrás de ellas—. ¿Quieren ir al patio antes de irnos a casa? —Los niños corrieron al patio y empezaron a cavar en la caja de arena.
Flor y el señor García entraron al baño. El señor García abrió la puerta y preguntó —Bien, ¿ahora me puedes decir cuál era el problema?
Flor lo dudó y luego asintió. —Espéreme aquí. —Entró al baño y salió en unos segundos abrazando la mochila. Miró hacia el suelo y susurró—. ¿Me promete no decirle a nadie?
El señor García lo pensó. Tenía que decirle al director todo lo que pasaba. Sabía de un conserje que no reportó a un gato que estaba viviendo debajo de un salón. Lo corrieron cuando el director encontró gatitos en su almuerzo. Esas cosas le pasaban a los conserjes.
Después miró a Flor. Sus grandes ojos cafés estaban rojos y llorosos. ¿Qué más podría hacer?
—Te lo prometo —dijo.
Flor miró a su alrededor para asegurarse de que no había niños cerca. Despacio abrió la mochila. —Todo está bien, Rafa —dijo.
Primero, el señor García vio el sombrero de vaquero maltratado y luego la piel amarilla y arrugada. Le recordó la mostaza seca que tallaba del piso de la cafetería después que servían banderillas.
—Él es Rafa —dijo Flor.
Hasta a un conserje que estaba acostumbrado a ver cosas asquerosas, como el señor García, le repugnó.
Rafa se levantó y sonrió —Buenos días. Rafael Rigoberto Pérez Hernández, para servirle.
El señor García miró a Rafa y luego a Flor. —Está bien, Flor. ¿Qué está pasando aquí? —preguntó.
Flor le contó de su viaje a Guanajuato, del museo de las momias y que Rafa se escapó metido en su mochila.
El señor García frunció el ceño —Así es que . . . Estoy hablando con una . . . —Movió la cabeza y dijo— Poner personas en vitrinas y llamar eso un museo me suena raro, pero jamás he estado en Guanajuato. Mi familia es de Jalisco. Pero, llévatelo . . . a casa, y te prometo que guardaré tu secreto. —Flor lo prometió y Rafa se volvió a meter en la mochila. El señor García agregó —Y en el futuro, prométeme que vas a dejar los inodoros en paz.
—Prometido —asintió Flor—. Gracias.
Flor, Lupita y sus hermanos empezaron a caminar a casa. En el camino, las cosas se complicaron aún más para Flor, Rafa y hasta para el señor García.
Las niñas les dijeron a sus hermanos que caminaran enfrente de ellas para poder platicar en privado. Los niños corrieron y empezaron a platicar de súper héroes. Mientras Flor, Lupita y sus hermanos cruzaban la calle, pasaron por la tienda “Todo a dólar”. Los niños pararon y miraron por la vitrina. Las niñas los alcanzaron y también empezaron a mirar. La vitrina estaba llena de diferentes disfraces para la Noche de Brujas, desde súper héroes hasta princesas y zombis. Los trajes colgaban sin gracias y sin vida. Flor se asomó por la vitrina y dijo —Espero que mamá no me compre el disfraz de princesa del que me habló. Quiero disfrazarme de bruja.
—¿Otra vez? —se quejó Lupita—. Fuiste bruja en el segundo año.
—Sí —dijo Flor—. Pero esta vez ¡voy a dar mucho miedo! No seré una de esas brujitas buenas.
—¿Te pondrás uñas largas y te pintarás la piel de color verde? —preguntó Lupita.
—¡Sí! —dijo Flor—. Quiero una peluca de pelo maltratado y zapatos picudos.
Lupita miró a Flor. —Yo quiero ser un chango. Mi tía ya casi termina mi disfraz.
Flor movió la cabeza. —Le tengo que decir a mi mamá que no me compre ese disfraz. Ya estamos a 24 de octubre.
La mochila de Flor se movió, y ella estuvo a punto de caerse.
—Párale, Rafa —gritó Flor—. ¡Te puede ver alguien!
Las niñas escucharon los gritos ahogados de Rafa, pero no podían entender lo que estaba diciendo. Flor miró a su alrededor. Iban pasando unos niños de tercero.
Lupita apuntó detrás de ellos y gritó —¡Córranle! ¡Ahí viene el cucuy!
Los niños corrieron sin mirar atrás. Nadie quiere que lo atrape el cucuy. Jamás volverían a ver a sus papás.
Lupita volteó hacia Flor y se rio. —Ya no hay nadie. —Después vio las caras aterrorizadas de Adrián y Gabriel. Les sonrió. —Estaba jugando. Esperen aquí.
Flor tomó su mochila y la abrió. Regañó a Rafa —¿Qué te pasa?
—Me cuesta escuchar desde adentro de tu mochila, mija —dijo Rafa—, ¿dijiste que hoy es el 24 de octubre?
—Sí —dijo Flor.
—¡Dios mío! —gritó Rafa—. Sólo me quedan ocho días.
—La Noche de Brujas no es hasta dentro de siete días —corrigió Lupita.
—No me refiero a la Noche de Brujas —dijo Rafa—. El Día de los Muertos, ¿sabes?, el día en que se recuerdan a los seres queridos que han partido.
—¿Y? —preguntó Lupita—. ¿Qué importa eso?
Los ojos de Rafa la miraron desde adentro de la mochila y explicó. —Es mi época favorita del año. Toda la familia, mis tataranietos vienen y cantan y traen comida. Tengo que regresar a Guanajuato. Tengo que estar en el museo para entonces.
Flor miró a Lupita. Lupita le regresó la mirada y dijo —Olvídalo, Flor. Acabas de regresar. Además, no sabes ni cómo ir a Guanajuato.
—Sí sé —dijo Flor—. Te subes a un carro, manejas a Tijuana, te subes a un avión, vuelas a . . . a . . . Guadalajara y tu tío te lleva a Guanajuato.
—¡Sabía que podía contar contigo! —dijo Rafa.
—¡Oye! —dijo Flor—. No dije que te llevaría. Sólo dije que sabía cómo llegar allí.
—Pero . . . —dijo Rafa.
—Lo averiguaré, Rafa —dijo Flor—. Pero primero tengo que irme a casa.
—Yo también —respondió Rafa.
Flor miró exasperada, cerró el zíper de la mochila, se la puso en la espalada y empezó a caminar. Caminó en silencio con Lupita. Después de unos cuantos pasos, escuchó un llanto.
—¿Qué pasa? —Flor le preguntó a Lupita.
Lupita se dio vuelta. —Nada —dijo.
Flor se detuvo y miró a Lupita. —¿No lloraste hace un ratito? —le preguntó a Flor.
—No —respondió Lupita.
Las niñas lo escucharon otra vez. Era Rafa. Flor se detuvo y abrió la mochila
otra vez.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Lo siento, mija —dijo Rafa—. Pero, básicamente, no me divierto. Soy una momia. No hacemos nada más que estar en una vitrina todo el día. Sólo cuando vienen nuestros familiares para el Día de los Muertos es cuando me pasa algo bueno.
Flor podía ver que Rafa empezaba a sonreír al recordar ese día especial.
Continuó —¡Tendrías que ver lo colorido de las decoraciones! Hacen una calavera grande de azúcar con mi nombre, y grandes panes que llaman “pan de muerto”. Hasta preparan una bebida de maíz que llaman “atole”, y ¡a mí me encanta el atole! Sé que no lo puedo tomar, pero es divertido saber que alguien aún me recuerda. Tengo que estar en el museo para ese día. Pensé que, básicamente, venir aquí contigo, a los Estados Unidos sería divertido, y sí lo fue, hasta que me dijiste el día que era. Lo siento por haber llorado así. No quería mojar tu tarea.
Flor suspiró. —No te preocupes —le dijo a Rafa—. Mi familia medio celebra el Día de los Muertos aquí. Mi tatarabuela está sepultada en Guanajuato. Ponemos su foto en la sala con flores y dulces. Podríamos hacer eso para ti.
Rafa lo pensó. —Pero me tendría que quedar adentro de tu mochila —dijo, gimoteando—. No voy a ver las velas ni voy a poder oler el pan dulce. No voy a escuchar las canciones. No podré ver las flores. Yo . . . yo . . . —Empezó a llorar otra vez.
Flor miró a Lupita.
Lupita fulminó a Flor con la mirada.
Flor dijo —¡Tenemos que hacer algo! ¡Está llorando! —Ella se asomó en la mochila—. No te preocupes, Rafa —le prometió—, te vamos a llevar a tu casa.
—Gracias —gimoteó Rafa. Flor cerró el zíper de su mochila.
Mientras caminaban, Lupita discutió —¿Por qué dijiste eso? No podemos ir a México solas. Ni siquiera tenemos dinero.
—Ya lo sé, Lupita —dijo Flor—. No tenemos que ir, pero podemos encontrar la forma de que Rafa llegué allí.
Lupita se detuvo y tomó a Flor por el brazo. —¡Oye! —dijo—. Tal vez otro niño vaya a Guanajuato pronto y pueda llevar a Rafa por ti.
Flor la miró enojada. —¿A quién conocemos que vaya a Guanajuato esta semana?
—No sé —dijo Lupita—. Podríamos preguntar.
—¿Y qué les vamos a decir? —preguntó Flor—, “Oye, ¿te puedes llevar a esta momia al museo?” ¿Qué dirían?
—¡Lo siento! —gritó Lupita—. Estoy tratando de ayudar. —Lupita se alejó de Flor, mirando hacia el frente, y se unió a los niños.
Flor corrió para alcanzarlos, pero no supo qué más decir, así es que caminaron en silencio. Cuando al final llegaron a la casa de Lupita, Lupita trató de cambiar el tema.
—Mi mamá me dijo que hoy podría usar la Internet —Lupita presumió. Sabía que Flor no tenía computadora.
—Hasta luego —fue todo lo que Flor dijo, y dejó a Lupita en la cerca de su casa.
Flor caminó unos pasos, se detuvo y volteó hacia Lupita. —¿Vas a entrar a la Internet esta noche? —preguntó.
—Sí —respondió Lupita con cautela.
—¿Crees que puedas buscar el museo de las momias en la Internet?
—No sé —respondió Lupita—. Lo puedo intentar.
—¿Crees que podría venir? —Flor preguntó con una pequeña sonrisa.
—¡Claro! —dijo Lupita, regresándole la sonrisa—. Así mi mamá no sospechará si estamos viendo el museo. Pero cómo lo llevaremos de regreso.
Justo en eso, un hombre pasó entre las niñas. —Permiso —dijo.
Las niñas lo miraron. Era el cartero, traía el correo. Flor y Lupita se miraron la una a la otra. —¡Lo mandaremos por correo! —dijeron al mismo tiempo.
—Te llamaré después de la cena —dijo Flor—. Gracias, Lupita. —Las niñas se abrazaron.
Flor caminó a casa con un poco más de esperanza para su nuevo amigo. De pronto sintió un jalón en su mochila. —Párale, Rafa —dijo—. Ya casi llegamos a casa. Ahí te voy a sacar.
—¿Quién es Rafa? —La voz no era de Rafa.
Flor volteó rápidamente. Era Sandra.
—¿Y qué tienes en tu mochila?
—Qué te importa —dijo Flor. Luego agregó— ¿ya hiciste la tarea o te gusta que te castiguen?
Sandra hizo un puño con la mano, pero se contuvo. —¿Quién estaba en el cuarto contigo durante el recreo? ¿Y qué estabas haciendo en el baño?
—Lo que hacen las personas que han aprendido a ir al baño, pero ¡no lo entenderías tú, metiche! —respondió Flor. Sintió otro jalón en la mochila. Se dio media vuelta y vio al hermanito de Sandra.
—¡Ya la abrí! —le gritó a Sandra.
Flor sintió que la mano de Sandra entró en su mochila. Luego Sandra gritó. —¡Aaah! ¡Algo me agarró la mano! ¿Qué tienes adentro?
Flor volteó la mochila hacia el frente y cerró el zíper. Dio dos pasos hacia atrás y miró a Sandra y a su hermano. —¡Es una momia! Fue devuelta a la vida con magia. La momia está bajo mi poder y atacará a cualquier persona que me ataque a mí. ¡Ahí está! Ya lo sabes, y vale más que me dejes en paz o . . . —No terminó la oración. Sandra y su hermano se alejaron corriendo. Volteó hacia Adrián que la estaba mirando sorprendido.
Flor le sonrió. Pensó con rapidez, y le dijo —Buen truco, ¿verdad? Parece que los asustamos.
Adrián asintió con la cabeza pero parecía sobresaltado.
Flor abrió su mochila. —Sólo estaba jugando. —Sacó un cuaderno—. Lo único que tengo en mi mochila es tarea, como tú.
Adrián empezó a sonreír.
Flor agregó —¿Qué te dejaron de tarea?
—Nada.
Flor movió la cabeza. —Tienes tarea todos los días, como yo. ¿Qué tienes que hacer? Te toca a ti abrir la mochila.
Adrián abrió su mochila y sacó unas hojas arrugadas. Flor lo tomó de la mano. Mientras caminaban ella revisaba las hojas. —¡Oye! ¡La próxima semana tienes tu paseo!
—Sí —dijo Adrián—. Ya quiero que sea. —Empezó a hablar sobre el viaje y sus amigos, y Flor sonrió. Adrián ya se había olvidado de su mochila.
Cuando llegaron a casa, Adrián entró corriendo, pero Flor entró calladita. No estaba segura sobre cómo decirle a su mamá lo de Rafa, y no quería preocuparla. En la sala, su hermanito, Benjamín, estaba jugando con sus figuritas de acción mientras su mamá veía la tele. Adrián dejó caer su mochila y corrió a jugar con Benjamín.
—¿Eres tú, mija? —gritó la mamá de Flor.
—Sí, Mami —respondió Flor. Entró derechito a su recámara y puso la mochila en el suelo con mucho cuidado—. Espérame en el clóset, Rafa. Te puedes salir, pero quédate en el clóset. Escóndete si se abre la puerta.
—Perfecto —respondió Rafa desde adentro de la mochila de Flor—. Gracias.
Flor usualmente le daba un beso a su mamá en cuanto entraba, así es que su mamá se preocupó cuando Flor no fue a la sala. La mamá de Flor se levantó y caminó por el pasillo.
—¿Estás bien, mija? —preguntó la mamá de Flor. Después escuchó los susurros—. ¿Con quién estás hablando?
—Estoy hablando sola—respondió Flor. Cerró la puerta del clóset y salió de la habitación—. Sólo estoy contenta de estar en casa. —Abrazó a su mamá por la cintura.
—Ay, mija —dijo su mamá, besando a su hija—. —¿Cómo estuvo tu día?
—Bien —dijo Flor—. ¿Puedo ir a la casa de Lupita más tarde? Va a usar su computadora.
—Sí, mija. Después de la cena y después de que me ayudes a recoger —dijo su mamá—. Y pronto, tú también vas a tener una computadora.
—Gracias —dijo Flor. Caminaron a la cocina donde unas albóndigas hervían en una olla grande. Flor empezó a poner la mesa. Le preguntó a su mamá —¿Te acuerdas del museo de las momias?
Su mamá volteó y sonrió. —Por supuesto. Te dio tanto miedo que no me soltaste del brazo todo el tiempo. Sólo me soltaste cuando Benjamín te pidió que lo cargaras. ¡Y casi dejas olvidada la mochila! ¡Qué día!
Flor sonrió, y
luego preguntó —¿Me puedes contar de las momias?
—¿Las momias? —dijo su mamá—. ¿Y por qué tienes tanta curiosidad sobre las momias? Ni siquiera te gustó el museo.
—Por favor —dijo Flor.
—Pues, bien —dijo su mamá—. Vamos a la sala otra vez.
Flor descansó la cabeza sobre el regazo de su mamá. En la tele, un partido de fútbol había empezado pero Flor y su mamá no lo estaban viendo. Su mamá le estaba acariciando el cabello, y empezó a hablar. —Yo nací en Guanajuato. Para mí, es el lugar más bello del mundo. ¿Te acuerdas lo lindo que se veía desde la cima de las montañas cuando nos paseamos en el tranvía?
Flor asintió. Recordaba que se sentía como un pájaro, volando por encima del pueblo. Luego, parada en la cima de las montañas, viendo los edificios de colores, pensó que eran como casas de muñecas, amarillas, naranjas y rosadas con techos de teja roja.
Su mamá le contó del cementerio de Santa Paula, que no era como los cementerios aquí. La mayoría de las tumbas estaban encima de la tierra, apiladas bien alto. —Cuando era niña —su mamá le dijo— Las momias no estaban en vitrinas. Estaban al aire libre. Te podías acercar mucho, pero siempre nos tapábamos la boca con un pañuelo —suspiró—. Tus tatarabuelos y sus papás están sepultados allí. Es un lugar bellísimo.
Flor tomó la mano de su mamá y la besó.
Más tarde, Flor regresó a su habitación, cerró la puerta y llamó a Rafa. —Está bien, Rafa. Soy yo. —Abrió la puerta del clóset con cuidado—. Tuvo que suprimir el sentimiento espeluznante que experimentó cuando vio a la pequeña momia en su clóset.
—Hola —dijo Rafa.
Flor sonrió. —¿Dónde te voy a esconder?
—Básicamente, estoy bien aquí —dijo Rafa.
Flor movió la cabeza. —Yo no estoy bien. Métete en mi mochila y veré dónde te voy a poner en la noche. —Rafa se metió otra vez y luego estiró la huesuda mano—. Aquí está tu cuaderno y tu tarea.
—Gracias —respondió Flor. Tendría que encargarse de eso después.
Sacó la mochila y sin hacer ruido salió al patio. No quería dejar a Rafa afuera, así es que se metió al garaje. Caminó entre las herramientas, la podadora y tres bicicletas. Finalmente, encontró una caja con sus patines rotos, muñecas viejas y monitos que sus hermanos habían destruido. Levantó la mochila y dijo —Te puedes quedar en esta caja. Puedes salir y explorar el garaje, pero no hagas ruido, y métete en la mochila en la mañana. Vendré por ti antes de ir a la escuela.