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Hollywood Station

Page 28

by Joseph Wambaugh


  Budgie y Fausto seguían patrullando en busca de un poco de actividad cuando Budgie dijo:

  – Vamos a Pablo's Tacos a dar unos meneos a un par de anfetamínicos. A lo mejor les encontramos algo de crystal suelto. No nos vendría mal una detención preventiva para el parte.

  – De acuerdo -dijo Fausto, y giró hacia el este en el boulevard-. Pero pase lo que pase, no pidas un taco en ese local. ¿Has oído hablar de un anfetamínico del Pablo's que se metió las papelas de crystal por el culo y luego dijo que su compañero le había obligado a hacerlo? Bueno, pues a veces está en la cocina.

  Farley estaba ya completamente lívido y Olive empezaba a tener dolor de estómago por culpa del mono.

  – ¿Pero es que no queda una maldita papela en esta mierda de ciudad? -gritó por décima vez.

  – Por favor, Farley -dijo Olive-, te vas a poner malo tú solo.

  – ¡Necesito un poco de hielo! -dijo-. ¡Joder, Olive, llevamos horas dando vueltas como gilipollas!

  – ¿Y si volvemos a intentarlo en la tienda de donuts?

  – Ya hemos ido dos veces -dijo Farley-. Hemos ido a todas partes, hostia, ya no se me ocurre ningún sitio más. ¿Se te ocurre a ti algún sitio donde no hayamos ido?

  – No Farley -dijo ella-. A mí no.

  Farley levantó la cabeza, miró a la derecha y vio el coche 6 X 76 estacionando en el aparcamiento. Una mujer policía alta y rubia salió del coche con un viejo rinoceronte que a Farley se le antojó mexicano, o quizá salvadoreño, que tanto abundaban últimamente, lo cual todavía era peor.

  – Olive -dijo, volviendo la cara a otra parte-, dime que esos dos pasmas no vienen hacia aquí a tocarnos las narices. ¡Dos veces la misma noche no, joder!

  – Nos están mirando -dijo Olive, y acto seguido la oyó decir con voz alegre-: Buenas noches, agentes.

  Farley puso las dos manos en el volante para no alarmarlos y que no le volaran la tapa de los sesos.

  – Buenas noches -saludó la mujer policía-. ¿Esperan a alguien?

  – Sí -dijo Farley-, ella es actriz y estamos esperando a que la descubran. -Con eso, Fausto tuvo bastante.

  – Salga del coche -le dijo.

  Puesto que le había pasado eso mismo muchas veces en la vida, Farley mantuvo las manos a la vista cuando Fausto abrió la portezuela de su lado. Luego salió meneando la cabeza, preguntándose por qué, oh, por qué, todo tenía que pasarle a él.

  – Veamos la identificación -dijo Fausto después de cachearlo.

  Cuando Olive se apeó, Budgie se fijó en su esquelético torso, tapado sólo por una camiseta corta que dejaba al aire el hundido vientre y los huesos de las caderas. Los vaqueros eran de talla infantil y Budgie le cacheó someramente los bolsillos, que parecían vacíos, para ver si notaba al tacto globitos de crystal. Después le enfocó los brazos con la linterna, pero como Olive apenas se pinchaba, no tenía marcas.

  – Deme un respiro amigo -dijo Farley a Fausto-, ya nos han cacheado unos compadres suyos esta noche. Hicieron una búsqueda con mi nombre y con la matrícula del coche, y luego me dispusieron una multa, joder. ¿Puedo abrir la guantera para demostrárselo?

  – No, amigo, no se mueva de donde está -dijo Fausto con mucho sarcasmo-. Compañera -le dijo entonces a Budgie-, echa un vistazo a la guantera. A ver si hay una multa. -Budgie abrió la guantera y sacó la multa de tráfico.

  – La puso B. M. Driscoll justo después del control de asistencia. Cerca del cibercafé -informó.

  – Seguro que nunca se le ha ocurrido pensar, amigo -dijo Fausto-, que tal vez le para tanto la policía porque merodea mucho por donde los anfetamínicos pillan crystal. ¿No le ha saltado esa posibilidad nunca a la pantalla del ordenador?

  Farley pensó que sería mejor dejar a un lado las palabras en español porque con ese cabrón seboso no funcionaban, así que lo intentó por otro lado.

  – Agente, por favor, sírvase usted mismo. Ni siquiera tiene que pedir permiso. Registre el coche.

  – De acuerdo -dijo Budgie, y así lo hizo.

  – Sí -dijo Farley mientras ella registraba-, tengo antecedentes menores por hurtos sin importancia y por posesión de crystal de metanfetamina. No, no llevo drogas encima. Si quiere, me quito los zapatos. Si no estuviéramos aquí en medio, me quitaría también los pantalones. Estoy cansado, no tengo ganas de seguir razonando con ustedes, agentes. Hagan lo que tengan que hacer y déjenme irme a casa.

  – A los otros polis, hasta les dijimos que podían venir a casa con nosotros -dijo Olive, esperanzada-. No nos importa que registren la casa. Pueden hurgar a placer, si quieren, no nos importa.

  – Olive, te lo ruego -dijo Farley-. Cállate de una puta vez.

  – ¿Eso es verdad? -preguntó Budgie-. ¿Está tan limpio que nos llevaría a casa ahora mismo y nos dejaría registrar sin problemas? ¿Qué opinas, compañero? -le preguntó a Fausto.

  – ¿De verdad está dispuesto? -preguntó Fausto a Farley mientras rellenaba rápidamente una ficha de identificación-. ¿Está dispuesto a llevarnos a su guarida? ¿Tan limpio está?

  – Tío, en estos momentos, me tienta decir que sí. Si me dejan irme a la cama, pueden poner toda la casa patas arriba y del revés. Y si encuentran algo de droga, significará que Olive tiene un novio secreto que le pasa material. Y si Olive tiene novio, eso quiere decir que los milagros existen y que a lo mejor gano la lotería de California. Y si la gano, me largo de esta maldita ciudad de mierda, lejos de todos vosotros porque me estáis matando, tío, ¡me estáis matando!

  Fausto miró la cara angustiada y sudorosa de Farley Ramsdale y le devolvió el carnet de conducir.

  – Amigo -le dijo-, más vale que empiece un programa de rehabilitación. El carro al que se ha subido ha llegado a la última parada. No hay nada más después, es el final de la línea.

  Cuando Fausto y Budgie volvieron al coche, Budgie le dijo:

  – Me dan ganas de pasar por la dirección de esa ficha dentro de un rato.

  – ¿Para qué?

  – Ese tipo va a pillar crystal como sea, esta noche. Fumarán en la casa esta noche, más tarde, de lo contrario, terminará en alguna parte con una camisa de fuerza. Está a punto de reventar.

  Ilya se paseaba de un lado a otro fumando. Cosmo estaba ahora en un sofá, agotado de discutir con ella.

  – ¿Cuánto tiempo llevamos sentando en este sitio? -le preguntó con apatía.

  – Casi seis horas -dijo ella-. No podemos esperar más. Tenemos que irnos.

  – ¿Sin nuestro dinero, Ilya?

  – ¿Limpiaste todas las huellas del coche, Cosmo?

  – Te digo sí otra vez, ¿de acuerdo? Ahora, por favor, calla.

  – ¿Vaciaste el cenicero del coche? Eso son pruebas.

  – Sí.

  – Saca el tubo del dinero del coche.

  – ¿Tienes una idea, Ilya? Maravilloso. Tú no gustas mis ideas. Como tenemos matamos a los adictos.

  – Cállate, Cosmo. Pondrás el tubo de dinero debajo de esta casa. Busca la puerta pequeña que entra debajo de la casa y pon allí el tubo -dijo, y empezó a vaciar ceniceros en una bolsa de papel de la cocina.

  – Ilya, ¿el coche? -dijo él-, ¡No anda! ¿Qué estás pensando?

  – Lo dejamos aquí.

  – ¿Aquí? ¡Ilya, estás loca! Farley y Olive…

  – ¿Sacaste cosas del garaje? -lo interrumpió ella tomando las riendas de la situación.

  – Sí, una bicicleta, unas cajas. Maldito garaje, lleno de chatarra, casi sin sitio para maldito coche.

  – Eso pensaba -dijo ella-. Vuelve a poner la chatarra en el garaje.

  – ¿Qué estás pensado, Ilya?

  – Son adictos, Cosmo. Mira la casa. Basura por todas partes, chatarra por todas partes. No guardan el coche en el garaje. No van al garaje casi nunca. El coche tiene que estar unos días ahí. Ellos no se darán cuenta.

  – ¿Y nosotros?

  – Coge una camiseta de Farley. Mira en el dormitorio. Yo me quito la peluca y nos vamos andando unas manzanas desde aquí y pedimos un taxi por teléfono. Ahora es un poco seguro. Luego vamos a casa.


  – De acuerdo, Ilya -dijo Cosmo-, pero duermes con esta idea esta noche; los adictos tienen mueren. No tenemos otro camino de viaje. Tienes entiendes eso, Ilya.

  – Tengo que pensar -dijo ella-. Ahora nos vamos. Rápido.

  Cuando Cosmo volvió del dormitorio a la sala de estar llevaba una camisa estampada de manga larga, sucia, encima de la suya.

  – Espero ahora estás contenta, Ilya -le dijo-. Antes llegamos a casa, me picarán cien veces los pequeños insectos que viven en la ropa de Farley.

  – Olive -dijo Farley, cuando los policías los dejaron en el aparcamiento de Pablo's-, creo que tenemos que irnos a casa y comernos el mono. Esta noche no vamos a ligar nada. Hay casi un cuarto de vodka allí -dijo Olive-. Lo mezclo con unos paquetes de ponche en polvo y podrás beber todo lo que quieras sin vomitar.

  – De acuerdo -dijo-. Eso me ayudará a pasar la noche. No me queda otro remedio.

  – Espero que no te haga vomitar -dijo Olive-. Estás tan delgado y tan cansado…

  – No, no vomitaré.

  – Y te prepararé algo delicioso de comer.

  – Eso sí que me hará vomitar -dijo él.

  Cuando llegaron a casa de Farley, estaba tan cansado que casi no podía ni subir los peldaños del porche, pero por fin los subió y entraron.

  – Farley, aquí huele a humo, me parece -dijo Olive.

  – Olive -dijo él tirándose en el sofá con el mando a distancia en la mano-, es normal. Aquí fumamos crystal, por si se te ha olvidado, siempre que podemos, que no es mucho últimamente.

  – Sí, pero huele a humo de cigarrillos normales. ¿Es que no lo notas?

  – Estoy agotado, hostia. No olería el humo aunque te pegases fuego a ti misma, que no sería mala idea, por cierto.

  – Te sentirás mejor en cuanto comas algo -dijo Olive-. ¿Qué te parece un sándwich de queso caliente?

  La operadora que emitió el comunicado decidió divertirse un poco a costa de la unidad 6 X 32, que debía presentarse en el teatro chino Grauman, y lo emitió como emergencia.

  – Todas las unidades de las cercanías y seis rayos equis treinta y dos -Flotsam y Jetsam se quedaron escuchando incrédulamente cuando, después del pitido electrónico, habló la voz-, diríjanse a una mujer en Hollywood Boulevard, al oeste de Highland. Pelea iniciada. Batman contra Spiderman. Batman fue visto por última vez cuando entraba corriendo en el Kodak Center. Ha informado Marilyn Monroe. Seis Equis Treinta y dos, código tres.

  Cuando llegaron al lugar de los hechos, Marilyn Monroe les hacía señas desde el atrio del Grauman y los turistas hacían fotografías como locos. B. M. Driscoll y Benny Brewster estacionaron justo detrás de ellos.

  – ¿Qué Marilyn te parece que es? -preguntó Jetsam, que conducía-. Hay una que está muy buena, ¿no, colega? ¿Sabes a cuál me refiero?

  – No, no es ésa -elijo Flotsam.

  La Marilyn que los esperaba estaba haciendo la famosa pose de la salida de aire caliente, pero no había aire caliente que le levantase el vestido. Llevaba el vestido Monroe y la peluca, cara, era excelente. Incluso la sonrisa sensual y tímida de la Monroe era perfecta. El problema es que medía casi uno noventa y no era una mujer de verdad.

  Flotsam fue el primero en salir y vio a Spiderman sentado en el bordillo de la acera sujetándose la cabeza y frotándose la mandíbula. Jetsam se le acercó y el hombre le contó lo sucedido, que se había iniciado, como era de esperar, por una discusión territorial entre dos embaucaturistas.

  Mientras Flotsam hablaba con Marilyn Monroe, un turista les rogó que se desplazaran hacia la izquierda, según miraba él, para poder captar el Grauman de fondo. Marilyn lo hizo encantada. Tras unos momentos de vacilación, en los que varios turistas abuchearon a Flotsam por no enrollarse, el agente se reubicó junto a ella y aguantó unos cien flashes que se dispararon desde todas partes.

  – ¡Ha sido horrible, agente! -dijo Marilyn por fin-. Batirían golpeó a Spiderman con una linterna sin más ni más. Es un cerdo, Batman es un cerdo. Siempre me ha parecido que Spiderman es un amor. Espero que encuentre a esa rata con capa y la meta de cabeza en la cárcel.

  Hubo algunos aplausos y Marilyn Monroe sonrió de una forma que sólo podría calificarse de deslumbrante, por su blancura.

  Mientras Flotsam intentaba obtener más información de Marilyn Monroe, lo rodearon los tres Elvis. Sólo trabajaban en equipo las noches de viernes especiales, como la presente y, al ver la conmoción, quisieron aprovechar la oportunidad para hacerse un poco de auténtica publicidad. Y no salieron decepcionados. La primera furgoneta de noticias de la televisión que oyó la emisión de la policía acababa de dejar a un cámara y a una reportera en la esquina de Hollywood con Highland, en el mismo momento en que los tres Elvis se reunieron allí.

  Los tres Elvis hablaban a Flotsam al mismo tiempo: Elvis el flaco, Elvis el gordo y Smelvis, el de las marcas amarillas de sudor bajo las mangas del traje de color mantecado, el que obligaba a los turistas a contener la respiración mientras hacía poses tiernas para la foto.

  – ¡Batman no volverá a comer en esta ciudad nunca más! -gritaba Elvis el flaco.

  – ¡Viva Spiderman! -gritó Elvis el gordo.

  – ¡Soy testigo ocular del ataque malicioso al cruzado de la capa! -anunció Smelvis a la multitud, y apestaba de tal modo que Flotsam tuvo que recular unos pasos.

  Flotsam pidió a B.M. Driscoll que echara un vistazo al Kodak Center, y cuando éste le preguntó qué aspecto tenía el tipo al que buscaban, Flotsam le dijo:

  – Tú sólo detén a quien veas con capa y colgado boca abajo en cualquier parte. Si luego resulta que es el conde Drácula, te disculpas y se acabó.

  Los agentes del turno medio no sabían que había un equipo de agentes encubiertos entre la gente, que se hacían pasar por turistas con mochila negra y cámara de fotos. Ese equipo detuvo a Elmo de Barrio Sésamo por maltratar a una turista que le había tomado una foto pero no quería pagarle la tarifa de tres dólares que pedía. «¡Pues bésame el culo, zorra!», le dijo Elmo agarrándola por el brazo. Y, a continuación, los agentes encubiertos lo pusieron contra la pared del Kodak Center y le quitaron la cabeza, donde encontraron más de doscientos dólares en billetes de dólar y un gramo de cocaína.

  Entonces, los turistas empezaron a fotografiar a Elmo, pero los de la cámara de televisión seguían pendientes de Marilyn Monroe, hasta que Benny Brewster dijo a Flotsam:

  – ¡Eh, tío! ¡Elmo llevaba droga en la cabeza!

  Al oírlo, el equipo de las noticias giró la cámara hacia Elmo, que decía a gritos que tenía la cabeza limpia de drogas cuando se había puesto el disfraz, dando a entender que era un montaje de la policía.

  Jetsam decidió colaborar en el registro del Kodak Center, donde localizaron a Batman al cabo de unos minutos. Fue una persecución breve: Batman, con el voluminoso vientre tapándole el cinturón de campaña, corría por delante del teatro cuando Jetsam cayó sobre él desde atrás. Batman estaba tan agotado tras ser reducido y maniatado que Jetsam temió por un momento que aquello degenerase en una «detención cardiaca».

  – ¿Cómo se hace el boca a boca cuando la víctima lleva máscara y coraza? -preguntó Jetsam a B.M. Driscoll.

  Cuando Jetsam salió por fin al atrio del Grauman con el prisionero alicaído y esposado, se congregó una multitud alrededor, se dispararon flashes de cámaras fotográficas y la titi de las noticias corrió hacia él y le preguntó:

  – Agente, ¿le ha costado mucho atrapar a Batman? ¿Ha sido una persecución emocionante?

  – Salsa suave -dijo el surfista colocándose en pose semiheroica ante la cámara. Acto seguido, se llevó a Batman rápidamente al blanco y negro y lo hizo entrar en los asientos de atrás.

  La titi de las noticias de esa noche era una reportera despiadada y orgullosa de serlo. Fue rápidamente detrás de Jetsam, se detuvo cerca del coche de policía y confió el micro aparatosamente a uno de los cámaras del equipo, para que pareciese que se dirigía al policía con las manos vacías.

  – ¿Salsa suave? -elijo la titi a Jetsam con unas cejas perfectament
e delineadas a lápiz y una sonrisa de labios húmedos que hizo pararse en seco al policía-. ¿Puede traducirnos ese término? ¿Confidencialmente?

  Jetsam se quedó mirándole el escote y, ¡la hostia!, la mujer se relamió los labios otra vez. Miró al técnico de la cámara, que se había quedado atrás, en la acera, ni siquiera le veía la cara; entonces, acercando la boca al oído de la mujer, musitó:

  – Quiere decir que sin el batmóvil, Batman es una mierda.

  Entonces, con un guiño de «al diablo con todo», dio media vuelta y se sentó al volante. Le hizo gracia que la titi de las noticias mandase al cámara hacer unas tomas del coche 6 X 32 con él al volante.

  Sin embargo, lo que Jetsam no vio fue la caricia que la reportera hizo al pequeño micrófono que se había escondido en el cuello de la chaqueta, ni la sonrisa de triunfo que dedicó al técnico de sonido, que fue al menos el doble de sexy que la que le había dedicado a él.

  En las noticias de la noche, el productor censuró «mierda», pero por el contexto, los telespectadores supieron lo que había dicho. Entonces apareció en imagen la reportera, justo ante el teatro chino Grauman, y se dirigió a sus espectadores con su provocativa sonrisa de hollywoodiense autóctona.

  – Les habla su intrépida reportera, que acaba de llegar de Hollywood Boulevard, donde hasta los superhéroes tienen que doblegarse ante las fuerzas policiales del orden y la justicia de la ciudad. Que son de todo excepto… salsa suave.

  El comandante del turno dijo a Jetsam que seguramente se ganaría otra reprimenda oficial, e incluso una breve suspensión, por su actitud en la «entrevista».

  Cosmo no se despertó hasta la una de la tarde del día siguiente. El olor del té que Ilya había preparado le ayudó a volver en sí y, al principio, sintió pánico. ¿Y si Ilya se había ido a buscar el dinero? Pero entonces la oyó trajinando en la cocina y, acompañado por el ruido de fregar platos, se fue al cuarto de baño y se duchó.

  Cuando entró en la cocina, ella estaba sentada a la mesa fumando y tomando un vaso de té caliente. Había otro vaso servido, esperándole. No hablaron hasta que él hubo bebido un poco y encendido un cigarrillo de los suyos.

 

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