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A Mummy in Her Backpack / Una momia en su mochila

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by James Luna


  Rafa asintió —Mmmm. Este lugar se ve muy interesante. Estos monitos tienen muchos músculos.

  Flor se rio —Son súper héroes, muñecas para niños.

  Rafa tocó el brazo de uno de los monitos, y luego su brazo flaco de momia. Después movió la cabeza.

  —No te preocupes —sonrió Flor—. Eres perfecto para ser una momia.

  —Gracias —dijo Rafa—. Estaba pensando lo mismo.

  —Ya me tengo que ir —dijo Flor—. Buenas noches.

  —Buenas noches —respondió Rafa.

  Esa noche en la casa de Lupita, Flor y Lupita se sentaron frente a la computadora. Lupita hizo clic al Internet.

  Lupita y Flor sabían cómo investigar en la red. Lo habían hecho en la escuela muchas veces para sus reportes de investigación. Flor le dijo a Lupita que escribiera “museo de las momias de Guanajuato”.

  ¡Funcionó! ¡Encontraron el sitio del museo!

  —Busca la dirección —Flor le dijo a Lupita.

  La encontraron y la escribieron. Después fueron al sitio del correo. Imprimieron las instrucciones para enviar paquetes a Guanajuato.

  —Esto es perfecto —dijo Lupita.

  —Y fácil —agregó Flor.

  Pero todo resultó ser más difícil de lo que pensaban.

  A la mañana siguiente, Flor se levantó temprano y se vistió para la escuela.

  —Buenos días, Rafa —susurró al abrir la puerta del garaje. Pero nadie respondió. Fue a la esquina donde estaba la caja de Rafa, y ¡no estaba! Tal vez no la dejé ahí, pensó. Tal vez está detrás de las bicis. Su corazón latió fuerte mientras movía las bicis, pero no encontró la caja. Buscó por todo el garaje hasta que su mamá la llamó para que desayunara.

  Flor entró y se sentó a la mesa.

  —¿Qué pasa, mija? —preguntó su mamá—. ¿Te sientes mal?

  Flor movió la cabeza. —Es que . . . ¿Qué le pasó a la caja que estaba en el garaje? La que tenía mis patines rotos y las muñecas viejas.

  —Ah, esa caja —dijo la mamá de Flor—. Le dije a tu papá que la llevara al basurero cuando fuera al trabajo. Tendría que haberlo hecho hace mucho tiempo.

  Flor se levantó y corrió afuera para ver si ya se había ido su papá. ¡La troca no estaba! Triste, entró a la casa.

  Su mamá la miró confundida. —¿Qué pasó? —Luego sonrió— ¡Ah! No te preocupes. Papá sacó tus patines. ¿Por qué estaban en la caja? No estaban rotos.

  Flor miró a su mamá. Estaba señalando los patines en la sala.

  Flor no quería discutir con su mamá, pero estaba segura que una de las ruedas en el patín izquierdo estaba suelta. Su mamá le sirvió un plato con huevos, pero Flor no levantó la cabeza.

  —¿Estás segura que no estás enferma? —preguntó.

  Flor sacudió la cabeza. Su mamá suspiró. Adrián entró, se sentó y empezó a comer.

  —Flor —dijo. Flor no respondió—. ¡Flor! —dijo otra vez. Y, otra vez, Flor no levantó la cabeza. Al final, le preguntó —¿Por qué pusiste tu mochila cerca de mi puerta?

  Flor levantó la vista.

  Adrián volvió a decir —¿Por qué pusiste tu mochila cerca de mi puerta?

  Flor respondió —No lo hice . . .

  Su mamá los interrumpió —¡Ah! Tu papá debe haberla dejado ahí. Pensé que la había dejado cerca de tus patines. Supongo que tuvo que salir corriendo y la dejó cerca de tu puerta, Adrián, en lugar de la de tu hermana.

  Flor corrió a la habitación de Adrián. Allí, recargada contra la pared estaba su mochila. La levantó, corrió a su recámara, cerró la puerta y la abrió.

  —Buenos días —dijo Rafa, asomándose.

  Flor suspiró de alivio. —Buenos días —le respondió—. Estaba preocupada por ti.

  Rafa se levantó. —Ah, estoy bien. Ese cuarto es enorme. ¡Y hay tantas herramientas! Esas botas con llantas son bien interesantes. Espero que no te moleste, pero le puse la cuarta llanta. Creo que lo hice bien.

  —Eso fue lo que le pasó a mis patines —dijo Flor. Luego le sonrió a Rafa—. Gracias por arreglarlos.

  —De nada —respondió—. ¿Vamos de vuelta a la escuela?

  —Sí —dijo Flor. Luego le sonaron las tripas—. Pero primero voy a desayunar algo. —Se detuvo, y agregó— ¿Te traigo algo?

  Rafa sonrió. —No. Estoy bien. No he tenido hambre desde hace cien años.

  Flor rio, y regresó a la mesa para desayunar.

  Se sentía segura mientras caminaba a la escuela. En el camino vio a Sandra, pero Sandra estaba muy adolorida con la caída y tenía demasiado miedo como para molestarla. Rafa se quedó quieto en la mochila. En cuanto llegó a la escuela, Flor buscó a Lupita y juntas fueron con el señor García que estaba tirando la basura del desayuno en el contenedor, pan francés aguado.

  —¿Nos puede dar una caja? —preguntó Flor.

  —Por supuesto —dijo—. ¿De qué tamaño?

  Flor levantó la mochila —¿De este tamaño?

  —No hay problema —respondió—. ¿La quieres ahora o después de clases?

  —Bueno —dijo Flor—, necesitamos más ayuda.

  —¿Tiene que ver con Rafa? —preguntó.

  Flor miró al suelo. Bajó los hombros. —Rafa tiene que regresar a su casa.

  —¿A su casa? —preguntó el señor García.

  —Tiene que estar allí para el Día de los Muertos —agregó Lupita.

  —¡Caramba! —dijo el señor García, hablándole a la mochila—. No tienes mucho tiempo. ¿Eso no será en . . . ? Oigan, ¿cómo lo van a hacer?

  Después lo comprendió. Miró a Flor.

  —Así es que para eso necesitas la caja.

  —Sí —dijo Flor—. Pero necesitamos más de su ayuda. Necesitamos que usted lo mandé a Guanajuato hoy.

  —¿Qué? —dijo.

  —¿Lo podría mandar por correo por nosotras? —le pidió Flor.

  —Ni siquiera saben cuánto cuesta mandar algo por correo . . . digo, mandar a alguien tan lejos —alegó.

  —Sí, sí sabemos —interrumpió Lupita—. Ayer lo averiguamos en la red.

  —Aquí lo tenemos —continuó, sacando una hoja de papel de su mochila—. De acuerdo al sitio del correo podemos enviar a Rafa a México usando el servicio Express global sin documentación por sesenta y siete dólares y veinte centavos sin seguro. Lo siento, Rafa.

  —No te preocupes —dijo Rafa—. Estoy ansioso por regresar a casa.

  —¡Sesenta y siete dólares! —exclamó el señor García—. Yo no tengo dinero para eso.

  —Y veinte centavos —agregó Rafa con una sonrisa.

  —Mejor métete en mi mochila, Rafa —dijo Flor—. Te puede ver alguien.

  Rafa le sonrió a Flor y obedientemente se metió en la mochila. Luego Flor se volteó hacia el señor García.

  —Lupita y yo tenemos cuarenta dólares, veinte cada una, que hemos ahorrado de nuestros cumpleaños. Le podemos pagar los otros veintisiete bien rápido.

  —Y veinte centavos —agregó el señor García.

  —Ah, tenemos veinte centavos —dijo Lupita, tenía dos monedas de diez centavos en la mano.

  —Muy bien —le dijo—. ¿Y qué es lo que tenemos que hacer?

  En ese momento sonó el timbre. Lupita corrió a su salón.

  —Tenemos que irnos —dijo Flor—. Lo buscaremos durante el recreo.

  En cuanto llegaron todos los niños al salón, la señorita King, como siempre, recogió la tarea. Flor, como siempre, ya tenía la suya lista para entregar. Cuando la señorita King llegó al escritorio de Sandra, preguntó —¿Qué te pasa, Sandra?

  Sandra, que tenía la cabeza agachada, respondió —Intenté hacer la tarea. Pero se me hizo tan difícil, y la cabeza me dolía tanto por lo que me pasó ayer. Lo intenté, Señorita King. Lo intenté. —Y lloró más fuerte que antes.

  La señorita King suspiró —No te preocupes, Sandra. Ya veremos qué hacer.

  Sandra miró a su maestra. —¿Me puede ayudar Flor durante el receso? Me ayudó tanto ayer cuando me lastimé. Y es tan buena con las matemátic
as.

  —Me parece buena idea, Sandra —dijo la señorita King. Luego se volteó hacia Flor—. Flor, me gustaría que le ayudaras a Sandra con la tarea de matemáticas durante el recreo.

  ¿Qué podía hacer Flor? No podía decir, Lo siento, Señorita King, tengo que ayudarle a una momia a regresar a México—. Está bien —contestó entredientes, observando su escritorio.

  Durante el recreo, la señorita King dijo— Tengo guardia en el patio otra vez. Sandra, tienes suficiente tiempo para terminar los primeros diez problemas. Gracias por ayudar, Flor. Lupita, sal, por favor.

  Cuando se cerró la puerta, Flor dijo —Bien, Sandra, saca tu libro.

  Sandra se levantó y se sentó al lado de Flor. —Supongo que hoy no puedes ir a ver al conserje, ¿verdad? Ni modo.

  Algo adentro de Flor se apretó. ¡Qué tramposa! Trató de mantener la calma.

  —No sé de qué estás hablando —dijo Flor—. Vale más que nos apuremos si quieres terminar la tarea.

  Sandra sacó un lápiz y lo tiró al suelo. Mientras lo levantaba, tiró la mochila de Flor.

  —¡Ay! —dijo Rafa.

  Sandra saltó. —¡Sí tienes algo adentro! —gritó, se paró y se alejó del pupitre.

  Flor levantó rápidamente la mochila y la colgó en su silla. —¡Ya te dije lo de la momia! —dijo, fulminando a Sandra con la mirada—. Deja mi mochila en paz, o . . . —se calmó y encontró la forma de atacar a Sandra—. Vale más que acabes la tarea o le voy a decir a la señorita King que te pusiste a jugar, y sabes que a mí me lo cree todo.

  Sandra se volvió a sentar, pero lejos de Flor. —Bien. Entonces ¿cuáles son las respuestas? —dijo.

  Flor revisó los problemas. —El número uno es cuarenta y siete. El número dos es quince y quedan dos.

  Sandra anotó las respuestas. Sonó la campana justo cuando estaba terminando.

  La señorita King entró al salón, y preguntó —¿Ya acabaron, Sandra?

  Sandra le entregó el trabajo a la señorita King. La maestra frunció el ceño. Flor le tocó el brazo.

  —No quiso hacer caso —dijo Flor—. Sólo quería las respuestas. Así es que le di las respuestas equivocadas.

  —¡Pero Señorita King! —gritó Sandra—. ¡Flor tiene una momia en su mochila!

  Flor se quedó inmóvil un segundo. ¿Qué podía decir? ¿Cómo reaccionaría la señorita King? Luego la clase retumbó con las risas.

  —Sí, cómo no —dijo Matt.

  —¡Una momia! —agregó Jason—. Yo tengo un zombi en la mía. ¿Lo quieres ver? —Levantó su mochila.

  Los chicos empezaron a caminar alrededor del salón como zombis. De un momento a otro, todos los estudiantes, excepto Flor y Sandra, estaban caminando como zombis. Hasta Lupita entró en el juego.

  —¡Siéntense todos ya!, si no ¡ustedes, los zombis, estarán castigados después de clases! —ordenó la señorita King.

  Todos se sentaron. La señorita King miró a Sandra enojada, movió la cabeza y dijo —Estás castigada durante el almuerzo. Tendrás que hacer tu tarea, y está vez bien hecha. No vuelvas a molestar a tus compañeros con tus historias locas.

  Aliviada, Flor se sentó. Lupita le pegó con el codo, y Flor se encogió de hombros.

  Más tarde, el señor García llamó de la oficina y consiguió permiso para que las niñas se quedaran a ayudarle después del almuerzo para “limpiar” la cafetería.

  Lo que hicieron fue conseguirle una caja a Rafa. Usaron una caja vacía del papel de la fotocopiadora, cinta adhesiva y papel blanco para envolverla. Flor escribió una carta en español para el museo. Esto es lo que decía:

  Me encontré a esta momia, Rafael Rigoberto Pérez Hernández, en mi mochila cuando llegué a casa después de mi visita al museo, y ahora se la regreso. No ha sido dañada en ninguna forma. Espero que la puedan volver a su lugar para que pueda disfrutar del Día de los Muertos. Me gustó mucho su museo y espero volver algún día.

  Sinceramente,

  Flor Moreno

  Cuando todo estuvo listo, el señor García volteó a mirar a Rafa —Ya es hora de entrar, hombre.

  —Muchas gracias por todo —dijo, estrechándole la mano. El señor García no sonrió, pero le estrechó la mano de todos modos.

  —Adiós, Rafa —dijo Lupita.

  —Gracias —dijo Rafa. Extendió la mano.

  Lupita mantuvo las manos detrás de su espalda; no quería estrechar la mano de una momia, aunque fuera de una buena como Rafa. Luego volteó a mirar a Flor —Eres tan maravillosa. Estoy contento de haberte conocido. Gracias por enseñarme parte de los Estados Unidos, pero en especial gracias por tener un corazón tan lindo.

  —Cuídate mucho —dijo Flor y abrazó a la pequeña momia—. Mi mamá dice que a lo mejor volvemos a Guanajuato el año que entra. Quizás nos veamos entonces.

  —Eso espero —dijo sonriendo.

  Luego Flor le sujetó la carta con un seguro en la camisa. La pequeña momia se metió a la caja y el señor García la cerró, le puso cinta adhesiva y la envolvió siguiendo las instrucciones que las niñas le imprimieron. Les explicó a las niñas que el correo no cerraba hasta las 5:00 y que él salía a las 3:30. Que no le sería difícil mandar a Rafa. Lupita y Flor le dieron los cuarenta dólares y veinte centavos. No quería recibir el dinero, pero él no disponía de sesenta y siete dólares. Sin embargo, sí tenía los veinte centavos, así es que dejó que las niñas se quedaran con las dos monedas de diez.

  Flor no durmió bien las siguientes noches. Se preguntaba si Rafa estaba bien, y si había llegado a Guanajuato a tiempo. Cada mañana, cuando Lupita y Flor le daban los buenos días al señor García, éste les preguntaba —¿Supieron algo?

  —No, todavía no —respondía Flor. Los tres estaban nerviosos por Rafa. Querían estar seguros de que había llegado bien.

  Flor y su familia pasaron las tardes decorando su casa para el Día de los Muertos. Le quitaron las cosas a un librero, lo cubrieron con tela roja y colocaron fotografías de los tatarabuelos. Al lado de las fotos pusieron floreros y velas blancas.

  Flor y Lupita decidieron contarles a sus mamás lo que había pasado inmediatamente después de que mandaron a Rafa por correo. Fue muy raro porque sus mamás no se enojaron mucho. De hecho, la mamá de Flor llamó a su hermano en Guanajuato a la mañana siguiente para que fuera al museo a confirmar si Rafa había llegado bien.

  Rafa había llegado ¡justo un día antes de la celebración! Todos estaban contentos por él.

  Cuando llegó el Día de los Muertos, Flor le llevó pan de muerto al señor García, estaba recién hecho. Lupita llevó calaveras de azúcar que su tía había hecho.

  Ese día, cuando Flor llegó a casa, su mamá estaba sentada frente al altar que habían armado. Esta viendo un viejo álbum de fotos. Le enseñó a Flor todas las fotos de su papá, de su mamá, de su abuelo —el tatarabuelo de Flor— y de su tatarabuela.

  Flor notó lo serio que estaban todos en las fotos, todos menos el niño parado en un lado de la foto. Tenía una pequeña sonrisa en sus labios y un brillo travieso en los ojos.

  —¿Quién es él? —le preguntó a su mamá.

  —Ese —dijo la mamá de Flor— es tu tataratío Rafael. Mi abuela decía que era un travieso.

  Flor inmediatamente reconoció la cara.

  La mamá de Flor le tomó la mano a su hija. —Supongo que sigue siendo un travieso —dijo sonriendo.

  Flor le llevó la foto al señor García a la escuela. ¡Por poco y se desmaya! ¡Quién se iba a imaginar que eso fuera posible! Pero realmente pasó.

  Después de ese día, cada vez que la mamá de Flor hacía empanadas de calabaza le mandaba unas cuantas al señor García. La mamá de Lupita hasta le mandó tamales para la Navidad. Las mamás trataron de pagarle los 27 dólares, pero él no los aceptó. De hecho, jamás le contó esto a nadie, pero cuando llegó la Navidad les dio a Lupita y a Flor una tarjeta con veinte dólares a cada una. Y cada Día de los Muertos, mientras las niñas cursaban la primaria, se juntaban, comían pan dulce y tomaban chocolate caliente, y recordaban a Rafa, la pequeña momia.

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